No sólo existe una incuestionable solidaridad internacional y simpatía para con el pueblo palestino, existe además una preocupación constante por la existencia misma de este colectivo de personas. En cada ocasión -y en los últimos años esto ha sido permanente- en que el Estado de Israel apuntala su política de limpieza étnica sobre los nativos […]
No sólo existe una incuestionable solidaridad internacional y simpatía para con el pueblo palestino, existe además una preocupación constante por la existencia misma de este colectivo de personas. En cada ocasión -y en los últimos años esto ha sido permanente- en que el Estado de Israel apuntala su política de limpieza étnica sobre los nativos de Palestina, los eruditos de razón bárbara desparraman kilómetros de tinta para justificar las toneladas de fósforo blanco con las que Israel regó Gaza durante casi un mes en 2008-2009 o las bombas autografiadas con las que atacó al Líbano en 2006. Algunos siguen pensando que los miles de muertos de este y otros conflictos son cuestión de bibliotecas, y que basta sentarse a esperar en su poltrona la palmada del amigo y el artículo siguiente mientras se otea el viento juguetear en la Rambla.
Esta forma de desinformación intenta cubrir acciones criminales, sobre todo el asesinato de personas inocentes, con un barniz de justificación y de razón y, en alguna oportunidad, una enorme parafernalia académica de imposible e inconducente refutación. Ahora, luego del asalto filibustero a los barcos que pretendían quebrar el cerco a Gaza, Israel necesita más que nunca quien le limpie la carnicería.
Ha sido una constante -a la hora de tratar la Cuestión Palestina- apuntar a la culpabilidad de las víctimas y a su sin razón de ser, en este caso, a no confundir, los palestinos. Ya lo señalaba en los años 70 Edward W. Said, los palestinos no sólo han tenido que lidiar con un enemigo poderosísimo militar y logísticamente, sino además con el enorme aparato propagandístico que amplifica las heridas recibidas pero, sobre todo, fabrica las más grandes tergiversaciones históricas, y antropológicas, a fin de lavar la conciencia del gatillo fácil israelí.
Si se puede dotar a los «otros» de inexistencia, y así quitarles su sentido colectivo y de pertenencia, sus antepasados y raíces, sus valores y tradiciones, su cultura puede fácilmente depositarse no dónde los propios involucrados la han labrado durante siglos de permanencia ininterrumpida en una tierra y lugar de nacimiento, sino donde nos da la gana. Entonces negarles el gentilicio no es ya ninguna conclusión académica apoyada en fuentes, es tan sólo una bajeza propia de a quien ya no le basta con ser un colaboracionista de crímenes impunes, sino además demostrar que no ha transitado jamás por la barbarie del siglo XX.
Los intentos de Israel por acallar a los palestinos y también a quienes los respaldan, pasan por hacerlos invisibles mientras les roba sus tierras. Para acometer el colonialismo vandálico al cual se ha dedicado Israel en sus sesenta años de existencia, este Estado, producto de la solidaridad internacional, no sólo se ceba en el robo de tierra más descarado y la utilización de armas prohibidas para asesinar niños y mujeres en masa, ha intentando una y otra vez sin éxito, quitarles el nombre a sus víctimas.
La existencia misma de los palestinos como colectivo humano vivo, en evolución y desarrollo, preocupa a todos aquellos que ya no se sorprenden del trato denigrante e inhumano que les proporciona Israel. Pero preocupa mucho más al propio Israel que ha querido convencerse y convencer al mundo de la inexistencia de los nativos de Palestina negándoles presencia, derechos, identidad, patrimonio y nombre. El proyecto sionista fue desde sus inicios una empresa colonial. Y lo sigue siendo hoy en día cuando se demuelen decenas de viviendas palestinas y se destruyen cientos de hectáreas cultivadas para construir viviendas exclusivas para israelíes no árabes en tierras palestinas.
La atención que el mundo presta hoy al drama palestino y en especial a la destrucción israelí de Gaza, al sitio al cual la tiene sometida y sus consecuencias sobre la población civil, han reeditado los ataques a la identidad del pueblo palestino. Los plumas del sionismo necesitan desviar la atención del oprobio de la ocupación militar, la colonización, la usurpación y las humillaciones diarias a los que el ejército de ocupación israelí somete a los palestinos. No hay ejércitos de ocupación buenos.
Sabemos que la permanente e ininterrumpida existencia durante siglos en Palestina, dio y da a los palestinos una incomparablemente mayor autoridad moral frente al colonialismo, mucho más cuando vemos y comprobamos cómo ese colonialismo trata a los verdaderos hijos de esa tierra.
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