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Entrevista a Félix López Rey, líder del movimiento vecinal durante la dictadura y concejal de Más Madrid

«El movimiento vecinal nació como el 15-M: un grito de desesperación»

Fuentes: Ctxt [Foto: Félix López Rey (Foto cedida por el entrevistado)]

Para España, los años sesenta y los setenta son los de la gran transformación. El país sale por fin de la economía de posguerra. Es la década prodigiosa, la del despegue industrial y económico mientras permanece intocable la dura y siempre cruel dictadura franquista. España sigue siendo diferente, sí, aunque cada vez menos, sobre todo en lo que a la economía se refiere. En esas dos décadas, cambian muchas cosas, pero no por gracia de aquel desarrollismo que llegó de la mano del capitalismo, pisando fuerte sobre la alfombra roja que les extendieron las élites franquistas. No. A España la transformaron hombres y mujeres que tuvieron que inventarse la protesta ciudadana porque ya estaban hartos; la transformó un movimiento que nacía y crecía desde la calle o desde chabolas en las que se malvivía al mismo tiempo que se aprendía que nada es intocable, que existe la lucha obrera, y también la lucha para exigir derechos incuestionables. La transformación de este país en un Estado moderno tiene que ver con la batalla de muchas personas que desde diferentes frentes le plantaron cara al régimen, jugándose la vida, su patrimonio y la seguridad de su entorno. Personas como Félix López Rey. Su biografía es la historia de un país que decidió salir de las catacumbas por mucho que les molestara a algunos y, sobre todo, la historia de un barrio mítico, Orcasitas, en el que se que luchó y peleó por la vida digna de sus habitantes.

López Rey nació en Polán, un pueblo de la provincia de Toledo, en 1948. Cuando tenía ocho años, en 1956, sus padres emigraron a Madrid y se instalaron en una chabola de Orcasitas. En Orcasitas sigue viviendo este concejal de Más Madrid que en las próximas municipales ocupará el puesto número dos de la lista electoral y que fue chabolista hasta 1980. En 1979, había rehusado ser concejal porque prefirió seguir en la calle al lado de los suyos, porque “ese era mi sitio”. “No ganaba para comer, y me refugié en la construcción, en el Pozo del Tío Raimundo”. Luego se hizo lotero y no fue hasta 1987 cuando aceptó ser concejal, diez años después de la aprobación del plan parcial de Orcasitas, hito histórico en el movimiento vecinal y también para el urbanismo, elaborado por los vecinos y vecinas en las también míticas asambleas de mil personas en las que se llegaba a elegir hasta el color de los baldosines de sus casas. Fueron 1.518 viviendas con un presupuesto de 2.000 millones de pesetas de la época. De todo ello habla en esta entrevista.

¿Cuándo comienza su compromiso político? 

En el 70 se funda la Asociación de Vecinos de Orcasitas en mi chabola. Claro que no te pones a participar en la fundación de una asociación de vecinos si previamente no partes de algo. Entonces yo tenía 22 años, pero a los 17 ya participé en un club juvenil, el Juan XXIII, en el que la tendencia era claramente de izquierda y había gente mayor que nosotros del Partido Comunista Internacional que nos dejaban La madre, de Gorki, y cosas así para leer. He tenido inquietudes siempre; de muchacho, como mi madre era muy beata, vivías en la creencia de que como ibas a ir al cielo, no pasaba nada por las injusticias que tenías que soportar en vida. Y buen corazón he tenido desde niño; recuerdo que las escuelas de Orcasitas estaban a tres kilómetros de las chabolas, había que ir andando y no daba tiempo para comer en casa. Las madres nos daban cinco pesetas para comer; la barra de pan costaba 1,40, y con las 3,60 que sobraban teníamos para una chocolatina; esa era nuestra dieta. Pues yo, de esas cinco pesetas también sacaba para dar a los del domund, que iban pidiendo con las huchas. 

Vamos, que desde muy joven tuvo usted conciencia social.

Sí, lo que pasa es que la conciencia de clase la adquiero después; la adquiero por la vida, pero venía de atrás, desde que llego con ocho años a Madrid a vivir en una chabola. Los primeros cuatro años, hasta los doce, duermo en la misma cama que mis padres, a los pies. Para comer, cuando iba a la escuela, estaba el auxilio social y si tenías suerte, te metía don Esteban, el maestro, en la cola y si no, con las cinco pesetas que como decía me daba mi madre, tenía que apañarme. Para la fruta, nos íbamos al puente de la Princesa, en Legazpi, a coger la fruta que tiraban [en el antiguo mercado de abastos de frutas y verduras]. Y además, como no había fuentes cerca, para beber agua teníamos que desplazarnos a la de la Pepsicola, a casi un kilómetro, porque en los bares no nos dejaban entrar sin consumir. Todo eso me va marcando, claro.

Y esa era nuestra vida. Hay en esa historia, la mía, hechos que pueden parecer escatológicos, pero es la puñetera realidad y que a mí me han marcado. Todas las mañanas, cuando se levantaba mi padre, le oía defecar en una especie de lata, así empezaba el día. En ese ambiente me he criado, durmiendo desde los ocho hasta los doce en la misma cama que mis padres, a los pies. Y en la otra cama, mis hermanas mayores. Yo llegué en el 56 y hasta el 60 mi padre no consiguió hacer una habitación a escondidas de los guardias para su familia. Tiempos en que, cuando las mujeres se ponían de parto, cuatro hombres fornidos se las llevaban a la sillita de la reina hasta la carretera, porque a las chabolas no llegaban los coches. Es que venimos de las catacumbas; era vivir como los animales. 

Y luego estaba lo de la piqueta; venían los presos políticos, con la Guardia Civil, que, igual que trabajaban en el Valle de los Caídos o con Banús, en el barrio del Pilar, venían a tirarte la chabola, a tirarte lo que hubieras agrandado. Nos controlaba la Guardia Civil y en nuestro caso, no nos tiraron la habitación que habíamos agrandado por la mediación de un cura ultra que había por allí, que había sido el encargado de repatriar los cuerpos de la División Azul, y que era un tipo con mucho poderío; debió de dar instrucción para que no nos tocaran. 

¿Cómo era esa chabola, su casa?

En la periferia de Madrid, en las Palomeras, en el Pozo del Tío Raimundo, en Orcasitas, en Caño Roto o en Vallecas, había terrenos que te vendían como rajas de chorizo, parcelas que, en algunos casos, eran de cien metros y otras, de doscientos. En Vallecas, pertenecían a los hermanos Santos; en Orcasitas, eran de un tal Pedro Orcasitas y en Usera, las tierras eran de Marcelo Usera, un coronel del ejército. Mi padre vendió 38 olivos y un pequeño huerto que tenía en el pueblo, y compró un terreno que ya tenía tres habitaciones hechas. Luego, las iban agrandando como podían. Al final, la mayoría acababa viviendo en una superficie media de veinticinco metros cuadrados, porque los hijos se hacían mayores, se independizaban y se iban a Zarzaquemada, al Parque de las Margaritas o a Coslada, a los pueblos de la periferia que eran más baratos. Y así, aquellas parcelas que eran de doscientos metros, se fueron dividiendo; en la colindante a la nuestra, vivían ocho o nueve familias. Al principio no teníamos agua ni alumbrado. Para beber agua teníamos que ir a kilómetro y medio, por la carretera de Toledo, y ahí había una fuente.

¿Cómo hacían para traer el agua de esa fuente?

El que podía hacía una carretilla de madera, con dos agujeros para meter dos cántaros, y una rueda de hierro. Pero también venían aguadores; venía el tío Chato, el tío Pepe, que tenían un carro con un burro o un mulo; te costaba una peseta el cántaro, que era lo mismo que costaba el metro. Y lo de lavarnos, pues nos limpiábamos los ojos por las mañanas para quitarnos las legañas, pero lavarnos otras cosas, nunca. Cuando empecé a trabajar, que fue en un taller de joyería un mes antes de cumplir los catorce, los aprendices nos llevábamos la muda los sábados, y cuando todos se iban a comer, nos íbamos a los baños de Embajadores o bien al metro de Alvarado, donde había otra casa de baños; entonces costaban una peseta, y ahora cuestan un euro; ahí es donde han ido siempre los pobres del mundo que están en esta ciudad.

Supongo que todo eso que cuenta empuja el nacimiento del movimiento vecinal.

A mí todo eso me marca. El movimiento vecinal nace a finales de los sesenta. Las asociaciones de vecinos nacieron como el 15-M, un grito de desesperación de un grupo de gente, la mayoría jóvenes, que nos dábamos cuenta de que así no se podía estar.

Yo me casé en junio del 70 y, como pudimos, hicimos en el corral de mi familia una habitación a escondidas de los guardias; en esa habitación nace la asociación de vecinos y nace, porque en estas barriadas no teníamos agua ni alcantarillado; para hacer nuestras necesidades, esperabas a que anocheciera para irte por ahí a un descampado, pero es que el cuerpo no se rige por los caprichos o por el sol; y cuando hablo de esas barriadas, estoy hablando de 32.734 familias que vivíamos en chabolas o casas bajas desde la carretera de Barcelona a la de Extremadura; también había núcleos en otras zonas, como La Veguilla o El Chorrillo. Y ante eso, reaccionabas. Un día estaba yo escuchando la radio, llamé y entró la llamada; les dije que había llegado el hombre a la Luna, pero que nosotros seguíamos cagando en una lata. Y aquello lo escuchó mucha gente; en ese momento no había asociación, ni pensamiento de que hubiera, ni yo sabía lo que era una asociación de vecinos; sí es verdad que era un chaval inquieto, que ya había puesto alguna pancarta en la zona de Entrevías con los del Pozo del Tío Raimundo en la Colonia de los Falangistas. Pero a raíz de mi intervención en la radio, la gente empieza a darse cuenta de que algo hay que hacer. A finales de los sesenta, ya nos habían llevado luz y también había agua, porque nos llegaban algunos tanques del ayuntamiento, que eran como los del África subsahariana, nadie sabía cuándo iba a venir el hombre del tanque, pero se estaba pendiente con los cubos y todo el mundo quería acaparar agua; eso era un desastre. Así que se decide hacer la asociación de vecinos, en esa habitación que hice para casarme y que también fue el dormitorio de mi suegra, además de cocina; ahí hicimos la reunión para constituir la asociación.

¿Cómo se puso en marcha una asociación sin tener la menor idea de “cómo hay que hacer las cosas”?

Pues de la siguiente manera. Esto era octubre del 70 y la primera vez que yo piso una Junta Municipal fue el 16 de febrero del 71. Teníamos claro que había que legalizar la asociación. Quitamos a unos falangistas una máquina de escribir, sí, es verdad, fuimos a por ella. En el barrio había unos carteles que decían: “Se está constituyendo una asociación debidamente legalizada”, porque esa era la clave, “debidamente legalizada”. Sin local ni nada sin tener ni idea de cómo se hacía una asociación. Por entonces era sabido que cada día el padre Llanos ponía una bandera en el Pozo del Tío Raimundo, que llegó a poner la de Unión Soviética, y que ¡hasta habían creado una asociación de vecinos! Pues ya está, a organizarnos. Nos prestaron un resumen de los estatutos, que era un folio, y lo rellenamos todo sin tener la menor idea de lo que eran unos estatutos. Pero llega el cura nazi de Orcasitas, y nos dice que tenemos que ir al centro sindical para hacer proselitismo… Porque en estos núcleos siempre había un centro sindical para hacer proselitismo, dirigido por uno que teóricamente era abogado. Y nos dirigimos al nuestro, ignorantes por completo. Nos marearon, nos fueron mandando de una oficina a otra, de una iglesia a otra y nosotros contándoles nuestra vida, y así yendo de oficina en oficina durante meses, insistiendo y molestando, finalmente, nos legalizaron la asociación, aunque todo era complicado y siempre llegaba alguno de Falange o de esas cosas para meternos miedo. A mí me vino uno con amenazas porque él había estado pegando tiros en el Alcázar de Toledo y que quién era yo para organizar una asociación de vecinos sin contar con él. Evidentemente, no le eché a la calle, me acojoné, para qué vamos a estar diciendo una cosa por otra. 

Y consiguen crear la Asociación de Vecinos de Orcasitas.

En septiembre de 1970; éramos capitanes generales. Pero llegó la siguiente batalla, necesitábamos un local. ¿Qué hicimos? Pues nos apropiamos de un terreno del cura; yo sabía que se habían hecho con esas propiedades pidiendo para los pobres del barrio, fotografiándonos a los niños entre basuras y todas esas cosas; así que dijimos, ¿quién con más derecho que nosotros a ese terreno? Total, que nos pusimos a levantar un edificio; el agua la enganchamos clandestinamente. Conseguimos levantar ese edificio de 160 metros cuadrados, hicimos duchas y váteres públicos, y, a partir de ese momento, la gente ya no tenía que ir a Embajadores a ducharse. Ahí se hacían las asambleas. El mérito de esta asociación es que no hemos parado. Hay una serie de gente que hemos vivido para eso.

Cuéntenos lo que se hizo desde la asociación.

Durante diez años, todos los miércoles, jugara o no jugara Cruyff, había asamblea a las ocho y media de la tarde, para que a los comerciantes les diera tiempo a llegar, y siempre con una media de doscientas personas; en esas asambleas se hizo el plan parcial de Orcasitas. Creo que en el campo del urbanismo no se ha hecho nunca nada igual. ¿Te imaginas qué satisfacción, qué fortalecimiento y qué credibilidad para poder seguir luchando? También hubo momentos duros. En Orcasitas se hizo una revolución, lo que hicimos allí no tenía precedentes; hasta el diario de los sindicatos soviéticos vino a hacer un reportaje. El único sitio en el que se ha socializado el suelo ha sido Orcasitas; llegamos a tener tal control que logramos cargarnos dos planes parciales que estaban hechos con toda la mala intención del mundo, para expulsarnos de allí. ¿Qué conseguimos? Pues conseguimos que la administración nos dejara hacer el barrio; eso no estaba firmado en ningún lado, pero logramos hacer nuestro barrio. Al final, hasta los nombres de las calles los pusimos nosotros, como la Plaza de la Memoria Vinculante. Una obra de más de 1.500 viviendas. 

La asociación tuvo también importancia como ascensor social para los jóvenes del barrio y su futuro.

Claro, fue el embrión. Yo me siento muy orgulloso de haber imbuido a muchos jóvenes de ese espíritu de barrio. Salen los que nacen al final de los sesenta y principios de los setenta. Un hijo mío que nació en el 71 hizo Empresariales; tengo otro que hizo Derecho y lleva veinte años ejerciendo como abogado; mi hija estudió Trabajo Social. Siempre digo que en estos barrios ya no necesitamos más hormigón y ladrillo; lo que necesitamos es cultura. Estoy obsesionado con que se sepa del catedrático más joven, que es de Orcasitas; que saquen al subdirector general de iniciativas del Ministerio para la Transición Ecológica, que es Eloy Cuéllar; la jefa de enfermería del Doce de Octubre, y todos hijos de albañiles que han nacido en Orcasitas. Montamos escuelas de adultos, no hemos parado. En la medida que se tiene una posibilidad, se demuestra que los pobres no tienen nada de tontos. 

La posibilidad se llama recursos, ¿verdad? Otra pelea de la asociación.

Cuando yo fui concejal, a finales de los ochenta, creamos el movimiento por la calidad de la Educación en el Sur y Este de Madrid. Llegamos a traer a los de las escuelas aceleradas de Stanford. Conseguimos que El Corte Inglés pagara el viaje a los ponentes, por raro que ahora suene, pero se necesitaban ayudas. Llegamos a escribir un libro sobre el fracaso escolar en Usera y Villaverde. Con el Partido Socialista, en el 96, arrancamos un real decreto con Álvaro Marchesi, que era secretario de Estado de Educación; él había sido el primer vocal del PCE en la Junta de Vallecas, y había vivido en el Cerro del Tío Pío; un cristiano de base, porque había una serie de personas que procedían de la burguesía que estaban totalmente comprometidas, como el doctor Montes y muchos otros. Arrancamos aquel real decreto, que avaló Marchesi, de medidas preferentes para zonas especialmente desfavorecidas social y culturalmente, pero no se llegó a poner en marcha. Vamos a ver, a mis hijos les ha costado mucho más estudiar de lo que ya les está costando a mis nietos. Yo a mis hijos les podía ser útil dándoles ejemplo; pero tengo los conocimientos que tengo, los de la universidad de la vida. Yo estudié con libro azul y a los doce años me dieron el certificado de estudios primarios y ya no se podía avanzar más. 

En el campo de la educación siempre lo hemos intentado y siempre lo hemos tenido claro. A lo largo de los años, hicimos todo tipo de experimentos, con el dinero de las expropiaciones, para conseguir becas de estudio; pero fue imposible. Cuando se hizo el primer colegio del barrio, nos tocó ir hasta por los ladrillos porque estaban en huelga las ladrilleras de Ocaña. Era un colegio público que nos tocó terminar a nosotros y que nos lo dejaron sin alumbrado; los vecinos tuvimos que hacer un enganche clandestino para que tuviera luz la escuela.

Collage sobre una manifestación en Orcasitas y la transformación del barrio.

Llegaron los ochenta, y llegó el paro juvenil y la droga.

Fueron años muy duros. Ya estábamos en los pisos. Lo que es verdad es que a algunos se les estigmatiza más, porque también ha habido familiares de políticos muy importantes que cayeron en la droga. Lo que pasa es que en Orcasitas se veía más porque para consumir tenían que robar. Siempre hemos dicho lo mismo: cultura, más trabajo, igual a menos delincuencia. Nosotros nunca hemos ido a por los toxicómanos a colgarlos por malos. Se crearon asociaciones y movimientos también para tratar todo esto.  

Uno de los hitos del movimiento vecinal fue la guerra del pan, que en 1976 sacó a las calles a 100.000 personas con usted al frente.

El que descubrió que los kilos pesaban ochocientos gramos fui yo. En esos tiempos, de cara a los convenios colectivos, una de las cosas que incidía en la cesta de la compra era el pan; y había dos formatos obligatorios, la llamada barra familiar, que tenía que pesar 500 gramos, y la pistola, de 270 gramos. Entonces, para no subir el precio del pan, se permitía que bajaran el peso. Y nos dimos cuenta de que en el peso estaban robando, no los panaderos, las panificadoras. Fue la guerra del pan. Nos pusimos a vender el pan en la asociación a un precio justo; nos requisaban el pan. A la policía no le hacía ninguna gracia venir a requisar el pan barato; portadas en la prensa… y todo esto va en aumento, va en aumento y deriva en la manifestación más grande que han hecho las asociaciones de vecinos en Madrid, que fue en septiembre del 76, en Moratalaz. Los partidos estaban sin legalizar pero también se sumaron los líderes políticos. 

Yo no había conocido nunca a un economista, pero nos reunimos con uno, y, calculando, dedujimos que al día nos robaban tanto; a la semana, tanto; al mes, tanto; ¡al año tanto! Y dijimos, ¡¡hostias!! Nos dimos cuenta de lo que significaba eso y nos pusimos en marcha. Sabíamos que si repartíamos octavillas, nos detendrían; así que nos pusimos a repartir fotocopias de lo que salía en los periódicos, y así ya no nos detenían. Fue una movilización enorme que duró bastante tiempo y que ocupó varias portadas.

Son bien conocidas sus diferencias y enfrentamientos con el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida. ¿Se saludan cuando se cruzan en el Ayuntamiento?

Solo le veo en los plenos. Pero, a la hora del catering él no se digna a tomarse un refresco o el pincho con los demás; allí tienen como una salita para que los de los grupos que no quieran confraternizar con otros, puedan aislarse. Y allí debe meterse el hombre, porque desde luego yo no le veo nunca. 

Fuente: https://ctxt.es/es/20230101/Politica/41895/felix-lopez-rey-orcasitas-franquismo-asociacion-de-vecinos.htm