Por todo el mundo siguen aumentando los precios de los alimentos y en los países más vulnerables resultan en situaciones intolerables como hambrunas, a menudo combinadas con sequías o inundaciones, efectos perversos del cambio climático. Ante la gravedad de la crisis, caen máscaras y se vacían discursos, como la receta de los agrocombustibles y los […]
Por todo el mundo siguen aumentando los precios de los alimentos y en los países más vulnerables resultan en situaciones intolerables como hambrunas, a menudo combinadas con sequías o inundaciones, efectos perversos del cambio climático. Ante la gravedad de la crisis, caen máscaras y se vacían discursos, como la receta de los agrocombustibles y los supuestos beneficios del libre comercio y la agricultura de exportación.
Robert Zoellick, ahora como presidente del Banco Mundial, anuncia que los precios seguirán altos por varios años, y que es necesario fortalecer la «ayuda alimentaria» para gestionar la crisis. Zoellick, que pasó a este cargo luego de ser jefe de negociaciones de Estados Unidos en la Organización Mundial de Comercio, sabe de lo que habla: desde su puesto anterior hizo todo lo que pudo para romper la soberanía alimentaria de los países, en función de favorecer los intereses de las grandes trasnacionales de los agronegocios. Incluso ahora, la receta de la «ayuda alimentaria», es otra vez un apoyo encubierto a las mismas transnacionales, que tradicionalmente son quienes venden al Programa Mundial de Alimentos los granos que «caritativamente» les entregan a los hambrientos, con la condición de que ellos mismos no produzcan los alimentos que necesitan.
Los grandes ganadores de la crisis alimentaria son también actores centrales y grandes ganadores en la promoción de los agrocombustibles: las trasnacionales que acaparan el comercio nacional e internacional de cereales, las empresas semilleras, los fabricantes de agrotóxicos.
En estos dos últimos rubros son en muchos casos las mismas empresas: a nivel global, Monsanto es la principal empresa de semillas comerciales y la quinta en agrotóxicos. Bayer es la primera en agrotóxicos y la séptima en semillas, Syngenta la segunda en agrotóxicos y la tercera en semillas, Dupont la segunda en semillas y la sexta en agrotóxicos. Junto a BASF y Dow (tercera y cuarta en agrotóxicos), estas seis empresas controlan el total de las semillas transgénicas en el mundo, que casualmente es también la solución que proponen a todos los nuevos problemas (que ellas mismas han sido parte fundamental en provocar).
Junto a los que dominan más del 80 por ciento del comercio mundial de cereales: Cargill, ADM, ConAgra, Bunge, Dreyfus; todas han tenido ganancias absolutamente impúdicas, gracias a la escasez de alimentos, la promoción y subsidios a los agrocombustibles y el alza de los precios del petróleo (los agrotóxicos son petroquímicos). Un excelente informe de Grain (El negocio de matar de hambre, http://alainet.org/active/23996), da cuenta de estas ganancias: para el 2007, Cargill aumentó sus ganancias 36 por ciento; ADM, 67 por ciento; ConAgra, 30 por ciento; Bunge, 49 por ciento; Dreyfus, 77 por ciento, en el último trimestre de 2007. Monsanto obtuvo 44 por ciento más que en 2006 y Dupont-Pioneer 19 por ciento.
A esta situación se suma el hecho de que los grandes fondos de inversión especulativa -frente a la crisis financiera e inmobiliaria- trasladaron millonarias sumas de dinero a controlar los productos agrícolas en el mercado internacional o commodities. Actualmente, se estima que estos fondos controlan 60 por ciento del trigo y altos porcentajes de otros granos básicos. La mayor parte de la cosecha de soya de los próximos años, ya está comprada como «futuro». Estos alimentos se han convertido en un objeto más de especulación bursátil, cuyo precio se modifica (y aumenta) en función de los jaloneos especulativos, no de los mercados locales o las necesidades de la gente.
Pese a esta paliza global a toda la gente común, peor para los más desposeídos, las trasnacionales no se dan por satisfechas y van por más. Ahora preparan el próximo asalto, monopolizando a través de patentes, los caracteres genéticos que consideran útiles para hacer plantas resistentes a la sequía, salinidad y otros factores de estrés climático.
Los gobiernos a su servicio, como México, pretenden apagar el fuego con gasolina: en lugar de soberanía alimentaria y control campesino de las semillas e insumos, proponen transgénicos con aún más modificaciones y más riesgos, maíz transgénico para aumentar la contaminación y la dependencia, y que hasta los campesinos más pobres, con apoyos públicos, siembren agrocombustibles en lugar de comida.
– Silvia Ribeiro, investigadora del Grupo ETC.