Nunca es mal momento para echar un vistazo a la cobertura mediática de la intersección entre economía política y medioambiente. El pasado mes de octubre fue, sin embargo, especialmente prolífico en ejemplos de los sesgos y omisiones que sistemáticamente afloran en la cobertura mediática de dicha intersección, de modo que tomaremos un puñado de esos […]
Nunca es mal momento para echar un vistazo a la cobertura mediática de la intersección entre economía política y medioambiente. El pasado mes de octubre fue, sin embargo, especialmente prolífico en ejemplos de los sesgos y omisiones que sistemáticamente afloran en la cobertura mediática de dicha intersección, de modo que tomaremos un puñado de esos ejemplos para aproximarnos a la flagrante desconexión entre la urgencia y la gravedad de la crisis ecológica y el impacto que la misma produce en los medios de comunicación, en el discurso político y en las propias políticas adoptadas. En estos tres contextos encontramos un marcado contraste entre la relativa insignificancia de las cuestiones que aparecen bajo el foco y la incuestionable centralidad de aquéllas relegadas a la penumbra de sus márgenes.
1. Omisiones: Informe Espacial del IPCC e Informe Planeta Vivo de WWF
Un primer ejemplo de ese marcado contraste lo ofrece la cobertura mediática del informe especial que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó el pasado 8 de octubre de 2018. El IPCC se comprometió a preparar el señalado informe especial hace tres años, en el curso de las negociaciones que condujeron al Acuerdo de París, cuya meta más optimista era la de mantener la temperatura media global por debajo de 1,5 ºC sobre el nivel preindustrial. El objeto del informe especial del IPCC era la provisión y análisis de datos acerca de los riesgos e impactos previsibles de un aumento de la temperatura media global por encima de ese límite, y cuando fue finalmente publicado, anunciando que al ritmo actual dicho límite podría ser rebasado en poco más de una década, la prensa se hizo eco brevemente del mismo. No obstante, lo hizo de un modo ciertamente peculiar, aunque en buena medida predecible. Un buen punto de partida hacia la elucidación del señalado carácter peculiar de la cobertura mediática del referido informe especial lo encontramos en las omisiones. Así, si presuponemos a los medios de comunicación la intención de ofrecer una información de la que sea dable partir hacia una comprensión razonablemente ajustada de los extremos que son el caso, una primera omisión inexplicable es la del necesario contexto. Cabe interpretar esta omisión partiendo de la idea de que los editores asumen que sus lectores han seguido de cerca el curso del debate entre especialistas. Al estar ya disponibles en publicaciones técnicas, mencionar cualquiera de las cuestiones debatidas resultaría redundante. Así, por ejemplo, ¿para qué mencionar que cada informe del IPCC ha sido severamente criticado por una importante proporción de la comunidad científica a causa de su acusado sesgo hacia las conclusiones tranquilizadoras? [1] No parece una información difícil de proporcionar y, ciertamente, da la impresión de que hubiera sido de utilidad a la hora de dotar de contexto al estereotipado comentario que la prensa hizo del referido informe especial del IPCC. Y no se trata, por cierto, de una información que haya de ser rescatada de lugares recónditos. Un vistazo a los números recientes de las revistas científicas de mayor prestigio sirve para hallar ejemplos llamativos. En este sentido, Nature publicaba en diciembre de 2017 un artículo que actualizaba las previsiones de aumento de temperaturas a finales de siglo realizadas por el quinto y último informe del IPCC, de 2014. El IPCC considera cuatro escenarios -las Trayectorias de Concentración Representativas- en virtud de la evolución de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera y asigna probabilidades de rebasar temperaturas dadas dentro de cada escenario. Pues bien, el estudio del que informa el artículo mencionado concluye de forma convincente, tras una detallada discusión de los métodos y datos empleados, que todas esas probabilidades han de actualizarse considerablemente al alza -con correcciones no de decimales, sino de hasta 30 puntos porcentuales-, lo que a su vez significa que nuestra reducción de emisiones debe ser mayor y más rápida de lo que hasta ahora considerábamos necesario para evitar las devastadoras consecuencias del aumento de las temperaturas medias globales [2].
En ocasiones, la evidencia que apunta a la necesidad de revaluar las conclusiones del IPCC no se hace esperar. Así, dos semanas después de que viera la luz el referido informe especial de octubre de 2018 aparecía publicado en Nature un artículo que echaba nueva leña al fuego de las conclusiones funestas. Una vez más, los datos sugieren la necesidad de revaluar al alza las estimaciones previas, en este caso las estimaciones acerca del calentamiento de los océanos, lo cual resulta especialmente preocupante a causa de su papel central en la regulación del sistema climático global. En concreto, la nueva estimación rebasa en más de un 60% a la del último informe del IPCC, lo que nuevamente sugiere la necesidad de una mayor y más rápida reducción de emisiones [3].
Así pues, y en definitiva, incluso un lugar común, una «perspectiva consensuada» como la de que «los análisis del IPCC son mucho menos alarmistas de lo que debieran» parece ser innecesaria de cara a presentar a la audiencia el significado de los análisis del IPCC [4].
Resulta interesante detenerse a considerar otra omisión significativa en la cobertura que la prensa hizo del informe especial de octubre de 2018. La contribución de la agricultura industrial al cambio climático ha sido extensamente documentada en los últimos años [5]. Se trata de un sector que no sólo contribuye con aproximadamente una cuarta parte del total anual de emisiones de gases de efecto invernadero, sino que además es el primer motor de la deforestación y la pérdida de biodiversidad a nivel global [6]. Es más que pertinente subrayar en este punto que los bosques y selvas habían venido siendo concebidos como enormes sumideros de carbono y, de este modo, como los principales amortiguadores -junto con los océanos- del cambio climático. No obstante, la degradación de los ecosistemas tropicales ha avanzado en los últimos años con paso firme bajo el auspicio de la producción agrícola industrial, que da cuenta de en torno a un 80% de la deforestación a nivel global y constituye la «principal impulsora de la deforestación tropical» [7]. En vista de esta exitosa campaña de «gestión» corporativa de nuestros bienes comunes, no extraña que la salud de los ecosistemas tropicales haya decaído hasta el punto en el que, en lugar de absorber carbono, lo emiten a razón de unos 425 millones de toneladas anuales, un ritmo superior al de todo el tráfico de Estados Unidos [8].
A pesar de todo lo indicado, y a pesar de que el informe especial del IPCC mencione al sistema agrario en una de cada dos páginas, incidiendo en el potencial mitigador de la reducción de la deforestación y la transición hacia prácticas agrícolas sostenibles, la cobertura que los principales periódicos españoles hicieron de la publicación del informe especial dedica un espacio realmente exiguo a la cuestión. En concreto, si sumamos los artículos publicados en El País, El Mundo, ABC y La Vanguardia, las menciones al sector alimentario considerado en su conjunto apenas merecieron una de decena palabras. Y la cosa no mejora sustancialmente aunque incluyamos en la muestra a medios más pequeños y considerablemente más serios en su cobertura de cuestiones medioambientales, como eldiario.es [9].
Resulta también interesante echar un vistazo a la cobertura que esos mismos medios hicieran de la publicación del duodécimo Informe Planeta Vivo de WWF sobre el estado mundial de la biodiversidad. Se trata de un informe ciertamente alarmante. La forma más ágil de comprobarlo consiste en echar mano de esas cifras que son la moneda corriente de las notas de prensa. El informe incluye una de esas cifras llamativas; en concreto, apunta a una disminución promedio de las poblaciones de vertebrados de en torno a un 60% en apenas cuarenta años. Es imposible perder de vista al leer el informe que en una de cada dos páginas subraya que la pérdida de hábitats debida a la agricultura industrial constituye el principal motor de la erosión de la biodiversidad y los ecosistemas [10]. Por su parte, si, nuevamente, sumamos las alusiones al sector en la cobertura que los cinco periódicos mencionados hicieran del informe de WWF, nos encontramos una vez más con un total que apenas alcanza la decena de palabras; y si descontamos el par de alusiones oblicuas aparecidas en La Vanguardia, el total puede contarse con los dedos de una mano [11].
Desde luego, la concisión tiene sus virtudes, y una de ellas es que de ninguna manera puede servir para introducir ideas desacostumbradas. Si pretendes repetir cualquiera de los mantras habituales, sólo tienes que hacerlo: no se requieren pruebas, sobran los argumentos; ésta es la magia de los tópicos. En cambio, si intentas alejarte de ellos, entonces necesitas que te dejen un poco de espacio para perfilar y dar sustento a argumentos que en primera instancia habrán de resultar insólitos. Que el petróleo es muy peligroso es un lugar común que está muy bien: podemos subrayarlo tantas veces como queramos, porque por mucho que se organice la población, tanto permanecer enteramente dependientes de los combustibles fósiles como ir gravitando más deprisa o más despacio hacia energías verdes será algo cuya gestión no le resultará complicado acaparar al mundo corporativo. Es un trofeo que tienen ya virtualmente en sus manos. El sistema alimentario es harina de otro costal. La población puede organizarse fácilmente para consumir alimentos ajenos al sistema industrial gestionado por el extraordinariamente concentrado oligopolio de los agronegocios. De hecho, apenas necesita organizarse para que el mundo corporativo pierda el control de este sector: basta con que la información disponible roce la capa superficial de su conciencia y ello le impela a alejarse de los alimentos industriales. Y bien cabe que sea éste el motivo de aquella exigua cobertura, y asimismo el motivo por el cual el 91% de los encuestados a nivel mundial recibe con asombro la noticia de que la industria alimentaria tiene un grave impacto ambiental [12]. Que abandonar la carne industrial sea el gesto más significativo que quepa realizar a nivel individual para enfrentar la crisis ecológica es una afirmación escasamente controvertible, aunque extraordinariamente exótica. Según datos de la FAO, la ganadería es el sector que mayor uso del suelo realiza, dando cuenta del empleo del 80% de las tierras agrícolas y utilizando para cebar ganado una tercera parte de los cereales cultivados anualmente [13]. De este modo, a nadie familiarizado con los datos le cogieron por sorpresa las declaraciones de Joseph Poore, autor de la mayor base de datos acerca del impacto ambiental de la industria alimentaria y asimismo de un detallado estudio al respecto publicado en Science a finales de mayo de 2018. Según Poore, «una dieta vegana es probablemente la forma más sencilla de reducir el impacto humano en el planeta, y no sólo desde el punto de vista de los gases de efecto invernadero, sino asimismo desde el punto de vista de la acidificación global, la eutrofización, el uso de la tierra y el del agua» [14]. Abandonar la perspectiva de la futilidad del compromiso individual en el plano del consumo es tan sencillo como sumar a lo antedicho la evidencia de acuerdo con la cual la mayor parte del impacto doméstico en el medioambiente se debe a la alimentación y, a su vez, la mayor parte del impacto humano en el medioambiente se debe al consumo doméstico, que da cuenta del 60% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y de entre el 50% y el 80% del uso total de tierra, materiales y agua [15].
Es difícil pasar por alto estas omisiones en la cobertura mediática del más serio desafío que enfrenta nuestra generación, aunque lo cierto es que las mismas constituyen meras notas al pie de la principal omisión: la de la propia crisis ecológica. La temática ambiental ha venido ocupando entre el 1% y el 3% de las noticias emitidas en las principales cadenas españolas de televisión [16]. Por su parte, en los medios escritos, a la escasez de la temática se suma su tratamiento sesgado. En palabras de Francisco Heras Hernández, coordinador del Área de Educación y Cooperación del Centro Nacional de Educación Ambiental, dichos sesgos pueden apreciarse en la proliferación de producciones mediáticas en las que «se reconoce, de forma tibia y ambigua, la existencia de «retos» o «dificultades»; se resalta el sentido de responsabilidad de las grandes organizaciones en relación con los citados «problemas»; se destaca el ingenio, la creatividad y el tesón humanos y su capacidad para hacer frente a las dificultades; se presentan ejemplos de cómo los problemas están siendo resueltos (sugiriendo a menudo generalizaciones a partir de casos que son de naturaleza puntual); o se dibujan futuros prometedores en los que [habrían sido ya resueltos] los grandes retos (obtener fuentes de energía limpias, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, «rescatar» el exceso de CO2 atmosférico, etc.). En España, [estas] «promesas de futuro» de carácter tranquilizador en relación con el clima [y] estas narraciones «ecooptimistas» no son patrimonio exclusivo de la publicidad: también se reflejan en las piezas periodísticas. En la prensa diaria se repiten con insistencia promesas como la generalización de los combustibles limpios o la aparición de productos milagrosos que, en el futuro, absorberán el exceso de CO2 atmosférico. [A menudo, estas piezas] contienen esencialmente «promesas de generalización» de lo que hoy en día son meras investigaciones o, en el mejor de los casos, iniciativas de muy pequeña escala. La fuente principal de este tipo de mensajes no son los políticos o los expertos en economía, sino las empresas. Y su refugio natural, las páginas de economía o motor de diarios y revistas» [17].
2. Sesgos: el impuesto al sol y el Premio Nobel de Economía
La cobertura mediática del real decreto que a comienzos del pasado mes de octubre suprimiera el así llamado «impuesto al Sol» ofrece un nuevo ejemplo del señalado tratamiento sesgado. El País, El Mundo, ABC, La Vanguardia y eldiario.es aplaudieron la simplificación de los trámites, la reducción de trabas burocráticas, el reconocimiento del derecho al autoconsumo compartido y el incentivo a las renovables que entraña la nueva norma [18]. Sin embargo, por algún motivo, olvidaron dar voz a agentes sociales como Sara Pizzinato, responsable de Energía de Greenpeace España, Soledad Montero, del Área de energía de Ecologistas en Acción, o Javier Andaluz, responsable de cambio climático de dicha organización. De haberlo hecho, hubieran ofrecido al lector la oportunidad de valorar los motivos por los cuales conciben el referido real decreto como una «traba» para el desarrollo de «proyectos comunitarios y ciudadanos» que, en palabras de Javier Andaluz, «lo que hace en principio es limitar bastante el desarrollo de las renovables». En efecto, la medida favorece el autoconsumo en viviendas, pero cuadruplica los avales necesarios para las instalaciones de producción, lo que supone prácticamente un bloqueo a la iniciativa de cooperativas y pequeños productores, dejando el mercado en manos de las grandes compañías que ya dominan el sector [19].
Otro ejemplo de dichos sesgos lo ofrece la cobertura mediática de la concesión del Premio Nobel de economía a William D. Nordhaus, anunciada pocos días después del referido real decreto. La prensa española no escatimó alabanzas para el economista que atinó a avanzar una idea revolucionaria: la de que la economía y el cambio climático tienen algo que ver. No obstante, más allá del hincapié en que se trata de un «premio merecido» (ABC) dadas las «atrevidas propuestas» (El País) y la «independencia intelectual» (El Mundo) del galardonado, no hubo en la prensa nada parecido a una discusión del modo en que Nordhaus desarrolla esta idea, y quizá ello se deba a que tanto Nordhaus como los editores se mueven dentro de un marco ideológico que se presenta a sí mismo en los términos popularizados por Margaret Thatcher: «no hay alternativa». Y, en efecto, si uno se limita al espectro de opiniones que tienen cabida en los medios, no parece haberla. Así, dentro de este estrecho espectro, la necesidad de reformular nuestro sistema económico para hacer frente a la crisis ecológica que el mismo engendró es una cuestión que uno debe abordar sin sugerir dicha necesidad. En otras palabras, mencionar la conveniencia de revertir las conquistas legislativas y judiciales cosechadas por las corporaciones en las últimas décadas, limitar su acceso a los centros de poder político o someter sus actividades a los intereses de los afectados por las mismas, viene a equivaler al silencio: una larga retahíla de palabrotas ordenadas al azar tiene más posibilidades de producir un rumor audible en la cámara de eco mediática.
Podemos aproximarnos al señalado marco ideológico compartido mediante las dos acepciones que la voz «realismo» tiene en el contexto que nos ocupa. En su primera y más extendida acepción, uno es un «realista» cuando acepta que no existe alternativa a un sistema socioeconómico articulado en torno a tiranías privadas regidas por la irracionalidad del imperativo de obediencia incondicional y fidelidad exclusiva a la disciplina de la capitalización bursátil, la ampliación de cuota de mercado y el crecimiento perpetuo. En su segunda y desusada acepción uno es un realista cuando constata que semejante despropósito sólo puede conducir, como de hecho hace, a que sean más las especies, ecosistemas, comunidades y personas arrojadas cada año por el desagüe. Los «realistas» -en la primera acepción- exhiben bajo el foco nuevos modelos de tiritas para enfermos terminales mientras los realistas -en la segunda- contemplan atónitos desde el oscuro y silencioso patio de butacas. El «realismo» de Nordhaus es tan ajustado que su milimétrica desviación de los dogmas oficiales sólo puede ser percibida desde márgenes integristas como el de Robert P. Murphy, que le condena airado por abrir una minúscula grieta para la intromisión del Estado en el mercado [20]. Nordhaus atisba a través de esa grieta una solución a los problemas que hallamos en la intersección entre economía y cambio climático, a saber, gravar con un impuesto las emisiones de gases de efecto invernadero, pues de todos es sabido que ponerle precio es la única solución disponible a cualquier problema que pueda presentársenos. Richard Wolff, otrora colega de Nordhaus en Yale, hablaba recientemente de su desconcierto ante la ortodoxia de la economía del cambio climático en los siguientes términos: «Nordhaus considera que la única solución para el problema del cambio climático es una solución de mercado: subir los precios, aumentar los costes de las compañías contaminantes, un incremento que acabará recayendo en el consumidor (…). ¿No sería más sencillo prohibirles contaminar? (…) Una buena solución de mercado para acabar con el trabajo infantil habría consistido en elevar los salarios a pagar a los niños. Por suerte, [las soluciones de mercado fueron desechadas, se impuso la razón] y la práctica fue prohibida» [21].
3. En los márgenes del foco
Conforme nos alejamos de los dogmas oficiales, nos alejamos también del foco mediático. Así, por ejemplo, otros economistas han presentado propuestas similares a las de Nordhaus, pero cuanto menos acordes son con los dogmas económicos prevalentes, más perdidas en la penumbra allende los márgenes del foco las encontramos. De este modo, la economía de estado estacionario de Herman E. Daly se aleja vagamente de la economía política imperante en su rechazo del objetivo del crecimiento, y aparece por tanto menos perfilada por la luz mediática. Decimos que la propuesta de Daly se aleja «vagamente» por cuanto la economía política imperante abraza el objetivo del crecimiento -como tantas otras cosas- antes en el plano de la retórica que en el de los hechos, y así, a pesar de la constante insistencia en dicho objetivo, lo cierto es que durante la era neoliberal ha prevalecido un acusado debilitamiento de todos los indicadores de crecimiento económico [22].
Con este importante matiz en mente, y aun sin la intención de conceder demasiado espacio al optimismo en torno al crecimiento tras la última «recuperación», sólo la temeridad o la insensatez pueden invitar a desestimar la preocupación de Daly ante la idea de un crecimiento perpetuo en un planeta finito. La alternativa de Daly a la imposibilidad física con la que habrán de chocar las optimistas proyecciones de crecimiento reside en una economía capaz de mantener su tamaño constante respecto del de la biosfera. Para alcanzar este objetivo, Daly articula un programa reformista que radica en la instauración de un sistema de «cuotas de agotamiento» subastadas por el Estado a fin de limitar el uso de recursos.
El mantra esperanzador del ecocapitalismo vino tratando de persuadirnos de que cabe compatibilizar el imperativo estructural de la expansión económica y la siempre creciente rentabilidad con una biosfera finita mediante la eficiencia que una futurible tecnología redentora introduciría en el uso de recursos. Daly opta por dejar de tocar esta melodía para tocar otra similar: juguemos al capitalismo, pero a un PIB constante. Hemos de preguntarnos si algo semejante es posible, y no debemos perder de vista al abordar esta cuestión que «lo que importa es la rentabilidad, no medidas abstractas como el PIB» [23]. El desafío que enfrenta Daly es, por tanto, el de mostrar que la biosfera puede resistir el embate de un sistema socioeconómico dominado por el imperativo estructural de la rentabilidad. Daly entiende que basta con someter también la contaminación y el uso de recursos a este imperativo para salir del apuro: demos vida a un mercado de compraventa de derechos de extracción de recursos y así podrán también la biosfera y las generaciones futuras gozar de las bendiciones del mercado.
La alternativa de Nordhaus es esencialmente la misma, pero goza de la virtud de evitar el radicalismo de llamar la atención sobre la imposibilidad física de un crecimiento perpetuo en un planeta finito. Otro ligero matiz que distingue la propuesta de Daly y la de Nordhaus estriba en que éste ha defendido la idoneidad de un «impuesto» en lugar de una «cuota», y ha echado, además, mano del «método científico» para elaborar modelos abstractos basados en las habituales asunciones economicistas para el cálculo del importe óptimo de dicho impuesto.
Sea como fuere, la eficacia del proyecto de controlar las emisiones de gases de efecto invernadero mediante soluciones de mercado se ha hecho ya manifiesta. Transcurridas más de dos décadas del protocolo de Kioto, y verificado su fracaso a la hora de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero mediante la conversión de la polución en un nuevo mercado, debiera resultar innecesario ofrecer evidencia de que este tipo de remedios están antes en la raíz del problema que en la de la solución. La inoperancia del mercado de derechos de emisión ha sido ampliamente documentada, de tal suerte que sobra añadir nada a la conclusión de que «los mercados de carbono no tienen ningún papel que desempeñar en un escenario que requiere reducciones radicales de emisiones para evitar concentraciones peligrosas de gases de efecto invernadero» [24].
Cabe pues esperar que la suerte que corriera el régimen de comercio de derechos de emisión establecido tras la aprobación del Protocolo de Kioto sea exactamente la misma que hayan de correr estas diferentes clases de soluciones de mercado.
4. Fuera del foco
Frente a estos callejones sin salida, se han elaborado propuestas más ambiciosas, pero, como cabía esperar, las mismas se encuentran a kilómetros del foco mediático. Así, por ejemplo, Troy Vettese, doctorando de historia ambiental en la Universidad de Nueva York, publicaba recientemente un interesante artículo en New Left Review [25]. Vettese opta por dejar de lado los gravámenes a la polución y el resto de las soluciones de mercado, y asimismo por dar la espalda sin paliativos al crecimiento económico, en lugar de buscarle un nuevo disfraz. La finalidad última de su propuesta es la de propiciar la reforestación permitiendo que proliferen espacios naturales ricos en biodiversidad. A tal fin se haría necesaria una transformación radical de nuestro actual sistema socioeconómico y nuestros patrones de consumo, y Vettese subraya en este sentido la urgencia del tránsito hacia energías verdes, pero también la de utilizar menos energía, menos recursos y, decisivamente, menos suelo. Dado su desproporcionado uso del suelo, la agricultura industrial y la ganadería intensiva a ella vinculada habrían de ser los primeros sectores en verse sujetos a un proceso de reducción y racionalización que permitiera hacer sitio para la ingente biomasa que, en la propuesta de Vettese, vendría a interrumpir el deletéreo curso del cambio climático mediante la recaptura natural de carbono atmosférico. Con todo, y a pesar de la importancia de este punto, revertir la industrialización del sector alimentario no bastará. Todo apunta que en los próximos años asistiremos a un continuado aumento del consumo, no de esto o aquello, sino de todo, y particularmente de combustibles fósiles [26]. El mundo corporativo anunciaba recientemente con entusiasmo que en un par de décadas habrá en el mundo el doble de coches, el doble de camiones, el doble de desplazamientos en avión y el doble de comercio marítimo [27]. El crecimiento proyectado en la utilización de la práctica totalidad de materias primas hará, verosímilmente, que las mismas escaseen en el próximo par de décadas, mientras la complejidad del reciclaje se acrecienta de la mano de la miniaturización y la proliferación de productos multimateriales, principalmente electrónicos. Ante perspectivas como la que ofrece la idea de los BRICS y otras economías emergentes acomodándose poco a poco en este tren de consumo, a nadie debiera sorprender el llamamiento de Vatesse a la ecoausteridad en los países desarrollados, en los vive hoy menos del 20% de la población, que consume, sin embargo, más del 80% de los recursos del planeta [28]. Tampoco sobra recordar que son justamente esos países los responsables de la crisis ecológica cuyas consecuencias sufre hoy principalmente el Sur global.
A la vista del fracaso de cada conato de protección ambiental mediante políticas de mercado, Vatesse sostiene que la referida ecoausteridad no podrá hacerse depender de ellas, presentándose así como alternativa una reglamentación explícita capaz de imponer de forma efectiva límites a la explotación y la mercantilización. En la misma línea, dada la negativa a dejarse ver en el horizonte de esa tecnología redentora que habría de permitirnos compaginar consumismo, crecimiento y sostenibilidad gracias a la eficiencia, la ecoausteridad de Vettese se presenta como una opción más razonable que la de seguir escudriñando esperanzados ese horizonte mientras avanzamos hacia el precipicio. No bastan, pues, la retórica de los «mecanismos de mercado» y la buena voluntad de producir de forma más eficiente. Los ecocapitalistas defienden que el crecimiento económico y su impacto ambiental aumentan a la par hasta cierto umbral, a partir del cual, mágicamente, más crecimiento viene acompañado de menos impacto. Sin embargo, los datos se niegan a plegarse a estos postulados, pues lo que la evidencia apunta es que los impactos ambientales no declinan por mucho que aumente el crecimiento económico, sino más bien todo lo contrario. La confianza en la eficiencia y la disociación de crecimiento económico e impacto ambiental está muy bien, pero mientras esa promesa se materializa -y los crecientes niveles de consumo de recursos no invitan al optimismo- la recomendación de sentido común parece clara [29].
Vettese dota tentativamente de contenido a su futurible sociedad ecoaustera. En ella, viviríamos en casas que «requiriesen muy poca energía para calefacción o refrigeración, consumiríamos alimentos veganos y raramente viajaríamos en avión o en coche, sino que usaríamos el transporte público, caminaríamos o montaríamos en bicicleta». Se trata, en definitiva, de una sociedad en la que la compulsión del consumo, el crecimiento y la expansión económica habría periclitado ante el influjo de los intereses de comunidades, ecosistemas y generaciones futuras. Es frecuente que traten de arrojarse a la papelera proyectos como la sociedad ecoaustera de Vettese arguyendo que un descontrolado aumento de la tasa de desempleo es cuanto cabe esperar de su implementación. Vettese concede que su propuesta podría traducirse en una reducción de la clase de trabajos que sostienen hoy los sectores directamente vinculados con la crisis ecológica en curso, pero añade que «el tipo de trabajo que necesitaremos más en un futuro de clima estable es aquel dedicado a sostener y mejorar la vida humana, así como la […] de otras especies […]. Eso significa enseñar, cultivar, cocinar y cuidar: trabajo que mejora la vida de las personas sin consumir enormes cantidades de recursos [ni] generar significativas emisiones de carbono». El referido argumento del incremento de la tasa de desempleo se enfrenta así a la réplica de que, en efecto, el trabajo socialmente necesario en una sociedad ecoaustera como la que defiende Vettese sería en algunos sectores inferior, mientras que en otros sucedería exactamente lo contrario. Y nuevamente el sector alimentario reclama nuestra atención, pues en el contexto de su desindustrialización, haciéndose efectivo el remplazo de intensidad energética por intensidad de trabajo, dicho sector podría absorber una enorme cantidad trabajadores. No resulta extemporáneo recordar en este punto que si bien hasta la década de los sesenta el sector agrario absorbía en nuestro país la mayor parte de la mano de obra y era así, según el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE), «el soporte principal de la economía española», hoy, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE), emplea a menos de un 5% de la población activa [30]. Hay, por tanto, motivos para sospechar que combatir la creciente concentración del sector mediante el consumo de buenos alimentos producidos en pequeñas explotaciones cerca del lugar de su venta no producirá incontrolables aumentos del desempleo, sino más bien todo lo contrario.
La ecoausteridad de Vettese viene a sumarse a la incidencia decrecentista en la necesidad de la transferencia del énfasis en la producción de objetos inútiles al cuidado de los servicios y la vida comunitaria, una incidencia enteramente cabal a la luz de la incontestable evidencia acerca de la incapacidad del consumo privado para aumentar indefinidamente los estándares de calidad de vida. Como ha sido extensamente documentado, a partir de un determinado umbral, aumentar el consumo no supone aumentar la calidad de vida, pero se da el caso de que el consumo per cápita en los países desarrollados triplica y cuadruplica holgadamente esos umbrales. Alan Pasternak publicó en el año 2000 un informe en el que detallaba y analizaba datos que sugieren la existencia de un umbral por encima del cual desaparece la correlación positiva entre consumo anual per cápita de electricidad y calidad de vida, estimada en el caso del estudio de Pasternak mediante el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas (IDH) [31]. Triplicar ese umbral, como hacen los estadounidenses, es tan inútil como cuadruplicarlo, como hacen los canadienses: el IDH no asciende por mucho que se incremente el consumo. Este mismo umbral ha aparecido consistentemente desde entonces en estudios destinados a valorar la relación entre consumo y bienestar, estudios cuyos resultados avalan la conclusión de que «1) el aumento del consumo no conduce a niveles más altos de bienestar, y puede incluso hacer que disminuyan en los países de alto consumo, 2) los niveles elevados de consumo no son una condición necesaria para los altos niveles de bienestar, y 3) los muy significativos aumentos registrados en el consumo de Estados Unidos desde 1961 no han producido mejoras sustanciales en los indicadores de satisfacción vital. Estos hallazgos sugieren que las mejoras en el bienestar pueden alcanzarse sin aumentar el consumo de recursos ambientales. En resumen, los datos indican que el consumo y el bienestar no están relacionados linealmente», sino que, al contrario, los más altos estándares de bienestar son posibles con bastante menos de la mitad del consumo per cápita de países como Finlandia (buena aproximación a la media de la eurozona) y prácticamente con una quinta parte del consumo per cápita de países como Estados Unidos [32].
Mientras esperamos ese futuro en el que una indeterminada tecnología nos permitirá disociar crecimiento, consumo e impacto ambiental, lo más oportuno será someter a un análisis desapasionado los motivos por los cuales la economía política imperante empuja a nuestras sociedades a los indicados múltiplos de los señalados umbrales y a sus ciudadanos a una dócil apatía en buena medida alimentada por unos medios de comunicación apegados a los dogmas de dicha economía política. Ese análisis habrá de contemplar en su aspecto económico los medios para eludir la actual deriva hacia el derroche de energía y la producción masiva de objetos de consumo y alimentos de calidad ínfima a miles de kilómetros del lugar en el que serán distribuidos. Por su parte, en su vertiente política, ese análisis habrá de dedicarse a los medios idóneos para la introducción de los intereses de las mayorías populares en la toma de decisiones y la configuración de la actividad económica.
Notas
[1] Véase, v. g., B. P. Horton et al. (2014), «Expert assessment of sea-level rise by AD 2100 and AD 2300», Quaternary Science Reviews, 84 (15), pp. 1-6. N. Stern (2016) «Economics: Current climate models are grossly misleading», Nature, 530 (7591), pp. 407-409. K. Brysse et al. (2013), «Climate change prediction: Erring on the side of least drama?», Global Environmental Change, 23 (1), pp. 327-337. G. Scherer (2012), «Climate science predictions prove too conservative», Scientific American, 6 de diciembre. J. E. Overland y M. Wang (2013), «When will the Summer Arctic be Nearly Sea Ice Free?», Geophysical Research Letters, 40 (10), 21 de mayo.
[2] P. T. Brown y K. Caldeira (2017), «Greater future global warming inferred from Earth’s recent energy budget», Nature, 552 (7683), pp. 45-50.
[3] L Resplandy et al. (2018), «Quantification of ocean heat uptake from changes in atmospheric O2 and CO2 composition», Nature, 563, pp. 105-108. M. Kelly y R. Monroe (2018), «Earth’s oceans have absorbed 60 percent more heat per year than previously thought», Princeton University, 1 de noviembre.
[4] N. Chomsky (2018), «Republican party is the ‘most dangerous organization in human history'», Znet, 6 de noviembre.
[5] Véase, v. g., N. Nakicenovic, et al. (2000), Special Report on Emissions Scenarios, Cambridge: Cambridge University Press/Intergovenmiental Panel on Climate Change, pp. 141 y ss. N. Gilbert (2012), «One-third of our greenhouse gas emissions come from agriculture», Nature News, 31 de octubre. P. J. Gerber, et al. (2013), Tackling Climate Change Through Livestock: A Global Assessment of Emissions and Mitigation Opportunities, Roma: FAO. J. Bellarby, et al. (2013), «Livestock greenhouse gas emissions and mitigation potential in Europe», Global Change Biology, 19, pp. 3-18. R. Goodland (2013), «A fresh look at livestock greenhouse gas emissions and mitigation potential in Europe», Global Change Biology, 20, pp. 2.042-2.044.
[6] Véase P. Lymbery (2017), Dead Zone. Where the Wild Things Were, London: Bloomsbury.
[7] G. Kissinger, M. Herold y V. De Sy (2012), Drivers of Deforestation and Forest Degradation, Vancouver: Lexeme.
[8] A. Baccini et al. (2017), «Tropical forests are a net carbon source based on aboveground measurements of gain and loss», Science, 358 (6360), pp. 230-234.
[9] M. Planelles (2018), «Los expertos de la ONU urgen a tomar medidas drásticas contra el cambio climático», El País, 8 de octubre. EFE (2018), «Los científicos de la ONU: limitar el calentamiento global a 1,5 ºC requiere ‘cambios sin precedentes'», El Mundo, 8 de octubre. I. Miranda y E Serbeto (2018), «La UE debate la limitación de emisiones de los coches tras el ultimátum climático de la ONU», ABC, 9 de octubre. La Vanguardia (2018), «IPCC: limitar calentamiento global a 1,5 ºC requiere ‘cambios sin precedentes'», La Vanguadia, 8 de octubre. La Vanguardia (2018), «Admiten que aún no hay tecnología para frenar subida temperatura a 1,5 grados», La Vanguadia, 8 de octubre. A. Cerrillo y C. López (2018), «Geoingeniería contra el cambio climático», La Vanguardia, 9 de octubre. R. Rejón (2018), «España, empujada a adoptar medidas drásticas tras el informe de la ONU sobre el avance del cambio climático», eldiario.es, 8 de octubre.
[10] M. Grooten y R. E. A. Almond (eds.) (2018), Informe Planeta Vivo 2018: Apuntando más alto, Gland: WWF.
[11] E. Sánchez (2018), «La población mundial de vertebrados disminuye un 60% desde 1970», El País, 30 de octubre. C. Fresneda (2018), «La pérdida de biodiversidad puede llevar a la extinción de la especie humana, advierte la ONU», El Mundo, 3 de noviembre. EFE (2018), «La población mundial de vertebrados disminuyó un 60% desde 1970», ABC, 30 de octubre. La Vanguardia (2018), «Las poblaciones de vertebrados se han reducido un 60% en 40 años por el descontrolado consumo humano, según lamenta WWF», La Vanguardia, 30 de octubre. J. L. Gallego (2018), «La peor especie invasora somos nosotros», eldiario.es, 3 de noviembre.
[12] WWF (2018), «Nueve de cada diez ciudadanos desconoce que la dieta tiene un gran impacto en el planeta», WWF, 16 de octubre.
[13] FAO (2013), FAO Statistical Yearbook 2013: World Food and Agriculture, Rome: Food and Agriculture Organization of the United Nations, p. 130. The Guardian (2018), «What is the true cost of eating meat?», The Guardian, 7 de mayo.
[14] J. Poore y T. Nemecek (2018), «Reducing food’s environmental impacts through producers and consumers», Science, 360 (6392), pp. 987-992. D. Carrington (2018), «Avoiding meat and dairy is ‘single biggest way’ to reduce your impact on earth», The Guardian, 31 de mayo.
[15] D. Ivanova et al. (2016), «Environmental Impact Assessment of Household Consumption», Journal of Industrial Ecology, 20 (3), pp. 526-536.
[16] Para un análisis reciente, cf. L. P. Francescutti, F. Tucho Fernández y A. I. Íñigo Jurado (2013), «El medio ambiente en la televisión española: Análisis de un año de informativos», Estudios sobre el Mensaje Periodístico, 19 (2), pp. 683-701.
[17] F. Heras Hernández (2013), «La negación del cambio climático en España: Percepciones sociales y nuevos tratamientos mediáticos», en R. Mancinas Chávez y R. Fernández Reyes (coords.), Actas de las Jornadas Internacionales Medios de Comunicación y Cambio Climático, Sevilla: Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, pp. 155-170.
[18] M. A. Noceda (2018), «El Gobierno aprueba nuevas ayudas a los consumidores para luchar contra la pobreza energética», El País, 5 de octubre. E. G. Sevillano (2018), «El Congreso acuerda poner fin al polémico ‘impuesto al sol'», El País, 18 de octubre. Europa Press (2018), «El Gobierno deroga el ‘impuesto al sol’ y reconoce el derecho a autoconsumir sin peajes», El Mundo, 5 de octubre. ABC (2018), «El Gobierno suprime el impuesto al sol», ABC, 6 de octubre. P. Blázquez (2018), «El Gobierno elimina el impuesto al sol y toma medidas urgentes para abaratar la luz», La Vanguardia, 5 de octubre. La Vanguardia (2018), «El Gobierno elimina el impuesto al sol o cargos al autoconsumo eléctrico», La Vanguaria, 5 de octubre. La Vanguardia (2018), «Norvento ve la supresión del ‘impuesto al sol’ como ‘un paso clave’ a la modernización del sistema energético», La Vanguardia, 5 de octubre. J. Herrera (2018), «Eliminado el ‘impuesto al sol’, llega el autoconsumo compartido», La Vanguardia, 17 de octubre. A. M. Vélez (2018), «El Gobierno liquida el impuesto al sol, amplía el bono social y suspende impuestos para abaratar la luz un 4%», eldiario.es, 5 de octubre. A. M. Vélez (2018), «El Congreso aprueba el fin del impuesto al sol, la ampliación del bono social y medidas para abaratar la luz», eldiario.es, 18 de octubre.
[19] E. Bayona (2018), «El Gobierno pone trabas al desarrollo de las renovables en la norma que elimina el ‘impuesto al sol'», Público, 10 de octubre.
[20] R. P. Murphy (2009), «Rolling the DICE: William Nordhaus’ dubious case for a carbon tax», The Independent Review, 14, pp. 197-217.
[21] R. D. Wolff (2018), «Economic update: A deepening crisis of capitalism», Democracy at Work, 22 de octubre.
[22] Véase J. Crotty (2003), «Structural contradictions of current capitalism: A Keynes Marx Schumpeter analysis», en J. Ghosh y C. P. Chandrasekhar (eds.), Work and Well-Being in the Age of Finance, Nueva Delhi: Tulika Books, pp. 24-51. D. Harvey (2005), Breve historia del neoliberalismo, Madrid: Akal, p. 161.
[23] T. Vettese (2018), «Congelar el Támesis: Geoingeniería natural y biodiversidad», New Left Review, 111, pp. 8-33.
[24] R. Pearse y S. Böhm (2014), «Ten reasons why carbon markets will not bring about radical emissions reduction», Carbon Management, 5 (4), pp. 325-337.
[25] Véase supra, nota al pie 23.
[26] Véase, v. g., R. Showstack. «High energy growth, fossil fuel dependence forecast through 2040», Eos Earth & Space Science News, 13-5-2016
[27] M. Nitch Smith, «The number of cars worldwide is set to double by 2040», World Economic Forum, 22-4-2016. D. Scutt, «This chart shows an insane forecast for worldwide growth of ships, cars, and people», Business Insider, 19-4-2016.
[28] Véase C. Ngo y J. Natowitz (2016), Our Energy Future: Resources, Alternatives and the Environment. Hoboken: Wiley, p. 120. United Nations Development Programme (1998), Human Development Report 1998. Consumption for Human Development. New York/Oxford. Oxford University Press. N. Ridoux (2009), Menos es más. Introducción a la filosofía del decrecimiento. Barcelona: Los libros del lince, p. 31. C. Taibo (2009), En defensa del decrecimiento. Sobre capitalismo, crisis y barbarie. Madrid: Los libros de la catarata, p. 15. Hemos de tener presente que, incluso aunque las cifras sean ya escandalosas, parece que la cantidad de recursos consumidos en los países desarrollados ha venido siendo subestimada por los indicadores disponibles. Véase T. O. Wiedmann, et al. (2015), «The material footprint of nations», Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 112 (20), pp. 6.271-6.276.
[29] R. York, E. A. Rosa y T. Dietz, T. (2003), «Footprints on the earth: the environmental consequences of modernity», American Sociological Review, 68(2), pp. 279-300. R. York, E. A. Rosa. y T. Dietz (2009), «A tale of contrasting trends: three measures of the ecological footprint in China, India, Japan, and the United States, 1961-2003», Journal of World Systems Research, 15(2), pp. 134-146. M. Renner (2015), Vital Signs, Volume 22: The Trends That Are Shaping Our Future. Washington, DC: Worldwatch Institute/Island Press.
[30] Servicio Público de Empleo Estatal (2013), Estudio prospectivo. El sector hortofrutícola en España, 2012, Madrid: Servicio Público de Empleo Estatal, p. 6.
[31] A. Pasternak (2000), Global Energy Futures and Human Development: A Framework for Analysis. Livermore: US Department of Energy, Lawrence Livermore National Laboratory.
[32] K. W. Knight y E. A. Rosa (2011), «The environmental efficiency of well-being: A cross-national analysis», Social Science Research, 40, pp. 931-949.