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El humor y las víctimas

El juego de Borat

Fuentes: Rebelión

«El cine y la televisión yanqui crearon un formato de lo ingenioso que aventaja al de la filosofía y las ciencias sociales eurocéntricas que alimentaron a generaciones de periodistas y literatos. Con ese formato juzgamos lo ingenioso, así que difícilmente ellos reprobarán el examen.» Eugenio Perrone   Introducción: una consideración sobre los chistes étnicos Los […]

«El cine y la televisión yanqui crearon un formato de lo ingenioso que aventaja al de la filosofía y las ciencias sociales eurocéntricas que alimentaron a generaciones de periodistas y literatos. Con ese formato juzgamos lo ingenioso, así que difícilmente ellos reprobarán el examen.» Eugenio Perrone

 

Introducción: una consideración sobre los chistes étnicos

Los chistes articulados sobre idiosincrasias nacionales o regionales, como los «chistes de gallegos», por ejemplo, suelen desplegar una ingeniosidad y una percepción que generalmente los hace muy atractivos. Sus mejores atributos sobrevienen cuando alguien, e incluso una colectividad sabe reírse de sí misma, conociendo y re-conociendo rasgos no del todo ponderables. Es lo que suele pasar cuando, por ejemplo, se encuentran las primeras espadas de Inglaterra, Francia y Uruguay o las EE.UU., Rusia y Argentina. Allí el menos favorito de cualquier encuentro se sale con la suya con un rasgo inesperado, pero que suele esconder una autocrítica a menudo feroz.

Los chistes étnicos que se aprovechan de falencias ajenas, reales o presuntas, tienen en cambio, cierto tufillo discriminador o racista. Una cierta complacencia con lo propio que busca separarse, ponerse por encima de los destinatarios del chiste. A veces, sin embargo, la trama, la ocurrencia, el desenlace, es tan «genial» que uno (se) permite esa burla.

Vamos a procurar analizar el fenómeno Borat que, nos cuenta Internet, bate todas las marcas imaginables de éxito, permanencia y despliegues.

 

La invisibilidad israelí: un atributo de nacimiento ya perdido

En este mar de ignorancia en que apenas nadamos, tengo la impresión que, de todos modos, pese a todo el bloqueo informativo, el Estado de Israel ha ido perdiendo invisibilidad.

En buena medida, por su propio proceso de ensorbebecimiento y brutalización con el que ha ido tratando a la piedra en el zapato que ha tenido desde su fundación y en rigor, desde el mismo comienzo del proyecto sionista.

La del retorno a la tierra que un dios le habría gestionado al «pueblo judío» según papeles bíblicos. Una peculiar operación inmobiliaria, como la he visto alguna vez descrita.

De la que no se habla. Porque imagino que más de uno no quiere ser estampillado como antisemita. Porque probablemente tenga dudas de si realmente no lo es. Porque también es cierto que hay un antisemitismo o antijudaísmo bastante extendido. Aunque de un tiempo a esta parte todas las maquinarias mediáticas occidentales están dedicadas a persuadirnos que lo malo es islámico o árabe (y sea incluso cierto que buena parte de este lavado de cerebro provenga de usinas israelíes).

Pero pese a aquellas tareas de lavado y reescritura de la historia, si comparamos la inmunidad de que gozaba el Estado de Israel a comienzos de la segunda mitad del siglo XX, la ignorancia generalizada de entonces respecto de su implantación colonialista, que permitió que aquella inmunidad deviniera impunidad, con lo que «sabe la sociedad» hoy, vemos un cierto retroceso de la ignorancia.

Podemos establecer algunos mojones «históricos» en ese retroceso. Es incomparable el margen de maniobra de que gozaba Israel en 1956 golpeando al nasserismo por su resistencia antiimperialista o durante la Guerra de los Seis Días en 1967 que le permitió la ocupación, conquista «final» de Palestina, su segunda gran operación de «limpieza étnica». Todavía en 1982 vimos como Israel pulverizaba al Líbano [1] y «la limpieza étnica» continuaba aniquilando la resistencia armada desde los campamentos con escasa condena «de la opinión pública internacional».

Pero en 2006 y poco después, en 2008-2009, el papel abusivo, asesino, genocida de la implantación israelí se ha ido clarificando. Más y más sectores de «la sociedad global» han visto las invasiones israelíes como atropellos dedicados a regar de muerte y enfermedad, tan macerados territorios como el sur libanés o la Franja de Gaza (el tratamiento dado a Cisjordania ha sido también atroz, represivo y militar a veces, pero ha habido otra modalidad, sostenida y sistemática, de descuartizamiento y arrebato permanente de sus mejores tierras, espacio, agua…).

Un indicador de esa pérdida de invisibilidad: la operación palestina de boicot contra Israel lanzada «al mundo» en 2005, que procura repetir lo que se hiciera para doblegar el apartheid sudafricano en los ’80 está recogiendo más y más apoyo. Claro que esto del boicot es imperceptible en el Río de la Plata (algo que habla de nuestro colonialismo mental, sencillamente), pero es cada vez más pesante en Francia, España, Noruega, Canadá, Sudáfrica (la Universidad de Durban acaba de sumarse boicoteando toda actividad académica israelí) y hasta en el Reino Unido y en EE.UU. Amén de otros países africanos y árabes. Según los organizadores, las acciones de boicot ya se han desarrollado en más de 50 estados de los llamados nacionales…

 

Dónde y en qué momento se aloja Borat

Mi hipótesis es que el humor de Sacha Baron Cohen, alias Borat, tan dedicado a ridiculizar estereotipos islámicos, orientales, de tipo turco o árabe (entre otros), cumple un papel político. Ideológico-político-mediático.

Tanto en su Lecciones culturales de América para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán, el título de la película en que Baron Cohen hizo su Borat, como en su última presentación, El dictador, sus afiches nos invitan a reírnos, como si ese ejercicio mandibulario fuera apolítico, invisibilizando una estrategia de hegemonía cultural mediante el recurso de que nos identifiquemos con ella.

Claro que en Argentina eso se logra a medias; [2] destaca su éxito contundente con Borat: «en Israel por sus chistes en hebreo Pocos se dan cuenta de que el personaje del comediante británico Sacha suena casi como un israelí, suena como uno de nosotros «.

<Borat representa a un tipo extremadamente retrógrado que denigra a judíos, gitanos, homosexuales y mujeres.

Odia y tiene terror hacia los judíos (cabe decir que Cohen es judío). También tiene una actitud machista hacia las mujeres, como por ejemplo se sorprendió al saber que las mujeres pueden votar en Estados Unidos o estudiar en Inglaterra. Para él, el rango de importancia es éste: «Dios, hombre, caballo, perro, mujer, rata, y esos bichitos pequeñitos que se arrastran por el suelo » [http://es.wikipedia.org/wiki/Borat].

Mutatis mutandis, Borat suena también en otra cuerda; la de un penoso paralelo con que el corría al menos en Uruguay en tiempos de la segunda guerra mundial y en la posguerra, con el nazismo ya aplastado.

El personaje de Borat, de supuesto origen kazajo, desprecia «judíos, gitanos y homosexuales», como el nazismo. Y mujeres, como cierto Islam.

Observamos que uno de los grandes desprecios que desde Occidente ha recrudecido −hacia los musulmanes, los árabes, los persas y asiáticos occidentales− no figura en el repertorio boratiano. Por el contrario, es una figura de las víctimas la que concentra los rasgos de los victimarios; que históricamente uno asocia, por ejemplo, con lo nazi (o con un «cavernícola» islámico, que es una peculiar figura de victimario).

Algunos rasgos de la «biografía» del kazajo inventado por Baron Cohen se van desgranando en la película de Borat:

<[…] ha estado casado varias veces. Él es abierto. Su primera esposa fue Oksana Sagdiyeva, una hermanastra suya, violada y asesinada en 2006 por un oso, mientras acompañaba a su cuñado Bilo a una caminata en el bosque. Borat fue seriamente afectado por ese acontecimiento, el cual posteriormente celebró, y fue capaz de comprar a una nueva esposa de trece años […]. Borat mantiene relaciones extramaritales con: una novia, una amante, y al menos una prostituta. Él cuenta con un chico gitano llamado Vassilli que ajusta su bigote y limpia su ano.

Borat tiene 3 hijos: Bilak y Biram (cuya madre es una hermana de Borat, Natalya), de 12 años; y Hooeylewis de 13 años (su hijo favorito), así como 17 nietos.

Borat trajo a su hijo Hooeylewis, y a su esposa a Inglaterra en un intento de vender a su niño a un tal «travestí» de nombre Madonna.

De más está aclarar que su hermano, Bilo, es deficiente mental.

El desprecio con que Baron Cohen trata a los kazajos fue neutralizado pícaramente a ojos de la progresía occidental por la burla, a menudo certera, con que Borat trata a los estadounidenses, sobre todo a sus sectores más conservadores. [3]

La progresía occidental, eurocentrada, toma con facilidad distancia contra la mentalidad troglodita de tantos ciudadanos estadounidenses, del país profundo, cerril, ignorante. Ese sello de progresía los dispensa de tener que afrontar el desprecio militante con que Borat «ve» a los kazajos.

La cuestión pendiente, sin embargo, es que habría pasado con el equivalente de los chistes de Baron Cohen a costa de kazajos, hechos a costa de judíos o israelíes. Un pandemónium, sin duda. O a costa de franceses o ingleses, lo mismo sin duda.

Pero «nadie» conoce en Occidente a los kazajos (en ese sentido fue un hábil recurso de Borat encarnarse en ellos), «nadie» se asume desde lo kazajo, y ese desprecio se hace fácil…

Por cierto, existen chistes de judíos, como de gallegos, como también de vascos, de mexicanos…

Pero los chistes de judíos que circulan «libremente», como los vinculados con la yddische mamma y su sobreprotección, son las más de las veces hechos por los mismos judíos y cumplen un rasgo saludable («la risa es salud») que señalamos en la introducción; reírse de sí mismos. En algunos casos, como los que leemos a menudo en Sátira 12, son «chistes de judíos» que aluden, por ejemplo, a la enorme potencia sexual a una edad que al menos rompe los imaginarios sociales al respecto. Esos chistes, más que reírse de sí mismos, constituyen una suerte de autocomplacencia porque obviamente también están concebidos por judíos.

Los chistes de gallegos, en cambio, ocupan una zona intermedia entre el rasgo (rusticidad mental o rudeza física) presentado y la burla despiadada (que petrifica lo real mediante la generalización, falsificándola). [4]

 

Chistes montevideanos de «judíos» en los ’40

Se hacían innumerables chistes entonces, basados en la política de control de movimientos a los judíos «en Alemania». Ponían el acento en tales restricciones; los nazis apenas si aparecían, como guardias, para descubrir a los «pícaros» que procuraban burlarlas. Solían basarse en las diferencias idiomáticas y en una suerte de presunta imposibilidad fonética de judíos para, por ejemplo, pronunciar ue. Y en su lugar decir oi. Jueves, joives.

Todos esos chistes se hacían a espaldas de los judíos, entre gente despolitizada que ni siquiera había apoyado al nazismo. Reproducían los valores racistas y escamoteaban los verdaderos términos de las persecuciones (en este caso a judíos), reduciéndolo todo a si alguien podía zafar del gueto: el imaginario social de entonces no «llegaba» a los campos de concentración propiamente dichos, es decir a los campos de muerte para enorme cantidad de internados; en todo caso, guetos y campos de concentración se fusionaban con ligereza.

Con Borat, ahora en el siglo XXI, cabría preguntarle por qué su humor se ha dedicado a convertir en hazmerreír a tantos personajes islámicos, árabes o por allí cercanos, porque al ser él precisamente judío, cae de su peso que la mordacidad contra defectos de los aplastados y desplazados por el ensayo sionista o de sus primos no deja de ser una legitimación del Estado de Israel, así como «los chistes de judíos» de los ’40 eran una forma indirecta de apoyo a la «limpieza étnica» del nazismo.

Borat procura con su humor, tan despectivo, invisibilizar a los victimarios. Y ciertamente también a las víctimas. Para decirlo claramente: los kazajos de Baron Cohen son una expresión de racismo y supremacismo de quien los configura, en el mejor estilo de la soberbia hitleriana de los ’30-’40. [5]

La pregunta que uno podría hacerle a los adultos de entonces (deben quedar ya muy pocos sobrevivientes) era qué pensaban del nazismo, de las persecuciones y de sus porqués.

Muammar El Gadhafi, como todos los entorchados, no gozaba de mi simpatía. A tal punto que decliné en su momento, década del ’70, el ofrecimiento de refugio político en el estado guiado por El Libro Verde. Pero usar su imagen, tan mal asesinado, tan atrozmente maltratado, para «hacer humor» me resulta ruin. [6]

Es como que no se puede jugar con el humor luego del ultraje. Como que lo está justificando.

Con los «chistes de judíos» a los que me refiero −montevideanos de mediados del siglo XX− es probable que sus repetidores, preguntados, aduzcan ignorancia.

Pero quienes construían tales «relatos» sí sabían lo que hacían: legitimar entonces al nazismo, o albergar cierta complacencia porque «se la daban» a judíos. Como hoy entiendo que se legitima un racismo bíblico judeo-israelo-sionista con ese martillar humorístico sobre el objetivo que se machaca militarmente.


Notas
:

[1] Que provocó que incluso un ex preso político de la Argentina refugiado en Israel, abandonara su segunda patria (en rigor su tercera, porque era oriundo de Ucrania) y se refugiara en Uruguay.

[2] 14/12/2006.

[3] La trama de la película consiste en la visita de un periodista estrella kazajo a EE.UU. y con apariencia de documental se va desgranando el encuentro-desencuentro del kazajo con población de EE.UU. de muy variada índole, desde fundamentalistas protestantes, hasta progresistas y tradicionalistas. En el choque cultural, tampoco queda bien librada la idiosincrasia «yanqui».

[4] En algunos casos, este tipo de chiste ha generado su réplica como «chistes de argentinos» vs. «chistes de gallegos».

[5] Un par de citas, la primera sólo referida al mismo pueblo alemán, la segunda, en referencia a otro pueblo:

«El pueblo alemán que justamente ahora yace hecho polvo, sacrificado y pisoteado por el resto del mundo, necesita la fuerza sugestiva que brinda la confianza en sí mismo. Pero esta autoconfianza debe inculcarse desde la misma infancia. Toda su instrucción y educación debe estar dispuesta para convencerlos de que son superiores a todos los demás. […] de modo tal que cuando el joven deje la escuela no sea medio pacifista, medio demócrata o vaya a saber qué sino un verdadero alemán.» (Adolf Hitler, Mi lucha, 1925) [subrayado del autor].

«Se hace necesario que la gran nación alemana vea como su tarea principal, aniquilar a todos los polacos» (Heinrich Himmler, dirigiéndose a los comandantes de los campos de concentración, 15/3/1940).

[6] El dictador, dirigida y actuada por Sacha Baron Cohen, mayo 2012.

Luis E. Sabini Fernández es Periodista, editor, integro el equipo docente de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras, UBA. La nota ha tenido un fuerte enriquecimiento gracias a la lectura previa que me brindó Eugenio Perrone.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.