Traducido del inglés por S. Seguí
Según una leyenda hebrea, el lecho de Sodoma es un símbolo del mal.
La Biblia nos cuenta cómo Jehová decidió destruir Sodoma debido a la maldad de sus gentes (Génesis, 18.) La leyenda nos da un ejemplo de esta maldad: una cama especial destinada a los visitantes. Cuando el extranjero llegaba a Sodoma, lo echaban en esta cama. Si sobrepasaba las medidas de el lecho, le cortaban las piernas; si era de menor estatura, estiraban sus extremidades hasta ajustar su tamaño a el lecho.
En la vida política, hay más de una cama como la de Sodoma. Tanto en la derecha como en la izquierda hay personas que colocan los problemas en una cama de este tipo, y les cortan las extremidades o se las estiran hasta que la realidad se ajusta a la teoría.
A partir de los años 60, los izquierdistas doctrinarios tendían a poner cada situación en el lecho de Vietnam. Todo, tanto si se trataba de la criminal tiranía de Chile como de las amenazas estadounidenses contra Cuba, tenía que ajustarse al ejemplo vietnamita. Aplicando este modelo, era fácil decidir quiénes eran los buenos de la película y quiénes eran los malos, qué hacer y cómo resolver el problema.
Esto facilitaba las cosas. Es mucho más fácil sacar conclusiones cuando no hay que analizar las complejidades de un conflicto específico, sus antecedentes históricos y sus circunstancias locales.
EN ESTOS ÚLTIMOS TIEMPOS, se ha puesto de moda una nueva cama de Sodoma: África del Sur. En algunos círculos de la izquierda radical hay una tendencia a colocar por la fuerza cualquier conflicto en esta cama. Cada nuevo caso de maldad y opresión en el mundo se considera una nueva versión del régimen del apartheid, y se decide con arreglo a esta caracterización cómo resolver el problema y qué hacer para conseguir los fines deseados.
En realidad, la situación de África del Sur surgió en unas circunstancias históricas específicas que maduraron durante siglos. No fue un problema idéntico al de los aborígenes de Australia o al de la colonización europea en América del Norte, y tampoco al caso de Irlanda del Norte o la situación de Irak. Pero sin duda resulta fácil dar una única respuesta a todos los problemas.
Por supuesto, hay siempre una similitud superficial entre diferentes regímenes de opresión. Pero si somos incapaces de establecer las diferencias entre las diferentes enfermedades, corremos el riesgo de prescribir medicinas equivocadas y de matar al paciente con ellas.
ES LO QUE ESTÁ SUCEDIENDO aquí y ahora.
Resulta fácil colocar el conflicto palestino-israelí en el lecho sudafricana, dado que las similitudes entre los síntomas son evidentes. La ocupación israelí de los territorios palestinos dura ya 40 años, y han pasado casi 60 desde la Naqba (Catástrofe), es decir el conflicto armado de 1948 del que surgió el Estado de Israel y en el que más de la mitad del pueblo palestino perdió sus hogares y sus tierras. Las relaciones entre los colonos y los palestinos recuerdan en muchos aspectos el apartheid, e incluso en el mismo Israel los ciudadanos árabes están muy lejos de una igualdad real.
¿Qué hacer? Debemos aprender la lección de Sudáfrica en el sentido de que no se puede conseguir nada apelando a la conciencia de las personas que detentan el poder. En la minoría blanca de Sudáfrica no había una diferencia real entre la izquierda y la derecha, entre los abiertamente racistas y los liberales, que no eran sino racistas apenas camuflados; la única excepción fue un puñado de héroes blancos que se unió a la lucha por la libertad.
Por consiguiente, la redención solamente pudo venir de fuera. Y efectivamente, la opinión pública mundial contempló la injusticia del apartheid e impuso un boicoteo mundial a Sudáfrica hasta que, al final, consiguieron que la minoría blanca capitulase. El poder de un Estado sudafricano unificado pasó a manos de la mayoría negra, Nelson Mandela fue liberado de la cárcel y se convirtió en presidente, y todo ello tuvo lugar, maravilla de las maravillas, sin derramamiento de sangre.
Si esto sucedió en África del Sur, afirman los defensores del punto de vista citado, debe suceder aquí también. La idea de crear un Estado palestino junto al Estado de Israel (la solución de dos Estados) debe descartarse y el objetivo debe ser la creación de un Estado único entre del mar Mediterráneo y el río Jordán (la solución de un solo Estado) y ello debe conseguirse con el arma definitiva que se utilizó en África del Sur: el boicoteo.
He aquí cómo va a suceder: los amantes de la justicia en todo el mundo convencerán a la opinión pública mundial de que se imponga un boicoteo generalizado al Estado de Israel. El Estado israelí se colapsará y desintegrará. Entre el mar y el río surgirá un nuevo Estado único en el que israelíes y palestinos vivirán juntos en paz, como ciudadanos en pie de igualdad. Los colonos podrán permanecer donde están y no habrá problemas de fronteras; lo único que quedaría por decidir es quién será el Mandela palestino.
ESTA SEMANA asistí a una conferencia dictada por el profesor Ilan Pappe, de la Universidad de Haifa, uno de los portavoces principales de esta idea. La audiencia, que estaba compuesta por palestinos, israelíes, y activistas internacionales, tuvo lugar en Bil’in, población que se ha convertido en símbolo de resistencia a la ocupación. El profesor presentó un conjunto bien estructurado de ideas, se expresó con elocuencia y entusiasmo y estableció los siguientes principios:
No tiene sentido a oponerse sólo a la ocupación o a otras políticas específicas del gobierno israelí. El problema es la esencia misma de Israel como Estado sionista. Esta esencia es inmutable en la medida en que el Estado exista. No es posible ningún cambio desde el interior porque en Israel no existe una diferencia fundamental entre la izquierda y la derecha. Ambas son cómplices de una política cuyo objetivo real es la limpieza étnica y la expulsión de los palestinos no sólo de los territorios ocupados sino también del mismo Israel.
Por consiguiente, todo aquel que busque alcanzar una solución justa debe dirigir su acción al establecimiento de un Estado único, al que se invitará a regresar a los refugiados de 1948 y 1967. Se tratará de un Estado conjunto e igualitario, como África del Sur en la actualidad.
No tiene sentido tratar de cambiar Israel desde el interior. La salvación vendrá del exterior: un boicoteo mundial de Israel, que provoque el colapso del Estado y convenza al pueblo de Israel que no hay escapatoria a la solución del Estado único.
Todo ello sonaba lógico y convincente, y el orador obtuvo efectivamente grandes aplausos.
ESTA ESTRUCTURA TEÓRICA contiene algunos supuestos con los que solamente se puede estar de acuerdo. La izquierda sionista efectivamente se ha hundido desde hace ya algunos años, y su ausencia del debate es un hecho doloroso y peligroso. En la Knéset de hoy no existe un partido sionista efectivo que defienda seriamente la igualdad real de los ciudadanos árabes. No hay nadie capaz, hoy día, de convocar en las calles algunos centenares de miles, siquiera decenas de miles, de personas a fin de presionar al Gobierno para que acepte la propuesta de paz que propone todo el mundo árabe.
No cabe duda de que la enfermedad real no es una ocupación que dura ya 40 años. La ocupación es un síntoma de una enfermedad más profunda, relacionada con la ideología oficial del Estado. El objetivo de la limpieza étnica y el establecimiento de un Estado judío que vaya desde el mar hasta el río es deseada por muchos israelíes, y quizás tenía razón el rabino Meir Kahane cuando afirmó que se trata de un deseo compartido por todos aunque no expresado.
Pero a diferencia del profesor Pappe, estoy convencido de que es posible modificar la dirección histórica de Israel. Estoy convencido en que éste es el auténtico campo de batalla de las fuerzas pacifistas israelíes, y yo mismo he combatido en él durante décadas.
Además, estimo que hemos conseguido ya algunos logros impresionantes: el reconocimiento de la existencia del pueblo palestino es ya general, y con ello la aceptación por parte de la mayoría de los israelíes de la idea de un Estado palestino con Jerusalén como capital de ambos Estados; hemos obligado a nuestro gobierno a reconocer a la OLP, y lo obligaremos a reconocer a Hamás. Es cierto que todo esto no hubiera sucedido sin la resistencia del pueblo palestino y unas circunstancias internacionales (a veces) favorables, pero la contribución de las fuerzas pacifistas israelíes, pioneras de estas ideas, ha sido significativa.
Asimismo, ha crecido recientemente la idea, en Israel y en otros países, de que la paz solamente se conseguirá cuando lleguemos a cerrar la brecha entre las narrativas israelí y palestina, e integrar ambas en un único relato histórico que reconozca las injusticias que se han cometido y que siguen cometiéndose. Nada es más importante. (Nuestro precursor folleto Verdad contra verdad marcó el comienzo de este proceso.)
Aparentemente, se diría que hemos fracasado. No hemos conseguido obligar a nuestro Gobierno a detener la construcción del muro, ni la ampliación de los asentamientos, ni tampoco devolver a los palestinos su libertad de movimientos. En pocas palabras, no hemos conseguido poner fin a la ocupación. Por otra parte, los ciudadanos árabes de Israel no han conseguido una igualdad real. Pero, bajo la superficie, en las profundidades de la conciencia nacional, estamos teniendo éxito. La cuestión es cómo transformar este éxito escondido en un mandato político abierto. Dicho de otro modo, cómo cambiar las políticas del gobierno israelí.
LA IDEA de la solución de un sólo Estado perjudicará en gran medida este esfuerzo.
Esta solución desvía el esfuerzo de una solución que goza ahora, después de tantos años, de una base pública amplia, en favor de una solución que no tiene ninguna posibilidad de éxito.
No cabe duda de que el 99,99% de los judíos israelíes desea que el Estado de Israel exista como tal, con una consistente mayoría judía, sean cuales sean sus fronteras.
La creencia de que un boicoteo generalizado de ámbito mundial pudiera cambiar esto es una completa ilusión. Inmediatamente después de su conferencia, mi colega Adam Keller le hizo al profesor una sencilla pregunta: «El mundo en su totalidad ha impuesto un bloqueo sobre el pueblo palestino. Pero, a pesar de la terrible miseria que sufre, el pueblo palestino no ha hincado la rodilla. ¿Por qué cree usted que un boicoteo podría derrotar al pueblo israelí, mucho más fuerte económicamente, y conseguir que abandone el carácter judío del Estado? (No hubo respuesta.)
En cualquier caso, un boicoteo este tipo es absolutamente imposible. Aquí o allá, una organización podría declararlo, algunos pequeños círculos de amantes de la justicia podrían mantenerlo, pero no hay ninguna posibilidad de que las próximas décadas se cree un movimiento impulsor de un boicoteo de ámbito mundial, como el que acabó con el régimen racista de Sudáfrica. Ese régimen estaba dirigido por admiradores de los nazis. Un boicoteo del Estado judío, que se identifica con las víctimas de los nazis, es algo que no va a suceder. Bastará con recordar a la gente que la larga ruta que condujo a las cámaras de gas comenzó en 1933 con el eslogan nazi Kauft nicht bei Juden («No compren a los judíos»).
(El dato impresentable de que el Gobierno del Estado de supervivientes del Holocausto mantuviera estrechas relaciones con el Estado del apartheid no cambia en absoluto esta situación.).
He aquí el problema que plantea el lecho de Sodoma: un mismo tamaño no sirve para todos. Cuando las circunstancias son diferentes, los remedios deben ser diferentes también.
LA IDEA de la solución de un solo Estado puede resultar atractiva para los que desesperan de la lucha por el alma de Israel. Los comprendo, pero se trata de una idea peligrosa, en particular para los palestinos.
Estadísticamente, los judíos israelíes constituyen, en estos momentos, la mayoría absoluta entre el mar y el río. A ese dato, conviene añadir otro aún más importante el ingreso anual en promedio de un palestino árabe es de alrededor de 800 dólares mientras que el de un judío israelí es de 20.000 dólares, es decir 25 veces más, y la economía israelí crece año tras año. Los palestinos serían pues los bíblicos «cortadores de leña y portadores de agua»; es decir, si el imaginario Estado conjunto llegase a hacerse realidad, los judíos detentarían el poder absoluto. Y lo utilizarían, por supuesto, para consolidar su dominación e impedir el regreso de los refugiados.
Así pues, el ejemplo sudafricano se haría realidad de una manera retroactiva: en un Estado único, se llegaría efectivamente a una situación de apartheid: no solamente no se resolvería el conflicto palestino, sino que, al contrario, pasaría a una fase aún más peligrosa.
Pappe avanzó un argumento que a mí se me antoja un poquito extraño: que un Estado único ya existe en la práctica, por cuanto Israel gobierna desde el mar al río. Pero esto no es así. No hay un Estado único, ni formalmente ni en la práctica, sino un Estado ocupante de otro. Un Estado de estas características, en el que una nación dominante controla a las demás, llegará eventualmente a desintegrarse, como sucedió en la Unión Soviética y Yugoslavia.
El Estado único no llegará a hacerse realidad. No solamente los israelíes sino tampoco la mayoría de los palestinos renunciarán a su derecho a establecer un Estado nacional propio. Podrán aplaudir a este profesor israelí que propone el desmantelamiento del Estado de Israel, pero no tienen tiempo para esperar soluciones utópicas que pudieran hacerse realidad dentro de cien años. Necesitan poner fin a la ocupación y conseguir una solución al conflicto siguió ahora, en un futuro próximo.
TODOS AQUELLOS que, de corazón, desean ayudar a pueblo de la Palestina ocupada deberían procurar mantenerse alejados de la idea de un boicoteo generalizado contra Israel. Esta iniciativa echaría a todos los israelíes en manos de la extrema derecha, lo que reforzaría la creencia de esta fracción de que tienen a todo el mundo en contra, creencia que se enraíza en los años del Holocausto, cuando, en su opinión, el mundo contempló la matanza sin intervenir. Todos los niños de Israel aprenden esto en la escuela.
Un boicoteo específico contra determinadas organizaciones y empresas que contribuyen activamente a la ocupación puede sin duda contribuir á convencer al público israelí de que la ocupación no merece la pena. Un boicoteo de este tipo puede conseguir un objetivo específico, siempre que no tenga por objeto el colapso del Estado de Israel. Gush Shalom, organización a la que pertenezco, organiza desde hace ya diez el boicoteo de los productos provenientes de los asentamientos. El objetivo es aislar a los colonos y sus cómplices. Pero un boicoteo generalizado del Estado de Israel conseguiría exactamente el objetivo opuesto: aislar a los activistas pacifistas israelíes.
LA SOLUCIÓN DE LOS DOS ESTADOS era y sigue siendo la única posible. Cuando presentamos el proyecto, inmediatamente después de la guerra de 1948, sus defensores podían contarse con los dedos de dos manos, no sólo en Israel sino en todo el mundo. Ahora sin embargo existe un consenso generalizado al respecto. El camino que lleva a esta solución no es fácil, se enfrenta a muchos peligros, pero se trata de una solución realista que puede alcanzarse.
Podemos decir: de acuerdo, aceptemos la solución de los dos Estados porque es realista, pero una vez alcanzada haremos lo posible por favor de abolir los dos Estados y establecer un Estado conjunto. Me parece bien; en lo que a mí respecta, espero que con el tiempo se llegue a una federación de los dos Estados, y que las relaciones entre los dos se estrechen. También espero que se establezca una unión regional, como la Unión Europea, de la que formen parte todos los estados árabes e Israel, y quizás también Turquía e Irán.
Pero antes de nada debemos sanar la herida que todos sufrimos: el conflicto palestino-israelí. No mediante medicinas patentadas; en ningún caso mediante el lecho de Sodoma, sino con los remedios que tenemos a mano.
El capítulo 18 del libro del Génesis nos cuenta que Abraham intentó convencer al Todopoderoso de que no destruyera Sodoma: «Quizás haya cincuenta justos en la ciudad, ¿la Destruirás con todo y no Perdonarás el lugar por causa de los cincuenta justos que estén dentro de ella?»
A lo que Jehová respondió: «Si hallo en Sodoma cincuenta justos dentro de la cuidad, perdonaré todo el lugar en consideración a ellos.» Pero, Abraham se atrevió a seguir preguntando si destruiría a todos si solamente había cuarenta y cinco justos, o tal vez treinta justos, o veinte, o sólo diez. Por último, Jehová respondió que si había diez justos, no destruiría la ciudad. Desdichadamente, no había ni diez justos en Sodoma, por lo que no pudo escapar a su suerte.
Creo que en Israel ahí muchos más de diez justos. Todas los encuestas de opinión muestran que la gran mayoría de los israelíes no solamente quieren la paz, sino que están dispuestas dispuestos a pagar un precio por ella. Pero tienen miedo. Y les falta confía. Están maniatados por las creencias que adquirieron en su primera infancia. Deben liberarse de estas creencias y yo creo que es factible.
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