Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En el Krak de los Caballeros. Siria.
Hace treinta años, cuando el Estado de Israel había viajado sólo la mitad de su viaje a través del tiempo desde 1948, entrevisté al general Matti Peled en Nueva York. Como general del ejército, Peled fue un administrador notablemente duro de los Territorios Ocupados, pero en el retiro se había convertido en paloma, instando públicamente a su país a negociar seriamente con los palestinos, a abandonar los asentamientos ilegales, a retornar a las fronteras de 1967 y a resolver todos los demás problemas que obstruían una paz propiamente tal.
«¿Qué cree que sucederá,» pregunté al ex general, «Si ningún gobierno israelí llega a emerger que sea suficientemente fuerte para tomar un tal paso?»
«Oh, Pienso que terminaremos como los cruzados,» respondió. «Durará un cierto tiempo, pero como ellos, al final, nos habremos ido.» Fue sorprendente en esos días, escuchar a algún israelí, en particular a un militar, hablando de esa manera. Por cierto, entonces como siempre, el grupo de presión de Israel en EE.UU adoraba presentar a Israel asediado a sólo un paso de ser aniquilado por árabes sedientos de sangre, a menos que EE.UU. ofreciera un apoyo diplomático incondicional y subsidios ilimitados.
En aquel entonces, mucha gente pensaba que se podría lograr algo cercano a un acuerdo tolerable dentro del marco de las resoluciones de la ONU. No sería lo que deseaban los palestinos, pero por lo menos conseguirían un estadito medio coherente, los asentamientos se detendrían, y tal vez incluso tendrían que dar marcha atrás.
En 2008, esas nociones parecen tan extrañas como una tarjeta de Navidad victoriana. El Estado palestino nocional proferido ocasionalmente por los presuntuosos israelíes estaría hecho de retazos de enclaves separados, encajonado entre asentamientos, disecado por carreteras militares reservadas a judíos, con un acceso limitado al agua.
Hamas, el partido político por el que votaron los desesperados palestinos, es estigmatizado por EE.UU. y la UE como un organismo terrorista. Cuando Jimmy Carter, el presidente de EE.UU. en el poder cuando entrevisté al general Peled, denunció hace unas pocas semanas el sitio de Gaza por Israel como un crimen atroz contra civiles, él mismo fue atacado ferozmente como cómplice del terror.
En EE.UU. se formulan, ciertamente, más preguntas sobre el rol del lobby de Israel que hace una generación, pero son sólo ondas en el amplio océano de apoyo a gritos del Congreso para todo lo que puedan solicitar los halcones belicistas en Israel. Este año, como en todos los años anteriores, ningún candidato presidencial de la corriente dominante se ha atrevido a hacer otra cosa que genuflexiones ante el lobby de Israel. Hilary Clinton puede haber causado conmoción al utilizar la palabra «obliterar» para referirse al tratamiento que EE.UU. debiera dar a Irán si amenazara la existencia de Israel, pero todos sus rivales dirían lo mismo si se les presionara. Y, por cierto, «amenaza» puede significar casi cualquier cosa.
Al viajar a Israel la semana pasada (no por ironía en el aniversario de la Naqba, la evicción por Israel de los palestinos en 1948), Bush esperó culminar su sumisión de ocho años a los halcones israelíes a un clímax con una especie de acuerdo «Oslo-2», sancionando permanentemente los robos de tierras por Israel y consignando finalmente todos los acuerdos de la ONU al basurero de la historia. Pero su viaje a Israel sufrió la desgracia de que coincidió con la lluvia de las peores acusaciones de corrupción sobre la cabeza del primer ministro Olmert. Tartamudeando excusas por las muníficas contribuciones que le fueron otorgadas por el agente inmobiliario de Long Island, Morris Talansky, Olmert tuvo que prometer que renunciaría si se le inculpa, y ciertamente parece como si sus días estuvieran contados. El remiendo de una nueva coalición será algo prolongado.
Bush podrá vociferar en el Knesset [parlamento israelí], pero la política de EE.UU. en la región ha sufrido un desaire humillante al anular el gobierno del Líbano sus esfuerzos por reducir los sistemas de comunicación de Hizbolá y su capacidad de controlar todo el tráfico en el aeropuerto de Beirut. Ante el alboroto en Israel por las salvas de misiles desde Gaza contra Ashkelón, nadie olvidará la capacidad de Hizbolá de lanzar salvas similares. En Riyadh los saudíes hicieron poco caso del esfuerzo de Bush por conseguir que el reino aumentara la producción de petróleo.
Durante esta semana miré hacia el sur hacia Israel desde el Krak de los Caballeros, el mayor de los castillos de los cruzados, que domina el valle costero sirio a unas cuatro horas en coche desde Damasco. El abominable T.E.Lawrence lo llamó «tal vez el castillo mejor conservado y más cabalmente admirable del mundo.» A pesar de los esfuerzos de Saladino, los caballeros de la Orden de Malta nunca fueron desalojados del Krak por la fuerza. Fue finalmente en 1271 el sultán mameluco de Egipto, Baybars, quien los sacó del lugar mediante negociaciones, después de 162 años en manos de los cruzados.
De pie en la gran torre sur (completada realmente por ingenieros franceses en los años treinta), recordé las observaciones de Peled sobre Israel y los cruzados, que dominaron el Krak durante un período tres veces superior a la existencia actual de Israel. Los belicistas, acusan Peled y muchos otros en los últimos años, no han afianzado la seguridad de Israel. A medio y largo plazo la han comprometido considerablemente. El equilibrio de fuerzas en la región ha cambiado drásticamente en una generación o dos bajo la dominación estadounidense. Pronto Bush se habrá ido, Olmert tal vez antes. A todos los nuevos visitantes a Israel les brindan un tour a Yad Vashem, pero tal vez convendría que a todos políticos que meditan sobre la seguridad de Israel y la justicia para los palestinos les organizaran un tour obligatorio al Krak de los Caballeros.
Nota: Una versión más breve de este artículo apareció antes en: http://www.thefirstpost.co.uk