Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Los sirios, mientras tanto, están ocupados en serenas reflexiones. Al escuchar a amigos y contactos que van desde Daraa a Raqqa, desde Beirut a Berlín, me sorprendió la claridad y coherencia con las que muchos están haciendo balance y entendiendo el punto de inflexión del conflicto. Esas deliberaciones son individuales en sumo grado aunque inherentemente colectivas, sumándose a un mosaico incompleto pero revelador de cómo la sociedad se está posicionando para la etapa que tiene por delante.
La imagen resultante nos dice más que la suma de sus partes. Los sirios son los primeros en señalar cómo el agotamiento y la desilusión están haciendo que la sociedad se retraiga en sí misma, renunciando aparentemente a cualquier esperanza en un futuro mejor. Un régimen vengativo en proceso de resurgimiento refuerza ese retraimiento utilizando una represión inquebrantable. Pero Damasco pretende también seducir: atrayendo a los sirios a diversas formas de cooperación y complicidad.
Sin embargo, a nivel crítico, las narrativas resultantes representan a menudo las formas en que los sirios siguen buscando como pueden cierta apariencia de progreso, aunque sea lento e imperceptible. Esa determinación adopta muchas variantes, desde el activismo cívico de bajo perfil hasta un impulso básico, aunque poderoso, para comprender y dar testimonio de las transformaciones de Siria. En conjunto, estas luchas invisibles se unen en una visión más optimista del futuro de Siria. Para las gentes de fuera que quieran entender hacia dónde se dirige Siria, y prestar su apoyo en el camino, hay mucho que aprender de quienes están ya intentando tomar la iniciativa.
Renuncia
He intentado convencer a mis padres para que se vayan de Siria, pero no quieren ni oír hablar de ello. Desean permanecer en su país aunque no tengan esperanzas respecto al futuro. La mayor parte de mis amigas siguen en Siria, pero todas se sienten deprimidas. Una de ellas apenas ha salido de su barrio en los últimos siete años porque están buscando a su marido para reclutarle y no pueden pasar por ningún punto de control.
A nivel personal, yo siento que anhelo regresar pero no voy a hacerlo. Solo volveré si veo que tengo alguna posibilidad de crear algo. Incluso volver una semana te puede pasar factura. Hay una presión psicológica que procede de sentirte insegura y de las dificultades para poder afrontar la situación económica.
Tiene que ver también con la falta de vida cultural. El régimen fue siempre opresivo, pero seguía habiendo cultura: mi ciudad natal produjo pensadores, escritores, poetas. Hoy no hay nada. Incluso los intelectuales establecidos no hacen nada porque se sienten deprimidos.
Creo que las conversaciones sobre la vida dentro de Siria tienden, cada vez más, a volver sobre las mismas emociones: frustración, cansancio y desilusión, cruzando a menudo un umbral invisible hacia la desesperación. Tales sentimientos son inevitables después de años de guerra catastrófica e inútil. Nuevos traumas se acumulan cada día a medida que la violencia continúa a lo largo del país. Las zonas donde el conflicto ha disminuido deben vivir con su legado tóxico: pésimas condiciones de vida y hostigamiento por parte de las autoridades. Las sofocantes sanciones occidentales agravan la miseria siria, aumentando el dolor económico infligido por la destrucción, la fragmentación y la corrupción. Si bien la guerra ha golpeado a algunas comunidades más que a otras, el malestar general trasciende los límites de la secta y las lealtades.
Hasta hace poco, algunos encontraban consuelo en la idea de que el conflicto terminaría y la vida podría mejorar. Hoy en día esa perspectiva parece cada vez más remota. Se supone que el gobierno ha ganado la guerra pero muchos de los problemas más agudos del país siguen estando ahí: persisten los reclutamientos forzosos, las desapariciones y las ejecuciones; el saqueo de propiedades dirigido por el Estado sigue al alza y, en cualquier caso, la larga crisis de los servicios públicos sigue profundizándose. La consecuencia es que muchas personas continúan intentando huir, y las que permanecen tienen que esforzarse mucho para encontrar alguna razón para el optimismo. Una amiga que vive en los suburbios de Damasco resumió de esta forma la desesperanza que la rodea:
Una gran parte de la gente mayor se siente miserablemente desesperada; algunos se niegan a lidiar con cuestiones sencillas, como arreglar las cosas básicas de la casa. Sé de una persona que ha dejado de ir al dentista. Se limita a decir: «De todas formas, me voy a morir pronto». La gente joven muestra su nihilismo de forma diferente. Si la generación de más edad se ha dado por vencida en todo, los más jóvenes se han dado por vencidos específicamente respecto a Siria y solo piensan en marcharse.
Quienes se sacrificaron por el levantamiento cargan a menudo con una capa adicional de moretones emocionales. Dichas heridas son en parte autoinfligidas, ya que muchos se preguntan qué salió mal y qué podría, quizá, haberlo hecho salir bien. Tal introspección está relacionada frecuentemente con un amargo resentimiento hacia aquellos que decían representar o apoyar la revolución: desde los volubles gobiernos occidentales hasta una oposición política fallida y una serie de facciones armadas que ahora son ridiculizadas porque no son mejores que el sistema que prometieron derrocar.
«Las facciones de la oposición demostraron ser unos mercenarios», dijo un activista de la provincia sureña de Daraa, donde las protestas estallaron por primera vez en marzo de 2011. Hablamos en un Starbucks en Amman, durante un período -octubre de 2018- en que el estado de ánimo de la oposición que se hallaba en Jordania era sombrío. Las fuerzas prorégimen habían retomado recientemente el sur de Siria después de una campaña que duró apenas unas semanas. La rapidez de la victoria -acelerada por una oleada de acuerdos de «reconciliación» negociados por Rusia- cogió a casi todos por sorpresa. Revelaba la voluntad de las facciones rebeldes de llegar a un acuerdo, junto con la fatiga y frustración generalizadas entre la población del sur que se dirigía, en gran medida, hacia los propios rebeldes. El activista explicó:
Hoy en día, la gente tiene que optar entre un dictador en el régimen y veinte dictadores en la oposición. Así pues, elegirán al régimen. Todos en el sur odian a Bashar. Pero todo ese odio no hará que estén dispuestos a revivir los últimos ocho años en que fueron los únicos que pagaron el precio. El reino del miedo ha vuelto. Todos se someterán a cambio de que se les permita comer.
Las cuestiones relativas a la sumisión y rendición se precipitaban sobre cada conversación en ese viaje a Jordania, extendiéndose a países como el Líbano, donde los sirios están atrapados entre medidas legales punitivas y un discurso político amenazador. Los sirios que no pueden regresar con seguridad deben optar por sufrir indefinidamente la indignidad y la precariedad de la vida en el Líbano o intentar alguna forma de escape -legal o de otro tipo-, por lo general hacia Europa. Un conocido de la devastada provincia oriental de Deir Ezzor, que vive en Beirut, describió su situación con una concisión escalofriante: «La fase de la guerra ha terminado; la fase de la venganza está comenzando. Aquí también lo vamos a pasar mal. Mejor estar lejos».
Incluso entre los sirios cuya situación es relativamente estable y se mueven libremente entre el Líbano y sus lugares de origen, la fealdad y la desintegración de los últimos años pueden crear un sentimiento inquebrantable de alienación. «Lucho por volver a casa porque me siento muy desconectado de la gente de allí», reflexionaba un trabajador de una ONG de un vecindario leal al régimen en el centro de Siria. «Tenemos formas de pensar muy diferentes y vimos la revolución desde una perspectiva diferente. Me las arreglé para salvar algunas de esas relaciones, pero cualquier discusión sobre política lo arruinaría todo». Un amigo de Homs expresó una inquietud relacionada con la premisa de volver a comprometerse en un país degradado por la guerra: «Para mí es una cuestión de dignidad y justicia. ¿Cómo voy a volver y tener que tratar con gente en el poder tan sucia y criminal?
El distanciamiento salta fácilmente el Mediterráneo y se filtra en círculos lejanos donde los sirios luchan por mantener las conexiones con la patria. En Alemania, donde se puede decir que los sirios han encontrado el exilio colectivo más tolerable, las discusiones con los activistas derivaron fehacientemente hacia la dificultad de encontrar formas de continuar apoyando a su sociedad en casa. Ante una taza de café en una cafetería de Berlín, un joven del centro de Siria esbozó un conjunto de temas comunes:
El compromiso con Siria apenas está vivo aquí; es frustrante y deprimente. Estamos tan agobiados con todas las cosas que nos piden los alemanes en términos de papeleo e integración, que a las familias ya no les queda energía ni para tratar de liberar a sus hijos detenidos en las cárceles sirias. Personalmente me resulta cada vez más difícil seguir ayudando a personas en Siria. Los activistas hablamos y hablamos, pero podemos hacer bien poco. A veces me siento avergonzado, porque quienes están dentro de Siria me piden apoyo y no puedo dárselo.
Un joven activista y programador de ordenadores se hizo eco de este punto ante a un plato de comida yemení en Berlín:
Me encantaría volver a Siria, pero me están buscando siete ramas diferentes de los servicios de seguridad. Me costaría 15.000 dólares en sobornos borrar mi nombre de todas esas listas de búsqueda, y aun así, no estaría seguro. No voy a pagarle a Asad 15.000 dólares.
Siempre estuve en contra de venir a Europa, porque sabía que sería más difícil mantener el compromiso. Pasé dos años en Benghazi, Libia, antes de llegar aquí, y era mucho más fácil apoyar a las personas en Siria: podía encontrar trabajo como programador y no había distracciones ni forma de gastar dinero. Así que trabajaba 16 horas por día y enviaba casi todo a casa. Aquí tienes que pasar años antes de poder encontrar un trabajo que te permita apoyar a nuestra gente del mismo modo.
Es importante destacar que este giro introspectivo abarca a personalidades que alguna vez ejercieron una influencia significativa en sus comunidades en Siria. Al haberse jugado abiertamente su suerte contra el régimen sirio, ahora se ven obligados a quedarse sin nada por falta de otras opciones. «Hoy es tiempo de silencio», reflexionaba un jeque de la oposición del sur de Siria en una reunión que fue interrumpida una vez por una llamada telefónica con noticias de una muerte en su hogar en Daraa. Se mostraba sombrío y seguro sobre la etapa que se avecinaba: «Ninguno de los líderes que se oponen al régimen puede desempeñar un papel, porque no tenemos manera de respaldarlo. No se puede resistir sin medios para hacerlo».
Otro jeque compartía un dilema similar mientras hablaba delante de un bizcocho en su casa de un suburbio de Amman. Aunque es complicado desempeñar un papel en el exilio, sin embargo, no ve ninguna opción de retorno:
El tiempo de estar a favor o en contra del régimen ha pasado. Muchos notables del sur han regresado a Damasco, a pesar de haber sido los primeros en volverse contra el régimen. Esa no es opción para mí. No hay forma de saber qué pasaría si tratara de regresar: podrían matarme, torturarme, hacerme desaparecer, cualquier cosa. Tampoco es cuestión de ofrecer tu mano a la persona que ha estado asesinando a tu gente. Como símbolo que soy de nuestra familia, no puedo hacer eso.
Cada vez más, las narrativas de rendición están relacionadas con historias de cómo los sirios están siendo succionados para colaborar con el régimen que combatieron. Damasco, por su parte, ha practicado durante mucho tiempo el arte de aterrorizar a la sociedad con una mano y atraerla con la otra, abriendo las puertas al progreso social y económico para quienes estén dispuestos a entregarse. Después de un período de relativa debilidad, esta larga tradición está resurgiendo con fuerza.
Aceptación
La gente del sur de Siria se siente derrotada, como si no pudiera haber más solución que el retorno del régimen. Hay una profunda frustración que viene de tener una generación que creció en este conflicto. Un niño que tenía doce años cuando se inició tiene ahora veinte.
Y todos se sienten en peligro. Quieren creer que Rusia les protegerá, pero las personas que han sido desplazadas van a sus casas y se las encuentran desvalijadas, sin cristales, ni tuberías, ni ganado. Nadie sabe lo que puede sobrevenir. El perspectiva del régimen es castigar a todos, excepto a quienes lo apoyan abiertamente. Nadie en Daraa está con el régimen, aunque muchos tratarán de amoldarse.
Los líderes de las familias extensas han sido de los primeros en hacerlo. Existe una tremenda presión para que estas personas acepten al régimen o inviten a sufrir a sus comunidades. Imagina que alguien destruyó tu casa y mató a tu hijo, ¿y vas a darle luego la bienvenida? Sin embargo, en cierto modo, es el enfoque más sensato. Lo hecho, hecho está; los muertos están muertos.
Aunque la guerra haya sumido en la miseria a los sirios normales y corrientes, una estrecha cohorte de oportunistas ha obtenido riquezas de entre los escombros. El regreso del régimen presenta de hecho oportunidades, sobre todo para las autoridades locales que estén dispuestas a volver al redil. «Los notables no se convierten en notables sin estar dispuestos a incorporarse al régimen», comentó un periodista de la zona rural de Daraa, no sin desdén por la mezcla de personalidades tribales, funcionarios locales y empresarios a quienes consideraba facilitadores del regreso de las autoridades. «El régimen lo sabe bien y se aprovecha de ello. Esas personas no tienen ninguna ideología; son oportunistas, que seguirán el régimen porque es el poder dominante y porque no tienen otra opción».
Hoy en día, una estructura de poder dilapidada y casi en bancarrota puede ofrecer incentivos positivos limitados. Sin embargo, muchos sirios estarán dispuestos a tratar hasta con el diablo ante la inseguridad generalizada y un aparato de seguridad vengativo. «La gente en Guta oriental se está informando mutuamente a fin de protegerse», dijo un amigo del suburbio rebelde de Duma en Damasco, en una conversación ante un café seis meses después de que se recuperara su ciudad natal. Reflexionaba así:
Eso es especialmente cierto en el caso de quienes trabajaban para ONG, que ahora se enfrentan a amenazas y hostigamiento. Cuando los servicios de seguridad les interrogan, muchos insisten en que estuvieron con el régimen todo el tiempo y se ponen a informar sobre otros para demostrarlo. Algunos han hecho todo lo posible para demostrar su lealtad, por ejemplo, haciendo una fiesta para demostrar lo felices que están de que haya vuelto el régimen. Conozco a una mujer cuyo marido fue asesinado por el régimen que casó a su hija con un oficial de seguridad para proteger a la familia.
La complicidad forzada se extiende a innumerables jóvenes que se vieron arrastrados al caleidoscopio de los grupos armados prorégimen de Siria. «Siria está llena de familias a las que nunca les importó una mierda el régimen, pero que ahora deben rezar por su victoria porque tienen un hijo que fue reclutado a la fuerza en el ejército o por una milicia», dijo un investigador del este de Siria, reflexionando sobre sus propias conversaciones con residentes de la ciudad de Aleppo. «En el este de Alepo, cualquier calle dada puede tener una docena de familias con al menos un hijo sirviendo con las fuerzas prorégimen. Tales personas están efectivamente obligadas a ser leales».
Esta tendencia a renunciar y aceptar la situación se deriva, naturalmente, del terrible coste del conflicto y la ausencia absoluta de final. Sin embargo, lo que me parece más sorprendente es la frecuencia y la fluidez con que los sirios hacen la transición desde reflejar el desesperado estado de ánimo por toda Siria a reafirmar su propia determinación de seguir adelante. De manera sincera, convincente, y sin ningún indicio de pretensión o engrandecimiento personal, tales individuos están buscando formas de seguir adelante incluso por las vías más marginales de progreso dentro de los reducidos límites de Siria.
Seguir adelante
Para mí, el activismo tiene que ver con creer que el cambio está en tus manos. Tiene que ver con intentar conseguir que alguna forma de política vuelva a la mente de la gente, motivándoles para que sientan que el progreso es algo que pueden controlar. En 2011, la sociedad creyó que podría haber un cambio. Queremos que eso vuelva. A veces puede parecer algo muy tonto, como convencer a las personas de que es responsabilidad suya quejarse por la basura que se acumula en las calles.
Mi trabajo está ligado a esa idea de activismo. No me importa la política, solo quiero hacer algo bueno para la humanidad. Después del levantamiento, descubrí que nosotros, como activistas, no sabíamos lo suficiente para lograr lo que queríamos. Sabíamos muy poco acerca de nuestro propio país, incluso cuando nos apresuramos a tratar de cambiarlo. Aun así, algunas personas sienten que intentar hacer algo para cambiar es ingenuo.
Al mismo tiempo, me siento culpable, muchos de nosotros nos estamos beneficiando del conflicto. Personalmente, yo me estoy beneficiando, porque no tendría trabajo en el periodismo si no fuera por la guerra. Mira lo que me pagan mientras vivo al lado de alguien que gana 50 dólares al mes. Es un deber ser consciente de ese privilegio y encontrar formas de utilizarlo para ayudar.
Algunos sirios parecen perseguir objetivos relativamente concretos: revitalizar el compromiso entre sus compañeros, preservar la vida cultural o ayudar a los más necesitados de Siria. Otros hacen referencia a motivos más abstractos, menos articulables pero igualmente poderosos: un impulso para comprender y dar testimonio, la negativa a abandonar el hogar en manos de quienes lo destruyeron, una convicción obstinada de que las cosas pueden y deben mejorar aunque sea lenta y dolorosamente. Un amigo que vive con su esposa e hijos en la capital siria expuso su filosofía:
La gente me pregunta por qué sigo aquí. Incluso el régimen no puede comprenderlo y, como resultado, desconfía de mí. Pero Siria es mi país. No es un hotel y no quiero irme, quiero ir a los puestos de control, ir al mercado, entender lo que está pasando. Y es mi responsabilidad captar la verdad, lo mejor que pueda, sobre lo que está sucediendo. Algún día este régimen habrá desaparecido y quiero estar aquí.
Del mismo modo, aquellos que conservan un punto de apoyo dentro de Siria describen a veces su ansiedad ante todo lo que tendrían que sacrificar abandonando el país de forma permanente. «Me temo que si dejo de pasar tiempo en Siria, dentro de seis meses me encontraré hablando de lo que está sucediendo en mi país sin entenderlo», me dijo un amigo en Beirut que continúa visitando su ciudad natal. «El levantamiento me dejó pensando en cómo mejorar el mundo haciendo pequeños avances. Mi opinión es que el conocimiento hace que la gente se empodere».
El compromiso constructivo y basado en principios no tiene que fluir solo del idealismo o del altruismo. Las conversaciones con miembros de la clase empresarial sólida y flexible de Siria están captando un proceso de posicionamiento similar. Lejos de los titulares sobre compinches y ganancias, muchos empresarios están encontrando silenciosamente formas de avanzar que sean financieramente viables y socialmente beneficiosas. Sin embargo, estos individuos deben andarse con cuidado: los negocios en Siria están cargados de riesgos económicos y políticos, y Damasco se ha vuelto cada vez más agresiva al reservar las oportunidades más lucrativas para los aliados cercanos. Un empresario que ha permanecido dentro del país durante la guerra explicó:
Estoy explorando formas de ayudar a reconstruir viviendas a una escala limitada. Tendría que empezar con objetivos pequeños, solo con mi vecindario y manteniendo un perfil bajo. El espacio para negocios independientes es muy estrecho, porque el régimen insiste en controlarlo todo. Pero también quieren que la gente financie la reconstrucción por sí misma, y tendrán que proporcionar un margen para que se pueda hacer.
Hacer el bien dentro de Siria depende de un acto de equilibrio tanto práctico como moral. El paisaje no solo está corrompido, sino que también corrompe porque está diseñado para atraer a los sirios a diversas formas de consenso y complicidad. «Todos en Siria deben ser corruptos de una forma u otra. Es una parte aceptada de la vida, algo de lo que bromean hasta en la televisión», reflexionaba un periodista particularmente analítico e introspectivo que vive en los suburbios de Damasco. «Incluso las figuras públicas que realmente creen que están luchando contra la corrupción solo alcanzaron sus puestos porque ellos mismos son corruptos. A veces me preocupa que yo mismo sea también completamente corrupto, porque no puedo hacer lo que necesito hacer sin sobornos y conexiones».
Entre los que no pueden regresar a Siria, muchos siguen firmemente decididos a preservar los lazos constructivos con el interior. Si bien estas conversaciones a menudo implican una frustración aguda ante la creciente división entre los sirios de dentro y fuera del país, sin embargo, el compromiso continuado de los sirios en el extranjero desempeña un papel vital. Un ingeniero y activista que vive ahora en el sur de Alemania describió el desafío de permanecer conectado a Siria mientras busca nuevas formas de activismo en su hogar adoptivo:
Me esfuerzo por mantenerme al día con amigos y familiares en y alrededor de Damasco. Les llamo, escucho cómo les van las cosas, sé cuando alguien no está bien y necesita ayuda. Las cantidades individuales que las personas envían desde aquí son triviales, pero con el tipo de cambio y las condiciones en Siria, esas cantidades pueden mantener viva a una familia.
Al mismo tiempo, trabajo con un grupo de amigos organizando eventos que conectan a los sirios con los alemanes. Hablamos con la gente de aquí sobre Siria, a veces comparamos nuestra guerra con la suya. Cualquier cosa que mejore el entendimiento entre sirios y alemanes es algo bueno. Pero es muy poco y me gustaría poder encontrar formas más eficaces de participar.
Teniendo en cuenta los riesgos, las concesiones y las limitaciones que conlleva el avance, incluso las narraciones más activas y progresistas carecen a menudo de una apariencia real de optimismo. Lo que preservan más bien es una creencia modesta pero constante en la posibilidad -y en la necesidad- de cambiar la situación de forma marginal. Un profesional sirio de mediana edad, ante un zumo de naranja en un café al aire libre en Berlín – desilusionado con el anterior régimen-, describió su proceso de pensamiento personal:
No puedo volver ahora mismo, pero estoy trabajando tratando de poner mis asuntos en orden para poder hacerlo. Eso es complejo y es peligroso porque te obliga a meterte en una jaula con un depredador. Pero me gustaría incidir de alguna forma en Siria para ayudar a mi sociedad. Eso implica encontrar una manera de convivir con ese régimen.
Este tipo de realismo responsable, la claridad de propósitos con la que muchas personas discuten su particular sentido de responsabilidad por el futuro, es quizás la aproximación más cercana a la esperanza de Siria.
Mirándose el ombligo
Mientras los sirios tratan de mentalizarse para afrontar la siguiente fase del conflicto, las discusiones occidentales se han quedado estancadas en un universo paralelo de creación propia. El posicionamiento de la U.E. gira en torno a un conjunto de fantasías entrelazadas, por el que una combinación de presiones económicas y negociaciones políticas irrelevantes durante mucho tiempo obligarían al régimen y a su patrón ruso a sentar las bases de alguna forma de «transición» y, por extensión, al retorno de los refugiados a un país en ruinas que no muestra signos de quererlos. Ese debate parece sensato en comparación con el escenario en Washington, donde la política respecto a Siria depende cada vez más más de la intersección de los cambios de humor presidenciales y del boxeo de sombra sin sentido con Irán. Un veterano diplomático occidental estableció la distinción entre la incoherencia de su propio campo y la sombría lucidez de Damasco:
Parte de la fuerza del régimen es que se ve a sí mismo tal como es, mientras que nosotros nos vemos como nos gustaría ser. Hay una necesidad real de ser honestos con nosotros mismos. Por ahora, el núcleo de la estrategia occidental para Siria es profundamente ambiguo. Gira en torno a términos como «transición», «proceso», «inclusivo», «genuino…» Todo esto puede significar muchas cosas.
De hecho, esa confusión se ha convertido en el único factor de coherencia en la política occidental hacia Siria. Desde el principio, los actores occidentales intentaron alcanzar fines maximalistas a través de medios poco entusiastas y vacilantes: apostamos todo por la oposición mientras la respaldábamos tan sólo lo justo para desacreditarla como títere de Occidente; excomulgamos al régimen sin tener idea de lo que haríamos si se le ocurría resistir; dimos una palmadita a las agobiantes sanciones sin tener una visión coherente de lo que podrían lograr.
Hoy nos quedan pocas opciones y un alto precio que pagar por cualquiera de ellas. Una pequeña minoría en el campo occidental se ve tentada por la normalización absoluta: levantamiento de las sanciones, reapertura de embajadas, inyección de dinero destinada a iniciar la reconstrucción. Otros gravitan hacia el polo opuesto: aceptar que no se puede lograr nada y retroceder por completo, frenando las ambiciones incluso al nivel de los programas de ayuda dentro de Siria. Sin embargo, volver a Damasco para enriquecer a un régimen que no dará nada a cambio, la retirada completa -junto a las continuadas sanciones y el aislamiento- condenará a la sociedad siria a luchar sola por su propia supervivencia. Ninguno de los extremos tiene sentido práctico y ambos son moralmente sombríos.
Sin embargo, mantener el rumbo es poco más prometedor. Fantasear sobre una transición, invertir en negociaciones absurdas y participar en discusiones infundadas sobre el regreso de los refugiados no solo hace que los actores occidentales sean irrelevantes: profundiza nuestra complicidad en la miseria siria. Al igual que las conversaciones de paz y los procesos constitucionales extienden un aura de legitimidad a un régimen que sigue siendo tan beligerante como siempre, las conversaciones prematuras sobre los retornos aumentan la presión existente sobre los refugiados, al tiempo que refuerzan a Damasco y Moscú en su intención de utilizar las vidas sirias como elementos de negociación. Mientras tanto, aferrarse a un juego final mal definido e imposible casi garantiza que los actores occidentales y regionales gravitarán, por pura inercia, hacia formas caóticas y ad hoc de normalización.
Por lo tanto, el desafío radica en establecer una ruta que no sea ni intolerablemente absolutista ni absurdamente romántica, sino una vía que fije objetivos ambiciosos pero alcanzables, que puedan coadyuvar de manera lenta pero tangible a la sociedad siria a medida que vaya avanzando hacia el futuro. No habrá una transición democrática, una constitución inclusiva o una justicia significativa, pero hay formas de apoyar a los electores sirios a medida que reconstruyen los medios para vivir unos con otros. La reconstrucción considerada como un gran negocio seguirá estando fuera del alcance, pero los empresarios, agricultores y maestros sirios necesitan toda la ayuda que podamos brindarles.
En la actualidad, nuestra única política viable es invertir para ayudar a la sociedad siria a prepararse -de manera práctica y tangible- para la etapa larga y difícil que tiene por delante. Esto debe implicar, a un determinado nivel, un impulso específico y autocrítico para mejorar las estructuras que ya existen a fin de brindar apoyo a los sirios dentro y fuera de Siria. La arquitectura de ayuda existente es tan inadecuada como arraigada: no puede reconstruirse desde cero, pero ciertamente puede ajustarse en los márgenes para limitar los comportamientos más escandalosos y contraproducentes vistos hasta la fecha. En este frente, el peor de los escenarios sería que los actores occidentales reutilizaran gradualmente los mecanismos existentes con el objetivo de persuadir a los sirios de un retorno prematuro y peligroso.
Un reexamen de nuestra postura actual debería coincidir con un esfuerzo redoblado y mucho más creativo para apuntalar esos recursos de los cuales dependerá la supervivencia a largo plazo de Siria. La inversión intensiva en el capital humano sirio debe ser la base de este esfuerzo, y puede fluir desde diversos enfoques: desde becas en Europa hasta diversas iniciativas de educación y formación en Siria y los Estados vecinos, aprovechando el compromiso e ingenio sirios en campos que van desde el periodismo a la programación informática y a la ingeniería agrícola. De hecho, las intervenciones deben poner un énfasis especial en ayudar a los sirios a prevenir un desastre inminente en el ámbito del agua y la seguridad alimentaria, mediante un apoyo ampliado y con perspectivas de futuro sobre técnicas modernas en agricultura y gestión del agua.
Por último, los de fuera pueden hacer algo más para preparar el escenario a fin de que los sirios comiencen a reconstituir los lazos que han quedado cortados, al tiempo que se preservan los que van a continuar deshilachándose. Aunque las conferencias ostentosas y las intervenciones a corto plazo para la consolidación de la paz son poco prometedoras, el apoyo, de bajo perfil pero sostenido, a iniciativas como los centros comunitarios -que brindan a los sirios un espacio en el que debatir, en sus propios términos, los problemas que les afectan día a día- tiene potencial para producir cambios significativos con el paso del tiempo.
Los sirios se sienten a veces desconcertados de que la gente de fuera pueda seguir tan confundida después de tanto tiempo. Durante mucho tiempo han renunciado a los grandes planes que prometían poner fin a la crisis, y en cambio se han comprometido a realizar intentos persistentes e interminables para hacer que la vida sea de nuevo vivible. Están trazando un camino a través de la zona gris entre la retirada y la reconciliación, probando formas de resistencia ante la cruda realidad de Siria aunque tengan que trabajar dentro de ella. Si aún buscamos vías limitadas para el progreso, solo nos queda ser tan persistentes y creativos como ellos.
Alex Simon es cofundador de Synaps.
Fuente: http://www.synaps.network/retreat-reconcile-resist
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