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Egipto

El miedo a los islamistas coarta a los partidos laicos

Fuentes: Al-Hayat/Al-Monitor

Traducción para Rebelión de Loles Oliván.

El miedo a los islamistas, convertidos en una fuerza real después de haber sido consideradas como la principal fuerza de oposición a los regímenes, ha sido una constante durante las últimas décadas. Sin embargo, ese miedo se ha intensificado desde las revoluciones de los países árabes. Se podría decir que los sectores civiles -desde la izquierda a las formaciones laicas- viven en un estado de miedo y etiquetan el conflicto como de tipo cívico-religioso.

A pesar de todos sus fallos, que han emergido desde que la Hermandad Musulmana ascendiera al poder en Túnez y Egipto (e incluso en Marruecos) a través de las elecciones, el miedo sigue dominando a las fuerzas civiles. Ha aumentado hasta el punto de que incluso se han convencido de que los islamistas están operando para ejercer un dominio absoluto para mantener el control durante muchos años. Por esa razón señalan que la Primavera Árabe se ha convertido en un «Otoño islamista» que ha reducido ipso facto la atención prestada a los movimientos populares y ha pasado a cuestionarlos. Igualmente, ha dado lugar a interpretar que el conflicto principal se centra en la Hermandad y que la posición central -una expresión popularizada por el marxismo soviético- es hacerle frente y asegurarse de que el conflicto radique entre quienes abogan por un Estado civil y quienes lo hacen por un Estado religioso, así como asegurarse de que todas las alianzas se basen en este alineamiento.

¿Existe el temor de que los islamistas dominen o controlen la autoridad durante décadas?

La experiencia de Irán con la dominación y el control de Jomeini y de los clérigos sobre la autoridad estatal desde 1979, y la toma del poder en curso de los islamistas en Sudán, que se desarrolla desde 1989, han sentado las bases de un profundo temor de que la experiencia se repita. Ello, por supuesto, sin tener en cuenta que las circunstancias locales y globales son diferentes; en particular, que la llegada de los islamistas al poder hoy en día está vinculada a la situación provocada por las revoluciones, y que deberá estar necesariamente vinculada a las propias revoluciones. Las revoluciones han comenzado pero aún no han concluido. Para que la situación se estabilice se debe conseguir un cambio económico mediante la solución de los problemas de un gran sector de la población relacionados con el empleo, los salarios, la educación, los servicios de salud y el estado civil.

Es por esta razón que afirmamos que los islamistas se enfrentan a un dilema crucial que no tiene solución. No tienen ni visión ni interés en resolver todos estos problemas. Ello se debe a que la solución económica radica en quebrar el modelo que consagraron los regímenes anteriores -como la economía rentista, que estaba controlada por un grupo mafioso familiar. Sin embargo, los islamistas intensifican la economía rentista consolidando las actividades comerciales, de servicios y financieras y rechazando las actividades industriales y agrícolas. Son liberales con ropaje islamista; liberales depredadores al acecho tras la globalización.

Esta situación les hará sin duda incapaces de absorber la tensión popular. Por lo tanto, quedarán situados ante la vanguardia de la lucha de clases.

Así que, ¿por qué existe el miedo a una hegemonía a largo plazo? ¿Por qué izquierdistas y laicos temen un poder totalitario estable?

Probablemente es obvio que la perspectiva político-cultural determina la naturaleza del conflicto y representa el origen del temor (e incluso del horror) a que los islamistas puedan asumir el control. Esta perspectiva tiene en cuenta la realidad, la lógica y las ambiciones de esas fuerzas, y basándose en tales elementos refleja su respuesta, independientemente de que ello pueda ocurrir realmente o no.

No cabe duda de que los Hermanos Musulmanes se están preparando para prolongar su permanencia en el poder y se imaginan que «la promesa divina» se ha cumplido al haber recibido «la herencia de la tierra y todo lo que sobe ella hay», y que dicha promesa divina se cuidará de que no pierdan el poder. Su lógica va en la dirección de establecer un Estado religioso y una autoridad clerical totalitaria. Por ello, la Hermandad tiene previsto imponer su hegemonía sobre el aparato del Estado y designar a sus miembros a puestos clave. Además, muestra la esencia de su posición fascista y su voluntad de controlar e imponer sus valores a la comunidad. Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es: ¿Puede conseguirlo la Hermandad?

Esta pregunta no se les ocurre a las élites y a los partidos. Creen que la voluntad personal resultará victoriosa independientemente de su objetividad, pues ignoran completamente la objetividad y actúan de acuerdo a su propia voluntad. De forma que la voluntad de control de la Hermandad deviene intrínseca. Además, como esta voluntad es extremadamente fuerte y tiene tendencia a recurrir a la violencia para controlar, el miedo aumenta, como si lo que está trabajando en conseguir vaya a convertirse en un hecho incuestionable. Es esto lo que está creando todo ese miedo, y es lo que empuja a las elites a adoptar malas políticas basadas en aliarse con cualquier partido que se oponga a la Hermandad. Lo cual conduce a que la alianza se aleje de resolver los problemas reales; en vez de ello, utilizan el conflicto civil-religioso como cobertura e ignoran los problemas del pueblo, que constituyen las razones por las que se produjeron las revoluciones.

Tales problemas, que exigieron que se llevaran a cabo las revoluciones y que aún hay que resolver, hacen que sea imposible que los islamistas impongan su autoridad porque estos carecen de solución. Por lo tanto, será eso lo que fuerce a los movimientos populares a continuar y a volverse en contra de los islamistas. Entonces la autoridad no podrá ejercer su control en tanto que autoridad, lo que hará que cada vez sean más débiles y que disminuya su capacidad de controlar. La Hermandad ha llegado al poder en un momento revolucionario que es imposible de detener antes de que se produzca el cambio y se resuelvan los problemas populares. Ello significa que la revolución continuará, que el poder de la Hermandad fracasará por completo y que su fuerza disminuirá.

Como las elites y los partidos están dominados por esta perspectiva político-cultural no ven esta realidad. Por el contrario, únicamente ven la fortaleza de la Hermandad y su voluntad. Por esta razón, nos encontramos con que se muevan fuera de los límites de la realidad involucrándose en batallas imaginarias que favorecen a la Hermandad, pues se fundamentan en el conflicto político-cultural y no en la realidad popular y en el verdadero conflicto de la sociedad.

En consecuencia, toda élite aislada crea el temor de cualquier fuerza que quiere llegar al poder, porque quiere ejercer su propia hegemonía. Ello generó mucho temor a que regresaran los militares en Egipto y genera ahora temor a la autoridad de la Hermandad. Por esta razón, las élites se han fabricado este delirio, lo que demuestra la aversión derivada de su aislamiento, ocupando una estrecha burbuja político-cultural.

Fuente original: http://alhayat.com/OpinionsDetails/471201 y en inglés: http://www.al-monitor.com/pulse/politics/2013/01/egypt-islamist-secular.html