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El gueto palestino: ¿hacia el final del sionismo?

Fuentes: www.info-palestine.net

Traducido por S. Seguí

A pesar de su aplastante victoria, es preciso ahora definir el peligro mortal que amenaza a Israel en el atolladero de la paz: su transformación en plataforma de ensayo moderno de un pequeño régimen militarista, hundido en un discurso colonial banal que hace definitivamente imposible una reinserción pacífica en su entorno y el reconocimiento de sus fronteras por la ONU y la UE.

El atolladero estratégico del sionismo

Es ésta la conclusión a que ha llegado Abraham Burg, ex director de la Agencia Judía y ex presidente laborista del Knesset, en su libro titulado Vencer a Hitler y en la entrevista que le realizaron en relación con esta obra, que apareció en el diario Haaretz el 11 de junio de 2007. Esta postura ha levantado una considerable polvareda, como si se tratase de una novedad. En realidad, no es la primera vez que Abraham Burg prevé que el sionismo, insensible a la mirada del mundo exterior, conduce a Israel al atolladero. A finales de agosto de 2003, un artículo de similar contenido apareció en hebreo y en inglés, y más tarde, en noviembre de 2003, le siguió una entrevista explicativa aparecida en Haaretz. Su crítica radical del sionismo había comenzado pues hace casi cinco años y probablemente antes. En Israel, este análisis se recibió como una traición, pero en cambio deberíamos considerarlo como un diagnóstico estratégico pertinente, aunque, efectivamente, difícil de asumir por los israelíes.

El malogro del Estado palestino

Solo cabe congratularse, desde la posición de los sionistas de convicción, por los éxitos incesantes que recogen, hoy, las estrategias insidiosas concebidas en el tiempo largo por el Estado israelí para llegar a conquistar toda Palestina, desde el mar hasta el Jordán. La evacuación de las colonias israelíes de Gaza, finalizada en septiembre de 2005, aparece dos años después con su verdadero significado: el paso de un régimen de ocupación y colonización a un hermético sitio. Se trata de una opción racional de agrupamiento en Cisjordania de toda la colonización. Con los palestinos encarcelados en una veintena de bantustanes limitados por el muro o por redes de autopistas que comunican los racimos de colonias de Cisjordania, aparece triunfante la representación pionera de una nación sionista dominante en toda la Palestina del Mandato británico. Una doble trampa se cierne sobre la población palestina, condenada a sufrir una doble guerra: por una parte, la guerra colonial en torno a las colonias israelíes en constante expansión en Cisjordania, Jerusalén Este y a lo largo del muro ofensivo; y por otra parte, y sobre todo, la guerra civil en Gaza y Cisjordania. Un brillante éxito estratégico.

Con Arafat en vida, no se logró que el viejo líder, encerrado en su Mukata de Ramala, desencadenara la guerra civil. Ya entonces, en Washington eran de la opinión de que la Autoridad Palestina debía dar prueba de su «candidatura al estatuto de Estado-nación» mediante el triunfo sobre los grupos resistentes. Esta concepción del asunto se ha extendido tras el envenenamiento de Yaser Arafat. La negativa alcanza ahora a Mahmud Abbas, alias Abú Mazen, coautor del documento Beilin-Abú Mazen, en vísperas del asesinato de Isaac Rabin, descartado como posible impulsor de un proceso de paz. Este fracaso total del proceso de Oslo es una de las causas del éxito de Hamás en las elecciones. El presidente elegido ha aceptado, paulatinamente, todas las humillaciones sin obtener a cambio a reanudación de las negociaciones, hasta que, por último, ha expulsado a Hamás del gobierno de coalición, preconizado en los acuerdos de La Meca, pulverizados por el rechazo estadounidense, y se ha lanzado a la represión de los grupos armados de Hamás. Derrotado en Gaza, se ha convertido en una especie de Pétain que ha reducido la Autoridad Palestina y Ramala a un estatuto similar al de Vichy. Con un Hamás mayoritario en Gaza, este territorio ha alcanzado el estatuto de gueto totalmente cercado.

Por consiguiente, Israel ha conseguido malograr completamente el Estado palestino, su destrucción antes de su nacimiento y ahora su autodestrucción.

El sumiso juicio de Europa

Que los EE UU de Clinton, y luego los de Bush, hayan apoyado cada etapa de este proceso de paz, convertido progresivamente en asesinato colectivo, resulta comprensible. La alianza descansa en una connivencia cuasi religiosa: la creencia de que Dios en persona habría entregado la tierra de Israel para siempre al pueblo judío, del mismo modo que habría dado América del Norte a los cristianos protestantes del Nuevo Mundo para así refundar la humanidad mediante la expulsión de sus primeros ocupantes.

Pero, ¿qué pensar de la aceptación por Europa de esta patológica regresión religiosa? No ha sido producto de la fatalidad. Europa tuvo que aceptar, tras las guerras de descolonización, que los imperios coloniales habían fallecido por voluntad de los pueblos. ¿Cuál es esta Europa -en la que se incluye Francia- que sin embargo renuncia a poner fin a esta pequeña guerra colonial arcaica?

Es la Europa franco-germana, paralizada so pretexto de arrepentimiento colectivo. Por su pasado nazi, Alemania no tiene vocación de actuar para moderar el extremismo israelí. La Francia heredera de Vichy o de los pieds noirs tampoco. Este pasado, sin duda infame, permite asegurar a Israel que ni la Europa mediterránea, ni la Europa judeocristiana puedan transformarse, contra el sionismo radical, en una Europa del Derecho de los Pueblos y los Derechos Humanos. El derecho-deber de injerencia -en fase naciente- que funciona, más o menos, en el caso de Darfur, se desvanece en Palestina.

Israel vencedor, pero políticamente impotente

Israel es, por consiguiente, el vencedor y sólo le queda dictar sus condiciones. Desgraciadamente, no tiene en reserva ninguna exigencia para obligar al enemigo vencido a firmar su capitulación. Tenía la obligación de exigir a los palestinos que adoptasen un régimen democrático. Pero la democracia llevó al poder a Hamás, por lo que se ha tenido que destruir la democracia palestina para destruir a Hamás, y ahora el gobierno de Olmert exige, con el apoyo euro-estadounidense, que el vencido acepte una vida política sin democracia. En buena ley -salvo si se trata de una ley colonial-, no se puede pedir a un pueblo vencido que acepte sin rebelarse una dominación militar permanente y que asuma como paz un régimen opresor; ni que acepte sin compensación todas las pérdidas sufridas: pérdida del territorio, pérdida del honor, pérdida de la democracia: en esos guetos asediados en los que casi se ha destruido toda vida económica y política, el tiempo de paz no ofrece como porvenir sino un campo de concentración.

Este éxito marca pues al sionismo integrista con el sello de la infamia, que la cultura judeocristiana, en su totalidad, deberá, más temprano que tarde, rechazar y repudiar, precisamente en memoria de las víctimas de la Shoah. Si Israel no cambia, es decir, si no renuncia a crear una relación colonial de apartheid, se convertirá en el ámbito de una experimentación tamaño natural: el prototipo imperial de un régimen neofascista urbano, local, moderno, securitario, y triunfante por la vía del panóptico electrónico y el asesinato selectivo.

Para salvar al pueblo israelí, que no merece esta mediocre suerte, es preciso mostrar cómo este sionismo fascistizante y sus partidarios en Estados Unidos y Europa sólo puede conducir a Israel a una quimera estratégica, nefasta para la paz.