Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Juan Vivanco
Por una vez nos alegramos de estar de acuerdo con un ministro israelí de Asuntos Exteriores
Hace poco la señora Tzipi Livni sustituyó en Exteriores a Silvan Shalom, cuyo nombre en hebreo significa «paz», lo cual estaba en total contradicción con la política guerrera del gobierno Sharon al que pertenecía el bueno de Silvan. Pues bien, hace poco la actual ministra de Exteriores ha afirmado que si la Resolución n.º 181 del 29 de noviembre de 1947 sobre la partición de Palestina -que dio origen a la fundación de Israel y a casi 60 años de violencia, guerras e injusticias en todo el Cercano Oriente- se votara hoy en la ONU, no se aprobaría. Esa aciaga resolución inauguró un periodo histórico que aún perdura y puede arrastrarnos a guerras más mortíferas, trastornos económicos más graves y un odio más intenso de las masas islámicas a Occidente. Mientras este odio se materializa en las protestas contra las viñetas y las camisetas satíricas, en el horizonte asoman los negros nubarrones del choque entre USA e Israel (Usrael) por un lado e Irán por el otro.
La afirmación de que la Resolución 181 no se aprobaría hoy no es baladí. La 181 se considera parte de la «legalidad internacional», y decir que hoy no la aprobaría la misma ONU que lo hizo hace 59 años plantea un problema muy serio. Equivale a decir que la ONU erró entonces al aprobarla o erraría hoy al rechazarla. No hay término medio. Cabe preguntarse, entonces, si la propia existencia de Israel es legal. ¿No será Israel un error de la historia, que la ONU actual se cuidaría mucho de cometer?
A nuestro entender la señora ministra tiene toda la razón al decir lo que dice, y sus palabras socavan directamente los fundamentos del llamado derecho de Israel a existir como estado judío. No deberíamos pasarlas por alto. En un artículo publicado en Haaretz el pasado 16 de febrero, Aluf Benn afirma: «Hoy Israel lucha por mantener su derecho a existir como estado judío». Evidentemente, la ministra israelí (lo mismo que el periodista citado) no pretende dar argumentos a los enemigos del estado judío, sino más bien llamar la atención de sus partidarios, señalándoles que el momento es grave e Israel necesita la ayuda de todos sus amigos, ya sean de derechas o de izquierdas (Fini y Berlusconi entre los primeros, Fassino y Rutelli entre los segundos).
No es la primera vez que desde el lado israelí se advierte lo poco que tienen que ver con la legalidad internacional la fundación del estado de Israel y la Resolución n.º 181 de la ONU. La evidente injusticia histórica contra los palestinos, perpetrada a finales de la década de 1940 por las superpotencias amparándose en la Organización de las Naciones Unidas, recién creada y totalmente controlada por ellas, fue reconocida de forma implícita, mucho antes de que lo hiciese la señora Livni, por el historiador de origen judío Jacob L. Talmon, que en 1971 escribió:
«El estado de Israel se creó cuando el proceso de descolonización ya estaba en pleno desarrollo (de hecho la retirada de los ingleses de Palestina en 1948 seguía la pauta de su retirada de India el año anterior). Es sumamente dudoso que la mayoría necesaria para la resolución de la ONU sobre la partición de Palestina se hubiera alcanzado varios años después. Ninguno o casi ninguno de los nuevos estados africanos y asiáticos que poco después serían admitidos en la ONU […] habría estado dispuesto a votar por la creación de un estado judío». [1]
Hoy, en algunos ambientes de la izquierda occidental y en el movimiento contra la guerra, tras el fracaso del «proceso de paz» -no porque Arafat y los palestinos rechazaran la «oferta generosa» de Barak y Clinton, sino por el empeño de estos en invalidar completamente lo que establece la Resolución n.º 242 (1967) de la ONU-, va ganando terreno rápidamente una vieja idea: la clave de una solución auténtica y duradera del conflicto está en la propia naturaleza del sionismo, en el carácter del estado judío, y no en unas conversaciones de «paz» cuyo resultado, a lo largo de estos años, ha sido la expansión del estado de Israel, un deterioro continuo de las condiciones de vida del pueblo palestino y un enorme aumento del peligro de confrontación global en Oriente Próximo. ¿Qué ha sido, en efecto, de aquel estado palestino que debía nacer tras la partición de 1947? Es evidente que las «conversaciones de paz» sólo han servido para que Israel continúe su expansión y su colonización. Si admitimos esto, entonces también es evidente que la causa primera de todo reside en la naturaleza del sionismo, en el proyecto sionista, es decir, de un estado judío en la tierra palestina que requería la expulsión de sus habitantes, un proyecto con fines expansionistas no disimulados, de colonización progresiva. [2] El actual encierro de los palestinos en la Franja de Gaza y los bantustanes rodeados por el Muro del Apartheid en Cisjordania, más la anexión de tierras palestinas al otro lado de la línea verde, en Jerusalén Este y en todo el valle del Jordán, eran las metas que Israel se había marcado y prácticamente ha alcanzado con la ayuda de Estados Unidos, Europa y el engaño de las «conversaciones de paz». Lo que pretenden ahora Israel y Estados Unidos de la ANP es la rendición total, que se conforme con los bantustanes y legalice las fronteras definitivas de Israel. Cabe sospechar que si estas fronteras fueran definitivas, no se podría decir lo mismo del territorio. El encierro actual de los palestinos en un territorio sin campos fértiles, sin agua y sin una economía autónoma sólo puede empeorar sus ya precarias condiciones de vida y obligarles a emigrar de su prisión, despejando el camino a una posterior y definitiva colonización sionista. Conocemos bien con qué habilidad mueve los hilos el estado sionista para hacerles la vida imposible a los palestinos; lo último ha sido el intento de reducirles por hambre al no entregarles los derechos de aduana que les deben, con la excusa de la victoria electoral de Hamás.
La meta de los sionistas era apoderarse de toda Palestina, y la resolución de la ONU de 1947 fue el primer paso de su colonización. Pero ¿se trataba de un acto «legal»? Si hoy la ONU, como dice Livni, no aprobaría esa resolución, entonces fue un error, una concesión de Occidente al sionismo, y por consiguiente una traición a los palestinos, una malversación de sus derechos. ¿Cómo es posible que un organismo creado para establecer y aplicar la «legalidad internacional» cometiera semejante barbaridad?
La ONU en 1947
Ese año sólo 56 estados formaban las Naciones Unidas (hoy son 191). Entre todos representaban a menos del 20% de la humanidad, lo cual, para un organismo con pretensiones universales, es bastante poco. Además, entre 1947 y 1965 el Consejo de Seguridad estuvo formado por 11 países y la mayoría necesaria era aún más reducida que hoy, de 7 países (5 miembros permanentes y dos más). Pero no es sólo el número lo que resta valor democrático a ese voto. ¿Cuál era su valor en términos de independencia, responsabilidad y libertad? Las Naciones Unidas estaban completamente dominadas por las potencias que habían ganado la guerra, es decir, las antiguas potencias coloniales Gran Bretaña y Francia, la potencia neocolonial norteamericana y la Unión Soviética. También pertenecían a la ONU varios países europeos que les estaban agradecidos a Estados Unidos y la Unión Soviética por haberlos «liberado». En el territorio de algunos de ellos aún había tropas de ocupación. Polonia, por ejemplo, ingresó en la ONU meses antes de la resolución 181, pero no se puede decir que fuera un país soberano. En 1947 también formaban parte de la ONU los países de América Central y del Sur. El vínculo de algunos de ellos con Estados Unidos era tan estrecho que en realidad se trataba de auténticos dominios. Otros estaban gobernados por oligarquías o dictaduras proestadounidenses. Todos dependían en lo económico de la financiación, las inversiones o el mercado del país del norte. Alguien podría objetar que en aquel Consejo de Seguridad también estaba China, nada menos que como miembro permanente, al ser una de las cinco potencias que habían salido victoriosas de la segunda guerra mundial. Pero ¿qué China? No era la China popular, que nació el 1 de octubre de 1949. El asiento de China en la ONU estaba ocupado entonces por el gobierno nacionalista proestadounidense de Chang Kai-shek, que durante la guerra se había preocupado más de luchar contra los comunistas (azuzado por EEUU) que contra los ocupantes japoneses. En 1947 el gobierno de Chang Kai-shek sólo controlaba una pequeña parte del vasto territorio chino y se disponía a huir a la isla de Taiwan protegido por las cañoneras norteamericanas de McArthur, sin las cuales Chang, su gobierno y su república nacionalista habrían acabado en el basurero de la historia y Taiwan se habría reincorporado a la patria. ¿Cómo cabía esperar que votase China en el Consejo de Seguridad de 1947?
Ese año, además, tampoco formaban parte de la ONU los países que habían perdido la guerra: Alemania, Italia, Japón y sus aliados como Austria o Rumania; tampoco estaban Finlandia, España, Portugal, Malta, Irlanda e Islandia, que se incorporarían en 1955; faltaba Suiza y sobre todo faltaban todos los países coloniales, es decir, las colonias inglesas, holandesas, francesas, portuguesas, españolas, belgas, etc.: gran parte de Asia y casi toda África. Estaba, sin embargo, un país africano… ¡la Suráfrica del apartheid! En semejante ONU se aprobó la resolución 181 con 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones. Así era la «legalidad internacional» que impuso a los palestinos la destrucción de su tierra. La votación respondió a la voluntad las superpotencias (EEUU y URSS), a sus manejos, a sus presiones, al trabajo de zapa de los sionistas y a la influencia del lobby judío norteamericano. No es de extrañar, pues, que los once comisarios de la Comisión Especial de las Naciones Unidas para Palestina (UNSCOP en sus siglas inglesas), encargados de decidir el destino de Palestina, siguieran las directrices marcadas por las dos superpotencias. Un libro reciente del historiador israelí Ilan Pappe explica la situación. Dice Pappe de los 11 de la UNSCOP:
«No tenían experiencia en Oriente Próximo ni conocían la situación de Palestina, y además habían inspeccionado la zona de un modo muy superficial. Al parecer les impresionó más la visita a los campos europeos de acogida a los supervivientes del Holocausto que todo lo que vieron en Palestina. […] Los hábiles y bien preparados emisarios sionistas habían proporcionado a la UNSCOP un plan de partición muy acabado […]. Pese a todo, la UNSCOP conocía la firme y unánime oposición de los palestinos a la partición. Para los palestinos -dirigentes políticos y población- la partición era absolutamente inaceptable y no muy distinta, a su entender, de la división de Argelia entre colonos franceses y población indígena. […] El último intento británico de limitar la inmigración ilegal de judíos, que obligó al buque Exodus, lleno de supervivientes del Holocausto, a volver a Alemania, coincidió con la visita a Palestina de la UNSCOP y reforzó en cierto modo la correlación entre el Holocausto y la creación de un estado judío en Palestina». [3]
Una explotación hábil del Holocausto por los sionistas, la ineptitud de los comisarios de la UNSCOP y la voluntad de las superpotencias de imponer la partición decidieron el futuro de los palestinos. Pese a todo, en el momento de la decisión Occidente tuvo un asomo de conciencia. Junto a la propuesta de partición promovida por los sionistas se presentó la propuesta de un estado unitario democrático. Según el mismo Pappe:
«El 29 de noviembre de 1947 la UNSCOP presentó sus recomendaciones a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Tres comisarios recibieron autorización para formular una recomendación alternativa. El informe mayoritario proponía la partición de Palestina en dos estados con unión económica. […] El informe minoritario proponía un estado unitario en Palestina basado en el principio de la democracia. Fueron necesarias una amplia actividad de lobby de los judíos estadounidenses, una intensa acción diplomática de Estados Unidos y una vigorosa intervención del embajador soviético en las Naciones Unidas para alcanzar la mayoría de dos tercios de la Asamblea General favorable a la partición. Aunque no todos los diplomáticos palestinos y árabes se comprometieron a defender el plan alternativo, este tuvo un número equivalente de votos a favor y en contra, prueba de que muchos estados miembros se daban cuenta de que imponer la partición suponía situarse a favor de una de las partes». [4]
Sobre la validez numérica del voto habría algo que decir. Los dos tercios de una asamblea de 56 miembros son, en realidad, 37 votos, y los favorables a la partición fueron 33. No se tuvieron en cuenta las abstenciones, lo cual no parece muy legal. Pero la ilegalidad de la resolución es un hecho aún más sustancial. En una asamblea que no era universal, bajo la presión de las superpotencias y la influencia del lobby judío estadounidense, se decidió quitarle a un pueblo más de la mitad de su territorio sin su consentimiento. Fue una imposición en toda regla, una imposición imperialista. La ONU, tan poco representativa entonces, se puso del lado del fuerte contra el débil. El malestar era grande, prueba de ello es que hubo empate en la votación de la recomendación minoritaria. Gracias a la «amplia actividad de lobby de los judíos estadounidenses», la «intensa acción diplomática de Estados Unidos» y la «vigorosa intervención del embajador soviético», algunos votos cambiaron de signo y se sumaron a los que se oponían a un solo estado democrático. Fue así como se alcanzó el número de los 33 votos favorables a la partición. Se pueden decir muchas cosas de esa votación, pero por favor (y por decoro), no digamos que fue la expresión de la «legalidad internacional». Todos tuvieron la oportunidad de enmendarse poco después cuando, tras la guerra de 1948 contra los árabes, Israel extendió el territorio que le habían asignado y expulsó de las tierras conquistadas a más de 750.000 palestinos. La resolución 194 (diciembre de 1948) pidió a Israel que permitiese el retorno de los desterrados a sus casas y aldeas, pero en la ONU nadie se dignó a imponer al estado sionista la retirada dentro de los límites que tan dudosa «legalidad internacional» le había asignado un año antes con la 181. La parcialidad de las superpotencias a favor de los sionistas y contra los palestinos quedó en evidencia [5]. Más descarada aún fue esta parcialidad cuando se votó la Resolución n.º 273 del 11 de mayo de 1949. Dicha resolución reconocía el estado israelí y aceptaba su ingreso en las Naciones Unidas a condición de que aquél, a su vez, reconociese la validez de la Resolución 181 (que establecía la partición y las fronteras de los dos estados) y se comprometiese a aplicarla, y asimismo aceptase la Resolución 194 (que imponía el derecho al retorno de los palestinos). Israel logró colarse en las Naciones Unidas pero se burló de sus obligaciones internacionales. Una vez más se libró gracias a la protección de las dos superpotencias. La legalidad internacional se respetó formalmente con la proclamación de las Resoluciones 181 y 273, y las dos superpotencias velaron por los intereses facinerosos de Israel al no aplicar las decisiones favorables a los palestinos. La Resolución 181, de dudosa «legalidad internacional», también preveía la partición y la administración fiduciaria de Jerusalén, algo a lo que Israel siempre se ha negado; la negativa a aplicar las resoluciones 181 y 194 sitúa a Israel al margen de dicha legalidad. A este respecto Francis Boyle, profesor de derecho internacional de la Universidad de Illinois, afirma:
«La base jurídica para la suspensión de facto de Israel en la ONU es bastante sencilla: como condición para ser admitido en la Organización de las Naciones Unidas, Israel se comprometió formalmente, entre otras cosas, a aplicar la Resolución de la Asamblea General 181 (II) (1947) (partición y administración fiduciaria de Jerusalén) y la Resolución de la Asamblea General 194 (III) (1948) (derecho al retorno de los palestinos). Sin embargo el gobierno de Israel se ha negado expresamente a cumplir tanto la Resolución 181 (II) como la Resolución 194 (III). De modo que Israel ha quebrantado las condiciones para su admisión en la ONU y debe ser suspendido de facto de cualquier participación en todo el sistema de las Naciones Unidas». [6]
Léanlo bien quienes sostienen hoy la «legalidad internacional de Israel» y su supuesto «derecho a existir como estado judío». La ONU, controlada por un Consejo de Seguridad dominado por EEUU, que tiene poder de veto, nunca resolverá su propia contradicción. Tendrán que hacerlo los demócratas, los militantes antiimperialistas, el movimiento contra la guerra. ¿Cómo? ¿Cuál es la consigna? La de un solo estado democrático, multirracial y multirreligioso en Palestina. Un estado para los palestinos y los judíos, adonde los desterrados puedan regresar para quedarse. Hemos visto que esta consigna ya estuvo presente en las deliberaciones de la sesión de la ONU del 29 de noviembre de 1947. Si no se adoptó fue por las maquinaciones y presiones de EEUU, la URSS y el lobby sionista estadounidense. La misma consigna era el meollo del programa de la OLP antes de las «conversaciones de paz» de Oslo. Sigue figurando en el programa del FPLP y es la guía para la acción de los judíos antisionistas que han fundado, junto con muchos palestinos, la Asociación por un solo Estado Democrático en Palestina/Israel. Como dice el refrán italiano, todos los nudos acaban en el peine. Ha llegado el momento de desenredar el nudo de Israel.
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[1] Jacob L. Talmon, «Israele tra le Nazioni», Comunità, enero de 1971, p. 169.
[2] En 1936 David Ben Gurion, que entonces encabezaba el movimiento sionista, al hablar del plan de partición, dijo: «El estado judío que hoy nos ofrecen no es el objetivo sionista. En esa pequeña región no se puede resolver la cuestión judía. Pero puede servir como etapa decisiva en el camino de una realización sionista más sustancial. Nos permitirá consolidar en Palestina, lo antes posible, la fuerza judía real que nos conducirá a nuestro objetivo histórico […] ¿qué va a pasar dentro de quince años (o más), cuando el estado que nos proponen, limitado territorialmente, haya alcanzado la saturación demográfica? […] El que quiera ser sincero consigo mismo no debería ponerse a profetizar sobre lo que sucederá dentro de quince años. Los adversarios de la partición tenían razón cuando decían que no nos han dado este país para que lo dividamos con nadie, porque constituye una unidad, no sólo históricamente, sino también desde el punto de vista natural y económico» (citado en Lenni Brenner, Zionism in the Age of the Dictators, cap. 8, publicación online, http://www.marxists.de/middleast/brenner7ch08.htm . Más tarde, en una carta a su hijo, precisaba aún más su pensamiento: el estado judío, le decía, tendrá «un ejército poderoso -no me cabe duda de que nuestro ejército será uno de los más poderosos del mundo- de modo que no podrán impedirnos que nos establezcamos en el resto del país, y lo haremos de acuerdo con nuestro vecinos árabes y con comprensión mutua, o no» (D. Ben Gurion, citato en Norman Finkelstein, Ibidem).
[3] Ilan Pappe, Storia della Palestina moderna, Einaudi, Turín, 2005, pp. 151-152.
[4] Ibidem, p. 155.
[5] No se puede aducir como excusa que Occidente desconocía los planes expansionistas de Israel. Además de las declaraciones de Ben Gurion antes citadas (véase la nota 2) -aunque eran declaraciones hechas en el ámbito restringido del movimiento sionista y en una carta privada-, el mismo personaje había declarado a la revista TIME el 16 de agosto de 1948, tres meses después de la proclamación del estado de Israel y cuatro antes de la Resolución 194, que su idea era un estado de 10 millones de personas. A la pregunta de si tantas personas podían caber en los confines del estado judío trazados por la partición de la ONU respondió: «Lo dudo» (citado en Henry Makow, Il sionismo come paradigma mentale, www.savethemales.ca/270103.html). Ya se sabía desde hacía mucho tiempo: los sionistas, en 1948, no tenían la menor intención de conformarse con el territorio que les había concedido la ONU y entre ellos prevalecía la decisión de no definir las fronteras del estado. Muchos años después el mismo Ben Gurion, en una carta a Le Monde del 2 de julio de 1969, señalaba que en su declaración de independencia Estados Unidos tampoco había fijado unas fronteras.
[6] Francis Boyle, Israele fuori dall’ONU!, http://www.arabcomint.com/fuori%20dall’onu.htm.