En el último mes diversos medios han dado una amplia cobertura a los acontecimientos relacionados con los supuestos ataques acústicos que ha sufrido un número indeterminado (23, oficialmente hablando) de diplomáticos de Estados Unidos destacados en su embajada en La Habana. Al parecer, los problemas de salud comenzaron en noviembre de 2016 y también involucran […]
En el último mes diversos medios han dado una amplia cobertura a los acontecimientos relacionados con los supuestos ataques acústicos que ha sufrido un número indeterminado (23, oficialmente hablando) de diplomáticos de Estados Unidos destacados en su embajada en La Habana.
Al parecer, los problemas de salud comenzaron en noviembre de 2016 y también involucran a un diplomático canadiense. El gobierno cubano negó su participación en alguna acción de este tipo, mientras que varias agencias de Estados Unidos visitaron La Habana como parte de la investigación, y las autoridades cubanas han iniciado también sus propias pesquisas. Ninguna de las partes ha llegado a pruebas concluyentes sobre los autores y los medios usados en estos «ataques». Pero esto ha sido suficiente para desatar otra crisis.
Las consecuencias inmediatas de este nuevo percance en las «relaciones» entre Cuba y Estados Unidos ya están a la vista. El gobierno de Estados Unidos decidió retirar al personal no esencial de su embajada en La Habana. De acuerdo a sus propias normas, emitió una advertencia a los ciudadanos norteamericanos para no viajar a Cuba, aduciendo razones de seguridad; y canceló indefinidamente la emisión de visas a ciudadanos cubanos en esa embajada. A esto siguió la exigencia de que Cuba retire una proporción similar de su personal en Washington, lo que ha dejado al consulado cubano con un solo funcionario.
Todo esto ha ocurrido sin que ni siquiera el gobierno estadounidense haya podido vincular a Cuba con los «ataques», a la vez que se han esgrimido razones de seguridad y protección de la investigación en curso para impedir que los expertos cubanos realicen sus propias pesquisas a los afectados. Si en efecto, funcionarios de ese país y sus familiares han sufrido una afectación a su salud que se puede vincular a una acción deliberada de cualquier parte, sería un hecho profundamente preocupante y lamentable. Pero esto está todavía por demostrar.
Ahora bien, ¿quién se beneficia de esta situación? Un grupo muy pequeño y ultraconservador dentro de la comunidad cubanoamericana, especialmente aquellos que han hecho carrera y dinero para mantener una política que no solo ha fracasado, sino que ha impuesto sufrimiento y privaciones difíciles de ignorar al pueblo cubano, incluyendo a una parte de los que viven en Estados Unidos. Son ellos los que pretenden vender el malabarismo de que se puede ser rudo y castigar al gobierno cubano, mientras que el pueblo y uno de sus grupos predilectos, los dueños de negocios privados, seguirán prosperando. Falso.
¿Qué ha hecho posible que se retroceda tanto y tan fácilmente? Era conocido que la nueva administración norteamericana no seguiría la misma línea de la anterior en relación a Cuba. Ni siquiera hay elementos que sugieren que sigue un enfoque pragmático. Ni en las formas, ni en los hechos. No es cierto que los que se oponen al acercamiento están tomando ventaja de un hecho desafortunado. Esta administración nunca ha mostrado interés por mejorar los vínculos bilaterales, todo lo contrario. Si no hubiese sido esto, algo más hubiese servido como pretexto para dar marcha atrás. No se debe ser tan iluso en asuntos de este tipo.
En su momento se mencionaron diversos factores estructurales que darían cuenta del giro inexorable en las relaciones entre ambos países, como la emergencia de nuevos actores más moderados dentro de la comunidad cubanoamericana, la lejanía de la confrontación de la Guerra Fría, el creciente costo diplomático para Estados Unidos (sobre todo en América Latina), o las propias reformas en Cuba.
Ahora parece claro que lo verdaderamente decisivo fue un inquilino de la Casa Blanca llamado Barack Obama, dispuesto a navegar contracorriente y asumir el costo político de sus decisiones. Su osadía reveló que una mayoría visible en el público y el sector de negocios estadounidense está lista para acercarse a Cuba. Esto no podrá ser ignorado en lo adelante y es una ganancia neta de ese proceso.
Lamentablemente, ha sido muy fácil retroceder porque ese accidente que se llama «17 de diciembre» se construyó sobre un castillo de naipes. El precario marco que se creó para que los vínculos prosperaran introdujo tantos elementos de incertidumbre para unos y de sospecha para otros, que lo realmente logrado en el ámbito de los negocios y otras esferas ha sido insuficiente para impedir el retroceso. Esta es una gran lección. Las fuerzas que se oponen son tan poderosas, que no se puede ir por poco. Las movidas tácticas, incrementales, no van a permitir acabar con el embargo de Estados Unidos. Hoy parece más evidente que solo la comunidad de negocios en Estados Unidos tiene la fuerza necesaria para remover estas restricciones. Por otro lado, Cuba tiene que ser mucho más osada y sofisticada si aspira a remover uno de los obstáculos más formidables a su desarrollo.
Este nuevo escenario debería servir para que los decisores cubanos repiensen las bases sobre las que van a concebir la inserción de Cuba en el mundo actual. El intento de abrir el mercado norteamericano fue una buena jugada y continúa siendo una apuesta imprescindible para el progreso saludable de la nación cubana. Pero la impresión que queda es que no se sabía exactamente lo que se estaba buscando. Y mucho menos que había voluntad política para llevarlo hasta un punto de no retorno. No es cierto que Cuba deba esperar apaciblemente a que los del Norte hagan todas las jugadas. Los que se aferran a esto caen o son ignorantes o profesan un cinismo admirable.
¿Cuáles son los efectos previsibles en Cuba? Indiscutiblemente, la economía va a resentirse en este nuevo escenario. La combinación de los efectos de las medidas anunciadas el 16 de junio (todavía por implementar) y las recientes decisiones va a afectar al turismo internacional, el sector más dinámico en el panorama cubano desde 2014. El impacto en el mercado norteamericano es visible, aunque en la medida en que se disipe el efecto «Irma», se podrá hacer una evaluación más a fondo del nuevo contexto.
A diferencia de otras actividades, esta vez sí hay una relación directa entre las grandes cifras y la prosperidad de no pocas familias cubanas. Y esto por dos razones. En primer lugar, el turismo siempre ha sido una actividad relativamente intensiva en fuerza de trabajo, con ramificaciones notables hacia las familias y las comunidades. Los nuevos tiempos también permitieron una creciente participación del sector privado, que complementó eficientemente la oferta de las empresas públicas. Además, el nuevo turismo es más urbano, muchas ciudades y pueblos han sido redescubiertos y potenciados, lo que ha permitido un contacto más estrecho entre el visitante y los nuevos negocios, y los flujos que se derivan de ello.
La disminución de los viajes de cubanos a Estados Unidos representa una amenaza al floreciente mercado entre fronteras, que ha permitido el aumento de la variedad y el volumen en el surtido de una amplia lista de productos de consumo individual, al igual que suministros al sector privado. Queda por ver el efecto indirecto en terceros, tanto visitantes como hombres de negocio. Pero la incertidumbre no es un buen ingrediente para las grandes iniciativas.
Todo esto llega en un momento delicado para la sociedad cubana. La economía está atravesando graves problemas en los frentes externo y doméstico. El estrés financiero no ha hecho sino aumentar en 2017. No sería raro que el PIB encadenara dos períodos consecutivos de caídas. Si bien nominalmente los ingresos por ventas de servicios médicos son todavía superiores, lo cierto es que el turismo ha sido la actividad exportadora más dinámica en los últimos tiempos.
Los escasos resultados de la reforma y el traspié con Estados Unidos necesitarían una aceleración de los cambios, y sobre todo un planteamiento más estratégico de los mismos. Pero el momento político lo hace desaconsejable, el riesgo es muy alto. Mucho de lo hecho desde 2010 se fundamentaba en una lógica racional: un contexto de progreso permitiría crear mejores condiciones para la entrada de una nueva generación de líderes cubanos. Lamentablemente, este no es el caso y las expectativas son máximas, especialmente para el pueblo cubano.
Otra vez la influencia de Estados Unidos se vuelve perversa para los acontecimientos en Cuba. El mayor perdedor es el pueblo cubano, incluyendo prominentemente a sus grupos más humildes, cuyas esperanzas de prosperidad se alejan todavía más. Los que tienen oídos, oigan.
Fuente: http://progresosemanal.us/20171026/mal-momento-los-ataques-acusticos/