Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Ya está aquí lo «último» de la guerra contra el terror: la guerra contra las peluquerías. Después de que Hamás se hiciera cargo de la mitad del pueblo palestino, sobre todo debido a las políticas de Israel; después de que intentásemos derribar a Hamás con armas y asedio, destrucción y aniquilamiento, arrestos masivos y deportaciones, el ejército de ocupación israelí y el servicio de seguridad, Shin Bet, han inventado algo nuevo: una guerra en los centros comerciales, panaderías, escuelas y orfanatos. Primero en Hebrón, ahora en Nablús. El ejército está cerrando salones de belleza, tiendas de ropa, clínicas, y hasta una lechería, con el pretexto de que tienen conexiones con Hamás o que el alquiler que pagan va a parar a una organización terrorista.
Las estrafalarias imágenes de las órdenes de cierres emitidas por el general al mando, pegadas en las ventanas de una tienda de cosméticos o un centro de fisioterapia, la orden de decomiso pegada a una tahona, demuestran que la ocupación israelí se ha vuelto loca. Hace unos meses visité las instituciones sin ánimo de lucro y los centros comerciales que el ejército había empezado a cerrar en Hebrón; vi escenas irritantes y absurdas. Una moderna escuela destinada a 1.200 estudiantes permanece cerrada por orden del general al mando y están a punto de cerrar una biblioteca juvenil.
Así, una vez más, la ocupación demuestra que no hay ningún lugar en las vidas de los palestinos al que no pueda llegar y que, además, no tiene límites: un ejército que cierra una escuela, una biblioteca, una panadería o un internado; soldados que efectúan una incursión en una emisora comercial de televisión autorizada, confiscan su equipo y amenazan con cerrarla, como pasó recientemente en la emisora de televisión Afaq en Nablús.
En Israel, por supuesto, no se ha alzado ninguna voz para protestar por el cierre de la escuela o de la emisora de televisión. Según los derroteros del pensamiento israelí, si cerramos una panadería que elabora rosquillas para los huérfanos, el poder de Hamás se debilitará; si arrojamos a cientos de niños necesitados a las calles desde sus escuelas, ellos y sus familias simpatizarán con Israel; si cerramos un concurrido centro comercial, sus encolerizados dueños y clientes se convertirán en partidarios de Fatah.
La ocupación israelí no se suele mirar bajo la absurda e inhumana luz de esos asedios y operaciones de decomiso ordenadas por el general al mando del comando central, Gadi Shamni, el general de los ajos y cebollas, a juzgar por los productos que sus soldados confiscaron en los almacenes de víveres de Hebrón; operaciones ilegales, auténticamente inmorales y ciegas, que transmiten un mensaje alto y claro: la ocupación ha perdido todas las inhibiciones morales y cualquier atisbo de inteligencia. ¿Hay alguien más miserable que un ejército que vacía los almacenes de comida y ropa para los necesitados? ¿Hay alguien más ridículo que un general que firma órdenes para cerrar peluquerías? ¿Hay algo más patético que una redada militar en las panaderías? ¿Más cruel que una ocupación que cierra clínicas con cualquier pretexto?
Hamás ha entrado en el vacío creado en Cisjordania y Gaza. Como cualquier movimiento religioso surgió en el terreno de la angustia y la pobreza. Ahora Israel va más lejos y dice que hay que exacerbar la pobreza y la angustia. ¿Por qué? Para combatir a Hamás. No hay nada más absurdo. Decenas de miles de niños pobres en Cisjordania no tienen a qué agarrarse aparte de las organizaciones benéficas islámicas de las que Israel sospecha que están vinculadas a Hamás, aunque muchas de ellas se crearon mucho antes de que naciera la organización. Israel ha dejado de ocuparse del bienestar de la población ocupada a pesar de que le obliga el Derecho Internacional. Y la Autoridad Palestina tampoco muestra demasiado interés por las necesidades sociales y económicas. Fatah siempre ha dedicado más recursos a los campamentos militares, armas y vehículos oficiales que a los orfanatos, los hospitales o las máquinas de diálisis.
Ese vacío lo está llenando el Movimiento Islámico al ofrecer a la población un impresionante grado de servicios. El orfanato que visité en Hebrón es uno de los más bonitos y cuidados que he visto. Es una crueldad amenazar con su cierre, hace falta mucho descaro para defender que dicho cierre forma parte de la guerra contra el terrorismo y hay que ser bastante estúpido para pensar que semejante medida ayudará. El cierre de tiendas y centros comerciales sólo supondrá otro golpe para la economía palestina que todavía sigue luchando por mantenerse en pie bajo el asedio. ¿Israel no ha aprendido nada del fracaso del asedio de Gaza?
Cualquiera que visite las instituciones sin ánimo de lucro verá que el dinero que fluye a esas organizaciones no se dedica a la adquisición de cinturones de explosivos para suicidas. No se puede encarcelar a los habitantes de Cisjordania, prohibirles que se ganen la vida, negarles cualquier prestación social y encima arremeter contra quienes intentan hacerlo. Si Israel quiere eliminar las asociaciones benéficas, como mínimo debe establecer servicios alternativos. ¿A expensas de qué «luchamos contra el terrorismo»? ¿De las viudas y los huérfanos? Es una vergüenza.
Original en inglés: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1001358.html
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.