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El nuevo régimen cultural

Fuentes: Público

«Una noche única, poética, alternativa e interactiva». «Más de 150 actividades girarán en torno a una idea común: la ilusión».»La mayor expresión de arte público que se ha llevado a cabo en nuestro país». Madrid dejó atrás hace tiempo -¿siguiendo la estela de Barcelona?- el paradigma cultural de Álvarez del Manzano: Violetera, chotis, Ángel Matanzo. […]

«Una noche única, poética, alternativa e interactiva». «Más de 150 actividades girarán en torno a una idea común: la ilusión».»La mayor expresión de arte público que se ha llevado a cabo en nuestro país».

Madrid dejó atrás hace tiempo -¿siguiendo la estela de Barcelona?- el paradigma cultural de Álvarez del Manzano: Violetera, chotis, Ángel Matanzo. La Noche en Blanco que se celebra hoy es el estandarte de Gallardón o, mejor dicho, de aquello de lo que Gallardón es sólo un nombre: el nuevo régimen cultural impuesto bajo un «capitalismo de espíritu» que ya no vende tanto productos como experiencias, estilos de vida, ambientes, afectos, etc.

En ese nuevo régimen el término ‘cultura’ se vuelve infinitamente elástico y comprende productos, saberes, costumbres, significaciones… Todo es cultura y la cultura lo es todo.

Por ejemplo, una ciudad vale hoy lo que vale la marca que vende. Cada marca compite en el mercado global para atraer turismo, inversiones, distintos flujos de dinero. Y la imagen que proyecta la marca es principalmente cultural: «urbe mestiza, abierta, multicultural», etc. La cultura es también la forma de ocupación por excelencia de la atención colectiva en el tiempo de ocio. Audiovisuales, libros, prensa, música, espectáculos, paisajes acondicionados… La cultura envuelve nuestra vida: nos distrae y funciona como un pegamento social.

A la vez es una estrategia de despolitización. Por un lado, ¿quién puede oponerse a la cultura? Nadie protestará contra la expulsión de vecinos de un barrio en «rehabilitación» si se especula en nombre de la construcción de un museo o de un espacio para artistas. Y por otro, el «todo cultural» codifica los conflictos sociales, económicos y políticos como conflictos culturales (falta de civismo, de respeto, de educación…). El capitalismo de espíritu no gobierna reprimiendo los cuerpos o imponiendo una ideología, sino sobre todo mediante un flujo de signos e imágenes «con efectos anestésicos, sentimentales y consensuales» (Alain Brossat).

El nuevo régimen cultural capta ciertas energías sociales creativas, pero las subordina inmediatamente a un guión preestablecido. Es un dispositivo de participación controlada que conjura por todos los medios cualquier imprevisto, cualquier atisbo de autogestión del sentido. Que no pase nada. El Blanco no está ahí para que cada cual pinte lo que quiera, por eso La Noche es tan aburrida en el fondo.

¿Qué palpita en el fondo del tinglado cultural? Las preguntas encarnadas de quienes lo sostenemos cotidianamente como trabajadores culturales. Planteo aquí algunas, rumiadas con otros compañeros. Muchos de ellos son «emboscados» que tratan de pasar de contrabando contenidos críticos, verdaderos. Esa posibilidad real alienta muchas veces el sentido del trabajo cultural. El problema es que el régimen funciona bajo una lógica de productivismo vacío («producir por producir») completamente ajena a los contenidos. Los devora todos, imponiéndoles sus moldes: precariedad; estandarización expresiva (la visibilidad mediática y la audiencia como criterios exclusivos); lógica de proyectos (acotados, cronometrados, previstos de principio a fin); privatización de los saberes (copyright…); definición estricta y jerarquizada de los roles, etc.

El problema entonces no son sólo los contenidos, sino la fractura entre los contenidos y los medios en que se producen y circulan, los contenidos y las formas de trabajo, los contenidos y las superficies.

¿Cómo se sobrevive diariamente a esta fractura? Una respuesta posible es el cinismo («coge el dinero y corre»). El cinismo es la experiencia contemporánea por excelencia del trabajador cultural: la sensación de que «nada es de verdad», de que el escaparate cultural está hueco.

Pero también hay mucho malestar. Desde los profesionales a los galeotes, el trabajo cultural no es simplemente alienante, sino que está mezclado con lo que para cada cual hace que la vida merezca la pena. Esa pasión personal tiene que ponerse a trabajar en un engranaje impersonal: el mercado. El mercado organiza lo posible, las condiciones, los ritmos, las finalidades. Esa contradicción, esa esquizofrenia, duele. Pero también es de verdad, es nuestra verdad.

¿Cinismo o revuelta? La revuelta está por reinventar. El mensaje subliminal del capitalismo de espíritu ha calado con mucha fuerza: no hay «trabajadores» de la cultura, sólo «creadores». Cada uno, empresario de sí mismo. Cada Yo, una marca en lucha con otras. ¿Cuál es aquí la eficacia de las herramientas clásicas de lucha (el sindicato, la huelga)? ¿Cómo hago sabotaje cuando el producto soy yo? ¿Cómo podría forzarse una negociación colectiva para conseguir mayores espacios de autonomía sobre la producción y la circulación? Porque no hay «afuera» posible para los trabajadores culturales: se lucha «en y contra» el mercado. La auto-marginación absoluta de los espacios de visibilidad es imposible o suicida. Pero, ¿de dónde coger fuerzas para decir en determinado momento: «por aquí NO paso»?

En los últimos años se han dado algunas luchas inspiradoras. Los trabajadores de la primera edición española del Circo del Sol (2000) hicieron retroceder a la empresa mostrando públicamente sus condiciones de trabajo ultraprecarias tras el decorado de las buenas intenciones. El Fórum de las Culturas en Barcelona fue atacado en su imagen mediante la parodia y la deslegitimación. Otras iniciativas bailan a contrapié del nuevo régimen y politizan las cuestiones culturales: por ejemplo, ante la carencia de espacios para desarrollar iniciativas libres, colectivas y creativas, la okupación pública de edificios. En otros mil intersticios del nuevo régimen cultural la pelea ética es diaria…

Son precisamente los verdaderos «prodigios bajo la luna llena» que no dejarán ver ni interrogar los fuegos artificiales de La Noche en Blanco.

Amador Fernández-Savater es editor (www.acuarelalibros.com)