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El Lobby israelí y la izquierda: Preguntas incómodas

Fuentes: Left Curve

Traducido para Rebelión por Felisa Sastre

Corría 1991, Noam Chomsky acababa de terminar una conferencia en Berkeley sobre el conflicto israelí-palestino y contestaba a las preguntas del público. Un árabe-estadounidense le pidió que explicara su postura sobre la influencia del Lobby israelí de Estados Unidos.

Chomsky respondió que habitualmente su ascendiente se exageraba y que como otros grupos de presión, sólo parecía poderoso cuando su posición coincidía con las «elites» que marcaban la política en Washington. Al inicio de la velada, había asegurado que Israel recibía apoyo de Estados Unidos como recompensa a los servicios que les prestaba en su calidad de «vigilante » en Oriente Próximo.

La respuesta de Chomsky provocó una cálida ovación de la audiencia que, sin duda, se sentía complacida de tener judíos estadounidenses que absolvían a Israel de cualquier culpabilidad en la opresión de los palestinos que se encontraban entonces en el cuarto año de su primera Intifada.

Lo que resulta significativo es que las explicaciones de Chomsky sobre al apoyo político y financiero que EE.UU. ha concedido a Israel durante años sólo las comparten los que se conoce genéricamente como lobby israelí, y casi nadie más.

Bueno, no exactamente «casi nadie». Entre las excepciones se encuentra la mayoría abrumadora de las dos cámaras del Congreso, los principales medios de información y, lo que resulta igualmente significativo, prácticamente toda la izquierda estadounidense, tanto la ideológica como la idealista, incluidas las organizaciones que de manera ostensible se encuentran en la vanguardia de la lucha por los derechos de los palestinos.

El que, en esta cuestión, exista unanimidad de pensamiento entre los partidarios de Israel y la izquierda puede ayudar a explicar por qué el movimiento de apoyo a Palestina en Estados Unidos ha fracasado por completo.

La postura de Chomsky sobre el lobby ya había quedado clara mucho antes de aquella velada en Berkeley. En The Fateful Triangle, publicado en 1983, le concede poca relevancia:

Con frecuencia, esa «especial relación» se atribuye a las presiones políticas del interior, en particular a la eficacia de la comunidad judía estadounidense en la vida política y a su influencia en la opinión pública. Si bien hay algo de cierto en ello…se subestima el alcance del «apoyo a Israel» y… se sobreestima el papel de los grupos de presión política en la toma de decisiones». 1

Una año antes, el Congreso aplaudió la devastadora invasión del Líbano por Israel, y concedió millones de dólares como ayuda adicional para pagar los proyectiles que el ejército israelí había gastado. ¿Qué cantidad de esa ayuda se debía al «apoyo a Israel de los legisladores» y qué parte se debía a las presiones del lobby israelí? Es una cuestión que la izquierda debiera haber analizado en su momento pero no lo hizo. Veinte años después, el punto de vista de Chomsky, constituye todavía el «saber convencional».

En 2001, en mitad de la segunda Intifada, fue más allá, argumentando que «es impropio- particularmente en Estados Unidos- condenar las atrocidades israelíes», y que el término más correcto es hablar del «conflicto entre EE.UU./ Israel y Palestina», comparable a la misma responsabilidad de «los crímenes apoyados por Rusia en Europa del Este (y) los crímenes apoyados por Estados Unidos en Centroamérica». Para dar énfasis al asunto, escribía «los helicópteros de la Fuerzas Armadas israelíes son de fabricación estadounidense con pilotos israelíes»2.

El Prof. Stephan Zunes, a quien se podría considerar un acólito de Chomsky, no sólo eximiría de toda responsabilidad a los judíos israelíes por sus actos, sino que trataría de hacernos creer que son las víctimas.

En Tinderbox, su muy alabado (por Chomsky y otros) nuevo libro sobre Oriente Próximo, Zunes critica a los árabes por «responsabilizar a Israel, al sionismo o a las judíos de sus problemas». Según Zunes, los israelíes se han visto obligados a asumir un papel semejante al que se asignó a los miembros de los guetos judíos de Europa Oriental que prestaron servicios, especialmente la recaudación de impuestos, como intermediarios entre los señores feudales y los siervos en épocas pasadas. En efecto, escribe Zunes, «en la actualidad, la política estadounidense está de acuerdo con este anti-semitismo histórico»3. Pero cualquiera que compare el relativo poder de la comunidad judía en siglos pasados con lo que ocurre hoy en Estados Unidos encontrará absurda esa afirmación.

El poder judío ha sido, en efecto, pregonado a todos los vientos por un número de escritores judíos, entre ellos, J.J.Goldberg, editor del semanario judío Forward, que ha escrito un libro con ese mismo título4. Cualquier tentativa, no obstante, de explorar el asunto desde un punto de vista crítico, inevitablemente conduce a las acusaciones de anti-semitismo, tal como Bill y Kathy Christison han puesto de manifiesto en su artículo del 25 de enero de 2001 en Counterpunch sobre el papel desempeñado por los ultraderechistas neoconservadores judíos en la dirección de la política estadounidense en Oriente Próximo:

A cualquiera que tenga la temeridad de sugerir que existe una instigación israelí, o incluso implicación, en la planificación de la guerra de la Administración Bush se le etiqueta inevitablemente, en cualquier momento, como antisemita. El sólo hecho de susurrar la palabra «dominación», en las cercanías de la palabra «Israel», como en «la dominación estadounidense-israelí de Oriente Próximo» o » Las maniobras de Estados Unidos para asegurarse la dominación mundial y garantizar la seguridad de Israel» es suficiente para que algunos izquierdistas, que por otra parte se oponen a la Guerra en Irak, saquen a relucir acusaciones de promover los Protocols of the Elders of Zion» (Los protocolos de los sabios de Sión), la antigua invención zarista que afirmaba existía una conspiración judía para dominar el mundo5.

Presumiblemente, esto e lo que Zunes podría llamar un ejemplo del «anti-semitismo latente que ha salido a la luz con exageradas proclamas sobre el poder político y económico de los judíos6 Y que «es una ingenua suposición creer que la toma de decisiones en política exterior en Estados Unidos es lo suficientemente pluralista para que ningún lobby pueda tener tanta influencia»7

No se puede decir que sea la primera vez que los judíos se han situado en los más altos escalones del poder, como señala Benjamin Ginzberg en The Fatal Embrace: Jews and the State (El abrazo fatal: los judíos y el Estado), pero nunca se había producido una situación parecida a la actual. Así es como Ginzberg empieza su libro:

Desde los años 60, los judíos han llegado a conseguir una considerable influencia en la vida económica, cultural, intelectual y política de Estados Unidos. Los judíos han desempeñado un papel primordial en el mundo financiero estadounidense durante los años 80, y se encuentran entre los principales beneficiarios de las fusiones y reorganizaciones empresariales de esa década. En la actualidad, aunque la población judía escasamente llega al 2% del total nacional, cerca de la mitad de los millonarios del país son judíos. Los principales directivos ejecutivos de las tres principales cadenas de televisión y de los cuatro mayores estudios cinematográficos son judíos, así como los propietarios de los principales cadenas de periódicos y del más influyente diario, el New York Times8

El párrafo anterior fue escrito en 1993. Hoy, diez años después, judíos estadounidenses, fervientes partidarios de Israel ocupan posiciones de influencia sin precedentes en el interior de Estados Unidos y han asumido o están en situación de tomar decisiones sobre prácticamente cualquier sector de nuestra cultura y del Estado. No se trata de una conspiración secreta. Los lectores habituales de las páginas de negocios en el New York Times, que informan de las idas y venidas de los magnates de los medios de comunicación, son sin duda conscientes de ello. ¿Quiere decir esto que todos y cada uno de ellos sean fanáticos de Israel? No necesariamente, pero cuando se comparan los medios de información estadounidenses con los europeos en relación con la cobertura que unos y otros prestan al conflicto palestino-israelí, aparece de forma clara la extrema tendencia a favor de Israel de los medios estadounidenses.

Ello podría explicar el descubrimiento de Eric Alterman de que «los europeos y los estadounidenses difieren profundamente en su opiniones sobre la cuestión Israel/ Palestina, tanto a nivel de las elites como a nivel popular, con los estadounidenses inclinándose a favor de Israel y los europeos hacia la causa palestina»9.

Un componente adicional en el análisis de Chomsky es su insistencia en que son los Estados Unidos, mucho más que Israel, quienes son el «Estado que opone», lo que quiere decir que si no fuera por EE.UU., Israel habría abandonado hace mucho Cisjordania y la franja de Gaza para que se instaurara allí un mini-Estado.

Para su análisis, resulta esencial la idea de que todas las Administraciones estadounidenses desde la época de Eisenhower han intentado conciliar los intereses de Israel con la agenda mundial y regional de Estados Unidos. Este es un asunto muy complejo que Chomsky intenta hacernos creer.

Personas bien informadas, tanto críticas como partidarias de Israel, han expuesto en detalle los principales conflictos que se han producido entre las administraciones de EE.UU. e Israel a lo largo de los años, en los que Israel, gracias a la diligencia de su lobby interior, normalmente ha prevalecido.

En particular, Chomsky ignora o malinterpreta los esfuerzos llevados a cabo por todos los presidentes estadounidenses, empezando por Richard Nixon, para contener el expansionismo de Israel; para detener su instalación de colonias y para conseguir que se retirara de los Territorios Ocupados10

«¿Qué ha pasado con todos esos maravillosos Planes?» se pregunta el periodista y pacifista israelí, Uri Avnery. Pues que «el Gobierno de Israel» ha movilizado a la poderosa comunidad judía estadounidense – que domina el Congreso y los medios de información en gran medida- contra ellos. Enfrentados a una oposición tan fuerte, todos los presidentes: las grandes estrellas de fútbol y de cine, han cedido uno tras otro»11.

Gerald Ford, indignado porque Israel se había negado a abandonar el Sinaí a raíz de la guerra de 1973, y secundado por el Secretario de Estado, Henri Kissinger, no sólo suspendió la ayuda durante seis meses en 1975, sino que en marzo del mismo año pronunció un discurso en el que pedía que se «reconsideraran» las relaciones entre Estados Unidos e Israel. En unas semanas, el AIPAC (American Israel Public Affairs Committee)– lobby de Israel en Washington- preparó una carta que firmaron 76 senadores «confirmando su apoyo a Israel, y sugiriendo que la Casa Blanca tuviera a bien hacer lo mismo. El lenguaje y el tono eran fuertes y casi intimidantes. Ford se echó atrás»12

No hay más que observar la actual presidencia de Bush para comprobar que este fenómeno constituye todavía la norma. En 1991, el mismo año de la conferencia de Chomsky, el primer ministro israelí Yizthak Shamir pidió a la primera Administración Bush 10.000 millones de dólares en avales de préstamos para proceder, según dijo, al asentamiento de los judíos rusos. Bush padre se había echado atrás ante una petición del Congreso para asignar 650 millones de dólares adicionales para compensar a Israel por mantenerse al margen de la Guerra del Golfo, pero rectificó cuando comprendió que su veto podría anularse pero le dijo a Shamir que Israel sólo podría obtener los avales si congelaba la construcción de colonias y prometía que ningún judío ruso se reasentaría en Cisjordania.

Un colérico Shamir se negó a ello y recurrió al AIPAC para movilizar al Congreso y a la comunidad judía estadounidense en apoyo de los avales de los préstamos. Más de 240 miembros de la Cámara firmaron una carta, redactada por AIPAC, en la que se exigía a Bush que aprobara las garantías de los préstamos, y 77 senadores firmaron en apoyo de la ley.

El 12 de septiembre de 1991, miembros de los lobbis judíos se concentraron en Washington en tal cantidad que Bush se sintió obligado a convocar una conferencia de Prensa televisada, en la que se lamentó de que «2.000 miembros de lobbis judíos están reunidos en la colina del Capitolio contra un viejo como yo». Parece probado que fue su epitafio. En aquellos momento, Chomsky señaló la declaración de Bush como una prueba de que el tan cacareado lobby de Israel no era más que «un tigre de papel. Era suficiente con levantar una ceja para que el lobby se viniera abajo», contó a los lectores de Z Magazine. Pero no podía estar más lejos de la verdad13

El día siguiente, Tom Dine, director ejecutivo de AIPAC, declaraba que «el 12 de spetiembre de 1991, ha sido un día que hemos vivido como una afrenta». Comentarios similares fueron pronunciados por los líderes judíos que acusaron a Bush de provocar antisemitismo. Pero más importante fue el que sus amigos en los principales medios de información, como William Safire, George Will y Charles Krauthammer, no sólo le criticaron sino que empezaron a meterse con la economía y con la forma que tenía de dirigir el país. Desde entonces todo fue cuesta abajo. El voto judío de Bush que en 1988 había alcanzado el 38 %, bajó hasta no más del 12 % y, según algunos, hasta el 8 por ciento14

La oposición de Bush a los avales de préstamo fue la gota que rebosó el vaso para el lobby de Israel. Cuando en marzo de 1990, hizo algunos comentarios despectivos sobre las colonias judías en Jerusalén Este, AIPAC comenzó el ataque (congelado brevemente durante la Guerra del Golfo). Dine publicó un artículo de opinión en el New York Times al que siguió un vigoroso discurso pronunciado en el Congreso de Jóvenes Dirigentes Judíos de la United Jewish Appeal. «Hermanos y hermanas», les dijo mientras se preparaban para ir a presionar en el Congreso sobre el asunto, «recordad que los amigos de Israel en esta ciudad se encientran en la colina del Capitolio15. Meses después, se aprobaron los avales de los préstamos, pero para entonces Bush era ya un cadáver político.

Pero, saltemos hacia delante, hasta la pasada primavera (N. T. de 2002. El artículo se publicó en 2003), cuando Bush hijo exigió al primer ministro Ariel Sharon que retirara sus tropas invasoras de Jenin, con la frase «¡Ya está bien!», lo que apareció en todas las portadas del mundo, aí como cuando Sharon se negó a hacerlo. ¿Qué había ocurrido? Pues que de sus propias filas en el Congreso surgieron críticas feroces y también en los medios de información de los viejos amigos de su papá. George Will comparó a Dubya (N.T. :apodo con el que se conoce a Bush hijo) con Yasser Arafat y le acusó de haber perdido su «superioridad moral»16 El día siguiente, Safire sugería que a Bush » se le había empujado hacia un campo de minas plagado de errores» y que «se había convertido en un aliado que duda de que Israel luche por su supervivencia»17 Bush hijo recibió el mensaje y, en el plazo de una semana, declaró que Sharon era «un hombre de paz»18 Desde entonces, tal como el periodista Robert Fisk y otros muchos han señalado, Sharon parece que es quien escribe los discursos de Bush.

Hay quienes creen que Bush hijo y los presidentes que le precedieron han efectuado declaraciones críticas con Israel para guardar las apariencias, para convencer al mundo, y a los países árabes en particular, de que Estados Unidos puede ser un «buen intermediario» entre los israelíes y los palestinos. Pero es difícil defender que ninguno de ellos acepten ser humillados simplemente para avalar la política estadounidense.

Una explicación mejor es la que ofrece Stephen Green, cuyo libro Taking Sides, America’s Secret Relations with Militant Israel (Tomar partido, las relaciones secretas de Estados Unidos con Israel), constituye el primer análisis de los archivos del Departamento de Estado relativos a las relaciones entre EE.UU. e Israel. Desde la Administración Eisenhower, escribía Green en 1984, «Israel y los amigos de Israel han marcado las grandes líneas de la política estadounidense en la región. A los presidentes estadounidenses se les ha dejado que llevaran a cabo esas políticas, con diversos grados de entusiasmo, y se ocuparan de las cuestiones tácticas «19

Quizás se trate de una pequeña exageración, pero el antiguo senador James Abourezk (Demócrata por Dakota del Sur) repitió las palabras de Green en un discurso ante el Comité Árabe-Estadounidense contra la Discriminación (American -Arab Anti-Discriminatio Committee) el pasado junio:

Esta es la situación de la política estadounidense en la actualidad. El lobby israelí ha reunido tanto dinero que día a día somos testigos de cómo los senadores y diputados estadounidenses se doblegan ante Israel y su lobby en Estados Unidos.

No se equivoquen. Los votos y el doblegamiento no tienen nada que ver con el amor de los congresistas por Israel, sino con el dinero que los miembros del lobby israelí invierten en sus campañas Mis estimaciones ascienden a 6.000 millones de dólares el dinero que se trasvasa del Tesora estadounidense a Israel anualmente.Ese dinero, además del apoyo político que Estados Unidos presta a Israel en Naciones Unidas, es lo que permite a Israel llevar a cabo sus operaciones criminales en Palestina con total impunidad»20.

Es una realidad repetida muchas veces y de variadas formas por antiguos niembros del Congreso, normalment hablando of the record, y es la realidad que Chomsky y la izquierda prefiere ignorar. El problema no radica tanto en que Chomsky se haya equivocado, al fin y al cabo ha tenido razón en muchas otras cosas, en particualr al describir las maneras de las que se sirven los medios de infomación para manipular la conciencia pública al servicio de los intereses del Estado21 Sin embargo, al explicar el apoyo de Estados Unidos a Israel simplemente como un componente más de esos intereses, parece que ha cometido un error más importante con consecuencias que se pueden evaluar. Al aceptar el análisis de Chomsky, el movimiento de solidaridad palestina ha fracasado al no dar el paso que pudiera debilitar el dominio de Israel sobre el Congreso y el electorado estadounidense, es decir canalizando los miles de millones de dólares en ayudas y exenciones fiscales que anualmente Estados Unidos entrega a Israel.

Las preguntas que se plantean son las de por qué su argumentación ha sido aceptada con tanto entuasiasmo y por qué la postura contraria mantenida por personas de la talla de Edward Said, Ed Herman, Uri Avnery y, más recientemente, Alexander Cockburg, ha sido ignorada. Para ello parecen existir varios motivos.

La personas que han puesto en marcha el movimiento, judíos y no judíos igualmente, han aceptado la posición de Chomsky porque es el mensaje que querían escuchar; ya que la idea de no culpar a los judío les tranquiliza. El miedo a provocar antisemitismo o a ser considerado antisemita ( o judío que se odia a sí mismo) ha llegado a estar tan metido en nuestra cultura y clase política que nadie, incluidos Chomsky y Zunes, está inmunizado contra él. Todo ello se refuerza con las continuas alusiones al Holocausto judío que, no de forma accidental, aparece en las películas y en los medios de comunicación regularmente. Chomsky, en especial, ha sido criticado acerbamente por el establishment judío durante décadas por su crítica a la política israelí hasta el punto de haber sido «excomulgado», una distinción que comparte con la desaparecida Hannah Arendt. Puede ser justo asumir que, a cierto nivel, esta asunto haya influido en el análisis de Chomsky, pero el problema del movimiento trasciende el miedo a mencionar el antisemitismo, tal como Chomsky es consciente y señala acertamente en The Fateful Triangle:

«Los grupos de izquierda y los pacifistas estaodunidenses, salvo algunos personajes marginales, han sido, en general, muy partidarios de Israel (en contra de muchas alegaciones infundadas), algunos de forma apasionada, y han hecho la vista gorda a hechos que si hubieran porducido en otra parte habrían denunciado a toda prisa»22.

El tema de la ayuda estadounidense a Israel es un ejemplo claro. Durante la época de Reagan, el movimiento antiintervencionista llevó a cabo un gran esfuerzo para bloquear una partida de 15 millones de dólares anuales destinados a la contra nicaragüense. Se pidió a la gente en todo el país que se dirigieran a sus representantes en el Congreso y les exigieran votar en contra de la concesión. La campaña no sólo tuvo éxito sino que obligó a la Administración a comprometerse en lo que se denominó el Contragate.

Por aquella época, Israel recibía diariamente el equivalente de ese dinero, sin una sóla protesta del movimiento. Ahora, que la cantidad «oficial» es de 10 millones diarios, no se ha organizado una campaña importante para contener ese flujo o siquiera para llamar la atención sobre el asunto. Cuando se han hecho intentos, fueron obstaculizados por la oposición de importantes organizaciones (de la época) como el American Friends Service Committee, que estaba impaciente por no enfadarse con los principales contribuyente judíos. (Intentos recientes inciados en Internet para «suspender» la ayuda militar- no la económica- hasta que Israel dé fin a la ocuapción no han llegado a ninguna parte).

Los slogans hechos públicos por varios sectores del Movimiento de Solidaridad con Palestina, tales como «Fin a la ocupación», » Que acabe el apartheid israelí», «El sionismo equivale a racismo» o «dos Estados para dos Pueblos», aunque abordan asuntos fundamentales del conflicto, presuponen un nivel de consciencia por parte del pueblo estadounidense del que no existe prueba alguna. La preocupación por hacia dónde van sus impuestos, particularmente en un momento en que se producen masivos recortes en programas sociales, sin duda hubiera tenido más repercusión entre los votantes. Pero poner en marcha una campaña seria para detener la ayuda hubiera requerido centrarse en el papel que desempeña el Congreso y en el reconocimiento del poder del lobby de Israel.

La evaluación de Chomsky sobre la postura de Israel en Oriente Próximo se reconoce que contiene parte de verdad pero no la suficiente para explicar lo que el antiguo subsecretario de Estado, George Ball, describe como la «apasionada adhesión» al Estado judío23. No obstante, su tentativa de presentar las relaciones de EE.UU. con Israel como una repetición de las relaciones de Washington con los regímenes clientelares de El Salvador, Guatemala y Nicaragua, no se basan en la realidad.

La implicación de Estados Unidos en Centroamérica fue extremadamente sencilla. Se facilitaron armas y entrenamiento a las dictaduras militares para que sus ejércitos y sus escuadrones de la muerte ahogaran las aspiraciones de sus ciudadanos a la tierra, a los derechos civiles y la justicia económica, todo lo cual socavaría los intereses de las corporaciones estadounidenses. Fue algo bastante transparente. ¿Debe Israel entrar en la misma categoría? Es obvio que no. Se puede decir cualquier cosa de Israel, pero su mayoría judía, al menos, disfruta de derechos democráticos.

Además, no existen en Washington grupos de presión salvadoreños, nicaragüenses o guatemaltecos que prodiguen millones de dólares para cortejar o intimidar a miembros del Congreso; no existe ni en la Cámara de Representantes ni en el Senado uno sólo de esos estados clientelares con una posible doble lealtad para aprobar multimillonarias asignaciones de dólares anualmente; ni uno que sea dueño de las más importantes cadenas de televisión, emisoras de radio, periódicos y estudios cinematográficos; ni los sindicatos ni los fondos de pensiones invierten miles de millones de dólares en sus respectivas economías. Lo más crecano a los lobbies nacionales es el de los cubanos exilados en Miami, cuya existencia y poder la izquierda está ansiosa por reconocer, incluso aunque su ascendencia política sea minúscula comparada a la de los partidarios de Israel.

¿Y qué decir sobre la afirmación de Chomsky de que Israel es «matón» de Estados Unidos en Oriente Próximo? Hasta hora, no existe noticia de un sólo soldado israelí que haya derramado una gota de sangre por los intereses de Estados Unidos, y es poco probable que se les pida que lo hagan en el futuro. Cuando los presidentes estadounidenses han considerado necesario un dar un golpe en la región ordenaron a las tropas estadounidenses que hicieran el trabajo.

Cuando el presidente Eisenhower creyó que los intereses estadounidenses se veían amenazados en Líbano en 1958, envió a los marines. En 1991, como ya se ha mencionado, el presidente Bush no sólo pidió a Israel que permaneciera al margen sino que encolerizó a su ejército al rechazar que el entonces Secretario de Defensa, Dick Cheney, diera a las fuerzas aéreas israelíes las coordenadas que pedían para responder en el aire a los ataques de los scud iraquíes, lo que dejó literalmente a los pilotos israelíes sentados en sus aviones, esperando una información que nunca llegó.24

Lo que Chomsky ofrece como prueba del papel de gendarme de Estados Unidos fue la advertencia de Israel a Siria para que no interviniera en la guerra del rey Hussein contra la OLP en Jordania en septiembre de 1970.

Está claro que esa actuación, en primer lugar, se produjo para proteger los intereses de Israel y el que sirviera a la agenda de Estados Unidos fue una consideración secundaria. Para Chomsky, fue «otro importante servicio» para Estados Unidos25. De lo que Chomsky pudo no ser consciente es de que Siria no podía acudir en ayuda de los palestinos en aquellos momentos:

El responsable de la fuerza aérea siria, Hafez Al-Asad, había mostrado escasa simpatía por la causa palestina y era muy crítico con las amistosas relaciones que la OLP mantenía con el gobierno sirio del presidente Atassi. Cuando el rey Hussein lanzó su ataque, Asad mantuvo sus aviones en tierra.

Tres meses después, dio un golpe de Estado y se convirtió en presidente. Una de las primeras medidas que tomó fue la de encarcelar a los palestinos y a sus partidarios sirios. Después, procedió a desmantelar las milicias de Al-Saika, patrocinadas por Siria y dejó de pasar los fondos que Siria había estado enviando a las milicias palestinas. Durante los años siguientes, Asad permitió que grupos opuestos a Yasser Arafat mantuvieran oficinas y una emisora de radio en Damasco, pero poco más. Un año después de la invasión israelí de Líbano patrocinó una corta pero sangrienta guerra civil entre palestinos en el Norte de Líbano. Es una historia que ha caído en el olvido.

En qué medida la presencia de Israel ha intimidado a sus más débiles vecinos árabes para no poner en peligro los intereses estadounidenses es cuando menos motivo de discusión. Es evidente que la presencia de Israel ha servido para que los regímenes autoritarios- la mayoría de ellos aliados de EE.UU.- tuvieran la excusa para acabar con sus movimientos internos de oposición. (Se podría alegar que la implicación de la CIA en la caída de Mossadeg en Irán en 1953, y de Abdel Karim Kassem en Irak en 1963, tuvo mucho más impacto en el aplastamiento de los movimientos progresistas en la zona).

Lo que Israel ha facilitado a Estados Unidos- beneficiándose mutuamente- ha sido una serie de programas conjuntos de armamento, financiados en su mayor parte por los contribuyentes estadounidenses, y la utilización estadounidense de los equipamientos militares desarrollados por técnicos israelíes- de los cuales no el menor fueron los «arados» que se utilizaron para enterrar vivos a los soldados iraquíes que se retiraban durante la Guerra del Golfo. Habida cuenta de las grandes cantidades de ayuda estadounidense que precedieron a este programa conjunto de armamento, resulta difícil argumentar que constituyen la base del apoyo de Estados Unidos.

Otro de las argumentaciones que ofrece Chomsky ha sido el deseo de Israel de servir a EE.UU. al arrogarse tareas que las anteriores administraciones estadounidenses eran incapaces o no deseaban asumir debido a sus leyes específicas o a la opinión pública, como la venta de armas a regímenes canallas o el entrenamiento de escuadrones de la muerte.

Que Israel lo hiciera a petición de Estados Unidos es una asunto discutible. Un comentario del ministro israelí Yakov Meridor en Ha’aretz en aquellos momentos lo convierte en improbable:

Les diremos a los estadounidenses: no compitáis con nosotros en Taiwan, no compitáis con nosotros en Sudáfrica, ni en la zona del Caribe ni en otras regiones en las que podemos vender armas directamente y donde vosotros no podéis operar públicamente. Dadnos la oportunidad de hacerlo y confiad en nosotros para las ventas de municiones y hardware26

En efecto, en ningún momento Estados Unidos ha dejado de entrenar a escuadrones de la muerte en Latinoamérica o de suministrar armas, salvo cuando Carter suspendió la ayuda estadounidense a causa de sus masivas violaciones de los derechos humanos, algo que no planteaba problemas al ejército israelí ya experimentado en semejantes violaciones. En una sóla ocasión hemos observado la situación contraria: cuando Israel suministró más del 80 % de las armas a El Salvador antes de Estados Unidos se implicara.

En cuanto al comercio y empresas conjuntas de armamento de Israel con Sudáfrica, entre ellos el desarrollo de armamento nuclear, era una alianza natural: dos sociedades que habían usurpado a otros sus tierras y se veían a sí mismas en la misma situación: «la de un pueblo civilizado rodeado de salvajes». Las relaciones llegaron a ser tan estrechas que la Sun City (ciudad del sol) sudafricana se convirtió en lugar de vacaciones para los israelíes.

Las razones que daban los funcionarios israelíes cuando se les preguntaba, era que se trataba de la única manera de mantener en funcionamiento su propia industria. Las ventas de armas sofisticadas de Israel a China ha levantado críticas de varias Administraciones pero han sido acalladas por las presiones del Congreso.

De lo que realmente se benefició Israel fue del manto de silencio de los movimientos contra la intervención y contra el apartheid en Estados Unidos, cuyos líderes se sintieron mucho más cómodos criticando las políticas estadounidenses que las de Israel. Bien fuera que su comportamiento estuviera motivado por su deseo de anteponer los intereses de Israel, bien fuera por estar preocupados por el miedo a provocar antisemitismo, el resultado fue el mismo.

La protesta que organicé en 1985 contra los vínculos de Israel con la Sudáfrica del apartheid y su papel como sustituto estadounidense en Centroamérica, ofrece un ejemplo claro del problema. Cuando me puse en contacto con los miembros del consejo del Nicaraguan Information Center (NIC) en San Francisco, y les pedí que su grupo suscribiera la protesta, no recibí apoyo. El NIC era el principal grupo de solidaridad con los sandinistas y, a pesar de la larga y terrible historia de Israel, primero ayudando a Somoza y a la Contra, en el momento de la protesta, el consejo votó que «como no podían negarse a suscribirlo, habían decidido no volver a «suscribir más apoyos», una postura que pronto cambiaron tras nuestra marcha. El consejo de dirección del NIC era, casi en su totalidad, judío.

Me fue mejor con el GNIB (Guatemalan News and Information Bureau ) pero sólo tras una formidable batalla. En aquellos momentos, Israel suministraba a uno de los más criminales regímenes de los tiempos modernos el 98 % de su armamento y el entrenamiento. Se podría pensar que una organización que proclamaba trabajar solidariamente con el pueblo de Guatemala no sólo suscribiría la marcha de protesta sino que estaría deseosa de participar en ella.

Aparentemente, los directivos del GNIB estaban profundamente divididos sobre el asunto. Decidido a no aceptar otra negativa, acosé al consejo con llamadas telefónicas hasta que votaron apoyarlo. El Comité de Solidaridad con el Pueblo de El Salvador (CISPES, en sus siglas en inglés) de Oakland, se adhirió pero la sección de San Francisco, se negó a hacerlo. Un año antes, cuando el San Francisco Weekly me citó criticando la influencia del lobby de Israel en el Partido Demócrata, representantes de la sección escribieron una carta al editor afirmando que yo estaba provocando «anti-semitismo»). Las organizaciones principales contra el apartheid se adhirieron a la protesta pero, una vez más, tras un prolongado debate interno.

La protesta se había organizado en respuesta al rechazo del Movimiento por la Paz, el Empleo y la Justicia (MOBE, en sus siglas inglesas)- constituido por una coalición de diversas organizaciones con sede en San Francisco- a incluir mención alguna a Oriente Próximo entre las exigencias que se planteaban para una manifestación en contra del apartheid sudafricano y la intervención estadounidense en Centroamérica.

En una reunión de preparación del acontecimiento, unos cuantos reclamamos que se incluyera entre las peticiones ya decididas un punto en el que se exigiera «No a la intervención de Estados Unidos en Oriente Próximo». La votación fue abrumadoramente contraria a ello. Una central sindical judía nos dijo que «podemos hacer más por los palestinos si no los mencionamos», una respuesta sorprendente que repetía lo que el presidente Reagan estaba diciendo entonces acerca del fin del apartheid en Sudáfrica. Más tarde, en privado, se me dijo que si se mencionaba Oriente Medio «los sindicatos se marcharían», lo que era el reconocimiento del fuerte apoyo que existía entre la burocracia sindical, así como la voluntad del movimiento de aplazarlo.

El momento elegido para la negativa del MOBE fue significativo. Dos años y medio antes, Israel había invadido Líbano y sus tropas todavía permanecían allí cuando tuvimos aquella reunión. Y, lo que es más, los dirigentes del MOBE no dejaron que Tina Naccache, una programadora del KPFA de Berkeley- la única libanesa que había en la enorme sala del sindicato-, hablara a favor de la petición.

Tres años después, el MOBE convocó otra manifestación en marzo. Los palestinos estaban en su primer año completo de Intifada, y parecía apropiado que se añadiera a las peticiones una declaración exigiendo el fin de la ocupación israelí. Los organizadores, que eran los mismos de 1985, ya habían decidido sobre lo que atrincherarse: «No a la intervención de Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe; Fin del apoyo de Estados Unidos al apartheid en Sudáfrica; congelación y desmantelamiento de la carrera de armamento nuclear; Empleos y Justicia, No guerra».

En aquella ocasión, el MOBE no quiso arriesgarse y canceló una reunión pública donde nuestra petición pudiera debatirse y votarse. Así que en respuesta, se constituyó una Coalición de Emergencia en defensa de los Derechos Palestinos. Se redactó un manifiesto en apoyo de la petición y lo firmaron cerca de 3.000 personas, entre ellas centenares de palestinos. El MOBE al final aprobó una concesión: en la parte de atrás de sus pasquines, donde sería invisible al pegarlos en una pared o en un árbol, estaba la frase siguiente:

Demos una oportunidad para la paz en cualquier lugar del mundo: el sufrimiento del pueblo palestino, como muestran los recientes acontecimientos en Cisjordania y Gaza, nos recuerda que debemos apoyar los derechos humanos en todas partes. Que las naciones de nuestro mundo dejen de fabricar máquinas de guerra y de constituir ejércitos para invertir su energía en la mejora de la calidad de vida.

Peace, Jobs an Justice. (Paz, Trabajo y Justicia).

No había mención alguna a Israel o a las atrocidades que estaban cometiendo sus soldados. El cartel elaborado por los sindicatos ignoraba por completo la cuestión

Vayamos rápido a febrero de 2002, cuando una nueva y más pequeña versión del MOBE se reunió para planificar una manifestación de rechazo a la guerra de Estados Unidos contra Afganistán. Hubo unos protagonistas diferentes pero con los mismos resultados. El argumento fue que lo que se necesitaba era una «amplia» coalición e introducir la cuestión de Palestina impediría conseguirla.

El movimiento de oposición a la extensión de la Guerra de Irak no había sido diferente. Ya en 1991, en los momentos de la Guerra del Golfo, hubo grandes manifestaciones que competían entre sí, organizadas de forma independiente pero con coincidencia de manifestantes. A pesar de sus otras diferencias políticas, en lo que estaban de acuerdo los organizadores de las dos manifestaciones era en que no se mencionara el conflicto israelí-palestino en ninguno de los escritos de protesta, incluso aunque su vinculación con la situación en Irak se establecía en prácticamente todas las manifestaciones que tenían lugar en todo el mundo. El miedo del movimiento a enfrentarse a los judíos estadounidenses todavía es prioritario respecto a la defensa de los derechos de los palestinos.

El pasado septiembre, el eslogan «¡No a la Guerra en Irak, justicia para Palestina!» convocó a casi medio millón de opositores en Trafalgar Square. Un preclaro líder de los aborígenes estadounidenses lo dejó claro durante la primera Intifada : «El problema con el movimiento», me dijo, «es que en él hay demasiados liberales sionistas».

Si existe un acontecimiento que deja al descubierto su influencia en el movimiento, es lo que ocurrió en las calles de Nueva York el 12 de junio de 1982, cuando se reunieron 800.000 personas frente a la sede de Naciones Unidas para exigir la prohibición de las armas nucleares. Seis días antes, el 6 de junio, Israel había lanzado su devastadora invasión de Líbano. Su objetivo era destruir la Organización para la Liberación de Palestina, que entonces tenía su sede en Líbano. Ochenta mil soldados, apoyados por un masivo bombardeo aéreo y naval produjeron un grado de destrucción y muerte que empequeñeció lo que más tarde haría Irak en Kuwait. En un año, habría 20.000 palestinos y libaneses muertos y decenas de miles de heridos.

Y ¿Cuál fue la respuesta aquel día en Nueva York? Como reconocimiento al sufrimiento que estaban soportando en aquellos momentos, se permitió a un libanés que se sentara en la tribuna, pero ni se le presentó ni se le permitió que tomara la palabra; tampoco ninguno de los oradores abordó la cuestión. Israel y su lobby no podían haber pedido más.

Veintidós años después, Ariel Sharon, el responsable de aquella invasión, es el Primer Ministro, electo por segunda vez. Cuando escribo estas líneas, los fanáticos pro-Israel de la Administración Bush todavía saborean su enorme triunfo. Al fin y al cabo han sido la fuerza motriz de una guerra que consideran como el primer paso para «rehacer el mapa de Oriente Próximo», con la alianza EE.UU.- Israel en la vanguardia27.

¿Y la izquierda? El rabino Arthur Waskow, un viejo activista con credenciales intachables, aseguraba al semanario judío Forward que United for Peace and Justice, organizadores de la manifestación pacifista del 15 de febrero en Nueva York, «ha hecho un gran servicio al dejar claro que no está implicada en la retórica anti-israelí. Desde el principio no habido en ninguna de las declaraciones de United for Peace alusión alguna que tuviera relación con la cuestión de Israel y Palestina28

Jeffrey Blankfort fue editor del Middle East Labor Bulletin y ha escrito exhaustivamente sobre el conflicto palestino-israelí. Sus fotografías del Movimiento contra la guerra de Vietnam y los Panteras Negras han aparecido en numerosos libros y revistas y en la actualidad forman parte de la exposición «The Whole World is Watching». Vive en San Francisco.

¿Quiénes forman parte del Lobby?

Es importante señalar que el Lobby israelí va más allá del AIPAC (Comité Estadounidense-Israelí para Asuntos Públicos, en sus siglas en inglés), que se centra principalmente, en el Congreso y gestiona los fondos de los Comités judíos de Acción Política (PAC, en su sigla inglesa) y de las donaciones individuales para pagar a aquellos políticos que considera que lo merecen. Sus otros principales miembros son las más grandes Asociaciones judías, la Anti-Defamation League (Liga Anti-Difamación), el American Jewish Committee (Comité Judío Estadounidense) y el American Jewish Congress (Congreso Judío Estadounidense), pero hay otros, entre ellos, la no menos importante ultraderechista Zionist Organization of America (Organización Sionista de Estados Unidos) que, en la actualidad, tiene una influencia extrema en Washington.

Todas esas organizaciones forman parte del Council of Presidents of Major Jewish American Organizations (Consejo de Presidentes de las Principales Organizaciones Judías de Estados Unidos), cuyo actual presidente es Mortimer Zuckerman, dueño del New York Daily News, del US News y del World Report, cuya función es presionar al Presidente. En las bases, se hallan centenares de federaciones locales judías y consejos que se dedican a apoyar a los consejeros y supervisores de la ciudad y a seleccionar a los mejores para que vayan al Congreso, asegurándose así que serán votos seguros para Israel.

Aunque no forman parte oficialmente del Lobby, desde la creación de Israel en 1948, la AFL-CIO (N.T.: principal federación de centrales sindicales de EE.UU.) ha sido una de sus más sólidos apoyos, y ha concedido millones de dólares a los Demócratas pro-israelíes; ha bloqueado todos los intentos internacionales de castigar a Israel por su explotación y abuso de los obreros palestinos, y ha animado a las centrales sindicales de la federación a invertir millones de dólares de sus fondos de pensiones en Bonos del Estado de Israel, vinculando las pensiones de sus socios a la buena marcha de la economía de Israel. Durante el pasado año, el lobby ha estrechado lazos con la derecha cristiana evangélica, que les asegura su influencia en los Estados donde hay pocos judíos, y el acceso a centenares de nuevos donantes para la causa de Israel.

Jeffrey Blankfort

1 Noam Chomsky, The Fateful Triangle: The United States, Israel and the Palestinians, South End Press, 1983, p. 13.

2 Roane Carey, Ed., The New Intifada, Verso, 2001, p. 6.

3 Stephen Zunes, Tinderbox, Common Courage Press, 2003, p. 163.

4 J. J. Goldberg, Jewish Power, Addison-Wesley, 1996.

5 Bill and Kathy Christison, «Too Many Smoking Guns to Ignore: Israel, American Jews, and the War on Iraq,»Counterpunch (online). http://www.counterpunch.org/christison01252003.html

6 J. J. Goldberg, ibid., p. 158.

7 ibid., p. 159.

8 University of Chicago, 1993, p. 1.

9 Nota a pie de página, The Nation, Feb. 10, 2003, p.13.

10 El Plan Rogers, presentado por el Secretario de Estado de Nixon, William Rogers, fue aceptado por el presidente egipcio, Gamal Nasser pero echado abajo por Israel y la OLP, ya que en aquella época los palestinos soñaban con volver a la totalidad de los que había sido Palestina. Según el Plan, Cisjordania se habría devuelto a Jordania y Gaza a Egipto.

11 Ha’aretz, March 6, 1981.

12 Edward Tivnan, The Lobby, Jewish Political Power and American Foreign Policy, Simon & Schuster, 1988.

13 Z Magzine, December 1991.

14 Goldberg, op. cit.

15 Washington Jewish Week, March 22, 1990

16 Washington Post, April 11, 2002.

17 New York Times, April 12, 2002.

18 International Herald Tribune, April 19, 2002.

19Stephen Green, Taking Sides, America’s Secret Relations with Militant Israel, William Morrow, 1984.

20. Al-Ahram, June 20-27, 2002.

20

21 Edward S. Herman and Noam Chomsky, Manufacturing Consent, Pantheon Books, 1988.

22 Chomsky, op. cit., p. 14.

23 George W. Ball and Douglas B. Ball, The Passionate Attachment, America’s Involvement with Israel, 1947 to the Present, Norton, 1992.

24 Moshe Arens, Broken Covenant, Simon and Shuster, 1995, p. 162-175.

25 The New Intifada, p. 9.

26 Los Angeles Times and Financial Times, August 18, 1981.

27 Bill and Kathy Christison, op. cit.; Robert G. Kaiser, «Bush and Sharon Nearly Identical On Mideast Policy,»Washington Post, Feb. 9, 2003; p. A01