Vivimos en un país que acostumbra a utilizar las elecciones municipales para enviar mensajes a las élites conservadoras. Con sus enormes distancias, el 12 de abril de 1931 y el 24 de mayo de 2015 serán recordados por ello. Pero también se ponen sobre la mesa envites que tienen que ver con la (renovada) forma […]
Vivimos en un país que acostumbra a utilizar las elecciones municipales para enviar mensajes a las élites conservadoras. Con sus enormes distancias, el 12 de abril de 1931 y el 24 de mayo de 2015 serán recordados por ello. Pero también se ponen sobre la mesa envites que tienen que ver con la (renovada) forma de hacer política. No se repiten tal cual los debates de antaño, claro está, pero sí me atrevo a señalar que hay discursos que vuelven y encrucijadas que nunca se darán por vencidas. Unidad, confluencia o la multiplicación de otras sociedades eran demandadas por republicanos, marxistas de diferente signo y anarquistas, amén de quienes enarbolaban también banderas nacionalistas.
Hoy este país es bastante más complejo y son diversos los frentes que se señalan en este tiempo de transición. Consecuencia natural de sociedades que fomentan identidades más líquidas, donde priman vitalmente los relatos a corto plazo, la movilidad real o virtual. Es una constante, así como las precariedades que desordenan vidas y serenidades mentales. Pero también, destaco, es resultado de la existencia de una verdadera revolución neoliberal que ha constitucionalizado los derechos de los ricos y exportado hacia los mercados financieros la capacidad de decisión y de maniobra de las instituciones públicas. A lo que habría que añadir un largo ciclo de movilizaciones, siendo el 15M su hito más significativo, que ha hecho del protagonismo social una seña de identidad de las nuevas formas de hacer política.
Sin embargo, con todos los matices y distancias, ahí vuelve a estar un debate, actualizado y reinterpretado, insisto, sobre qué hacer y cómo articular el descontento social, mayúsculo y mayoritario. El 24 de mayo ha resuelto la primera de las grandes disyuntivas: ¿la (nueva) política es cuestión de procesos o de métodos (tecnocráticos)? Podemos se inclinaría a señalar las bondades de la segunda opción: énfasis en discursos que apelan al sentido común y a la puesta de largo de otra transición frente a la corrupción de la ‘casta’, esferas de participación fundamentalmente virtuales. El objetivo era, y sigue siendo, alcanzar un poder electoral en las próximas generales. Otra cosa será, claro está, el poder político, la capacidad real de cambio. Y jugó, acertadamente pienso, las potencialidades de los medios de masa para romper viejos esquemas que no suscitaban adhesión entre la tribu descontenta. El método se apoyó, fundamentalmente, en la llamada «hipótesis populista». Recuerda el método, pues de aquellas tierras viene, a los inicios del peronismo argentino, el cual se apoyaba en la idea de la Tercera Posición (no somos ni soviéticos, ni yanquis) y de Comunidad Organizada, pueblo distribuido en asociaciones que habría de articular un nuevo Estado, más social y valedor de la clase trabajadora, pero de clara voluntad verticalista. Recuerda, pero nuevamente hay distancias. La presencia de internet y el bagaje auto-organizativo del 15M, más esos medios y esos discursos cimentados en conectar de forma ambigua diferentes descontentos, dieron sus frutos. Sin embargo, la irrupción de Ciudadanos, la sucesión de ataques mediáticos y el desgaste resultante de centrar todas las expectativas en unas elecciones aún por venir, han resquebrajado los frágiles suelos electorales que llegaban a situar a Podemos como primera fuerza a batir.
El método, cuando la política se proclama emancipatoria y radicalmente democrática, sólo es válido en presencia de un proceso fuerte, creativo y constantemente deliberativo en sus horizontes estratégicos (otra cosa es la táctica, que señalara para el amor el poeta Benedetti). Y ésta es una de las lecciones que ha puesto de manifiesto el 24 de mayo, tanto en las urnas (votos), como en los propios procesos de confluencia desde la diversidad que se han vivido en Barcelona en Comú, Ahora Madrid, aparte de los diferentes Sí se puede, Ganemos o Aranzadi como plataformas o agrupaciones electorales. El debate sobre el «qué hacer» parece trasladarse hacia la idea de «candidaturas populares» con el objetivo de confluir. Pero, ¿qué significa «confluir» para los diferentes sujetos? Aquí, de nuevo, se restaura la vieja idea de lo uno, de raigambre marxista-leninista: marchar separados, pero golpear juntos.
Los actuales dirigentes de Podemos apuntan a que este puño unitario (electoralista) es la solución y ya tiene nombre: el suyo, al que se podrían incorporar siglas que sirvieran para territorializar el método. Pero las nuevas corrientes municipalistas comenzarán a interpretar y a poner sobre la mesa sus consideraciones sobre «la confluencia», tan pronto le tomen algo el pulso a las instituciones. Algunas y algunas se situarán en el otro extremo del método unitario, y volverán a retomar aquella idea de «la nube de mosquitos», que popularizara Naomi Klein a propósito de las cumbres «antiglobalización» de inicios de siglo. Ciertas reminiscencias libertarias, como también corrientes más autónomas en lo que toca a organizarse socialmente estarán felices con esta idea. Para los sectores «exitosos» en las candidaturas abiertas o de unidad popular, la idea zapatista de «los rebeldes se buscan» será un buen arranque para el proceso, más bien una continuación de lo vivido en las municipales. Claro está, habrá que discutir el propio método del proceso, pero que la política es un proceso y que esta nueva política nace desde abajo no podrá discutirse. Porque así lo han hecho estas candidaturas municipalistas emergentes, que han concitado el apoyo de Podemos, pero también le obligan a repensar sus formas de caminar.
Así lo ha llegado a decir el propio Juan Carlos Monedero en su salida de los círculos directivos, en línea de lo que ya escribiera hace unos años: «Calzar a la fuerza zapatillas, como los príncipes caprichosos de los cuentos, hace sangrar los pies de las candidatas». Ada Colau lo tiene claro: «La ciudadanía ha ido por delante de las instituciones en la defensa de los derechos… Y ese ciclo no está agotado». La apuesta de Guanyem en sus inicios, así como la primera actividad pública de la alcaldesa como activista frente a una amenaza de desahucio, corroboran esa idea de la necesidad de procesos desde abajo. Algo que parece estar también en la base del manifiesto ‘Abrimos Podemos’, al apelar a que el partido sea referente de «la gente común haciendo política». Y más escorados hacia la idea de crear sociedad al margen de las instituciones también tendremos propuestas que se salen de la dimensión electoral y que encontrarán apoyo en la idea de radicalizar la democracia dentro y fuera de las instituciones municipales. Me refiero aquí a proyectos de matriz anarquista como Construyendo Pueblo Fuerte. Pero también a corrientes municipalistas que no ven la posibilidad de un proceso electoral separado de procesos sociales que lo respalden. No es cuestión de electores, es cuestión de tener o no empuje social con el que plantear otros mundos y rechazar las embestidas mediáticas, financieras y amordazantes de las élites conservadoras.
De lo anterior me atrevo a colegir que, superada la idea fugaz de la política como «método tecnocrático», se retoma la senda de la política (emancipatoria) como articulación de procesos de descontento. Y en esta nueva era, donde la hipersensibilidad frente al poder y el protagonismo social (democracias de alta intensidad, diría Boaventura de Sousa Santos) son elementos clave. La confluencia ha de entenderse desde la multiplicidad, que no multitud difusa. Y desde el reconocimiento de que la multiplicación de esferas de participación social y política es la antesala (no el brazo ejecutor) de la posibilidad de impulsar cambios políticos reales. Podrá ser Podemos más «algo», podrá ser un paraguas de nuevo cuño, podrán ser varios espacios que tejen una red de confluencias, pero dudo que sea algo realmente relevante (electoralmente, al menos) si no consigue crecer desde la idea de un gobierno de muchos y de muchas, desde una politización de necesidades sentidas acuciantemente por la población y desde el desapego hacia métodos autoritarios que funcionan según las directrices de un club privado.
Cuestión de proceso, efectivamente. Rimas rebeldes: poesía social. Blas de Otero viene al caso con respecto a los adalides de los métodos absolutistas: «No sigáis siendo bestias disfrazadas de ansia de Dios. Con ser hombres os basta». Hombres que han visto como muchas mujeres están más cerca de los horizontes de cambio de la nueva política, que exige más capacidad de inclusión desde la diversidad, desde los múltiples abajo. En el «gobierno de las muchas» andamos. Hacia dicho gobierno deberíamos seguir construyendo.
Más información: Encuentro sobre Municipalismo transformador en Córdoba, 18 y 19 de septiembre: https://www.facebook.com/
Ángel Calle Collado, profesor en la Universidad de Córdoba e integrante de Ganemos Córdoba