Todo está prácticamente listo para que empiece un nuevo experimento en el conflicto de Medio Oriente: un Estado que no es un Estado, al que la comunidad internacional tutelará y financiará generosamente a cambio de eficacia, seguridad, prosperidad y transparencia absolutas. Eso es lo que se pretende que sea la paupérrima Gaza a partir de […]
Todo está prácticamente listo para que empiece un nuevo experimento en el conflicto de Medio Oriente: un Estado que no es un Estado, al que la comunidad internacional tutelará y financiará generosamente a cambio de eficacia, seguridad, prosperidad y transparencia absolutas. Eso es lo que se pretende que sea la paupérrima Gaza a partir de ahora, tras cerrarse el último episodio del proceso que empezó en agosto con la evacuación de los 8.500 colonos judíos, que vivían en las 21 colonias ilegales desalojadas.
Gaza se convierte así en el laboratorio del Presidente palestino, Mahmud Abbás (Abú Mazen). Este pragmático político deberá desarrollar las cualidades de un auténtico mago para demostrar que los palestinos son capaces de tener su propio Estado. Y eso, Abú Mazen debe hacerlo arrastrando un lastre tan pesado y una situación de partida tan inadecuada que convierte el proyecto en una misión casi imposible.
Un ‘Estado’ sin espacio aéreo ni marítimo
Para Israel, cuando el último militar abandonó la franja se acabó del todo la ocupación de Gaza y, por tanto, sus obligaciones en ese territorio.
No lo ven tan claro ni expertos en derecho internacional como John Dugard -exrelator de las Naciones Unidas para Derechos Humanos- ni la propia Autoridad Nacional Palestina (ANP), ya que no es un Estado con todas sus atribuciones ni plena soberanía quien hereda la gestión de la zona.
La ANP no controlará el espacio aéreo ni el marítimo. Si se reconstruye el aeropuerto, será el Ministerio de Transportes israelí el que otorgue las autorizaciones de vuelos, y además Israel quiere mantener el control de la seguridad entre Gaza y Egipto. La ANP, como hasta ahora, gestionará los asuntos internos de los 1.300.000 de palestinos -educación, seguridad, sanidad-, pero ni siquiera tiene moneda propia. El shekel israelí es la divisa en Gaza y en Cisjordania, y es imposible diseñar una política económica en Gaza al no controlar elementos claves para ello, como las exportaciones, las importaciones y las tasas de frontera, en manos israelíes. Por otra parte, la entrada y salida de personas dependerá de Egipto e Israel.
Sin embargo, Israel pasa a considerar Gaza como un país extranjero. El Ejército israelí dejará de controlar sus fronteras, ya que el paso con Egipto será responsabilidad de los egipcios y de observadores internacionales, y el de Gaza con Israel, del ministerio del Interior israelí, como cualquier otra frontera. Sin embargo, a nivel político, Israel pretende que la ONU y la comunidad internacional certifiquen oficialmente el fin de la ocupación.
Una conexión directa entre Gaza y Cisjordania
«Si Israel no nos garantiza un pasaje seguro, Gaza se convertirá en una gran cárcel», se ha hartado de repetir en los últimos meses Mohamed Dahlán, el ministro de la ANP encargado de coordinar, a nivel civil, la salida israelí. La evacuación de Gaza ha vuelto a poner sobre la mesa un viejo proyecto de los tiempos de Oslo: una conexión entre Gaza y Cisjordania a través de territorio israelí. Un tren de alta velocidad sin estaciones intermedias y una autopista subterránea sobre la que circularía el tráfico israelí -para evitar que los palestinos puedan colarse en Israel- son las dos soluciones que se barajan para la infraestructura básica del futuro Estado palestino.
Mientras toda la atención se concentraba en la evacuación, de manera unilateral Israel ha diseñado y empezado a construir dos pasos de bienes y personas entre Gaza e Israel y 33 en Cisjordania. En este último caso, las terminales siguen fielmente el recorrido del muro, convertido de forma aún más clara, por si hacía falta, en una frontera planeada por Israel para mantener una gran parte de Cisjordania y toda Jerusalem.
La comunidad internacional, por su parte, planea aumentar aún más si cabe su ayuda económica para que Gaza -el lugar del mundo con mayor densidad de población- sea viable económicamente.
Los desafíos de los palestinos
Y en estas circunstancias es como Abú Mazen debe probar en Gaza a la comunidad internacional que los palestinos son de fiar, que los errores cometidos hasta ahora por la ANP bajo la dirección del difunto Yasser Arafat son agua pasada y que un nuevo liderazgo palestino puede garantizar la construcción de un Estado democrático como paso previo para llegar la paz.
Un caso casi inédito, en el que el pueblo ocupado debe comportarse como si hubiera acabado la ocupación mientras el ocupante controla parcelas básicas para su viabilidad como la economía y sigue inamovible en la principal parte del país, Cisjordania.
El reto es descomunal para Abú Mazen, si se tiene en cuenta el caos social que vive la violenta sociedad palestina. Además, Hamás no va a facilitar las cosas, y el Primer Ministro israelí, Ariel Sharón, no tiene la menor intención de repetir en Cisjordania la evacuación de Gaza, ni mucho menos hablar de Jerusalem o del retorno de los refugiados.
19 de septiembre