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El levantamiento popular del mundo árabe

El genio ha salido de la botella

Fuentes: Gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.

Ésta es una historia sacada directamente de «Las mil y una noches». El genio se escapó de la botella, y ningún poder en la tierra puede hacerlo regresar.

Cuando sucedió en Túnez, bien se podría haber dicho: Muy bien, en un país árabe, pero de menor importancia. Siempre fue un poco más progresista que los demás. Sólo un incidente aislado.

Y entonces sucedió en Egipto. Un país de referencia fundamental. El corazón del mundo árabe. El centro espiritual del Islam suní. Pero, se podría haber dicho: Egipto es un caso especial. La tierra de los faraones. Miles de años de historia anteriores a la llegada de los árabes.

Pero ahora se ha extendido por todo el mundo árabe. En Argelia, Bahrein, Yemen. Jordania, Libia, incluso Marruecos. Y a los países que no son árabes, también al Irán no suní.

El genio de la revolución, de la renovación, del rejuvenecimiento, ahora inquieta a todos los regímenes de la región. Los habitantes del «chalé en medio de la jungla» (1) pueden despertarse una mañana y descubrir que la selva se ha ido, que estamos rodeados de un paisaje nuevo.

Cuando nuestros padres sionistas decidieron establecer un refugio seguro en Palestina, tuvieron la posibilidad de elegir entre dos opciones: podían haber aparecido en Asia Oriental como conquistadores europeos que se veían a sí mismos como un puente entre los hombres «blancos» y como dueños de los «nativos», igual que los conquistadores españoles y los colonialistas anglosajones en América. Es lo que hicieron los cruzados en su época.

El otro camino sería viéndose a sí mismos como un pueblo asiático que regresa a su patria, heredero de las tradiciones políticas y culturales del mundo semita, dispuesto a participar, con los demás pueblos de la región, en la guerra de liberación de la explotación europea.

Escribí estas palabras hace 64 años en un folleto que apareció apenas dos meses antes del estallido de la guerra de 1948. Me encuentro con estas palabras actualmente. Estos días tengo un sentimiento creciente de que estamos una vez más en una encrucijada histórica. La dirección que elijamos en los próximos días determinará el destino del Estado de Israel para los próximos años, tal vez de forma irreversible. Si elegimos el camino equivocado, «nos lamentaremos durante generaciones», como dice el refrán hebreo.

Y tal vez el mayor peligro es que no elegimos ninguna opción, ni siquiera somos conscientes de la necesidad de tomar una decisión, que solamente continuamos en el camino que nos trajo adonde estamos hoy, ocupados con trivialidades -la batalla entre el Ministro de Defensa y el saliente Jefe del Estado Mayor, la lucha entre Netanyahu y Lieberman por el nombramiento de un embajador, la falta de acción en el «Gran Hermano» y sandeces similares de la televisión- sin darnos cuenta de la realidad que está pasando dejándonos atrás en la historia.

Cuando los políticos y expertos encontraron tiempo suficiente -en medio de todas las distracciones diarias- para enfrentarse a los acontecimientos que nos rodean, fue al viejo y (lamentable) estilo familiar. Incluso en los pocos y parciales espectáculos mediáticos, demostraron superficialidad para referirse a la idea de que «los árabes» podrían establecer democracias.

Eruditos profesores y comentaristas de los medios «demostraron» que tal cosa simplemente no podía suceder, el Islam es «por naturaleza» antidemocrático y, en una mirada retrospectiva, las sociedades árabes carecían de la ética protestante cristiana necesaria para la democracia, o de las bases del capitalismo para una clase media sólida, etc. A lo sumo, un estilo despótico sería sustituido por otro. La conclusión más utilizada era que las elecciones democráticas llevarían inevitablemente a la victoria de los «islamistas» fanáticos, quienes establecerían una brutal teocracia al estilo talibán, sino algo peor.

Parte de esto, por supuesto, es la propaganda deliberada, diseñada para convencer a los ingenuos estadounidenses y europeos de que deben apuntalar a los Mubarak regionales o la alternativa de caudillos militares. Muchos de ellos fueron muy sinceros: la mayoría de los israelíes creen realmente que los árabes, confiados en su propia mecánica, crearán regímenes «islamistas» asesinos, cuyo objetivo principal sería borrar a Israel del mapa. Los israelíes del montón no saben nada sobre el Islam y el mundo árabe. Como un general (de izquierda) israelí respondió hace 65 años cuando le preguntaron cómo veía el mundo árabe: «a través de mi fusil». Todo se reduce a un tema de «seguridad», y la falta de seguridad impide, por supuesto, cualquier reflexión seria.

Esta actitud se remonta a los inicios del movimiento sionista. Su fundador, Theodor Herzl, escribió en su famoso tratado histórico que el futuro Estado judío sería «un muro de civilización» contra la barbarie asiática (es decir, los árabes). Herzl admiraba a Cecil Rhodes, el abanderado del imperialismo británico que junto a sus seguidores compartió una actitud cultural que luego se extendería a toda Europa, y que Edward Said llama «Orientalismo».

Visto en retrospectiva, quizás fue natural, teniendo en cuenta que el movimiento sionista nació en Europa a finales de la era imperialista, y que tenía la intención de crear una patria judía en un país en el que otro pueblo -un pueblo árabe- ya vivía. La tragedia es que esta actitud no cambió en 120 años y que hoy es más fuerte que nunca. Aquellos de nosotros que proponemos un camino diferente -y siempre hubo algunos- resultan voces en el desierto.

Esto se hace evidente estos días en la actitud de Israel hacia los acontecimientos que agitan el mundo árabe y más allá. Entre el israelí común no había demasiada simpatía espontánea por los egipcios que se enfrentaban a sus opresores en la Plaza Tahrir -contemplaban el espectáculo desde fuera, como si estuviera sucediendo en la Luna- La única cuestión práctica que los inquietaba era si se mantendría el tratado de paz entre Israel y Egipto. O si tendríamos que crear nuevas divisiones del ejército para una posible guerra con Egipto. Cuando casi todos los «expertos en seguridad» nos aseguraron que el tratado seguiría firme, la gente perdió interés en el asunto.

Pero el tratado -en realidad un armisticio entre los regímenes y ejércitos- sólo debería ser una preocupación secundaria para nosotros. La pregunta más importante es: ¿cómo será el nuevo mundo árabe?, ¿será la transición a la democracia relativamente suave y pacífica, o no? ¿Realmente sucederá? ¿O podría significar la posibilidad de que emerja una región islámica más radical? ¿Podemos tener alguna influencia en el curso de los acontecimientos?

Por supuesto ninguno de los actuales movimientos árabes está interesado en que Israel se involucre. Sería un abrazo de oso. Casi todos los árabes ven en la actualidad a Israel como un Estado colonial, un Estado enemigo de los árabes que oprime a los palestinos y se obstina en desposeer a los árabes tanto como sea posible, aunque en mi opinión también existe una admiración silenciosa hacia Israel por los logros tecnológicos y en otros terrenos.

Pero cuando pueblos enteros se levantan y emerge una revolución desafiando todas las actitudes arraigadas, existe la posibilidad de un cambio de las viejas ideas. Si los líderes políticos e intelectuales israelíes salieran a declarar hoy abiertamente su solidaridad con las masas árabes en su lucha por la libertad, la justicia y la dignidad, se podría plantar una semilla que daría sus frutos en los próximos años.

Por supuesto estas declaraciones realmente deben venir del corazón. Como táctica política superficial sería justamente despreciada. Deberán ir acompañadas de un cambio profundo de nuestra actitud hacia el pueblo palestino. Es por eso que la paz con los palestinos ahora, al mismo tiempo, es una necesidad vital para Israel.

Nuestro futuro no está con Europa o América. Nuestro futuro está en esta región, a la que pertenece nuestro Estado, para bien o para mal. No se trata sólo de un cambio de nuestras políticas, también nuestra perspectiva básica de orientación geográfica debe cambiar. Debemos entender que no somos una cabeza de puente de algún lugar lejano y sí parte de una región a la que ahora -por fin- debemos unirnos en una marcha de semejantes hacia la libertad.

El despertar árabe no es una cuestión de meses o pocos años. Bien puede ser una lucha prolongada, con muchos fracasos y derrotas, pero el genio no volverá a la botella. Las imágenes de los 18 días en la plaza Tahrir se mantendrán vivas en los corazones de toda una nueva generación desde Marakksh hasta Mosul y cualquier nueva dictadura que emerja aquí o allá no será capaz de borrarlas. En mis sueños más dulces no podría imaginar un curso más sabio y más atractivo para nosotros los israelíes, que el de unirnos a esta marcha en cuerpo y espíritu.

Nota de la traductora:

(1) Frase acuñada por el autor en otro artículo al referirse a una declaración de Ehud Barak de la que se desprendía que los israelíes estaban «rodeados de fieras salvajes dispuestas a devorarlos».

 

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1298070207/