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El ejército israelí tortura sin tregua a los palestinos en los puestos militares de control

El manual de la ocupación

Fuentes: Haaretz “Twilight Zone”

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

No hay nada que objetar. Todo se hizo según el manual: la puerta se cerró con llave a las 7 de la tarde y 16.000 personas residentes en los pueblos de Beit Furik y Beit Dajan quedaron encarceladas tras ella hasta las 6 de la madrugada. Es el procedimiento. Una mujer que quiera cruzar el puesto militar de control por la noche tiene que ir a pie y esperar hasta que una soldado venga a hacerle un registro corporal, aunque esté a punto de dar a luz; siempre es el mismo procedimiento. Y sólo se consiente el paso de automóviles con permiso de entrada a Nablús después del trámite, aunque dentro de ellos haya personas agonizantes; esto también es así según el procedimiento. Ningún soldado se desvió del procedimiento, se hizo todo según el manual, el manual de la ocupación.

Por culpa de estos procedimientos un paciente de cáncer estuvo retenido alrededor de hora y media en el puesto militar de control de Hawara hasta que murió en un taxi al que no le fue permitido entrar en Nablús, un taxi en el que estaba tratando de llegar desde el hospital hasta su casa, su petición final. También es lo que le pasó a la joven mujer que, a punto de dar a luz, fue obligada a permanecer de pie en medio del frío y la lluvia alrededor de media hora y hacer un trayecto de varios cientos de metros a pie estando de parto. Ése es el procedimiento.

La muerte por cáncer del paciente Taysir Kaisi era inevitable, pero, ¿por qué semejante dolor, esperando eternamente en un taxi «no autorizado» en el puesto de control?

La joven mujer de Beit Furik que estaba a punto de dar a luz, Roba Hanani, finalmente llegó al hospital de Nablús y allí alumbró con éxito a su primera hija, pero, ¿por qué esa tortura? ¿Por qué se merecen eso? ¿Qué pensaríamos nosotros si nuestros seres queridos tuvieran que morir o sufrir los dolores del parto en un puesto de control que separa la ciudad y el pueblo? La vida y la muerte están en manos del puesto militar de control: la historia de la muerte de Taysir Kaisi y del nacimiento de Raghad Hanani, entre los checkpoints de Hawara y Beit Furik, a menos de una hora en coche desde Tel Aviv y en un período de alivio de las restricciones en los mismos, son una historia que debería inquietar nuestra ecuanimidad.

Taysir Kaisi trabajaba en la tienda de hummus [plato tradicional árabe, hebreo y griego, n. del t.] de Hazem Samara en Nablús. Tenía 45 años y siete hijos. Elaborabador de hummus, vivía en una casa de dos dormitorios y sala de estar en el campo de refugiados de Ain Bet Ilma de la ciudad. Cayó enfermo hace un año; hace sólo un mes se le diagnosticó un cáncer de hígado con metástasis. El Dr. Hurani le prescribió quimioterapia que recibió en el hospital de Al Watani de la ciudad.

Su situación se deterioró, los dolores aumentaron. Kaisi quiso una segunda opinión. Alguien le recomendó el Hospital de Hadassah, pero al final solo logró ir al hospital Al Mutla en Jerusalén Este. El lunes 15 de enero fue a Jerusalén acompañado por su primo Husein Kaisi. Tenían cuatro permisos que constituyen la única manera de que alguien pueda viajar para recibir una segunda opinión: un permiso de dos días, uno para cada día para dos personas, otro para «propósito de necesidades médicas» y el otro «con el objeto de acompañar a un paciente,» todos debidamente sellados y todos tras haber mostrado la cita del doctor del hospital de Jerusalén, y eso también conforme a la normativa. Kaisi todavía se hallaba en una forma razonable cuando dejó su casa el lunes y partió al largo viaje a Jerusalén yendo de un taxi a otro entre los puestos militares de control. Le pidieron que se bajara los pantalones en el puesto militar de control de Qalandiyah, -seguridad- y se las arregló también con esto.

En Al Mutla decidieron hospitalizar al paciente durante cuatro días. Él y su primo tenían permisos sólo para dos días. Después de varios exámenes los médicos recomendaron que Kaisi volviera a casa y continuara recibiendo quimioterapia en Nablús, cerca de su familia y sus hijos. El jueves por la mañana Taysir y Husein dejaron el hospital de camino a casa. Esa fue la jornada final de Taysir.

Estamos ahora con el primo Husein sentados en una piedra, mirando desde lo alto la improvisada parada de taxis en el puesto militar de control de Hawara, exactamente donde dejó agonizante a Taysir en un taxi al que no le fue permitido cruzar. Los taxistas que pararon cuando salieron del hospital en Jerusalén Este se negaron a llevarlos porque sus permisos, el de «propósitos médicos» y el de «acompañar a un paciente», ya no eran válidos debido a que la hospitalización había durado dos días más que los permisos. Es por lo que los dos, el enfermo y su primo, viajaron en autobús al puesto militar de control de Qalandiyah después de esperar un largo tiempo en la parada. Cruzaron el puesto de control a pie, Taysir todavía pudo caminar, y allí tomaron un taxi de Ramala para que los llevara a Nablús. Taysir gritaba de dolor durante todo el viaje y le preguntaba a su primo: «¿Cuándo llegaremos a Nablús?»

Cuando llegaron al puesto de control de Hawara, a la entrada a Nablús, Husein le pidió al conductor que entrara en el ckeckpoint y que los llevara a casa. El soldado del puesto les pidió los permisos. Husein, que habla hebreo, le explicó que Taysir estaba gravemente enfermo y que estaba volviendo a casa. El soldado pidió el permiso del taxista, pero el taxista de Ramala no tenía permiso para entrar en Nablús. «Bajen», ordenó el soldado. Husein intentó explicarle que Taysir era incapaz de ir a pie y que lo único que quería era llegar a casa, pero los soldados insistieron. Estos son los procedimientos. Dijeron que Husein y Taysir podían entrar en Nablús, pero únicamente a pie.

Taysir ya no era capaz, de ninguna manera, de dar ni siquiera un paso. Los dolores del estómago habían aumentado durante el trayecto del incómodo viaje y ya no podía mantenerse en pie. «Es un enfermo de cáncer,» intentó convencerles Husein sin ningún resultado. Los soldados, dice, no prestaron atención. A falta de cualquier otra opción, retrocedieron e hicieron lo que el soldado les ordenaba.

El conductor estacionó su taxi en la improvisada parada frente al puesto de control, Taysir gemía de dolor y Husein le pidió que fuera andando con él. Taysir era incapaz de hacerlo, por lo que Husein salió a buscar un taxi autorizado para entrar en Nablús y dejó a su primo en el taxi. «Cuida de mi mujer y de los niños,» le pidió Taysir a Husein. Al parecer fueron sus últimas palabras.

Husein desesperado trataba de encontrar un conductor que estuviera de acuerdo en llevarlos a través del puesto militar de control. En un vehículo de UNRWA que acababa de pasar, sencillamente no había sitio y no llegaba ningún otro automóvil. Uno de los taxistas sugirió que llamara a una ambulancia de Nablús. Sólo podréis cruzar en ambulancia, les informó el conductor. Husein llamó a la Media Luna Roja de Nablús y pasaron otros 15 minutos hasta que la ambulancia llegó al puesto de control. El conductor de la ambulancia no los encontraba, Husein corrió hacia él y lo dirigió al taxi donde Taysir estaba agonizando.

El paramédico salió de la ambulancia, se acercó a Taysir y le preguntó cómo estaba pero Taysir no contestó. Estaba sentado en el asiento trasero del taxi. El conductor de otro taxi que estaba de pie al lado, Jihad Hareb, dice que vio a Taysir sentado en el taxi durante hora y media y su piel amarilla poco a poco se volvía negra, «como si alguien lo hubiera estrangulado». El paramédico comprobó su pulso y respiración, determinando que Taysir estaba muerto. Husein también dice que pasó aproximadamente una hora y media desde el momento en que llegaron al puesto militar de control hasta que llegó la ambulancia. Con la ayuda de dos taxistas sacaron a Taysir del taxi y lo llevaron a la ambulancia, enviándolo al hospital de Nablús, donde certificaron su muerte. Los médicos estimaron que Taysir había muerto aproximadamente 45 minutos antes de llegar al hospital.

Husein llamó a la esposa de Taysir, Nawal, y le informó de que: «Taysir ha muerto en el puesto militar de control, de camino a casa». Dice que fue duro para él dar la noticia por teléfono; ¡Taysir deseaba tanto llegar a casa!

La investigadora de B’Tselem, Salma al-Debai, también tomó testimonio a Husein para preparar un informe sobre el caso en nombre de su organización.

La Oficina del Portavoz del Ejército Israelí, por su parte, responde con una negativa total: «Una investigación con respecto a una demanda por un paciente palestino con cáncer, que fue retenido en el puesto militar de control de Hawara, halló la reclamación incorrecta. Una investigación llevada a cabo por el coordinador de salud de la Administración Civil demuestra que el palestino murió de camino, durante el trayecto en taxi desde el hospital de Jerusalén hasta el puesto militar de control de Hawara.»

Algunas personas mueren en el puesto militar de control y otras nacen allí: envuelta en una manta de lana y con un calefactor eléctrico calentando la bien equipada habitación, está en su cama la niña Raghad Hanani, de 25 días. Cuando crezca, quizá sus padres, Roba y Derar -él policía palestino y ella ama de casa, de 25 años- le hablarán de las fatigas de su madre cuando estaba a punto de dar a luz.

Era el primer embarazo de Roba. El viernes 7 de diciembre, se puso de parto. Un «acto del diablo» -por la tarde ya había caído un acto del diablo en su pueblo, Beit Furik, al este de Nablús- el ejército israelí había cerrado con llave la verja metálica. El coordinador de operaciones sobre el terreno de Rabinos por los Derechos Humanos, Zacarías Sadeh, dice que durante meses esta verja se ha cerrado con llave todas las noches, de 7 de la tarde a 6 de la mañana, encarcelando tras ella a los 16.000 residentes de los dos pueblos vecinos, Beit Furik y Beit Dajan.

Eran las 8,30 de la noche, alrededor de una hora y media después de que la verja se cerrara con llave; la pareja pidió un taxi y se dirigieron hacía la puerta metálica tratando de llegar al hospital de Nablús, un trayecto de pocos minutos. Hay dos carreteras a Nablús; una es corta y sólo está abierta a los judíos y la otra es más larga y pasa a través del puesto de Beit Furik. El acceso a ambas carreteras pasa en primer lugar por cruzar la puerta metálica y estaba cerrada con llave, como ya hemos dicho.

El taxista, Mahmoud Melitat, se acercó la verja metálica y empezó a encender las luces de su automóvil en dirección a la torre de guardia del ejército israelí, localizada a unos cientos de metros de la puerta. Derar dice que hacía frío y llovía. Después de unos 10 minutos llegó un vehículo militar Hummer. El taxista, Melitat, intentó explicar a los soldados que había una mujer de parto en su taxi, pero los soldados insistieron en que debía salir y cruzar la verja a pie.

La pareja salió del taxi, Roba lloraba sujetando su abdomen, asustada por su primer parto y se apoyaba en los hombros de su marido. Caminaron desde la puerta en dirección al puesto de control, una distancia de varios cientos de metros, y allí los soldados les ordenaron que esperaran hasta que una mujer soldado viniera para hacer un registro corporal a Roba; a lo mejor llevaba una bomba en su trayecto a Nablús. En el otro lado del puesto estaba esperándolos una ambulancia palestina que había pedido Derar y los soldados no permitieron a su conductor pasar al otro lado, ya que el puesto militar de control está cerrado por la noche. Derar dice que los soldados ni siquiera le permitieron a Roba entrar en la ambulancia y esperar dentro. Dijeron que así eran las órdenes.

Así permanecieron, afuera y de pie, hasta que la mujer soldado llegó, Roba fue examinada y finalmente les dieron el permiso para ir al hospital. El portavoz del ejército respondió que no le resultaba familiar este caso.

Al final, Raghad nació en el hospital de Nablús. La madre y el bebé están bien. Los abuelos, los padres de Roba, sólo han visto una vez, hasta ahora, a su nieta. En el hospital. No se permite a los residentes de su pueblo, Salem, que puede verse en la colina de enfrente, entrar a Beit Furik.

Y sin embargo los Hananis tuvieron suerte: A finales del 2003 Rula Ashateya también estaba de parto intentado cruzar ese mismo maldito puesto militar de control. Los soldados esa vez le impidieron cruzar y Rula se agazapó para dar a luz en el suelo, escondida tras uno de los bloques de cemento del puesto de control, con su marido ejerciendo de comadrona. La recién nacida al parecer se golpeó en la piedra y murió. Sus padres habían pensado llamarla Mira, escribí aquí entonces, ya que los nombres de todos sus hijos empiezan por M. Entonces, también el portavoz del ejército dijo que «los soldados tienen órdenes de permitir cruzar el puesto militar de control en casos humanitarios, en cualquier momento y en cualquier situación».

 

Texto original en inglés:

http://www.haaretz.com/hasen/pages/ShArtVty.jhtml?sw=Gideon+Levy&itemNo=820922

 

Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, el traductor y la fuente.