Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
Apoyándose en Siria y Egipto, el investigador franco-libanés analiza en su último libro el contragolpe a las primaveras árabes de 2011, comparándolo con la revolución de 1789; una transición democrática violenta que podría prolongarse por años pero considerada posible.
En su último libro Symptômes morbides, la rechute du soulèvement arabe (Actes Sud), el catedrático y escritor franco-libanés Gilbert Achcar analiza el contragolpe de las revoluciones de 2011 o el asalto de las contrarrevoluciones. Cómo había señalado en Le peuple veut (Actes Sud 2013) la región ha iniciado un proceso revolucionario de larga duración. Los sobresaltos podrían llegar a durar varios decenios. Lejos de ser «las revoluciones de terciopelo» de Europa del Este, se trata aquí de un ciclo violento más parecido al de la Revolución Francesa. Poniendo el acento en Siria y Egipto, Achcar insiste sobre los errores de las fuerzas democráticas laicas frente a un islamismo político más estructurado y sobre todo más apoyado por las fuerzas regionales reaccionarias. Porque como escribe en las conclusiones de Symptomes morbides, «la clave para que una futura primavera árabe se transforme en primavera permanente es la construcción de directivas progresistas resueltamente independientes que cruelmente han faltado hasta ahora». Según él el proceso está en marcha y la generación que abordó la iniciativa de las primaveras de 2011 se mantiene activa.
En la Introducción usted explica hasta qué punto son diferentes las transiciones democráticas. Luego de las revoluciones de terciopelo de Europa del Este, se espera que también en el Oriente Próximo se produzca una evolución no violenta. Como si finalmente hubiera llegado el fin de la historia…
La categoría de las «transiciones democráticas» es mucho más amplia. Se han juntado ejemplos muy diferentes: desde los países latinoamericanos de los años 80 hasta los del sur de Europa de los años 70 y hasta los cambios ocurridos en Europa oriental en los años 90.
Europa del Este, como el mundo árabe, ha permanecido congelada durante decenios. Pero es muy difícil compararla con otras regiones, porque las clases dirigentes no eran las clases terratenientes sino un una burocracia de funcionarios dedicados al Estado o al Partido. El sistema se ha hundido luego de un largo estancamiento. Y el cambio fue radical aunque sí menos violento. Todo cambió, la economía, lo social y la política. Los miembros de esas burocracias no estaban dispuestos a sacrificarse por el Partido y la economía de mercado podía ofrecerles otras alternativas para el futuro.
A propósito del mundo árabe, usted menciona los regímenes patrimoniales…
Tanto Siria como Libia y las ocho monarquías de la región son estados patrimoniales en el sentido más profundo: los dirigentes son dueños del Estado. En dos de las «repúblicas» las familias reinantes están en el poder, como en las monarquías del Golfo, en Jordania y en Marruecos. Hafez-al-Assad, reformó completamente el aparato del Estado en los años 70, refundando las tropas de élite para transformarlas en una especie de guardia pretoriana. Como Gadafi en Libia, que disolvió el ejército para poner en su lugar un aparato militar a su servicio. En todos esos países existe un vínculo orgánico entre las familias reinantes y las fuerzas armadas. También existen entre los países árabes los Estado neopatrimoniales, en los que existe un fuerte nepotismo pero en los que la institución no está totalmente sometida a los dirigentes, como en Egipto. El ejército egipcio no estuvo jamás al servicio de alguno. Existió siempre una relación de fuerza entre el presidente y la institución y cuando Mubarak quiso transmitirle el poder a su hijo la oposición de los militares, lo impidió.
¿Entonces hace falta una revolución para cambiar de régimen?
Los Estados patrimoniales son sistemas muy duros. No es posible realizar en ellos una transición pacífica y puede tardar decenios. Los mejores ejemplos son los de Francia o Gran Bretaña, en los que los procesos revolucionarios duraron más de una generación. En Francia el proceso concluye al cabo de un siglo, luego de haber ensayado entre 1789 y 1870 todos los regímenes posibles desde el Imperio hasta la Restauración. El mundo árabe ha entrado en ese tipo de largo proceso. Apenas estamos en el sexto aniversario del levantamiento. En Francia, seis años después de 1789, acababa de terminar el Terror, se instalaba el Directorio y el país se hallaba ensangrentado.
Usted demuestra como finalmente triunfaron dos formas de contrarrevolución
Estos conflictos son triangulares. En cada ocasión surgen dos polos reaccionarios, el viejo régimen despótico y las fueras integristas islámicas… En Siria se pasó de una oposición representada en 2011 por opositores intelectuales laicos a la de los rebeldes como el jefe del Ejército del Islam, Mohamed Allouche, convertido en el negociador principal. Sería terrible tener que elegir entre Allouche y Al-Assad. Aunque puede decirse con seguridad que Al-Assad tiene las manos más manchadas de sangre. El empuje revolucionario ha sido completamente marginado. Se ha producido una degeneración del proceso revolucionario y una gran frustración en las aspiraciones populares. Se ha conformado en la región un eje integrado por los viejos regímenes conscientes de que tienen algo en común que defender.
¿Tenían otras opciones los movimientos democráticos que las alianzas con los islamistas o los poderes establecidos?
Ese fue el gran error de las fuerzas democráticas de oposición. Uno puede aliarse puntualmente en el terreno, como por ejemplo en la plaza Tahir, pero no se puede establecer una alianza política de largo plazo con una fuerza como la de los Hermanos Musulmanes, mucho más estructurada que la oposición democrática. Esto termina sometiéndose a un movimiento más poderoso y reaccionario. En Siria este tipo de acuerdos entre dos oposiciones se produjeron en 2011, con militantes progresistas surgidos del antiguo Partido Comunista sirio.
¿Tenía alguna chance esa oposición democrática y progresista de 2011 aun apoyada por Occidente, en Egipto por ejemplo?
Usted tiene razón, la responsabilidad no es toda de Occidente. Las variadas fuerzas progresistas no fueron capaces de conformar un tercer polo. Van a transitar de una alianza a otra sin lograr ofrecer una vía independiente. En Egipto pasan de los Hermanos Musulmanes a los militares; en Siria integraron una alianza con los Hermanos Musulmanes que les resultó fatal, puesto que fue aprovechada por ellos. Las únicas alianzas que hubieran podido sostener las aspiraciones democráticas son los EE.UU. y más generalmente Occidente… Esto está muy claro en el caso de Siria. Pero soltándole la mano al eje Turquía-Países del Golfo. Barak Obama sacrificó la vía democrática y facilitó la deriva integrista.
Usted es muy duro con Obama, ¿cree que su balance en Oriente Próximo sería peor que el de Bush?
Peor no. Se trata de una operación en dos tiempos. Los estadounidenses provocaron primero la destrucción de Irak y a continuación no impidieron la aniquilación de Siria. En el primer caso se trató de una intervención directa, en el segundo se podría decir la falta de ayuda a un pueblo en peligro. Obama vetó la entrega de armas antiaéreas a la oposición siria. Pero tampoco puede decirse que no haya habido ninguna intervención de la administración de Obama. Fue una manera de intervenir. Constituyó un factor clave para las victorias de Al-Assad pero también para la destrucción del país. Su desintegración no fue hecha a golpes de fusil o de cohetes sino a base de bombardeos. Primero por el ejército de Assad y luego por los rusos. La otra responsabilidad directa de Obama es haber transferido a las monarquías del Golfo el asunto sirio. Una revolución democrática en Siria es tan peligrosa para las dinastías reinantes en el Golfo como para la familia Assad. La oposición laica siria fue forzosamente sacrificada.
¿Cuál fue el papel de los estados del Golfo?
El Consejo de Cooperación del Golfo es el bastión del mundo árabe. Las dos opciones contrarrevolucionarias se encuentran representadas. Los saudíes juegan la carta de los antiguos regímenes y Catar la de los Hermanos Musulmanes, tratando de ser valorados por los EE.UU. Existe una objetiva convergencia de intereses entre Assad y las monarquías del Golfo en la construcción de una oposición dominada por los integristas. No cuestiona los regímenes existentes y produce miedo a Occidente, el enemigo perfecto.
El fenómeno yihadista continúa seduciendo por una parte y paralizando a los gobiernos occidentales.
Tampoco hay que exagerar el fenómeno. Siria sirve de ejemplo a todos los regímenes autoritarios para chantajear a los occidentales: el Estado seguro o el Dáesh. Pero los yihadistas no pueden establecerse por largo tiempo, no son populares. El mejor escenario para Siria sería el emplazamiento de fuerzas que mantengan la paz. Que por lo menos se callen las armas, los sirios tendrán entonces que afrontar una graves situación social y económica.
¿No constituye Túnez un ejemplo positivo y optimista para el porvenir del pueblo árabe?
Túnez es el único país de la región en el que la izquierda es relativamente fuerte, hegemónica en el mundo sindical, pero es una izquierda del siglo XX, una vieja izquierda que no se ha renovado. Túnez presenta el mejor escenario: el partido Nidaa Tounes, que representa esencialmente la continuación del Estado de Bourguiba, escogió hacer una coalición con los islamistas de Ennahda. Es la fórmula que ensayó Washington para promover en otros sitios, pero sin éxito. También trataron de convencer al general Al-Sissi en Egipto. Y en Siria promocionaron un régimen de coalición con una retirada de Assad como hicieron en Yemen. Luego de la experiencia de Irak no querían desmantelar el Estado baazista como hicieron en Irak, aun cuando una parte de la primera administración de Obama, la más afín a Hillary Clinton, buscaba acelerar la partida de Al-Assad apoyando a la oposición. Obama no quiso saber nada y derivó todo a los países del Golfo.
¿Qué esperanza queda hoy en día?
La esperanza -no hablo de optimismo- no se ha perdido, ni aún en Siria. Muchos opositores, hombres y mujeres jóvenes que fueron obligados a exiliarse, se hallan actualmente activos. Es una oportunidad para el porvenir de su país. Podrán regresar algún día, al menos es lo que se espera. En Egipto los jóvenes opositores son muchos en el país, son activos pero carecen de organización. Se abstienen en las elecciones. La generación que produjo el 2011 no ha sido destruida. Ni aún en el trágico caso de Siria.