Traducido para Rebelión por LB.
Khalid está demasiado asustado para recorrer los 100 kilómetros que separan Homs de Damasco y preguntar a las autoridades si saben qué ha sido de sus tres hijos, desaparecidos hace 16 meses cuando las tropas gubernamentales invadieron el bastión rebelde de Baba Amr. Desde entonces no ha sabido nada de ellos e ignora si están vivos o muertos, aunque ha preguntado repetidamente sobre su paradero a las autoridades de Homs, la tercera ciudad más grande de Siria.
Khalid, un hombre corpulento de 60 años con una pelambrera blanca ensortijada que trabajaba en la construcción hasta que se lesionó la espalda, dice que no se atreve a hacer el viaje a Damasco porque «tan pronto como los soldados de los puestos de control de la carretera vean que vengo de un lugar como Baba Amr, con fama de apoyar a los rebeldes, lo más seguro es que me detengan». Explica que no puede arriesgarse a ser detenido porque tiene esposa y cuatro hijas que dependen de él. Él es el último varón que queda en su familia desde que sus hijos desaparecieron.
Siria está llena de padres que tratan de mantener vivos a sus hijos vivos, o simplemente de averiguar si ya están muertos. Es como si ambos bandos de la guerra civil compitieran para ver quién es capaz de cometer las peores atrocidades. Pocos días antes de hablar con Khalid ví en Internet la fotografía de un rozagante soldado de 23 años de edad llamado Youssef Kais Abdin, oriundo de las proximidades de la ciudad portuaria de Latakia. Jabhat al-Nusra, la terminal de Al Qaeda, lo había secuestrado una semana antes cuando servía en el noreste de Siria, cerca de la frontera iraquí. Lo siguiente que sus padres supieron de él fue una llamada telefónica realizada por gentes de al-Nusra desde el móvil de su hijo a las 4 de la madrugada para decirles que buscaran en Internet una foto de su hijo que habían subido a la red. Cuando lo hicieron, pudieron ver cuerpo decapitado de su hijo tendido en medio de un charco de sangre y con la cabeza cercenada colocada encima del tronco.
El conflicto sirio es una guerra civil aderezada con todos los horrores que se vinculan tradicionalmente a este tipo de luchas dondequiera que ocurran, lo mismo hoy en Siria que ayer en Rusia, España, Grecia, Líbano o Irak. Que la recién nombrada consejera de Seguridad Nacional estadounidense Susan Rice, David Cameron o William Hague pretendan que se trata simplemente de una lucha entre un gobierno dictatorial y un pueblo oprimido es tergiversar o malinterpretar lo que está ocurriendo sobre el terreno.
La evidencia de que ambas partes cuentan con militantes comprometidos dispuestos a luchar hasta la muerte se confirma por la estimación de unos 100.000 muertos publicada esta semana por el pro-rebelde Observatorio Sirio de Derechos Humanos, que concluye que las víctimas mortales se reparten prácticamente por igual entre los dos bandos contendientes de la guerra civil: las bajas serían de 25.000 soldados gubernamentales, 17.000 milicianos progubernamentales, 36.000 civiles y 14.000 combatientes rebeldes, aunque las dos últimas cifras en particular serían en realidad mayores.
Homs, una antigua ciudad situada en el centro de una provincia con una población de dos millones de personas, es un buen lugar para hacer balance del curso de la guerra. Fue una de las primeras escenas de actividades antigubernamentales en 2011, donde las protestas inicialmente pacíficas se convirtieron en una guerra irregular pero devastadora. La mayor parte de Homs se encuentra actualmente bajo control del ejército sirio, exceptuando algunas áreas importantes tales como la Ciudad Antigua, situada en el centro de la ciudad y controlada por los rebeldes. Unas 400.000 personas han huido de ese enclave y se han dispersado por el resto de la ciudad. Las casas que abandonan son ocupadas por combatientes de la oposición, un buen número de los cuales son yihadistas voluntarios no sirios resueltos a librar una guerra santa. «Es muy difícil hablar con los salafistas [integristas islamistas] en la ciudad vieja», dice monseñor Michel Naamán, sacerdote sirio-católico que vivía allí y que ha tratado de mediar y organizar un alto el fuego entre el Ejército Libre de Siria y las fuerzas gubernamentales.
Pero la geografía política de Homs no sólo se divide entre fuerzas favorables y contrarias al gobierno, sino que presenta también zonas grises de control incierto o disputado en las que cientos de miles de personas tratan de sobrevivir a las presiones de ambos lados. Viven en una atmósfera envenenada por un miedo de una especie que no he visto desde Bagdad en los tiempos más duros de la guerra civil sectaria de 2006-7. ¿En qué otro lugar del mundo no sólo refugiados vulnerables sino también generales del ejército rodeados de guardias armados me harían prometer no revelar sus nombres por temor a posibles represalias contra ellos y sus familias?
Homs está lleno de personas que son refugiados en su propia ciudad. Un modesto funcionario gubernamental que se identificó como Walid pero que no quiso decir a qué se dedicaba exactamente me contó cómo había visto obligado a mudarse en dos ocasiones.
«Yo vivía en al-Khalidiya cuando fui secuestrado por el Ejército Libre de Siria por haber trabajado para el gobierno», dijo. «Afortunadamente, conocía a una persona del grupo que dijo que era un buen hombre y me dejaron ir, pero el susto de mi secuestro mató a mi padre, que murió de un ataque al corazón». Munir se trasladó a otra zona de las afueras al norte de Homs llamada al-Waar que ni el gobierno ni los rebeldes tienen controlan completamente. Dijo: «Tuve que marcharme otra vez porque los rebeldes establecieron puestos de control nocturnos y preguntaban a la gente si eran sunitas o alauitas, o te pedían dinero o te quitaban el coche».
Tuve una experiencia de al-Waar, el distrito desde el que Munir tuvo que huir por segunda vez. Se trata de una gran área al norte de Homs con edificios de gran altura y un montón de alojamientos donde se hacina una población que ha aumentado a 700.000 personas desde las 150.000 de antes de la crisis. A principios de esta semana pedí ir allí a visitar un hospital militar, me concedieron el permiso y fui conducido en un coche civil por personal de seguridad. Tomamos una ruta muy tortuosa, conduciendo hacia el oeste de la ciudad y luego regresando en círculo para evitar las «zonas calientes». Terraplenes de tierra comenzaron a aparecer en las carreteras indicando que no eran seguras, incluida la carretera principal al norte de Hama. Nuestros guías consultaron con los soldados de los puestos de control – cada vez más fuertemente fortificados – si era seguro seguir adelante y finalmente llegamos a las puertas del hospital, solo para ser informados de que el jefe de la unidad no nos permitiría entrar sin autorización de la inteligencia militar.
Algunas personas en Homs huyen por encontrarse en áreas que apoyan a los rebeldes y otros lo hacen porque se sabe que trabajan para el gobierno. La mayoría simplemente quiere llegar a un lugar seguro. En Homs esto a menudo significa buscar refugio en una escuela donde el gobierno proporciona alimento, agua y lo indispensable para vivir. En una escuela (cuyo encargado también me pidió que no lo identificara) en la que había conocido a Khalid, el padre de los tres muchachos desaparecidos, hablé con Abu Nidal, que trabajó en el departamento de agua y saneamiento de Homs. También él vino de Baba Amr y abandonó aquel lugar durante dos meses durante los intensos combates de 2012, cuando el ejército sirio entró en la zona al asalto. «Volvimos y nos quedamos seis o siete meses, pero [en marzo de este año] los rebeldes regresaron, la situación era muy mala y tuvimos que irnos de nuevo.» Dijo que la zona de Baba Amr ahora está vacía y cuando pasé por allá la entrada al distrito estaba bloqueada por escombros y no se veía un alma en la carretera que se extendía al fondo.
La política del gobierno, según lo declarado por el Gobernador Ahmad Munir, no consiste en tomar por asalto las zonas de Homs que no controla a menos que se hayan agotado otras opciones. Dijo que estaba intentando resolver cada caso «sin una operación militar especial». Acababa de disponer que el ejército sirio entrara en la ciudad rebelde de Tal Kalaj, cerca de la frontera con el Líbano, [negociando] la rendición de 39 líderes locales de la FSA. No tenía esperanzas de que lo mismo sucediera en la Ciudad Vieja , porque «hay un montón de bandas y nadie con quien negociar». La toma de la fortaleza rebelde de Qusayr a principios de este mes puede que haya reforzado la decisión de otras comunidades de evitar una destrucción similar.
Las frágiles treguas locales no resuelven la crisis de Siria, pero sí evitan que una gran cantidad de personas sean asesinadas, encarceladas o expulsadas de sus hogares. El hecho de que los habitantes de Homs se hayan habituado a vivir en un constante estado de terror no alivia en absoluto su sufrimiento. «Debe de ser muy peligroso ser un joven en edad militar aquí en Siria», le dije a un grupo de refugiados en Homs, lo que provocó que se rieran secamente y respondieran: «No, estás equivocado. También matan a hombres de 60 y 70 años». Les pregunté si esperaban que las cosas mejoraran y sacudieron la cabeza tristemente.
Cuando los 11 miembros del grupo llamado «Amigos de Siria», que comprende a EEUU, Reino Unido, Francia, Arabia Saudita, Qatar y Turquía, se reunieron la semana pasada en Qatar y se comprometieron a enviar más armas y equipos a los rebeldes, lo que en realidad decidieron es atizar la guerra civil en Homs y en el resto de Siria. Pretender que esto no es una guerra civil o apoyar al bando rebelde como si fuera el único representante del pueblo sirio va en contra de los hechos demostrables. Al oeste de Homs, en la ciudad portuaria mediterránea de Tartus, hay una larga pared con las fotos de muchos de los 2.000 jóvenes de la ciudad que en los últimos dos años han muerto combatiendo como soldados en las filas gubernamentales. El Estado sirio, que controla la mayor parte del país, no va a implosionar sólo porque los rebeldes reciban nuevos suministros de dinero y armas.
En cuanto a Khalid y su búsqueda desesperada de sus tres hijos desaparecidos, dice: «Ojalá que el Ejército Sirio Libre y el gobierno dejen en paz a la gente normal y se decidan a pelear entre sí».