«Lo que pudo ser y lo que fue… Primó lo que subyacía en él y emergió dominante el hombre de acción, ejemplo de lealtad y heroísmo»
El 22 de diciembre se celebra el Día del Educador en Cuba, establecido como reconocimiento a la significación que tuvo la declaración del país como primer territorio libre de analfabetismo en nuestra América en esa misma fecha del año 1961. Este acontecimiento marcó el inicio del gran salto que experimentaría la educación cubana a partir de entonces.
Como parte de este proceso, resulta destacable y significativo que el máximo reconocimiento moral que reciben los educadores cubanos por su trayectoria sobresaliente durante muchos años en el ejercicio de la docencia, se refleje en la Orden Frank País, de II y I Grado, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba.
De modo que en torno a este simbolismo entre la figura de Frank y el Educador cubano vale la pena algunas reflexiones para nutrir el acerbo de la cultura profesional y patriótica.
Cada hombre lleva en sí las cualidades y virtudes naturales de su ser y del medio propio, y otras que subyacen y se manifiestan cuando determinadas circunstancias se presentan durante la existencia. Así Frank País, criado en un medio religioso, culto y modesto, y huérfano de padre en la niñez, pudo ser muchas cosas en su vida, si no se hubiera interpuesto en el destino de su patria, y en su destino, el golpe de estado artero del 10 de marzo de 1952.
Pudo ser, dada su vocación religiosa, un prestigioso pastor, identificado con su feligresía protestante. Dada su formación académica, pudo ser un eminente profesor dedicado a la formación integral de sus estudiantes. Debido a su formación cultural y sensibilidad artística, pudo ser un artista meritorio, para un público vasto o para una estrecha colectividad social, en los campos de la poesía, la música o la pintura. Por su carácter introvertido y parco, y sus ocupaciones sociales, pudo ser que su vida estuviera presidida por una conducta pacífica y sosegada.
Sin embargo, su vocación patriótica y revolucionaria dio un giro a su vida frente al golpe de estado. Primó lo que subyacía en él y emergió dominante el hombre de acción, ejemplo de lealtad y heroísmo.
En un artículo sobre Camilo, Che Guevara dijo que el recuerdo es la forma de traer al presente y de revivir lo que ya ha pasado, o lo que está muerto. Pero al igual que él expresara sobre Camilo, cuando se recuerda a Camilo, a Frank y a Che, que son presencia viva de la Revolución Cubana, el recuerdo toma una significación especial y es como si nos acompañaran con su presencia física y espiritual.
Y es que Frank País, ante los reclamos de su patria, pareció transformarse, y de su madera de héroe surgió el organizador, el estratega, el arriesgado combatiente de la Revolución Cubana. Fue dirigente estudiantil; maestro hasta que el llamado de la patria lo convocara a un magisterio de mayor altura y trascendencia; fundador de organizaciones revolucionarias; firmante con Fidel de un pacto de unidad para la acción revolucionaria; organizador de la militancia para el enfrentamiento de la tiranía; dirigente del levantamiento armado de Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956 en apoyo del desembarco del Granma capitaneado por Fidel; miembro de la dirección nacional del Movimiento 26 de julio; suministrador de armas, recursos materiales y hombres para el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra; combatiente y Jefe de Acción y sabotaje. Estuvo preso y fue juzgado, y más tarde, fue perseguido encarnizadamente por su actividad clandestina. Y finalmente, fue detenido y asesinado alevosamente el 30 de julio de 1957, exactamente un mes después de la caída de su hermano menor Josué.
Todo lo que significaba Frank, fue expresado por Fidel, quien afirmara, conmovido por la noticia de su muerte: «¡Qué bárbaros! Lo cazaron en la calle cobardemente valiéndose de las ventajas que disfrutan para perseguir a un luchador clandestino. ¡Qué monstruos! No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado. No sospecha siquiera el pueblo de Cuba quién era Frank País; lo que había en él de grande y prometedor.»
Y Che Guevara expresó su valoración, a partir de su recuerdo durante la visita de Frank a la Sierra Maestra para entrevistarse con Fidel, de esta manera: «Nos dio una callada lección de disciplina al limpiar nuestras armas que estaban bastante sucias…Sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma, y además, que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama el inolvidable Frank País; para mí, que lo vi una vez, es así.»
En carta en que exponía sus criterios sobre la organización del movimiento revolucionario, Frank señalaba: «Compañeros queridos han muerto pero los que quedamos luchamos en silencio y tesoneramente porque su sacrificio signifique algo, por eso me creo que no es mucho si pido se cumplan los juramentos de libertad hechos en el pasado ahora que se necesitan para triunfar.
La responsabilidad de lo que suceda a Fidel y demás compañeros recae en nuestros hombres en los cuales yo confío plenamente seguros que no habrán de defraudar a Cuba ni a la Revolución».
En carta a Fidel del 5 de julio -cinco días después de la muerte de su hermano Josué- decía: «Supongo que ya te habrás enterado de las últimas noticias; hasta la pluma me tiembla cuando tengo que recordar esa semana terrible…»
Es admirable el heroísmo de Frank ya que estaba consciente de los peligros que corría en fecha cercana a su muerte. En carta a Fidel de fecha 26 de julio de 1957, expresaba: «Tantas cosas había aquí que hacer, que aprovecho la madrugada y mis horas de guardia para escribirte. La situación en Santiago se hace cada vez más tensa, el otro día escapamos milagrosamente de una encerrona de la policía (…) Sin embargo, hay una ola de registros fantástica y absurda, pero que por absurda, es peligrosa, ya no esperan un chivatazo, ahora Salas registra sistemáticamente, a cualquiera, sin necesidad de causa alguna. Hemos tenido que volar del domingo a hoy de 3 casas y ayer tomaron la manzana de la que estamos, era para registrar una casa de enfrente, desde ayer estamos turnándonos para hacer guardia, lo que es a nosotros, Salas no nos sorprende, va a tener que tirar bastante para cogernos.»
Las circunstancias y el incidente de su muerte, en una de las redadas policíacas parecida a la descrita en la carta del 26 de julio, ha sido narrado así: «Al mediodía, después de almorzar, se reunió con dos muchachos del Movimiento. Le traían el libro que había pedido: Entre la libertad y el miedo, de Germán Arciniegas. Una de las mujeres se percató de que la policía batistiana venía registrando unas cuadras más abajo, casa por casa, subiendo por la santiaguera calle San Germán. Él tomó una decisión: ordenó a los dos jóvenes que se marcharan en el carro. Alegó que le sería mucho más fácil alejarse a pie. A las mujeres les entregó unos documentos. «No pueden caer en manos de la tiranía», dijo. Salió con el dueño de la casa, el combatiente Raúl Pujol, San Germán arriba. «Eh, detengan a esos dos», gritó un esbirro. Les rodearon los uniformados. «Pero, ¿no sabe quién es este, coronel? -un connotado chivato sonreía cínicamente-. Es Frank País.» Comenzaron a golpearlos. Cuando finalmente ametrallaron a Pujol, ya el joven estaba sin conocimiento. A Frank lo empujaron hasta el callejón del Muro y allí le acribillaron a balazos. «Aquí todo el mundo tiene que tirar, delante de todo Santiago», vociferaba el coronel. Los esbirros vaciaron sus armas sobre los cadáveres. Arrojaron cerca del de Frank una pistola 45 con dos peines; luego se vio que eran de un calibre distinto. Era el 30 de julio de 1957.»
Así concluyó su vida el joven de 22 años que naciera el 7 de diciembre de 1934, y a quien calificara Fidel, en carta a Celia Sánchez, como «el más valioso, el más útil, el más extraordinario de nuestros combatientes», capaz de movilizar al pueblo de Santiago de Cuba, en un acto de rebeldía luctuosa, durante un sepelio que aún se rememora todos los años, formando parte de una tradición patria y revolucionaria.
Por lo tanto, resulta natural que la imagen del joven maestro Frank País García presida la Orden que lleva su sombre y que se coloca, como el reconocimiento máximo, en el pecho de los educadores cubanos de trayectoria excepcional en el campo de la educación.
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