Si uno está de acuerdo o en desacuerdo (como yo) con si es correcto política y éticamente el haber atacado el canal Al-Ijbariyya, que no deja de ser un objetivo civil, sea cual sea el sucio papel securitario y mediático que han jugado y seguirán jugando algunos de sus trabajadores, el hecho ha puesto de […]
Si uno está de acuerdo o en desacuerdo (como yo) con si es correcto política y éticamente el haber atacado el canal Al-Ijbariyya, que no deja de ser un objetivo civil, sea cual sea el sucio papel securitario y mediático que han jugado y seguirán jugando algunos de sus trabajadores, el hecho ha puesto de manifiesto lo cerca que está el peligro de los círculos directos del régimen, destacando su «dominio» si se puede decir. Además este hecho ha probado que la leyenda de la «inactividad de la capital» y que supuestamente la mayoría de los damascenos se abstenían de participar en el levantamiento (que era, y sigue siendo, uno de los puntos de énfasis de las llamadas del régimen y una fuente para las bravuconadas de sus partidarios, sus «teóricos» de sus ciencias sociales) eran falsos. También es común estos días hablar de «los enfrentamientos en las inmediaciones de Damasco», una expresión que ha dejado de ser tabú para pasar a ser de uso corriente y convertirse en una realidad.
Además se ha dado un hecho importante que ha teñido de una dinámica especial al paso la entrada de Damasco en las zonas peligrosas para el régimen: Bashar al-Asad se ha visto obligado a reconocer que su régimen vive una «situación de guerra en todos los sentidos», al contrario de lo que solía decir, refiriéndose siempre a la situación como una «crisis» que había terminado, que terminaba o que terminaría. Entre los «características» de este reconocimiento está el hecho de que Al-Asad, tras quedar la cuestión de la seguridad a la cabeza de las prioridades del gobierno en su último discurso, ha situado la guerra en la primera posición. Así continúa con: «Por tanto, todas nuestras políticas irán dirigidas a ganar esta guerra». Se sabía que Damasco estaba hirviendo y que se había vuelto más peligroso que el fuego bajo las cenizas, y que los enfrentamientos que tienen lugar en los alrededores de la ciudad, y en algunos de sus barrios, lanzan ese fuego contra las brigadas de la Guardia Republicana y la mismísima Cuarta División Armada. Sugerir todo lo que significa la palabra «guerra» es el resultado de una realidad que se ha convertido en una verdad sobre el terreno aunque Bashar al-Asad agotó todas las artes demagógicas de la lengua para encubrirlo.
Por eso, las orientaciones del nuevo gobierno de Riad Hiyab parecen el anuncio de la alarma general, como si el régimen hasta ahora hubiera estado negociando con la sociedad por las buenas, y no por medio de los más atroces medios para atemorizar, detenciones, asesinatos, bloqueo de ciudades y masacres, valiéndose de todo tipo de armas sin excepción. O como si Deir Ezzor, de donde es originario el Primer Ministro, no hubiera estado, en el mismo momento, con total precisión, siendo bombardeada con la más cruel brutalidad, cayendo decenas de víctimas civiles desarmadas (más de 60 en menos de 24 horas). Para completar el absurdo de la alarma general, ya desde que se disparara brutalmente contra los manifestantes en Daraa el 18 de marzo de 2011, Ali Haidar, el ministro de lo que se llama «reconciliación nacional» se apresuró a anunciar que Al-Asad insistía en que «la decisión del nuevo gobierno sirio es llevar a cabo una reconciliación nacional completa» y que «todos los esfuerzos han de ir en pro del éxito del proyecto de reconciliación». Ello mientras Qudseya, Duma, Al-Hama, Homs y Deir Ezzor estaban bajo las bombas de los carros de combate, lo tanques y los lanzadores.
Pero la entrada de Damasco al corazón de los peligros del régimen, teniendo en cuenta que son estos peligros los que dibujarán las líneas de su desplome, no ha comenzado con las operaciones militares efímeras, como por ejemplo el ataque al edificio de Al-Ijbariyya, sino que estás han sido limitadas y más cercanas al aventurismo pasajero que hiere débilmente al régimen sin suponer su muerte. Tampoco se limita esta entrada a las campañas de la desobediencia civil, representadas por la serie de huelgas valientes de los mercados de Damasco, en protesta por la masacre de Al-Hula y después al-Qubeir, aunque es cierto que esto supuso un cambio cualitativo en Damasco, tal vez el más significativo tras la primera y temprana manifestación que presenció el mercado de Al-Hariqa el 17 de febrero de 2011, que sacó el famoso lema vanguardista de «Al pueblo sirio no se le humilla».
Además de estas consideraciones y otras, existe otra ciencia social, que es más bien una economía político-social, y que contradice «las ciencias» sociales que hacen las delicias de muchos «teóricos» del régimen, y que siempre repiten los que dicen tener gran competencia para explicar los fenómenos políticos y la historia (como el egipcio Muhammad Hussein Haykal, por ejemplo) y que generalmente se limitan a una única frase, que es tan huérfana como lisiada y tan falsa como quebrada: que el levantamiento sirio es rural y no urbano, y la prueba es que Damasco y Alepo están alejados de las manifestaciones. Al margen de las simplificaciones que carecen de miras y lógica, por ejemplo Homs, Hama, Deir Ezzor, Latakia, Daraa, Qamishle e Idleb no son pueblos, sino municipios. El haber entrado Alepo en el levantamiento y tras ella, Damasco, manda esta simplificación a los contenedores de basura de la historia.
Esa economía político-social, en su estado más básico, no solo no permite una lectura crítica de los últimos cambios en los mercados damascenos, sea cual sea su importancia, sino que también obliga a uno a caminar un paso más adelante para notar los cambios en los miembros y las estructuras, y que afectan a la relación entre el régimen y los sectores más importantes de los comerciantes, incluso si esos sectores siguen siendo aliados del régimen, o si lo dudan. Ello es así porque el programa de «cambio» relacionado con el ascenso y la sucesión hereditaria de Bashar al-Asad, especialmente cambios como los llamados «liberalización económica», «modernización de las instituciones», «lucha contra el terrorismo» y «avance de los sectores juveniles» han supuesto, necesariamente, una división en la estructura del régimen en dos grupos: los ganadores y los perdedores.
Lo polémico en esta primera cuestión es que los candidatos a perder no se encuentran al margen del poder, sino que están en el corazón del mismo o tal vez en la cima de su pirámide. El revolucionario «del cambio» no los apartó, aunque sí les provocó pérdidas. Esa situación es la de los hombres de negocios como Firas Tlass, que era uno de los gatos gordos a los que se comieron los lobos como Rami Mahlouf, dejándolo en un segundo plano o tercero (lo que le permite a uno explicar algunas de las contradicciones de estos días: un pie en el régimen, corazón con corazón como parece, y un pie con la oposición, financiando una conferencia aquí y pagando las dietas de algún opositor allá). La otra cara de esta polémica es que los que eran candidatos a ganar han ascendido desde la mitad de la pirámide o sus bases, o incluso desde los márgenes o las filas de atrás, pero los ritmos no han sido, aquí tampoco, suficientes para llegar rápidamente a las primeras filas (Ayman Yabir, Muhammad Hamsho, Fares al-Shahabi, Imad Ghriwati, Nadir Qal’i, Suleiman Ma’ruf, Nizar al-As’ad…).
La segundo cuestión es resultado del hecho de que la sucesión hereditaria de Al-Asad hijo supuso el establecimiento de un pacto mucho más sólido entre los miembros de la alianza militar y securitaria y comerciante-inversora que gobierna Siria; pero supuso también un cambio, más o menos palpable, en las condiciones del antiguo acuerdo entre los militares y los distintos sectores de la burguesía siria durante la década de los setenta y mediados de los ochenta (la familia Al-Shalah, Sa’ib Nahas, Adb al-Rahman al-Attar…). Esta burguesía, comercial e industrial principalmente, exigió más liberalismo, apertura y modernización de las leyes que garantizan la protección del capital y la seguridad de la institución inversora, y la reforma de los sistemas bancarios. Renovar tales leyes supuso una contradicción total con los intereses de decenas de oficiales que, «aburguesados», obtuvieron enormes riquezas, porque la estructura divisoria de la fuerza dentro del régimen les permitió convertir la burguesía siria en una vaca lechera, unas veces con consentimiento y otras por obligación.
La alianza entre ambos grupos ha sido armónica y hasta el levantamiento, cuando comenzaron a detenerse los negocios, no aparecieron los efectos de las sanciones europeas y estadounidenses, Fue entonces cuando los militares tuvieron que almacenar lo que tenían de efectivo y divisas, que iban disminuyendo necesariamente porque ya no crecían. A los grandes comerciantes e inversores les tocó pagar los sueldos de los shabbiha y los gastos de la represión diaria de sus fluido capital que escaseaba día tras día. La sacudida de la alianza es la puerta a la tercera cuestión porque la división en dos grupos, ganador y perdedor, llevó en primer lugar a la aparición de una profunda brecha estructural en la hegemonía de la gran coalición que se había mantenido como pilar de las ecuaciones del poder desde mediados de los setenta: la alianza militar-comercial. Que nadie entienda que la segunda parte de esta alianza es la clase de comerciantes clásicos en exclusiva, sino que incluye también a decenas de grandes responsables sirios que emprendieron y emprenden todo tipo de negocios, directamente en casos concretos y por medio de sus hijos en la mayoría de los casos (muchos son, y conocidos, los ejemplos).
Cabe señalar dos cuestiones esenciales: que esta coalición era elitista y estaba reducida a sectores muy concretos, ya sea en el interior del poder, o en el exterior, y que comenzó y aún sigue siendo indiferente a las categorizaciones sociológicas tradicionales (de clase, profesionales o sectarias) y gira principalmente en torno al eje de lo que se llama «interés de grupo» más que intereses de clase, profesionales o sectarios. Si los intereses se contradicen entre la parte militar y la parte comercial de esta coalición elitista (como sucede con fuerza actualmente desde el nacimiento del levantamiento), las líneas que sujetan la antigua alianza se vuelven incapaces de resistir mucho, y el resultado lógico es descubrir las contradicciones que afectan a estas líneas, y su paso a la desintegración y la caída previa a la lucha suicida.
Puede hacerse una pregunta, de colegio pero legítima en su marco metodológico: ¿era difícil o fácil encontrar formas dinámicas, flexibles o alejadas de las tres cuestiones anteriores -o acordes con todas ellas, vistiendo al régimen con ropas de «reformas» y cortando el camino al levantamiento, o al menos obstaculizando su gran concentración y estructura compacta para que no llegara a lanzar al lema final: el pueblo quiere derrocar al régimen? La respuesta es sencilla también y es que no era complicado ni sencillo, sino que era imposible desde el principio. Cualquier roce a esta estructura petrificada haría provocado en ella una serie de fracturas y roturas que no solo cambiaría su estructura, sino que la desintegraría y la haría explotar. Antes del levantamiento el régimen no puso atención en hacer reforma alguna, pues consideraba que el país estaba controlado y que Siria no era más que «el reino del silencio», según la expresión del experimentado opositor sirio Riad a-Turk[1]. Nadie se rebelaría en ella y nadie se atrevería a romper el bastón de la obediencia. En cuanto a las medidas «reformistas» llevadas a cabo por el régimen tras el inicio del levantamiento, son como granos de ceniza en los ojos en la práctica, pues quedó claro rápidamente que no solo eran tinta sobre papel, sino que su aplicación era algo imposible mientras los aparatos de seguridad siguieran teniendo el poder y no se eliminasen las prerrogativas absolutas de impedir viajar, detener de forma arbitraria, torturar o quitarse gente de en medio. Otra pregunta, del mismo tipo: si la revolución ha llegado a los más altos sectores de comerciantes y hombres de negocios, o al menos se han ido separando progresivamente del régimen o, por ponerlo más suave, se han pasado a las filas de la mayoría silenciosa, ¿acelerará esto la desintegración del pacto del régimen desde dentro? Tras quince meses de lucha de voluntades entre por un lado el pueblo y lo que ha acumulado y acumula de cultura de resistencia, y por otro el régimen con sus armas letales, está claro quién es el ganador y quién el perdedor. Y en la «guerra en todos los sentidos» hay límites de tiempo, y fuertes alineaciones que no aceptan el retraso. O estás aquí, de parte del pueblo, o allí, de parte del régimen, y no hay término medio para ningún sirio: tanto el revolucionario como el comerciante.
[1] Véase aquí una entrevista con el opositor comunista.
Publicado por Traducción por Siria