Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
Un soldado norteamericano y otro soviético se encuentran en Berlín en 1945 y entran en una discusión sobre cuál de sus países es más democrático.
«¡Porque, el americano decía, yo puedo estar de pie en el medio de Times Square y gritar: el presidente Truman es un canalla, y nada me pasará!»
«¡Gran cosa, el ruso replicó, yo puedo estar de pie en el medio de la Plaza Roja y gritar: Truman es un canalla, y no me pasará nada!»
Quizás es esta historia la que ha inspirado la teoría de Natan Sharansky de que la prueba definitiva de la democracia es que una persona pueda estar de pie en la plaza de su pueblo y denunciar a su gobierno, sin que nada le pase. Cierto, pero más bien simple, diría yo. Lo suficientemente simple para atrapar la imaginación de ese otro gran pensador, George W. Bush.
Cuando los israelíes oyeron hablar la primera vez a Bush citando a Sharansky como su guía y mentor, abrieron la boca con escepticismo. ¿Sharansky? ¿Nuestro Sharansky?
Para explicar esta reacción, uno tiene que retroceder un poco. Oímos hablar por vez primera de Natan Sharansky (realmente Anatoly Shcharansky, pero el nombre fue simplificado y hebraizado cuando vino aquí) como un «disidente» en la Unión Soviética. Después de llamar la atención internacional en Moscú, fue arrestado por la KGB y sentenciado por traición, en lo que parecía un intento particularmente torpe por imponer el silencio. Cuando lo oímos, él no estaba roto en el infierno del Gulag sino que seguía siendo un luchador orgulloso para sus derechos e ideas. Una gran campaña internacional exigió su liberación.
Al final los soviéticos decidieron librarse de él y lo intercambiaron por un valioso espía soviético detenido en Estados Unidos. La fotografía de esta pequeña, pero erguida figura cruzando el puente en Berlín ha permanecido impresa en nuestros recuerdos.
Esperamos su llegada a Israel con el aliento entrecortado. Aquí estaba él, un gran y auténtico héroe, el hombre que solo y sin ayuda había derrotado al coloso soviético, un David moderno que desafió al poderoso Goliat.
Verlo en persona fue un anti-clímax. Como héroe, no era singularmente nada impresionante. Pero las apariencias engañan, ¿verdad?
En el aeropuerto, Anatoly, ahora Natan, se reunió con su esposa, otra famosa disidente. Puesto que ella ya había logrado una cierta notoriedad en Israel como fanática derechista y extremista religiosa, su conexión con el activista de los derechos humanos pareció incongruente.
La desilusión real, por lo menos para mí, empezó con el asunto de Husseini. Alguna buena alma dispuso una reunión entre el gran disidente y Faisal Husseini, el líder de la comunidad árabe en Jerusalén Este, un luchador por los derechos humanos palestinos y un verdadero humanista. Sharansky estaba de acuerdo, pero en el último momento se retractó y afirmó que él no sabía que Husseini pertenecía a la OLP. (Qué es algo así como no saber que Bush es norteamericano.)
Escribí, en su momento, un artículo sobre él bajo el título de «Shafansky». «Shafan» es en hebreo conejo, el símbolo de la cobardía.
Desde aquel momento, el gran luchador de los derechos humanos se convirtió gradualmente en un activista inflexible contra los derechos humanos (y cualquier otros) de los palestinos en los territorios ocupados.
Primero estableció un partido de inmigrantes de la anterior Unión Soviética, logrando un respetable resultado en las elecciones y se unió a una coalición liderada por el Partido Laborista. Pero después de un tiempo su partido empezó a caerse en pedazos. Intentó salvarlo dimitiendo del gobierno de Ehud Barak, con el pretexto de que había hecho demasiadas concesiones a los palestinos sobre Jerusalén.
Finalmente, en una admisión de quiebra política, se unió al Likud. Ahora él es un miembro bastante insignificante del gobierno y se llama grandilocuentemente a sí mismo «Ministro para Jerusalén», pero realmente ejerce como un Ministro sin Cartera que ha sido puesto, pro forma, al cargo de los asuntos de Jerusalén.
Mientras tanto, ha sufrido algún disgusto. Otro inmigrante famoso de Rusia publicó un libro sumamente crítico con él alegando que nunca fue un disidente prominente, sino que su importancia había sido deliberadamente inflada por la KGB para intercambiarlo por su agente, realmente importante, que estaba en una prisión norteamericana. También, el libro insinúa que su papel detrás de las rejas fue considerablemente menos poético y heroico de lo que anunció.
Sharansky puso una demanda por libelo y la ganó, pero sólo después de la indignidad de oír algunos otros anteriores prominentes disidentes testificar contra él.
A lo largo de los años, Sharansky; en la línea de muchos inmigrantes «rusos», fue derivando hacía la extrema derecha. Ya como Ministro de la Vivienda, amplió sistemáticamente los asentamientos en territorio árabe confiscado en Cisjordania, pisoteando los derechos humanos y nacionales de los palestinos. Ahora pertenece al Likud «rebelde», el grupo de extrema derecha que está intentando minar el plan de «desconexión» de Ariel Sharon e impedir el desmantelamiento de asentamientos.
Desde hace años, él ha vendido de puerta en puerta la idea que la paz con los árabes es imposible hasta que sean democráticos. En Israel, esto se consideró simplemente como otro truco publicitario al servicio de la oposición del gobierno israelí a cualquier paz que signifique un fin de la ocupación. Puesto que Sharansky es totalmente ignorante de asuntos árabes y probablemente nunca ha tenido una conversación seria con un árabe, es difícil para los israelíes tomarlo en serio. Hasta donde yo sé, nadie lo hace, ni incluso entre la derecha.
Su argumento muy poco original de que «las democracias no hacen la guerra contra otras democracias» es una coartada perfecta para que los Estados Unidos ataquen Irak, Siria e Irán que, después de todo, no son democracias (mientras que dictaduras como Pakistán y Turkmenistán siguen siendo buenos amigos).
La idea de que las enseñanzas de este particular filósofo político son la estrella que guía al líder más poderoso del mundo, el comandante de la máquina militar más grande de la historia, más bien es para asustarse.