Son más que una fila, uno o cinco, ya no hay nada que diferencie a esos que lloriquean a borbotones por el futuro de Siria, país que, según ellos, se expone a múltiples desgracias y guerras de todo tipo: civil, sectaria, étnica, geográfica, rural-urbana, entre jóvenes y ancianos, entre el ejército organizado clásico y el […]
Son más que una fila, uno o cinco, ya no hay nada que diferencie a esos que lloriquean a borbotones por el futuro de Siria, país que, según ellos, se expone a múltiples desgracias y guerras de todo tipo: civil, sectaria, étnica, geográfica, rural-urbana, entre jóvenes y ancianos, entre el ejército organizado clásico y el ejército clasista que apoya el régimen, entre las clases pobres de ingresos limitados y otras medias o burguesas, o entre los que llaman a la intervención extranjera y los que la rechazan, los que piden la «militarización» frente a los que gritan «pacífica» y, por supuesto entre «islamistas» y «laicos», así como «conservadores» frente a «modernizadores»…
Las características del llanto, además, son diversas pues, en primer lugar, encontramos un intelectual que se ha callado durante todo el tiempo que ha durado el levantamiento para después de nueve meses romper su silencio y gritar desde Suweida [1]: «Siria, mi querido país, ¿ dónde te llevan tus ignorantes, insolentes y conspiradores hijos?» Los que adoptan tal discurso se refugian en el melodrama sin reconocerlo, teniendo mucho cuidado (aunque se ve claramente) en que no se note su deriva intensamente sentimental en ocasiones o su tono que rezuma populismo barato. Su lema es salvar a Siria del negro destino, de consecuencias desastrosas, al que la conducen fuerzas occidentales, atlánticas, otomanas y árabes con el objetivo de fragmentar el país y reproducir, de una forma más dañina si cabe, los acuerdos de Sykes-Picot [2].
Este intelectual también dice que el levantamiento es solo una fuente de problemas que, si continúa, atraerá a las grandes potencias para que aumenten las conspiraciones, lo que, eventualmente, llevará a la intervención extrajera, exponiendo a Siria a lo que se han expuesto países como Libia, Iraq o Afganistán. Si no tiene valor para decir que el levantamiento era totalmente innecesario, para poder pedir de forma difuminada que cese de inmediato, el intelectual de este tipo no llega a exigirlo, especialmente cuando se da cuenta de que su programa es demasiado simple: alejar las conspiraciones del camino que une al pueblo y al poder, refugiarse en la razón y no en la ignorancia y repeler la división entre los miembros de la sociedad. Finalmente, pide que el gobernante lleve a cabo algunas reformas políticas y administrativas que exigen los gobernados porque sobre la legitimidad de las mismas no hay discrepancias. Encontramos también a quien se considera a sí mismo como parte integrante del levantamiento, que escribe y teoriza sobre el mismo y que presenta como su portavoz. Este intelectual pone el balón en el campo del régimen exclusivamente y le carga con la responsabilidad de que Siria navegue hacia las costas de la seguridad o de que caiga en el abismo de lo desconocido. Cuando se es algo condescendiente con el poder, dicho intelectual condiciona la condescendencia a la pregunta de si «las élites gobernantes y pudientes» pueden superar la elección a la que las ha sometido el pueblo sirio. ¿Colaborarán con el pueblo, especialmente con sus jóvenes, y corregirán lo que las prácticas en materia de seguridad han corrompido durante décadas? Además, este tipo de intelectual acostumbra a escribir sobre las reformas como un muro entre la realidad y el pensamiento; es decir, entre «la realidad de la desesperación» que representan los regímenes actuales y el pensamiento del futuro al que aspiran llegar las nuevas generaciones.
No hemos leído en sus líneas muestras de consternación por estos jóvenes, ni de deprecio de su capacidad para desarrollar la política como un «arte», ni de aversión al repetido lema de «el pueblo quiere derrocar al régimen», ni de burlas ante la posibilidad de que esto acabe en programas imposibles de aplicar ni de miedo a que la situación derive en la militarización, la violencia o conflictos sectarios. Si esto lo hace después y no antes, es lógico pedirle rendir cuentas (por su condición de intelectual vanguardista y observador) por no ver en el momento oportuno y no predecir estos hechos para poder advertir de ellos. Así, es responsable en parte de las «enfermedades» que personifica hoy porque antes de ello fue incapaz, o simplemente se calló por algún motivo, de darse cuenta o de concienciar ante los peligros. Hoy ha llegado a la etapa en la que ve el desplome de las posibilidades que auguraba de que hubiera una complementación entre lo que teorizaba, lo que escribía y lo que pronunciaba, entre lo que decía y lo que dice hoy la calle y lo que hacía y hace hoy. Es lógico que sus antiguas creencias se desplomen y que recurra al lamento y la elegía o incluso al llanto ante las ruinas [3], que son, en su opinión, lo único que queda del levantamiento.
Un tercer tipo no duda que la victoria del pueblo llegará, porque la balanza entre la esperanza y el desánimo no se ha desequilibrado del todo a favor del segundo y porque se apoya en un modo de pensamiento, una consideración analítica y unas parcialidades morales entrelazados y complementarios que le conducen a un único objetivo: la caída del régimen. No está en el centro del movimiento popular, pero tampoco está en los márgenes, y así lo encontramos unas veces defendiendo las propuestas del Consejo Nacional Sirio, porque considera que representa sus ideas como también representa a amplios sectores de la oposición y del pueblo, mientras aparece en los encuentros del Comité de Coordinación u otros grupos opositores que piden que se produzca una transición por etapas o que siguen una estrategia que los aleja del Consejo Nacional Sirio. Su discurso sobre el poder es ambigua, pues no expresa una oposición radical sin margen a la interpretación, pero por otro lado, no se pone de su parte nunca en sus diversas posturas. No es necesario decir que tal peculiaridad no empaña su imagen, sino le lleva abocadamente a caer en la contradicción, siempre que nuestro amigo no caiga prisionero de las pesadillas, que son otro tipo de miedos como las catástrofes y las guerras. Entonces su propia peculiaridad se vuelve contra él. El peligro aquí es que las dinámicas de su unión con la oposición y su imagen a ojos del movimiento popular, especialmente entre los que se identifican directamente con su personalidad intelectual y política o incluso humana, se verán afectados por una cierta incertidumbre evitando que su apoyo se convierta en una carga o un lamento (como pasa en algunas manifestaciones cuando los manifestantes repiten lemas en contra de algunos opositores con nombres propios). Y no es que el silencio sea una cortina de ocultación, que bien podría serlo, sino que ello puede llevar a malos entendidos y malas interpretaciones.
El cuarto tipo se sube a la torre de marfil como han hecho muchos intelectuales traidores a lo largo de la historia que, en sus definiciones clásicas, ponne al régimen y a la oposición al mismo nivel de error y los someten a pruebas de error, llegando a conclusiones que no distinguen shabbih y el manifestante ni entre el asesino y la víctima.
Si algunas personas dicen «Dios es grande» en este o aquel barrio popular conservador después de que Al-‘Ar’ur [4] termine sus sentencias incendiarias nocturnas o si los manifestantes gritan que no tienen más ayuda que la de Dios o si piden la protección del ser divino exclusivamente, la culpa la comparten a partes iguales más o menos el régimen y la oposición. El primero porque es condescendiente con figuras como Saíd Ramadán al-Buti y la segunda porque lo es con Muhammad Riyad Shaqfa[5]. Ahora, si uno anuncia su condena de la «democracia de las lenguas cortadas» como la llama Al-‘Ar’ur, esto no basta y se pide que uno obtenga el diploma de buen comportamiento y que acuse de pecador a todo el que diga «Dios es grande» cuando oye a Al-‘Ar’ur
A este cuarto tipo solo lo completa el quinto de intelectual, que lanza la la acusación de que se está traicionando a Siria (y algunos no se cortan y van aún más lejos y hablan de una traición a la comunidad islámica) contra todo aquel que no condene de forma determinante y explícita, de forma que no quede margen para responder, discutir o cambiar de opinión, lo que se conoce como «la militarización de la revolución». Un levantamiento es una no militarización por necesidad, sentencia que consideran inapelable incluso si la mayoría de los que componen este grupo hacen declaraciones algo ambiguas y después de ponerse de acuerdo, se proponen destruirlo en la cuna: la violencia del régimen va en aumento y es cada vez más salvaje, y eso es lo que conduce a la toma de las armas por parte de los manifestantes, para defenderse a sí mismos, a su honor y a su sustento. Este es un derecho legítimo reconocido a nivel mundial de forma prácticamente unánime desde el principio de los tiempos. Lo más peligroso de esto es la posibilidad intrínseca de que se acuse al pueblo, y no el régimen, de armarse y por tanto, que algunos ciudadanos hayan recurrido a las armas no es resultado de las salvajes políticas de seguridad y militares que aplica el régimen para acabar con el levantamiento, sino que es una reacción insana, no revolucionaria y no pacífica.
El caso es que la militarización y los atrincheramientos religiosos, sectarios y étnicos son desarrollos que garantizan que se el intenso dolor se una con la cultura de la protesta, la resistencia pacífica, la movilización popular y el espíritu de unidad popular y otras peculiaridades que ha traído consigo el levantamiento sirio durante los ocho meses pasados. Sin embargo, esta discusión no es ni con uno mismo en forma de monólogo, ni espiritual sin extensión más allá del sí y el no, el blanco y el negro, el pacifismo absoluto o la militarización también absoluta, el realismo del «arte» de la política o la metafísica del «arte» la acusación de traición. Es cierto que el levantamiento no debe caer en los derroteros de la militarización, ni en las trampas del recurso a las armas vengan estas de donde vengan, pero ¿puede aplicarse la infalible regla de la analogía como una espada afilada sobre todo el que se arma sin ahondar en las causas que le han llevado a ello y cómo y cuándo y dónde? Si los representantes de estos cinco tipos estuvieran entre las gentes del régimen y sus partidarios, de algún modo, todo quedaría claro y se disiparían las dudas sin demasiado esfuerzo. Sus posturas, en este caso, serian una mera decoración encargada por el régimen que les diferencia de los impulsos a los que se entregan los partidarios del régimen generalmente, de tal manera que se ha convertido casi en un signo de distinción. Pero estos llorones se extienden por varias capas políticas, sociales, intelectuales y culturales y forman parte de la «oposición» en el sentido amplio del término. La mayoría de ellos se han expuesto a las artes de represión del régimen, ya sea la persecución, la detención, las sentencias jurídicas arbitrarias, el maltrato civil y un tipo especial de escarmiento al que se han expuesto a manos del entorno social o sectario que apoya al régimen y que los considera desertores del consenso familiar.
Estas son, por tanto variedades sirias de la antigua traición que el intelectual acostumbra a usar a lo desde tiempos inmemoriales en todas las sociedades, especialmente durante los momentos de crisis o revolución, cuando la vida se somete a la elección de una postura clara ya sea inclinarse a favor de la libertad o adherirse al despotismo. La tercera postura, incluso cuando la llaman «intermedia» para embellecerla, es a fin de cuentas ponerse en contra de la verdad, enmascarada más o menos, pero que traiciona más de lo que parece el mensaje del intelectual.
NOTAS
[1] Provincia al sur de Siria, donde se concentra la mayoría de la población drusa y que ha sufrido el menor número de muertes en todo el país.
[2] Acuerdo firmado entre Francia y Gran Bretaña en 1916 para repartirse Oriente Medio en Mandatos y zonas de influencia, separando así la unidad tradicional de la zona.
[3] En la poesía preislámica era tradicional que el poeta se parase ante las ruinas del campamento otrora ocupado por la amada.
[4] Polémico sheij que recientemente ha realizado unas declaraciones asegurando que quien no quiera una intervención extranjera merece que le corten la lengua.
[5] Líder de los Hermanos Musulmanes sirios.
Traducido por Traductores de la Revolución Siria: http://traduccionsiria.blogspot.com/2011/12/el-intelectual-sirio-y-el-levantamiento.html