La concurrencia de excepcionales oportunidades y retos para los cubanos va pasando. Las reformas anunciadas y por anunciar no han ido al ritmo que se esperaba, algunas oportunidades se han desvanecido y el cúmulo de cosas por hacer es inmenso. Dentro de ese cúmulo de tareas, ¿habrá alguna más importante que otra?, ¿habrá alguna que […]
La concurrencia de excepcionales oportunidades y retos para los cubanos va pasando. Las reformas anunciadas y por anunciar no han ido al ritmo que se esperaba, algunas oportunidades se han desvanecido y el cúmulo de cosas por hacer es inmenso.
Dentro de ese cúmulo de tareas, ¿habrá alguna más importante que otra?, ¿habrá alguna que merezca una mayor prioridad o esfuerzo? No hay razón para detener nada de lo que se está haciendo o estudiando, pero hoy mismo no hay escollo más duro al avance social, al aprovechamiento de las oportunidades, que la vieja burocracia.
Digo vieja burocracia para aclarar que no se trata de toda la burocracia. Aclaro también que no tiene que ver necesariamente con la edad (hay jóvenes que piensan como viejos y personas de experiencia con un pensamiento y una praxis muy joven).
Tenemos funcionarios admirables que, con muy poco, hacen esfuerzos quijotescos por sacar las cosas adelante. Pero hay otra parte de nuestra burocracia que nos niega como proyecto, nos divide, nos hace mucho daño.
Es esa la que promueve la separación de valiosos profesores universitarios, la que define que un joven revolucionario que no está empleado tiene que desactivarse de la UJC, la que dirige medios de comunicación u organizaciones políticas con métodos prehistóricos, la que con el discurso del cambio de los estilos de trabajo termina cambiado muy poco (o nada).
Es esa burocracia la que convierte la voluntad política en un experimento de cinco años, la que es indiferente a que pasen semanas sin que se discutan proyectos claves para el futuro del país, la que propone sin saber y no tiene la honestidad de decir que no sabe, la que no arriesga y calla, la que nombra a sus semejantes porque son los únicos capaces de hacerle la corte, la que utiliza el argumento de la actividad del enemigo para sembrar la duda sobre cada nueva idea.
Necesitamos más inversión extranjera, unificar las monedas, que la empresa estatal despegue y el salario alcance, regular mejor y potenciar el sector cooperativo y privado, dar el salto tecnológico, modernizar nuestras prácticas políticas y espacios de participación, y todo para ayer.
Pero los caminos del diseño e implementación de estas tareas serán más lentos y tortuosos (lo han sido ya) mientras sigamos cargando con un enorme y aferrado sector de la burocracia que no está dispuesto a asumir los costos personales y los miedos a los cambios necesarios.
En los medios de comunicación, las redes y hasta en ciertos espacios de nuestras organizaciones políticas se han despertado expectativas o dudas respecto a 2018, cuando no esté la generación que lideró la Revolución al frente de los principales cargos del gobierno.
¿Acaso la continuidad del proyecto descansa únicamente en la renovación de dos o tres puestos clave? Por muy valiosos que sean los nuevos compañeros, ¿cuánto podrán hacer si no cambia el entramado burocrático del país?, ¿cuánto podrán hacer sabiendo, además, que no cuentan con la autoridad moral que tiene la llamada generación histórica?
Definir el gobierno eficaz como uno de los ejes estratégicos del plan de desarrollo 2030 o limitar el tiempo de permanencia en los cargos son buenos pasos, pero no son suficientes. Cuba debe plantearse una ofensiva contra la vieja burocracia (que no sea conducida por ella misma), una desmitificación del relevo. Más que una renovación generacional, se precisa una renovación de la mentalidad. No es posible el tan cacareado e indispensable cambio de mentalidad si no cambiamos a los portadores de la vieja mentalidad.
De compañeros valiosos he oído decir que la generación histórica cumplió su rol y ahora nos toca a nosotros preservar lo que hicieron. Siempre he discrepado con ello. Una revolución nunca es tal si solo se dedica a preservar algo. Los jóvenes tenemos que continuarla, desbordar sus límites, hacerla nuestra y generar las condiciones para que algún día otros hagan lo mismo. Esa es la única manera de seguir siendo revolucionarios.
Para que ese paso avasallador de los jóvenes signifique continuidad y no ruptura con el proceso emancipador que nos trajo hasta aquí, es preciso declarar la guerra a la vieja burocracia, con mecanismos transparentes, con el apoyo popular y el liderazgo de la generación histórica.
De lo contrario, la vieja burocracia (como ya lo hace) negará todo avance del espíritu primigenio de la Revolución y los jóvenes (como ya lo hacen) emigrarán a otros países o a la individualidad de sus posibles proyectos personales.
La generación histórica aún tiene una gran tarea por delante: despejar el camino a los que vienen atrás, empoderar no a quienes pretenden un limitado mantenimiento de lo logrado, sino a quienes representan el ímpetu y los valores que les llevaron a fundar el proyecto revolucionario de 1959.
Fuente: http://amanoysinpermio.blogspot.com/2017/01/el-futuro-y-la-vieja-burocracia.html