Quienes hemos criticado desde hace años el modelo de crecimiento de la economía española hemos de estar satisfechos por la voluntad de cambio expresada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Es verdad que lo que hizo el presidente en el debate sobre el estado de la Nación fue apuntar el inicio de una […]
Quienes hemos criticado desde hace años el modelo de crecimiento de la economía española hemos de estar satisfechos por la voluntad de cambio expresada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Es verdad que lo que hizo el presidente en el debate sobre el estado de la Nación fue apuntar el inicio de una nueva estrategia. Se limitó a manifestar sus intenciones («la transformación del modelo productivo es la clave para retomar una senda de prosperidad sostenible») y a establecer algunos puntos de partida a partir de los que se propone ponerlas en práctica y de los que me parece que hay que destacar tres principales: la creación de un nuevo entorno para la actividad económica, la reconducción de la actividad y «del volumen exagerado» del sector inmobiliario y la identificación y potenciación de nuevos sectores. Y como añadido de eso, mencionó los tres instrumentos a partir de los que el gobierno piensa que puede contribuir a poner en marcha el cambio: financiación, una norma jurídica específica y una propuesta de acuerdo político.
Yo creo que en la situación en la que se encuentra hoy día nuestra economía esa apuesta del presidente es imprescindible y que merecería un apoyo social amplio y sincero porque limitarnos a seguir el mismo camino seguido hasta ahora puede llevarnos a medio plazo, e incluso una vez que pase la crisis, a un callejón sin salida y a condiciones mucho peores incluso que las que ahora tenemos en su pleno desarrollo.
Lo que ocurre es que para que esa propuesta sea viable hacen falta algunas cosas más que las buenas intenciones, o incluso que los recursos legales y financieros que se han anunciado.
Quizá lo primero sería ponernos de acuerdo sobre lo que entendemos exactamente por modelo productivo y sobre sus elementos que se desean o se pueden modificar.
A veces da la impresión de que lo que en realidad se busca es hacer sostenible el actual estado de cosas, es decir, lograr que se siga reproduciendo aunque sin tantos sobresaltos. Es la sensación que se tiene cuando al mismo tiempo que se habla de cambio de modelo, las ayudas y los incentivos que se ponen sobre la mesa van a los mismos sectores de siempre y dejando que los mismos sujetos lleven la iniciativa y se sigan beneficiando de manera privilegiada de las medidas que se adoptan.
¿Consideramos ya como irreversible la desindustrialización de nuestra economía? ¿Aceptamos ya para siempre que renunciamos a nuestros activos y que el modelo a seguir ha de ser el que se basa en la venta de su práctica totalidad al capital extranjero?
El Presidente se refirió, yo creo que correctamente, a la necesidad de buscar otros sectores (aunque alguno de los que citó, como el de la moda, debería sonar muy raro en los planes de un gobierno que se ha autoproclamado feminista) pero el cambio de modelo no puede consistir solamente en la sustitución de un tipo de actividad por otro.
El modelo tiene que ver sobre todo con el tipo de uso que se haga en cualquier actividad y no solo con los que tienen que ver con el medio ambiente. Y ese uso es el resultado del diferente poder que tienen los distintos sujetos económicos, por lo que para hablar de cambio de modelo hay que hablar de si se va a dejar intacta la correlación de fuerzas o si se va a tratar de empoderar de otro modo y cómo a los sectores más débiles modificando a su favor normas como las que ahora hay en relación con el mercado laboral. Es lo que hacen, pero en el sentido contrario de favorecer a los intereses de la patronal, quienes proponen despidos más fáciles, acabar con la negociación colectiva o establecer un único tipo de contrato.
¿Queremos ahora ser más competitivos pero a base de salarios bajos, como constantemente están proponiendo la patronal o el Banco de España?
También tiene que ver, como el propio presidente reconoció, con la financiación. Pero sería imposible que el cambio, y mucho menos el propio modelo, se financie solo con un gasto público que se encuentra tan lejos de los estándares de nuestro entorno y de cuyo aumento a medio plazo no solo no se habla sino que incluso se dice que en cuanto se pueda volverá a contenerse.
Y aunque seguramente el gasto público será imprescindible, es evidente que no será suficiente y que habrá que contar con un sistema financiero comprometido con este cambio, algo realmente impensable mientras predomine su actual ordenación y la lógica que lo guía. Y aún menos, si se lleva a cabo el plan que parece preparar el gobierno para facilitar la concentración bancaria en el sector privado y la jibarización en el de las cajas.
Un modelo productivo también es un modelo de distribución de la renta. En economía no ocurre lo que pasa en la repostería, que primero se hace la tarta y luego se reparte, sino que es justamente al mismo tiempo que se produce que ya se está distribuyendo. Por eso es trascendente que, al mencionar los inconvenientes del modelo actual, el presidente no haga referencia explícita a sus negativos efectos sobre la distribución de la renta y la riqueza.
Si se va a cambiar el modelo se va a afectar inevitablemente al reparto y por tanto se tiene que poner sobre la mesa a qué esquema distributivo se quiere llegar y, sobre todo, qué medios se van a utilizar para lograrlo.
Hablar de cambiar el modelo productivo y no mencionar este problema de la desigualdad que el actual está incrementando no es solo una gran ingenuidad.
La manera en que se ha desenvuelto nuestra economía en los años recientes es la que ha provocado una concentración de la riqueza sin igual y la que ha llevado a que la participación de los salarios en el reparto de la «tarta» de las rentas sea la más baja desde los años sesenta. Solo en los años 2002-2005, gloriosos desde el punto de vista de crecimiento del PIB, la renta media correspondiente al 20% más pobre de los hogares de España se redujo en un 23’6%, mientras que la renta media del 10% más rico se incrementó más de un 15%.
¿Y cómo no hablar del endeudamiento de los hogares ocasionado por el actual modelo productivo, que ha pasado de ser el 66,5% de su renta disponible en 1994 al150,4% en 2007? ¿se va a mantener esa tónica tan beneficiosa para la banca (cuyo negocio es precisamente que la gente y las empresas se endeuden) o se va a tratar de cambiar? Y si se quiere cambiar, ¿cómo se va a lograr, cómo se va a doblegar el poder de los bancos y cómo se va a conseguir otra distribución de la renta que no obligue a los hogares a endeudarse de esta forma?
El modelo productivo y su cambio también tiene que ver con las cuestiones fiscales. ¿Se va a mantener el actual discurso fiscal? ¿Se va a seguir considerando que reducir los impuestos es una política progresista, cuando al mismo tiempo se debilita la provisión de bienes sociales? ¿Se va a ir, como se ha apuntado en algunos documentos doctrinarios, a promover amnistías fiscales, a seguir facilitando, como desgraciadamente ha hecho el gobierno, que los residentes en paraísos fiscales dispongan de condiciones tan privilegiadas como inaceptables desde el punto de vista de la justicia fiscal, o que las ganancias del capital que reciben principalmente los que ya de por sí son más ricos tributen mucho menos que las del trabajo?
Por otro lado, para poner en marcha la estrategia de sostenibilidad (económica, social y medioambiental) a la que aspira el gobierno harían falta nuevos instrumentos de registro y medida de la actividad económica, salvo que se quiera conducir el coche del cambio productivo sin tablero de mandos o con los ojos tapados. No vale el Producto Interior Bruto, ni valen las cuentas que no recogen nuestra producción de residuos, ni la actividad no monetaria que, sin embargo, es una pieza clave de la sostenibilidad, o el grado de eficiencia con que usamos los recursos, entre otras muchas.
No nos conviene engañarnos. Si lo que se desea es realmente un cambio de modelo productivo tenemos que hablar de todas estas cosas. Lo otro es sencillamente limitarse a encontrar algunos nuevos yacimientos de negocio para que los mismos de siempre sigan poniéndose las botas aunque en actividades distintas y con un barniz de responsabilidad social corporativa por encima.
La primera apuesta, la sincera, es difícil. Obliga también a modificar las conductas, a corregir inercias y comodidades y a acabar con privilegios inaceptables, lo que provocará lógicas y fuertes resistencias. Si el gobierno la plantea con inteligencia y con claridad, hablándole a los ciudadanos con credibilidad y promocionando un nuevo tipo de participación y complicidad social podrá dar pasos de gigante. Si es conservador y quiere cambiar todo dejando todo como está, se quedará solo a la hora de afrontar un reto tan importante.
Juan Torres López es catedrático de Economía Aplicada (Universidad de Sevilla). Su página web: http://www.juantorreslopez.com