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El hombre que quiso escribir «La Eneida» (Sobre la retirada de Pascual Maragall)

Fuentes: larepublica.es

Escribir artículos de urgencia es tan tentador como arriesgado, máxime esto último cuando uno no dispone de las claves que proporcionan los mentideros más cercanos a quien es en este caso el protagonista de la noticia. Pero lo tentador tiene en la presente ocasión un valor añadido por el atractivo literario que despliega. Cuando el […]

Escribir artículos de urgencia es tan tentador como arriesgado, máxime esto último cuando uno no dispone de las claves que proporcionan los mentideros más cercanos a quien es en este caso el protagonista de la noticia. Pero lo tentador tiene en la presente ocasión un valor añadido por el atractivo literario que despliega. Cuando el Estatuto se estaba elaborando, Maragall ambicionaba, según sus propias declaraciones, que el texto, una vez aprobado, fuese conocido en las escuelas de Cataluña. Es decir, como «La Eneida» en Roma.

Sabía, cuando fue elegido presidente, que cuantitativamente no podía igualar a Pujol en número de años al frente del Ejecutivo. La única opción que tenía para contrarrestar en el futuro al líder convergente era llevando a cabo algo realmente significativo en los cuatro años de mandato que ya van venciendo. Y ese algo fue el nuevo Estatuto.

Alto el precio para estar al frente del Gobierno, empezando por el pacto obligado con una vedette de la política como el señor Carod, lo que le dio serios disgustos. Y siguiendo por hacer frente a los socialistas más carpetovetónicos de todas las Españas.

En todo caso, modificado más o menos sustancialmente, el Estatuto salió adelante, sin que, de otro lado, despertase un gran entusiasmo electoral, a juzgar por la cifra realmente llamativa de abstención.

Y ahora el hombre que quiso ser autor de «La Eneida» anuncia que se va. Leí en más de una ocasión que Maragall y los convergentes eran una especie de Montescos y Capuletos a la catalana. Lo que sucede es que se va un Montesco y quien parece llamado a sucederle es de muy distinta estirpe. De modo que Shakespeare no va a ser la clave literaria para analizar la futura política catalana. Acaso, saldremos, literariamente, perdiendo.

No hace mucho que oí decir a Rubert de Ventós que Maragall había manifestado en público su deseo de abrazar a quien representara la política española. Un abrazo de igual a igual. Un abrazo que no se encontraría con un afán de aprisionar. Ésa podría ser la desiderata de un catalanismo político que se encontró y se sigue encontrando con demasiada incomprensión política al otro lado del Ebro.

Y ahora se va, dejando paso, según los rumores, a un catalán descendiente de andaluces. Y ahora se va sin propiciar el relevo generacional, sólo en cuestión de personas, probablemente también de distintos sectores dentro del socialismo catalán. Y ahora se va tras un plebiscito en el que la abstención fue una derrota para todos, no sólo para los que pedían el sí.

A partir de aquí, permítanme por un momento que fantasee extrapolando al resto de España lo que acaba de suceder en Cataluña. Si en las próximas elecciones municipales y autonómicas la abstención fuese llamativa, incluso escandalosa, vaticinio nada descartable con el cariz que están tomando las cosas, ¿habría retiradas y dimisiones por parte de líderes políticos que sólo saben sucederse a sí mismos y mantenerse en el cargo durante décadas como es el caso de Ibarra? ¿Sería el paso para una regeneración política marcada por un cambio generacional que ya llevó a cabo Zapatero, pero no la práctica totalidad del PSOE en la mayor parte de las comunidades autónomas? Sería algo tan deseable como saludable, aplicado también a muchos alcaldes. Y no digamos nada si también fuese abultada la cifra de votos en blanco. Con ello Saramago conseguiría lo inesperado literariamente, es decir, que, de una novela que no pasa de discreta, se derivase toda una catarata de aconteceres políticos.

Volviendo al caso que nos ocupa, se retira un político ambicioso, rayano quizás en lo megalómano, principal artífice de un nuevo Estatuto para su tierra. Tras él, si lo de Montilla se confirma, vendrá un dirigente mucho más posibilista, mucho más a ras de suelo. Literariamente, saldremos perdiendo.

Sabemos que ningún Estatuto será «La Eneida». Y nos aflige pensar que en el momento presente ni Homero ni Píndaro tienen sitio en la política.

Malos tiempos para la lírica y para la épica. Ergo, también para la política.