«En los centros superiores de enseñanza los estudiantes estaban viendo que no se les formaba como tales profesionales libres y creativos del futuro, con un concepto de servicio a todos (…) sino en razón de las demandas concretas de las empresas para sus necesidades concretas, para su beneficio económico o para la expansión del capitalismo», […]
«En los centros superiores de enseñanza los estudiantes estaban viendo que no se les formaba como tales profesionales libres y creativos del futuro, con un concepto de servicio a todos (…) sino en razón de las demandas concretas de las empresas para sus necesidades concretas, para su beneficio económico o para la expansión del capitalismo», escribía el periodista Eduardo Haro Tecglen en el libro «El 68: Las Revoluciones Imaginarias». Tal vez se trate de la eterna aspiración. El pasado 24 de noviembre miles de estudiantes del estado español participaron en una huelga general y se manifestaron contra las «reválidas» previstas en la LOMCE o Ley «Wert». Un mes antes se convocó otra huelga estudiantil y protestas en la calle contra estas pruebas de evaluación final para la obtención del título del graduado en ESO y bachiller. La nueva correlación de fuerzas parlamentaria obligó a Rajoy a suspender los efectos académicos de las reválidas el 27 de octubre.
Publicado en abril de 2015 por Caliu Espai Editorial, el libro «Universitat Perduda» recoge 220 páginas de reflexiones, pequeños ensayos, panfletos, comunicados, cómics y fotografías de las luchas del movimiento estudiantil en el País Valenciano durante los últimos años. Algunos de los protagonistas dan cuenta de las movilizaciones, las diferentes formas de organización y sus límites, las reivindicaciones principales y el modelo de universidad al que se enfrentaron. Sin intención de relato experto ni resumen prolijo, se trata de una herramienta para la discusión y el avance. La posición de los autores se explicita en un párrafo del prólogo, firmado por «Independència Total»: «Nuestra universidad no cabe en su universidad. No tiene cabida entre estos muros. Ahora ya lo sabemos y hemos salido a buscarla. Seguiremos construyéndola afuera».
Se podría establecer un hilo conductor entre la batería de leyes, reformas y modelos que las instituciones pretenden implantar, pero también en la heterogeneidad del movimiento de oposición estudiantil. Encargado por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), el Informe Universidad 2000 o «Informe Bricall» (por el apellido del autor, rector durante ocho años de la Universidad de Barcelona) ya fue rechazado por los estudiantes al plantear la mercantilización y servidumbre de la universidad ante las empresas o sugerir una subida de tasas. «Fue financiado por empresas privadas como El Corte Inglés y Telefónica», recuerda Andrés González, exmilitante de la Coordinadora d’Estudiants dels Països Catalans (CEPC). Se marcaba, así, la pauta de las «reformas» subsiguientes. Un incipiente movimiento de base organizó dos huelgas estudiantiles. En 2001, el segundo gobierno de Aznar aprobó la Ley Orgánica de Universidades (LOU), que se inspiraba en principios muy similares. Entre las manifestaciones, ocupaciones y huelgas se podía trazar una divisoria. Por un lado, la izquierda más o menos afín al PSOE, que reclamaba la falta de financiación y por los ataques a la autonomía universitaria. Y quienes «trataban de ir un poco más lejos», apunta Andrés González, al denunciar el proceso de mercantilización global de la educación.
En 2002, el ejecutivo de Aznar aprobó la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE), que afectaba a la enseñanza secundaria y que también tuvo respuesta en la calle. En 2003 las asambleas, acampadas, huelgas y manifestaciones de estudiantes combatieron la guerra de Irak. De la conflagración y las dos leyes citadas, el exmilitante de la CEPC extrae la siguiente conclusión: «La lucha contra el PP se convirtió en el denominador común de todas las personas movilizadas, de manera que se le hizo el juego al principal partido de la oposición, el PSOE». Con el cambio de mayoría en 2004, el ejecutivo de Rodríguez Zapatero realizó pocos cambios, pero mucha de la gente que había salido a la calle retornó a casa. Uno de los hitos en la batalla universitaria de los últimos años es la contestación en 2007-2008 al «Plan Bolonia», cuyo objetivo, en los textos y discursos oficiales, era el establecimiento en 2010 de un «Espacio Europeo de Educación Superior». Para ello, se utilizaban términos como «convergencia», «comparabilidad», «empleabilidad» o «movilidad». Cada trimestre se convocaba una movilización estudiantil a escala europea. Seis asambleas de la Universidad de Valencia lanzaron un comunicado de ocho puntos contra el «Plan Bolonia», que se resume en el primer parágrafo: «Las reformas se han orientado según las demandas del mercado».
El libro «Universitat Perduda» recupera las huellas del conflicto. Como la carta hecha pública por los compañeros de Alexis Andreas Grigoropoulos, de 15 años, asesinado por la policía el seis de diciembre de 2008 en el barrio de Exarjia, en el centro de Atenas. La muerte del adolescente precipitó dos semanas de revueltas. «Recordad: una vez vosotros también fuisteis jóvenes; ahora perseguís el dinero, sólo os preocupa la fachada; habéis engordado, os habéis quedado calvos y os habéis olvidado», decía la carta presentada el día del entierro, que asimismo pedía que no se lanzaran más gases lacrimógenos. «Nosotros lloramos por nuestra cuenta». En el libro también se incluyen fragmentos de canciones, como «Tan sometido», de La Polla Records: «El mercado laboral pronto va a necesitar/gente con preparación más competitividad/no pensar ni criticar, sumisión, adaptación/y llaman universidades a criaderos de mutantes».
Recorren este ensayo las reflexiones de antiguos alumnos que señalan un viraje en las expectativas, al pasar de la aspiración a un título con «salida», que supuestamente capacitaba al licenciado para el mercado laboral; frente lo que ocurre hoy, explica Lluïs Pascual, exmilitante del Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans (SEPC): «Parece que te preparen para consumir uno o varios máster, de modo que se ha de acertar con el que dé acceso a uno de los pocos trabajos precarios que te ofrecen». La batalla contra el Plan Bolonia se perdió, pero el activista recuerda que, a diferencia de lo que sucedió contra la LOU, sí cuajó una consigna por encima de organizaciones y programas: «Todo el poder para las asambleas».
Las experiencias de Okupación en la Universitat de València apuntan a modos «alternativos» de autoorganizarse. El 12 de noviembre de 2012 (dos días antes de la huelga general del 14-N) la antigua Facultad de Agrónomos de Valencia se convirtió en un centro social autogestionado, «Ca la Vaga», donde se podían leer las siguientes octavillas de primera hora: «Quan la injustícia es fa llei, la revolta és un deure». Pero finalmente el reto devino superior a la fuerza de los activistas, según reconocen Flora Jakobson, Felip-El-Caliu y M.Tramoyeres en el libro «Universitat Perduda». Se habían fijado unas expectativas muy altas, como apuntaba la consigna de la gran pancarta colgada en la fachada de la «Okupa»: «La llibertat no es demana, es pren». Casi un año después los estudiantes okuparon otro espacio en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universitat de València, «Ca l’Estudiantat». «Fue un espacio de comunidad dentro de la maquinaria», coinciden. En mayo de 2015, el decano de la facultad comunicó que se debía producir el desalojo en el plazo de un mes, a lo que se respondió con movilizaciones en el Campus de la avenida Blasco Ibáñez. Pocos días después, unos individuos destrozaron el local de «Ca l’Estudiantat» y realizaron pintadas con simbología fascista.
Una de las iniciativas desarrolladas en «Ca l’Estudiantat» fue la «Universitat Negativa». De este modo se designó a un proyecto de educación crítica forjado por el movimiento estudiantil de Trento, entre enero y abril de 1967. Además de ocupar instalaciones universitarias y denunciar la formación de estudiantes para el mercado, fomentaron los «contra-cursos» y «contra-lecciones», con autores excluidos de las aulas como Marx, Lenin, Mao, el Tribunal Russell, Marcuse, Malcom X o el sociólogo Wright Mills. La crítica a la mercantilización de la universidad permea el texto. Un artículo de febrero-marzo de 2014 del colectivo «Independència Total» recuerda que las transacciones diarias en los mercados de divisas internacionales superaban los 1,8 billones de dólares diarios en 1998, es decir, 60 veces más que los intercambios de bienes y servicios. No se trata de mera estadística, ni de números ajenos a la universidad. La financiarización de la economía tiende a que, más allá de la formación en un «saber hacer» determinado, a los empleados se les exija una «infinita disponibilidad personal» en las empresas. Además, frente a la universidad mercantilizada no hay panaceas ni estrategias infalibles. Enrique Martín y Jordi García, de «Independència Total», consideran un error prescindir de las estructuras. Un miembro de la Federación Estudiantil Libertaria advierte de uno de los grandes riesgos por resolver: «la tiranía de las estructuras». Otras reflexiones se centran en la violencia, el peso de las asambleas, la informalidad, la autonomía y la relación entre movimientos, plataformas y organizaciones.
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