Traducido para Rebelión por LB
Israel desató ayer otra guerra nefasta e innecesaria. El 16 de julio del 2006, cuatro días después del comienzo de la Segunda Guerra del Líbano, escribí lo siguiente: «En cada barrio existe uno: un matón bocazas cuya cólera no conviene excitar… No es que el matón carezca de razones, pues es cierto que alguien le hizo daño. Sin embargo, ¡hay que ver cómo es su reacción!«.
Para nuestro horror, dos años y medio más tarde esas palabras se repiten con escalofriante precisión. En el lapso de unas pocas horas, un sábado por la tarde el ejército israelí ha sembrado muerte y destrucción a una escala a la que los cohetes Qassam jamás se aproximaron en todos sus años de existencia. Y la Operación «Molde de Plomo» no ha hecho más que empezar.
Una vez más, las violentas respuestas de Israel, incluso si hay justificación para ellas, exceden toda proporción y traspasan todas las líneas rojas de humanidad, moralidad, derecho internacional y sabiduría.
Lo que se desató ayer en Gaza es un crimen de guerra y la locura de un país. Amarga ironía de la Historia: un gobierno que emprendió una guerra inútil -hoy en día prácticamente todo el mundo admite ese juicio- apenas dos meses después de su constitución, se embarca ahora en otra guerra sin futuro justo dos meses antes del final de su mandato.
En el ínterin, el valor supremo de la paz danzaba en la punta de la lengua de Ehud Olmert, un hombre que ha pronunciado algunas de las palabras más valientes jamás dichas por un primer ministro israelí. La nobleza de la paz en la punta de su lengua, y dos guerras inútiles en su morral. A su lado está su ministro de Defensa, Ehud Barak, líder del llamado partido de izquierda, desempeñando el papel de cómplice necesario del crimen.
Israel no agotó ayer los procedimientos diplomáticos antes de embarcarse en otra terrible campaña de muerte y destrucción. Los Qassam que llovieron sobre las poblaciones israelíes fronterizas con Gaza fueron intolerables, aunque no sembraran la muerte. Sin embargo, la respuesta a ellos debe ser esencialmente distinta: esfuerzos diplomáticos para restablecer el alto el fuego -el mismo que, conviene recordarlo, fue violado en primera instancia por Israel cuando bombardeó innecesariamente un túnel- y después, si esos esfuerzos fracasan, una respuesta militar mesurada y gradual.
Pero no. Es todo o nada. El ejército israelí inició ayer una guerra cuyo final, como de costumbre, consiste en confiar en que alguien vele por nosotros. Ahora la sangre correrá a raudales. La sitiada y empobrecida Gaza, la ciudad de los refugiados, pagará la parte más dura. Pero también en nuestro bando se va a derramar sangre innecesariamente. En su locura, Hamas ha atraído esta desgracia sobre sí y sobre su pueblo, pero ello no justifica la desaforada reacción de Israel.
La historia del Oriente Medio se repite con desesperante precisión. Lo único que cambia es la frecuencia, siempre en aumento. Si entre la Guerra de Yom Kippur y la Primera Guerra del Líbano pudimos disfrutar de nueve años de paz, ahora desencadenamos guerras cada dos años. De ese modo Israel demuestra que no existe ninguna relación entre el discurso de sus portavoces cuando hablan de paz y su conducta beligerante.
Israel también demuestra que no ha interiorizado las lecciones de la anterior guerra. Una vez más, esta guerra fue precedida por un diálogo público aterradoramente uniforme en el que sólo pudo escucharse una voz: la voz que exigía golpear, destruir, hambrear y asesinar, la que incitó y azuzó la comisión de crímenes de guerra.
Una vez más los comentaristas se sentaron ayer en sus estudios televisivos para vitorear a los cazas a reacción que bombardearon los cuarteles de la policía palestina en los que trabajan los funcionarios encargados de mantener el orden en las calles. De nuevo instaron a no ceder y jalearon para que continuara el asalto. Otra vez los periodistas describieron las imágenes de la casa dañada en Netivot como «una escena difícil». Una vez más hemos tenido el descaro de quejarnos por la forma en que el mundo estaba transmitiendo las imágenes de Gaza. Y una vez más tenemos que esperar unos días más para que una voz alternativa emerja finalmente de la oscuridad: la voz de la sabiduría y la moral.
Dentro de una o dos semanas esos mismos expertos que ayer exigieron golpear y volver a golpear competirán entre sí por expresar sus críticas contra esta guerra. Y una vez más lo harán cuando ya será demasiado tarde.
Las imágenes que inundaron ayer las pantallas de televisión de todo el mundo mostraban un desfile de cadáveres y heridos cargados y descargados en los portamaletas de los automóviles particulares que los transportaban al único hospital en Gaza digno de ese nombre. Quizás necesitemos recordar de nuevo que estamos tratando con una franja de tierra miserable y maltratada, la mayoría de cuya población se compone de hijos de refugiados que han sufrido tribulaciones inhumanas. Durante dos años y medio han vivido encerrados en una jaula y condenados al ostracismo universal. La línea de pensamiento que sugiere que por medio de la guerra vamos a ganar nuevos aliados en la Franja de Gaza, que abusando de la población y matando a sus hijos se conseguirá imprimir a fuego en su conciencia y que una operación militar bastará para derribar a un régimen enrocado y para sustituirlo por otro amistoso para nosotros no es más que locura.
Hezbollah no se debilitó como resultado de la Segunda Guerra del Líbano, sino todo lo contrario. La guerra de Gaza no va a debilitar a Hamas, sino todo lo contrario. En poco tiempo, una vez concluido el desfile de cadáveres y heridos, conseguiremos acordar otro alto el fuego, como ocurrió después del Líbano, exactamente como el que podría haberse conseguido sin necesidad de desatar esta superflua guerra. Mientras tanto, dejemos que ahora venza el ejército israelí, como dicen. Heroico contra el débil, ayer bombardeó decenas de objetivos desde el aire, y las imágenes de sangre y fuego tienen como fin mostrar a israelíes, árabes y al mundo entero que el matón de barrio no ha perdido aún su fuerza. Cuando el matón se desmanda nadie puede detenerlo.
Fuente: http://www.haaretz.com/hasen/