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Sobre los incidentes de Al-Aqsa

El huevo de la serpiente

Fuentes: Rebelión

El pasado domingo, 4 de octubre de 2009, se registraron nuevos enfrentamientos entre palestinos y policías israelíes en las inmediaciones de la Explanada de las Mezquitas de Al-Aqsa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Los agentes israelíes cerraron los accesos a los santuarios musulmanes y detuvieron a varias personas, entre ellas a Hatim Abdul Quader, […]

El pasado domingo, 4 de octubre de 2009, se registraron nuevos enfrentamientos entre palestinos y policías israelíes en las inmediaciones de la Explanada de las Mezquitas de Al-Aqsa, en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Los agentes israelíes cerraron los accesos a los santuarios musulmanes y detuvieron a varias personas, entre ellas a Hatim Abdul Quader, ex ministro de la Autoridad Nacional Palestina para Asuntos de Jerusalén, y a Sheik Kamel Khatib, líder del Movimiento Islámico. Según la agencia de noticias palestina Maan, los incidentes comenzaron cuando un grupo de judíos ultraortodoxos se concentró en una de las puertas de acceso a la Explanada con la intención de entrar en el recinto. Estos sucesos se producen justo una semana después de otro intento ultraortodoxo de penetrar en este lugar santo del Islam (aunque el Gobierno de Israel intoxicó inicialmente la información afirmando que se trataba de turistas), que se saldó con más de 30 heridos.

La Explanada de las Mezquitas -Haram al-Sharif o Noble Santuario para los musulmanes- es uno de los puntos calientes de la ocupación de Palestina. La zona es escenario de frecuentes estallidos de violencia. El más importante fue la Segunda Intifada o Intifada de Al-Aqsa, tras la provocadora visita realizada en septiembre de 2000 por Ariel Sharon. Pero no hay que olvidar los 18 muertos palestinos en 1990 tras otra escaramuza ortodoxa o los altercados de febrero de 2007 por unas excavaciones arqueológicas del Gobierno de Israel.

Esta violencia reiterada demuestra la gravedad de la ocupación ilegal de Jerusalén Este, sector en el que se encuentra la Ciudad Vieja y que pertenece en su totalidad a Palestina según las resoluciones de las Naciones Unidas. A pesar de ello, Israel ha asentado allí a más de 200.000 judíos y ha declarado a la ciudad su capital «eterna e indivisible».

Pero sobre todo, la violencia en torno a la Explanada de las Mezquitas pone de manifiesto la situación esquizofrénica de un Israel que trata de conjugar una supuesta vocación democrática con la existencia de una comunidad ultraortodoxa nacionalista y religiosa que ya supone el 15% de la población. De hecho, la chispa de la mayoría de incidentes en Al-Aqsa ha sido encendida por grupos de este tipo.

Los causantes de los últimos choques -la secta radical Los Fieles del Templo- son un buen ejemplo de cómo operan estos grupos, de la condescendencia hacia ellos -cuando no abierta complicidad- del Gobierno de Israel y de su creciente peso en la sociedad judía.

El objetivo de los Fieles del Templo es destruir el complejo de la Explanada de las Mezquitas para edificar sobre sus ruinas el Tercer Templo de Jerusalén. Los santuarios musulmanes -la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al-Aqsa- fueron levantados en el siglo VII sobre los restos del Segundo Templo de Jerusalén, arrasado por los romanos tras la revuelta judía del siglo I. De hecho, el Muro de las Lamentaciones, único vestigio del desaparecido Templo, es ahora un contrafuerte de la Explanada.

Se equivoca quien piense que esta secta es un grupo de iluminados fácilmente controlables a los que no hay que prestar demasiada atención. Como señala Rafael Dezcallar, miembro de la Embajada de España en Israel entre 1989 y 1992, «el fanatismo judío no es diferente de otros fanatismos, pero es inquietante esta tendencia suya a aliarse con la tecnología más avanzada». El propio Dezcallar explica en su imprescindible Tierra de Israel, Tierra Palestina. Viajes entre el desierto y el mar (Alianza Ensayo, 2003) que en sus intentos de volar las mezquitas, los Fieles del Templo han levantado planes topográficos y han fotografiado el lugar con rayos X desde helicópteros para localizar el mejor punto donde colocar los explosivos. Asimismo, como la ley judía impone que se debe sacrificar un buey rojo para consagrar y purificar un eventual nuevo Templo de Jerusalén, la secta tiene un registro informático de todos los animales de estas características que existen en el mundo a fin de poder disponer de uno de ellos en cuanto puedan por fin construir el Tercer Templo.

Las acciones cada vez más osadas de los Fieles del Templo constatan la derechización de la sociedad israelí, donde ganan terreno los movimientos fundamentalistas de corte religioso y nacionalista (la otra cara de esta misma moneda son los movimientos extremistas de origen ruso, liderados por el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman, y su partido nacionalista radical y xenófobo -aunque laico- Ysrael Beytenu o «Israel Nuestra Casa»). Frente a ellos, el sector progresista está en retirada, arrinconado y en constante disminución. «La izquierda cada vez es más débil», afirma Zahi Nasser, reverendo jefe de la Iglesia Anglicana en Israel y de etnia árabe, en una entrevista con este periodista mantenida en su despacho de la Iglesia de Cristo en Nazaret en julio de 2009. «Hace unos años podía haber motivos para el optimismo, pero ahora no veo solución. Hablo con amigos judíos de izquierda, instruidos, con una sólida educación, y ni siquiera estaban de acuerdo con lo que estaba haciendo Isaac Rabín [en referencia a los Acuerdos de Oslo]».

Efectivamente, los compromisos entre palestinos e israelíes alcanzados en la capital noruega y el asesinato del primer ministro Rabín en 1995 supusieron el abandono por parte de los israelíes progresistas y moderados del objetivo de la paz y el auge de la derecha fundamentalista religiosa y/o nacionalista. Israel se sumergió de nuevo en su síndrome de seguridad/inseguridad (Síndrome de Masada, como lo califica el ex primer ministro de Asuntos Exteriores, el laborista Shlomo Ben Ami, en referencia a la fortaleza judía asediada por los romanos en el siglo I). El país se abrazó a halcones como Ariel Sharon, Benjamín Netanyahu, Ehud Olmert, Avigdor Lieberman o Tzipi Livni, mientras que laboristas como Simón Peres o Ehud Barak no dudaban en sumarse a la tendencia derechista. Incluso intelectuales progresistas como Amos Oz o Abraham Yehoshua, fundadores del movimiento Paz Ahora, defendieron la masacre contra Gaza.

Israel está ahora mismo más a la defensiva que nunca y entregado a los movimientos nacionalistas y religiosos. El proceso de paz está dinamitado, Gaza convertida en una cárcel a cielo abierto, los palestinos de Cisjordania confinados en ocho grandes ciudades-gueto y su territorio comido a dentelladas por los asentamientos y el muro (los colonos israelíes ya superan el medio millón), cerca de cinco millones de palestinos refugiados y/o exiliados en una situación cronificada y millón y medio de árabes israelíes que sufren una discriminación jurídica y fáctica…

El actual Gobierno de Israel oscila entre el nacionalismo de Lieberman y su objetivo declarado de expulsar a los árabes y los partidos ultraortodoxos religiosos que se han hecho, entre otros, con el Ministerio de la Vivienda, fundamental para la política de asentamientos. Los militantes religiosos cada vez son más numerosos, visibles y activos. Jerusalén, la ciudad santa, ya está prácticamente en sus manos. Los siguientes objetivos son las modernas y laicas Tel Aviv o Haifa, donde apenas había algunos reductos hace unas décadas. Ahora es habitual encontrárselos en el paseo marítimo de Tel Aviv, con sus gruesas levitas de paño y sombreros de fieltro contrastando intensamente con los jóvenes surfistas bronceados por el sol o las chicas sentadas en las terrazas y vestidas a la última moda.

Los privilegios dudosamente democráticos que los ultraortodoxos han obtenido a lo largo de los años demuestran su poder: beneficios fiscales, exención del servicio militar (obligatorio en Israel tanto para hombres, tres años, como para mujeres, dos años), control de sus barrios en los que la policía apenas se atreve a entrar, administración de los lugares religiosos de propiedad pública, permiso para llevar armas y ejercer funciones de vigilancia y seguridad (especialmente en los asentamientos en Palestina), paralización de los servicios en Sabbath…

La situación de las mujeres ultraortodoxas es especialmente grave, sobre todo para un país que presume de ser la única democracia en la zona. Cargadas de hijos, caminan siempre unos pasos más atrás que sus maridos, cubiertas hasta los tobillos y las muñecas a pesar del calor pegajoso de Oriente Próximo. Su religión las obliga a afeitarse la cabeza una vez casadas y se cubren con pañuelos o con unas estrambóticas pelucas que uniforman sus rostros. Sólo en la cercanía se da uno cuenta de que la gran mayoría es extremadamente joven, a pesar de la gran cantidad de hijos que acarrean. Surge la sospecha, cuando no la certidumbre, de que los matrimonios con menores de edad y concertados a través de casamenteras son algo habitual. Pero ningún Gobierno se ha atrevido a realizar una investigación. Tampoco sobre la existencia de malos tratos físicos o psicológicos. Es más, se permite que los hijos de los ultraortodoxos sean educados en las yeshivas o escuelas talmúdicas, fuera del sistema público de enseñanza y sin ningún control estatal. Muy a menudo la única enseñanza que reciben es la Torah. Esto ocurre en pleno corazón de Israel. El país clama contra el fundamentalismo integrista de Hamás mientras que en el centro de Jerusalén las mujeres ultraortodoxas se ven obligadas a sentarse en la parte posterior de autobuses segregados -hombres adelante, mujeres atrás. Por cierto, líneas de autobuses públicos, financiados con dinero estatal procedentes de los impuestos de todos los israelíes.

El futuro es sombrío. Las perspectivas demográficas favorecen a los ultraortodoxos, con familias de ocho, nueve y diez hijos. También a los nacionalistas de origen rusos: decenas de miles recalan en el país cada año. Los partidos que hasta el momento son mayoritarios -Likud, laboristas, Kadima- prefieren plegarse a sus condiciones antes que hacerles frente. La izquierda continúa su proceso de autodisolución en el magma derechista. Y no está lejos el día en el que, por simple cálculo demográfico, ultraortodoxos y nacionalistas estén en condiciones de dirigir un país que posee armamento nuclear. Los palestinos, con la clarividencia de más de 60 años de sometimiento y ocupación, son conscientes de ello. Los israelíes parecen no darse cuenta. Creen que el huevo de la serpiente que puede acabar con Israel se incuba al otro lado del muro. Tal vez se equivocan.

 

Alejandro Fierro es periodista y miembro de la Plataforma Solidaria con Palestina ([email protected])

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.