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El millonario negocio agrícola de Torre Pacheco depende de los migrantes: «Esto no tira sin nosotros»

Fuentes: El Diario

Un tercio de la población activa del municipio es de origen extranjero y es la principal fuerza de trabajo en el campo, el motor económico de la comarca.

El cielo amenaza con venirse abajo removiendo el aire, salado, más fresco de lo habitual sobre el laberinto de caminos de tierra marrón, inconsistente y rebosante de nutrientes del Campo de Cartagena. Esto, en pleno julio, es un respiro que por desgracia, ellos lo saben, no durará mucho, pero es un alivio recoger melón bajo este manto de nubes aunque sea solo por un día. Un grupo de trabajadores faena al rebufo del rastrillo de un tractor que remolca un gran contenedor en el que van volcando los melones que sacan de la tierra. “Estos son bereberes. Del norte de África. No son árabes. Eran agricultores en Marruecos. Alguno que otro ya es jefe de cuadrilla. Aquí trabajan desde las seis de la mañana hasta la una y media o las dos, a pleno sol, con 35 grados. Este es un trabajo duro, duro de verdad”, cuenta Daniel, un agricultor veterano de la zona que maneja el tractor.

El Campo de Cartagena debía ser una tierra baldía y de secano que, milagros de la hidráulica, ha terminado siendo una de las tierras de cultivo más productivas de todo el mundo. Para que puedan hacerse una idea, en el año 2019, la Región exportó más de 2,5 millones de toneladas de productos agrícolas: melón, lechuga, brócoli, acelga, berenjena o alcachofa. Las tierras orientales de Carrascoy llenan las despensas de medio mundo. “Yo lo he vivido todo, cuando esto era secano puro. Había cuatro pozos nada más. La zona regable era una décima parte de lo que hay ahora. Esto empezó a cambiar con el trasvase, y con él vino la mecanización… y sobre todo, la inmigración. Sin inmigrantes esto no es viable. No es que no sea rentable, es que no es posible”, continúa.

El río del trasvase Tajo-Segura riega sin parar las tierras de todo el Campo de Cartagena, dispuestas geométricamente en torno a él.
Foto: El río del trasvase Tajo-Segura riega sin parar las tierras de todo el Campo de Cartagena, dispuestas geométricamente en torno a él. Álvaro García Sánchez

La presencia masiva de trabajadores inmigrantes está justificada con la necesidad casi ilimitada de mano de obra de un campo que nunca jamás deja de cultivarse: “Aquí el 80% de la mano de obra son inmigrantes. Y si me apuras, en algunos tajos, el 100%. Si mañana los marroquíes, los latinos y los rumanos se van, aquí no se recoge ni un melón”. El sociólogo Andrés Pedreño explica a elDiario.es Región de Murcia que la mayor parte de los marroquíes que hoy pueblan Torre Pacheco provienen de la provincia de Uchda, en el oriente del país, una región históricamente minera que ya trasvasó en los años sesenta a muchos trabajadores a la Sierra Minera de Cartagena y que, al ver la metamorfosis del campo, cambiaron de sector. “Cuando se produce la gran transformación al regadío en los ochenta, se presenta un problema de escasez de mano de obra. El país se estaba modernizando y las bolsas de jornaleros del sur se iban a otros sectores de la economía que estaban en alza, como la construcción, la hostelería o el turismo. En el 86 entramos en la Comunidad Económica Europea (CEE) y en el 91 el mercado único europeo, y ahí es cuando Murcia especializa su territorio en lo que luego se llamó la ‘huerta de Europa’”.

Daniel no quiere aparecer en cámara ni que se muestre su nombre, porque “luego vienen los sindicatos, las cámaras, la tele. Y ya te montan el circo de la esclavitud y no sé qué. Hace 30 años, vale. Pero ahora, sin papeles no trabaja nadie. Y por menos de ocho euros la hora no te viene ni Dios”. Brahim, trabajador marroquí de veinte años, lo confirma: “El trabajo es duro, a veces para morirse, pero está bien pagado. Yo llevo dos años trabajando en el melón y en la lechuga y merece la pena”. Pese a que los sigue habiendo, los casos de explotación laboral en el campo se han ido reduciendo paulatinamente con los años, en parte gracias a la presencia constante de inspectores de trabajo.

A pesar de su veteranía trabajando la huerta, Daniel lamenta que no se vaya a dar un relevo generacional: “Mi hijo, por ejemplo, es bioquímico. Tiene un máster en Enología en la Politécnica de Madrid. No quiere saber nada del campo. Los españoles no quieren trabajar aquí. ¿Por qué? Porque es más cómodo tener un sueldo, aunque sea pequeño, que ser empresario. No te imaginas la cantidad de papeles que se requieren para llevar esto medio en condiciones. Esto no es solo sudar: es papeleo, es responsabilidad, es desgaste. Y de mano de obra, mucho menos. Hay poca, y a veces problemática”.

De casa al trabajo, y del trabajo a casa

Entre la población marroquí, muchos de ellos naturalizados o nacionalizados españoles, sí que se está adquiriendo esa transmisión del oficio de padres a hijos. Según Daniel, “hay alguno que ya se mete a emprendedor. Les gusta la mecánica, montan talleres, venta ambulante, incluso alquilan fincas. Tienen iniciativa. Más que muchos de los nuestros, que se van a otros oficios y se olvidan del campo”.

A las dos de la tarde, cuando el calor rompe los relojes y el horizonte vibra por la temperatura, Omar pedalea de vuelta a casa. Son veinte minutos en bicicleta bajo la solanera. Veinte minutos de polvo, sudor y silencio, desde la finca hasta el piso donde vive con su familia. Lleva veinte años trabajando en el campo. Lo ha hecho todo: ha recogido melones, limones, ha trabajado en almacenes, sabe lo que es cargar cajas en agosto y arrancar lechuga con escarcha en diciembre. Omar habla con una sinceridad que corta: “Esto, si no fuera por nosotros, no tira. Nosotros hacemos el trabajo; ellos ganan, y nosotros cobramos. Y seguimos”. Se refiere a los patrones, a los almacenes, al engranaje entero. “En los melones, en los limones, solo trabajamos marroquíes. Españoles, ninguno. Solo como jefes o tractoristas”.

La semana pasada, cuando se desataron las cacerías racistas en Torre Pacheco, se encerró en casa con su mujer y sus hijos. “No salí para nada. Solo del trabajo a casa y de casa al trabajo. En bici, claro”. No pisó la plaza ni la tienda ni la calle, no asomó su rostro, reconocible para la turba solo por el color de su piel, por el umbral de la puerta. Solo al tajo y al hogar. “Los que montaron el lío no eran de aquí. Vinieron de fuera a buscar pelea. Pero nosotros seguimos con lo nuestro”.

Pese al relato que trata de imponerse, la población migrante de Torre Pacheco hace lo posible por convivir, trabajar y, sobre todo, prosperar. Ya hay familias con tres o cuatro generaciones que comienzan a medrar en la sociedad aupados por las espaldas dobladas de sus padres y abuelos. Mohammed es supervisor de finca. Llegó en 1990, cuando tenía veinte años, en una época en la que apenas había marroquíes y los pocos que había se repartían entre la industria y el campo. Empezó abajo del todo, haciendo lo que nadie quería, y ahora dirige cuadrillas, coordina cultivos y organiza la recogida.

Una cadena de mando bien jerarquizada

“No hay españoles haciendo nuestro trabajo”, dice. “Camioneros, tractoristas, jefes, sí. Pero en la tierra, muy pocos”. Habla con claridad, sin queja, sin heroísmo, asumiendo que forma parte de algo más grande que él, pero que también es suyo. “Esto sigue funcionando gracias a los que vinimos y a los que siguen viniendo”. Mientras en el centro del pueblo se multiplicaban los bulos y las agresiones, en los bancales de melón y lechuga apenas se notó el temblor. Como si el campo viviera al margen del ruido, ajeno al odio y entregado a otra lógica: la de madrugar, rendir y regresar a casa con lo justo para volver a empezar el día siguiente.

La llaman “la jefa” y lo es. Lleva 25 años en el campo y ha tenido a su cargo hasta 200 personas. Es ecuatoriana y aún recuerda cuando aterrizó en Barajas en un avión de la KLM lleno de compatriotas que venían, como ella, con la intención de trabajar hasta caer rendidos. Hoy, tras décadas de viajes en autobús y de horarios imposibles, gestiona peones, reparte tareas y decide quién vale y quién se queda fuera.

Para Andrés Pedreño, una de las claves de la altísima productividad, es el saber hacer de los capataces para llevar a sus trabajadores: “La explotación del trabajo marroquí se ha basado en mantenerlos en posiciones subalternas y subordinadas, no es contradictorio que los agricultores reconozcan que son indispensables y, al mismo tiempo, mantengan una posición racista, porque es una estrategia para tener trabajadores sumisos y ordenados. Lo sorprendente es que esto haya sido aceptado tan silenciosamente por la población migrante, y esto se debe a que se han encontrado un entorno político, institucional y social muy reacio a reconocerles la ciudadanía. Hay que preguntarse cuántas escuelas concertadas y privadas existen en un pueblo como este”.

Una cuadrilla de trabajadores senegaleses recoge los plásticos que abrazan la tierra de una finca de El Jimenado, pedanía de Torre Pacheco. Hay que preparar la tierra para una nueva cosecha.
Foto: Una cuadrilla de trabajadores senegaleses recoge los plásticos que abrazan la tierra de una finca de El Jimenado, pedanía de Torre Pacheco. Hay que preparar la tierra para una nueva cosecha. Álvaro García Sánchez

“Yo me fijo mucho en el comportamiento. Si alguien se aprovecha, mañana no trabaja más conmigo”, cuenta, sin levantar la voz. Su liderazgo se basa en la firmeza y en haberlo pasado todo: “Jornales impagados, amenazas, botellas rotas, turnos de sol a sol…” explica la encargada.

A su lado, un agricultor español de poco más de treinta años asiente. Lleva meses sin encontrar gente para recoger y reconoce que ya no sabe qué más hacer. “Falta mano de obra, y faltan empresarios que quieran tirar pa’lante”. Sabe que el problema no es solo el rechazo de los jóvenes a trabajar en el campo, sino también el miedo de muchos pequeños propietarios a asumir el “problema” de contratar en regla: seguridad social, ETT, inspecciones laborales y costes; pese a los millonarios beneficios que este sector arroja todos los años. “Esto lo estamos sosteniendo entre cuatro”, suelta. Y se marcha a seguir recogiendo plásticos del bancal donde hace unos días aún se recogían melones que acabarán en las próximas horas en un supermercado de Berlín.

Pozo Estrecho, París, Londres

La productividad de estas tierras roza lo irreal, y casi brotan nada más cosecharlas, y llenan y llenan almacenes que trabajan sin descanso, llenan camiones que salen día y noche en dirección a cada capital europea; Pozo Estrecho-París-Londres, el barbecho no es una opción. Las cintas no paran: cajas y más cajas, lechugas calibradas al milímetro, melones enfriados en tiempo récord y hasta brócolis que se etiquetan por talla como si fueran trajes de chaqueta, que van todos a parar a hileras infinitas de camiones que vienen a explicar que cada ciclo de riego es un envío internacional y cada jornada de tajo acaba en una lonja poco después.

Fuente: https://www.eldiario.es/murcia/millonario-negocio-agricola-torre-pacheco-depende-migrantes-no-tira_1_12488519.html