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El legado de Arafat

Fuentes: AlQuds Palestina

La zaga de la muerte de Yasser Arafat asume perfiles de tragedia, caracterizada por las incomprensiones, las luchas por el poder, las maniobras electoreras, incluso enfrentamientos armados entre las fuerzas revolucionarias que lesionan la lucha del pueblo palestino que, todavía se enfrenta a la más grande conspiración de la Guerra Fría. Con el voto de […]

La zaga de la muerte de Yasser Arafat asume perfiles de tragedia, caracterizada por las incomprensiones, las luchas por el poder, las maniobras electoreras, incluso enfrentamientos armados entre las fuerzas revolucionarias que lesionan la lucha del pueblo palestino que, todavía se enfrenta a la más grande conspiración de la Guerra Fría.

Con el voto de los Cuatro Grandes de entonces: Estados Unidos, Unión Soviética, Inglaterra y Francia, en 1947 las Naciones Unidas adoptaron la Resolución 181 para la partición de Palestina que abrió el camino a la constitución del Estado de Israel.

La idea de establecer en aquel territorio un estado artificial, habitado por personas que, aunque de ascendencia hebrea, habían nacido en Europa y vivido allí desde tiempos inmemoriales, fue parte de una maniobra política para cuya justificación ideológica, incluso se manipularon antecedentes bíblicos.

Si bien es históricamente cierto que los antecesores de los judíos vivieron en Palestina, también lo es que no fueron los únicos ni nunca estuvieron solos. Los mismos derechos que los judíos reclaman para si pudieran tenerlos también los egipcios, los sirios, babilonios, los persas y naturalmente los árabes.

Por otra parte, cuando cualquiera de esos pueblos habitó Palestina, no expulso a los otros. De aplicarse la lógica sionista, no habría en Europa ningún estado multinacional, no convivirían los creyentes de las diversas religiones, el Continente tendría que ser nuevamente repartido, Canadá y Estados Unidos entregado a los descendientes de los Mohicanos y los Pieles Rojas y toda América a los pueblos originarios.

El sionismo y su tesis de construir una entidad nacional propia, es resultado de la secularización del judaísmo, impulsada por elementos liberales, próximos a las posiciones de la izquierda y al socialismo europeo. No se trata de un movimiento religioso, sino de una corriente política, en cierto sentido un peculiar movimiento de liberación que intentó escapar a la discriminación, la opresión y en última instancia de la muerte que persigue a los judíos en Europa.

Hubo sionistas del siglo XIX, que desesperados por la opresión de la burguesía Europea y el desprecio de los pueblos, les daba lo mismo que el Estado hebreo se constituyera en Palestina, en Uganda o en la pampa argentina y no faltaron notables personalidades hebreas que se opusieran a la división de Palestina y abogaran por la constitución de un Estado multinacional y multiétnico.

No fue por amar a los judíos, sino para deshacerse de ellos que todos los gobiernos europeos, apoyaron entusiastamente el proyecto que 100 años atrás había elaborado Theodor Herzl.

La génesis explica las tensiones de una lucha librada a la sombra de la Guerra Fría, frente a las inconsecuencias de la izquierda tradicional, las vacilaciones de muchos estados árabes, dependientes de Estados Unidos y Gran Bretaña, la hostilidad de la comunidad hebrea internacional y naturalmente con serios problemas internos. No obstante durante más de 50 años el pueblo palestino ha luchado y resistido, forjando instrumentos organizativos y conquistando, no migajas sino importantes victorias.

El debate acerca de si una organización tiene un poco más de razón que la otra es tan legítimo como censurable el que lo diriman violentamente mediante absurdos enfrentamientos fraticidas.

Un pueblo que se ha enfrentado a tan grande conspiración, que sirvió de chivo expiatorio a la hipocresía europea que lo sacrificó para concretar un proyecto dos veces racista, a la vez anti árabe y antisemita, no puede permitirse la división que equivale a la derrota.

No discuto si Arafat hizo o no alguna concesión, lo que me interesa rescatar ahora es su legado de firmeza y unidad.

Hace años, leyendo actas del Politburó Bolchevique de los primeros tiempos de la revolución en las que se discutía acerca de la necesidad de firmar la paz por separado con Alemania, incluso de hacer concesiones territoriales para salvar la revolución, con profunda amargura, Lenin pronunció una sentencia que me todavía me suena terrible y que nunca estuve tentado a citar: «La Revolución hay que hacerla, incluso desde el lodo».