Las voces que durante años han clamado por una reforma profunda de la política migratoria cubana, al fin parecen haber sido escuchadas por las esferas de decisión política del país. El anuncio de que se revisará la posibilidad de que los cubanos viajen como turistas (con independencia del tema económico que implicaría esa posibilidad) o […]
Las voces que durante años han clamado por una reforma profunda de la política migratoria cubana, al fin parecen haber sido escuchadas por las esferas de decisión política del país.
El anuncio de que se revisará la posibilidad de que los cubanos viajen como turistas (con independencia del tema económico que implicaría esa posibilidad) o incluso que busquen con mayor amplitud legal la posibilidad de contratarse como trabajadores individuales fuera del territorio nacional, deben resultar pasos iniciales hacia una normalización de lo que, por cinco décadas, ha sido tristemente anormal: el acto de viajar fuera del país de nacimiento.
Aunque se trate de una decisión de carácter político y social, la economía ha estado detrás del reciente anuncio de la revisión de la política migratoria del país. La situación de la fuerza laboral que necesita reubicarse, la posibilidad de generar ingresos con contratos o a través de remesas de los que salgan del país con el propósito de insertarse en otros mercados laborales y los mismos cambios en la estructura y política económica cubana, sin duda han impulsado esta decisión.
Falta ahora por saber si la liberalización será total o todavía mantendrá condiciones y especificaciones (según profesiones, edades, criterios políticos), como hasta ahora, y si una figura tan arcaica como la llamada «salida definitiva» se mantendrá vigente. Falta por saber en qué condiciones viajaran los presuntos turistas, si tendrán marcadas fechas de retorno y -algo muy complicado- qué países los acogerán en tal condición que, muchas veces, resulta una forma de poner un pie en un posible destino de pretendida residencia… Falta por saber si la política también cambiará para los que viven fuera y necesitan un permiso de entrada en su país de nacimiento.
Pero el hecho de que se discuta y analice la modificación de las regulaciones migratorias es, sin duda y sobre todo, un acto de justicia legal que la sociedad cubana exigía. Las razones históricas concretas que una vez sustentaron la creación de barreras para el libre movimiento de los ciudadanos, en el estilo político del sistema socialista, han cambiado demasiado en los últimos años y le restaban validez y hasta efectividad a tales limitaciones. Porque el hecho es que, a pesar de las restricciones existentes (en realidad más laxas desde la década de 1990), muchas de las personas que específicamente por su profesión tenían mayores trabas para viajar, en múltiples casos consiguieron hacerlo por las más disímiles vías (incluidas las salidas clandestinas) y provocaron la imposibilidad de un retorno, la ruptura de lazos familiares y la ansiedad por probar nuevos destinos que, incluso, no resultaron ser como el sueño concebido.
Hoy se calcula que casi dos millones de cubanos residen fuera del país, a pesar no solo de las restricciones internas, sino incluso de las condiciones y limitaciones que suelen poner muchos países para la concesión de visados, especialmente los solicitados para las visitas familiares.
La apertura cubana -y, repito, falta por saber sus condiciones- quizás provocaría un cambio de actitud en muchos posibles viajeros o migrantes, que al tener garantizada la posibilidad del retorno si duda optarían por él en muchísimos casos según las condiciones en que viajen o en que logren (o no) insertarse en otros contextos. También es evidente que al menos en un primer momento serán más numerosos los que prueben suerte en otras latitudes y que, entre ellos, habría con toda seguridad una cantidad importante de profesionales -que, como antes mencionaba, no dejaron de salir por vías alternativas.
En el caso de los que he llamado «presuntos» turistas, es evidente que, dadas las condiciones económicas de la mayoría de los cubanos que residen en el país, el cambio no va a resultar esencial: en un por ciento abrumador serían personas invitadas por sus familiares residentes en el exterior, tal como ocurre desde hace años. La mayor variación posible sería la de permitir tal posibilidad a profesionales (es el caso de los médicos), que en casos han llegado al extremo de pedir la jubilación para poder viajar sin la interferencia del ministerio al cual estaban vinculados. Algunos de estos médicos, lamentablemente, son todavía profesionales en plenitud de capacidades, que optaron por renunciar a su vínculo laboral a cambio de la posibilidad de visitar a seres queridos radicados en otros países. Muchos de estos médicos -y la contradicción es entonces más dolorosa- han regresado a Cuba después de un período de tiempo… pero sin poder reintegrarse de nuevo a su valiosa actividad científica.
Como cualquier país del tercer mundo, Cuba se ha convertido en un país emisor de migrantes. Las duras condiciones económicas de las dos últimas décadas han incrementado ese movimiento respecto a momentos anteriores (los años que siguieron al éxodo del Mariel, por ejemplo), pero la realidad crítica que se vive en los mercados laborales de otros países (España es el mejor ejemplo, con un 18% de desempleo) puede desmotivar a algunos que solo busquen mejoras económicas que, quizás, puedan hasta encontrar en su propio medio a través del trabajo por cuenta propia, también reanimado por la nueva política económica.
Lo esencial, en cualquier caso, es normalizar lo más profundamente posible una opción individual como la de viajar, migrar o volver al país. Como en otros territorios de la sociedad y la economía cubana resulta necesario que el país se ponga en consonancia con el mundo y que los espacios individuales crezcan y se democraticen. Sin duda, los beneficios de los individuos capaces de generarlos, pueden también revertirse en beneficios para su sociedad.