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El imperio ha creado un Frankenstein que se vuelve incontrolable

Fuentes: Rebelión

La religión islámica, una de las tres grandes religiones monoteístas, parece ser la que más ha crecido en las últimas décadas y es considerada en la actualidad la más numerosa de éstas, con un estimado de unos 1800 millones de seguidores en todo el mundo.  Como casi todas las religiones, está basada en principios de […]

La religión islámica, una de las tres grandes religiones monoteístas, parece ser la que más ha crecido en las últimas décadas y es considerada en la actualidad la más numerosa de éstas, con un estimado de unos 1800 millones de seguidores en todo el mundo. 

Como casi todas las religiones, está basada en principios de paz, justicia, convivencia y respeto al ser humano, ofreciendo a sus creyentes, a cambio de una conducta correcta durante su estancia en nuestro mundo terrenal, ascender después, a su muerte, al paraíso donde será recompensado con creces. Estos principios son igualmente válidos para los cristianos y judíos, las otras dos creencias abrahámicas, todas originarias del convulso Medio o Cercano Oriente.

Al contrario de lo que ha tratado de hacer creer cierta propaganda interesada del mundo judeo-cristiano occidental, especialmente en las últimas décadas, la islámica es una religión de paz y ese principio es el que rige entre sus seguidores. También es cierto que para algunos en las sociedades occidentales, las costumbres y hábitos religiosos y culturales practicados en países donde predomina el islamismo, parezcan atrasados o incluso intransigentes. Pero debe estar claro que normas de conductas, no por ser diferentes, deben ser consideradas necesariamente malas y que la tendencia a juzgar a los demás partiendo de patrones propios o ajenos suelen ser discriminatorios y estar basados en prejuicios establecidos.

Igualmente es cierto que el principio pacífico de estas tres grandes religiones no ha excluido que en determinados momentos históricos, hayan surgido grupos o tendencias extremistas o violentas dentro de ellas, a veces predominantes, como fue la conocida inquisición dirigida por la iglesia católica durante la Edad Media. Durante la colonización de América, por ejemplo, fue exterminada sin piedad parte de la población indígena, en el intento de cristianizarla.

Por otro lado han existido y actualmente existen, organizaciones de fanáticos, fundamentalistas, tanto cristianos como judíos y musulmanes, que actúan de forma violenta basados en principios religiosos. En el siglo pasado, los sionistas judíos crearon grupos terroristas para hacer limpieza étnica en Palestina y apoderarse de sus territorios y hasta la actualidad, el gobierno de Israel, declarado él mismo como estado confesional judío, comete acciones que trata de justificar con escrituras bíblicas, que merecerían ser juzgadas como terrorismo de estado. En el libro de Josué, del Antiguo Testamento, se pueden encontrar pasajes que en nuestro tiempo clasifican como puro terrorismo.

En los propios Estados Unidos han existido y aún existen grupos fundamentalistas cristianos que aplican la violencia. Los racistas del Ku Klux Klan, no solo predicaban la supremacía blanca, sino también defendían principios religiosos de las sectas protestantes contra católicos y judíos.

Podrían citarse otros muchos ejemplos, pero nuestro interés es más actual.

En los años ochenta del pasado siglo, el gobierno de los Estados Unidos apoyó la creación de grupos fundamentalistas islámicos armados, y la estrategia «yihadista» como es conocida ahora, surgió como fórmula para combatir la presencia soviética de Afganistán. La Agencia Central de Inteligencia, en coordinación con los servicios especiales de Pakistán, y apoyados financieramente por Arabia Saudita y otras petromonarquías del Golfo, reclutó y entrenó a miles de combatientes que formarían Al Qaeda (la base), el Frankenstein, que después se dispersaría por muchos otros países y sería el instrumento para cometer acciones terroristas como los ataques a las Torres Gemelas de New York y a sistemas de transporte público en Londres, Madrid o en otras ciudades del mundo, incluidos varios sangrientos atentados en los propios países islámicos. Miles de vidas inocentes se perdieron en estas inhumanas acciones.

Después de los ataques del fatídico 11 de septiembre del 2001, el gobierno de George W. Bush, declaró «la guerra contra el terrorismo» y contra Al Qaeda, el Frankenstein que ellos mismos habían creado. Utilizó estos hechos como pretexto para cumplir objetivos bélicos en decenas de países de todo el mundo, haciendo énfasis en una amplia campaña de propaganda para crear una histeria islamofóbica. En un discurso pronunciado el 20 de ese mismo mes, el presidente estadounidense sentenció: «Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o está con nosotros o está con el terrorismo», y afirmaría además: «debemos descubrir células terroristas en 60 o más países».

Afganistán fue el primero en la lista y desde el 2001 hasta nuestros días, allí mantienen sus tropas y la de sus socios de la OTAN, cometiendo innumerables crímenes en una guerra injusta y sin fin, de la cual solo podrán salir derrotados. Después acusó a Iraq, no solo de poseer armas de destrucción masiva, sino también de mantener vínculos con Al Qaeda, ambos argumentos demostrados falsos, pero los utilizó para ocupar y destruir, torturar y saquear el país a un costo de cientos de miles de iraquíes muertos. Sin embargo, esta guerra tampoco la ganaron, y ahora estimulan los enfrentamientos sectarios como parte de un «Plan B», que parecen querer generalizar en la región con el objetivo de crear lo que han llamado «el nuevo gran Medio Oriente».

La esencia de este plan, es barrer todo lo que no puedan controlar, para después, sobre las ruinas, tratar de construir «el nuevo sistema democrático», por ellos diseñados. No importan los costos en vidas humanas y los sufrimientos de estos pueblos. Madeleine Albright, siendo embajadora de EEUU en las Naciones Unidas, declaró en una entrevista con la CBS que «valió la pena pagar el precio de 500 mil niños iraquíes muertos como producto del bloqueo y la guerra para cambiar al régimen de Bagdad». La señorita Condoleezza Rice, siendo Secretaria de Estado, también expresó en el 2006, cuando apoyó e impulsó la guerra contra los patriotas libaneses y la destrucción y muerte que producían los bombardeos sionistas en el Líbano, y se oponía a que se aprobara una resolución de alto el fuego en el Consejo de Seguridad, que «estos eran los necesarios «birth pangs» (dolores de parto), para crear el nuevo Medio Oriente».

El gobierno estadounidense y algunos de sus aliados de la OTAN y del Consejo de Cooperación del Golfo, no tuvieron ningún escrúpulo en utilizar a «los hijos de su Frankenstein» durante los conflictos en los Balkanes y en Chechenia, y con el inicio de la mal llamada primavera árabe, los utilizaron ampliamente para derrocar el gobierno de Muammar el Gadafi en Libia. En este país los jihadistas le pagarían con el asesinato del embajador estadounidense en Bengazi, quien precisamente había servido de coordinador para la ayuda suministrada a estos grupos, hecho que según se ha dicho, provocó la no continuación de Hillary Clinton en el gobierno de Obama.

En Siria, han infiltrado, principalmente desde la frontera turca, pero también desde Líbano, Jordania e Irak, miles de estos combatientes salafistas, reclutados no importa donde, pertenecientes a las ramas de Al Qaeda ya sea en la Península Arábica, en Pakistán, en el norte de África o en Chechenia. Son fanáticos extremistas con experiencia militar, pertrechados con armamento moderno que incluye artillería y cohetería antiaérea, sofisticados sistemas de comunicación y asesorados por oficiales de tropas especiales y servicios de información occidentales. Son ellos principalmente los que están ensangrentado el país árabe con criminales atentados en Alepo, casi totalmente destruida, Damasco y otras ciudades, en una guerra que parece extenderse en el tiempo y que persigue producir, sin importar el precio, un cambio de régimen. Si no lo logran, alcanzarían al menos destruir buena parte de la economía e infraestructura como precio por oponerse a los planes imperialistas y sionistas en la región y por tener estrechas relaciones con Irán, ser aliado de Hizbulá y las fuerzas patrióticas libanesas.

Células y grupos extremistas, orientados y apoyados desde países del Consejo de Cooperación del Golfo y desde Ankara, con el aliento de algunos miembros de la OTAN, ya promueven enfrentamientos sectarios en Irak y amenazan con reiniciarlos en Líbano y extenderlos por otras zonas del Cercano Oriente y el Norte de África. En Afganistán y áreas de Pakistán, existen bases de estos grupos y organizaciones con brazos que actúan en países asiáticos, lo cual apunta hacia la extensión de una peligrosa guerra, que también puede volverse contra los intereses de sus originarios creadores e instigadores, como ya ha sucedido anteriormente.

Los hijos de Frankenstein pueden ya estar fuera de control.

 

Ernesto Gómez Abascal es periodista y escritor cubano. Ex embajador en varios países del Cercano Oriente. Acaba de concluir su último libro: «El Otoño del Imperio en el Medio Oriente», que publicará próximamente la Editora Política.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.