En medio del alboroto de las noticias que llegan sobre el genocidio en Gaza, la noticia del martirio de Shaima y su familia en la zona de Nuseirat, en la Franja de Gaza, pasa como si nada hubiera sucedido, como si ella fuera solo un número más en una lista de números.
Shaima Akram Saidam obtuvo una media del 99,6 % en el examen general de secundaria de 2023, lo que le valió el título de mejor estudiante en la rama de letras a nivel de Palestina. Después se matriculó en la Universidad Islámica, donde se especializó en inglés.
¿Quién la mató? ¿Con qué arma? ¿Dónde se forjó la identidad y la ideología sionistas del asesino? ¿Y con qué justificación? Quizás estas son preguntas que nos llevan a un lugar que muchos pasan por alto: las universidades israelíes, donde se forjan las mentes del ejército de ocupación. Es el lugar donde se desarrollan muchos aparatos de seguridad y militares que vigilan, matan y torturan a los palestinos. También es el lugar donde se fabrican las armas, la propaganda y la justificación de la destrucción.
De hecho, las universidades y los centros de investigación israelíes son uno de los pilares más importantes del movimiento sionista y del Estado judío.
Estas instituciones académicas construyen la identidad y la propaganda sionistas, contribuyen a la fabricación de armas y trabajan para institucionalizar las políticas israelíes, afianzando el apartheid, la agresión israelí y las violaciones de los derechos palestinos a través de marcos académicos, trabajos de investigación y debates entre expertos para encontrar los medios más eficaces para consolidar la ocupación, afianzar los asentamientos, marginar y refutar la identidad palestina y entrenar a unidades del ejército y de inteligencia en diversas especialidades.
Estas instituciones israelíes no solo practican la discriminación, la opresión y la represión contra los palestinos, sino también contra cualquier persona, incluso judía, que defienda los derechos y libertades palestinos.
A la luz de estos y otros hechos, en 2004 se creó la Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI, por sus siglas en inglés), con el objetivo de pedir el boicot a las instituciones académicas y culturales israelíes debido a su papel central en la opresión y la violación de los derechos y libertades palestinos.
El libro recientemente publicado «Towers of Ivory and Steel: How Israeli Universities Deny Palestinian Freedom» (Torres de marfil y acero: cómo las universidades israelíes niegan la libertad palestina), de Maya Wind, es una contribución destacada e importante en este contexto, cuyo objetivo es demostrar la implicación de las universidades israelíes como base y principal motor de las violaciones de los derechos y libertades palestinos, e incluso considerar las políticas de las universidades israelíes como parte de un sistema que afianza las políticas racistas y colonizadoras de Israel.
El libro se centra en la pregunta: «¿Son las universidades israelíes cómplices de la violación de los derechos palestinos?» (página 16). La autora busca responder a esta pregunta revelando cómo las universidades israelíes están profundamente entrelazadas con los sistemas de opresión israelíes.
La investigadora se distingue en este contexto, como ella misma afirma, por ser una ciudadana israelí judía blanca, lo que le permitió acceder fácilmente a los archivos y bibliotecas militares del Gobierno israelí. De esa forma, pudo leer documentos oficiales, memorandos e informes políticos, así como estudios inéditos, como tesis de máster y tesis doctorales aprobadas por universidades israelíes. Además, realizó entrevistas a estudiantes y académicos palestinos y judíos que trabajan en universidades israelíes.
El libro consta de dos partes, cada una con tres capítulos, además de una introducción, una conclusión y una observación final del profesor Robin D. G. Kelley.
Nadia Abu El-Haj, de la Universidad de Columbia, presenta el libro y recuerda al lector que Israel es un Estado-nación colonialista fundado sobre la expulsión de casi 750 000 palestinos de sus tierras. Es un Estado construido sobre una limpieza étnica organizada. Por lo tanto, Israel no debe describirse como un Estado democrático (página 6).
Más bien, la estructura sobre la que se construyó y se sigue construyendo el Estado de Israel es una estructura racista basada en la negación y la exclusión de los no judíos. Por esta razón, Human Rights Watch y Amnistía Internacional, además de las organizaciones israelíes de derechos humanos B’Tselem y Yesh Din, declararon en 2021 y 2022 que Israel es un Estado de apartheid.
En la introducción del libro, Nadia Abu El-Haj destaca que no existe un «Israel democrático» que pueda separarse de la cuestión palestina. Israel es un Estado colonialista. Sus compromisos y acciones fundacionales, su arraigada visión política sionista y el funcionamiento de sus instituciones, e incluso de sus partidos políticos liberales y no liberales, son racistas y antidemocráticos hasta la médula.
Esta estructura racista y excluyente fundamental de Israel explica el silencio de la gran mayoría de los académicos israelíes, e incluso de las administraciones y rectores universitarios, donde no existe una defensa institucional de la libertad académica en lo que respecta a Palestina.
La autora Maya Wind reitera estas ideas en la introducción del libro, señalando que los campus universitarios de los territorios bajo dominio israelí no son lugares seguros para los estudiantes palestinos. Estas universidades no son independientes, sino una extensión de la violencia del Estado israelí y sus instituciones represivas. La autora destaca que el régimen de apartheid israelí no puede desmantelarse por completo sin reconocerlo como sistema colonialista.
Por lo tanto, el boicot académico se considera el paso fundamental para poner fin a este colonialismo. Como ilustra este libro, las ocho universidades israelíes operan directamente al servicio del Estado y desempeñan funciones vitales en el apoyo a sus políticas, constituyendo así pilares fundamentales del colonialismo israelí.
La universidad al servicio del Gobierno israelí
Por ejemplo, las universidades israelíes colaboran con empresas armamentísticas israelíes para investigar y desarrollar tecnología utilizada por el ejército y los servicios de seguridad israelíes en los territorios palestinos ocupados. Esta tecnología se vende posteriormente en el extranjero como «probada en el campo de batalla».
La autora comienza la primera parte del libro, «Complicidad», analizando la «experiencia en la subyugación», cómo se desarrollaron las disciplinas académicas israelíes para servir al Gobierno israelí y al Estado de seguridad, y cómo siguen proporcionando apoyo material a los proyectos estatales. La autora afirma que los departamentos y profesores más destacados de las universidades israelíes, en diversas disciplinas, están intelectual y teóricamente sujetos a los requisitos del Estado israelí, como lo demuestra el enfoque en tres disciplinas.
La primera disciplina: La arqueología. Todas las universidades israelíes realizan excavaciones en yacimientos arqueológicos gestionados por organizaciones de colonos judíos o consejos regionales de colonos. Esta disciplina académica se centra en borrar la historia árabe e islámica y se dedica a expandir los asentamientos judíos y confiscar tierras palestinas.
Por ejemplo, las universidades israelíes realizan excavaciones en Susya, en el sur de Cisjordania, apoderándose así directamente de estas zonas palestinas.
La arqueología israelí también surgió ostensiblemente como disciplina académica para afirmar la presencia judía antigua y continua en Palestina. Al mismo tiempo, la investigación arqueológica se utilizó para borrar cualquier reivindicación o evidencia palestina y árabe de presencia en esta misma tierra.
La autora menciona asimismo que estas excavaciones constituyen una violación directa de las leyes y convenciones internacionales. A pesar de ello, los arqueólogos y las universidades israelíes siguen participando en trabajos de excavación en todos los territorios palestinos bajo la protección del ejército israelí. Así, la arqueología facilita estructuralmente el robo de antigüedades y tierras palestinas por parte de Israel y facilita su continua apropiación ilegal.
La segunda disciplina: Estudios jurídicos. La autora aclara que Israel considera el territorio palestino ocupado como su laboratorio. Debido a su dominio ilegal sobre el pueblo palestino a través de la ocupación militar durante décadas, ha desarrollado un conjunto de leyes e interpretaciones jurídicas para justificar su régimen militar permanente.
Israel ha establecido la infraestructura jurídica para justificar las ejecuciones extrajudiciales, la tortura y el despliegue de lo que se considera una fuerza desproporcionada contra la población civil, lo que equivale a crímenes de guerra. Maya Wind afirma que los estudios jurídicos y la filosofía ética en la que se basan se crearon para justificar las violaciones de los derechos y libertades de los palestinos.
La tercera disciplina: Estudios sobre Oriente Medio. La investigadora muestra que, con el establecimiento del gobierno militar de Israel en los territorios palestinos ocupados en 1967, se renovaron las oportunidades de cooperación académica con el Estado. Por ejemplo, los profesores de la Universidad Hebrea Menachem Milson, Amnon Cohen, Moshe Sharon y Moshe Maoz ejercieron como asesores en asuntos árabes del ejército y el gobierno israelíes (página 48).
Milson también ocupó el cargo de primer jefe de la Administración Civil, la administración militar israelí en los territorios palestinos ocupados, y supervisó el cierre forzoso de la Universidad de Birzeit a partir de 1981. Cohen, Sharon y Maoz sirvieron con el rango de coronel y trabajaron con el ejército a lo largo de sus carreras académicas.
Del mismo modo, los departamentos de Estudios sobre Oriente Medio ofrecen programas académicos de especialización regional para soldados en servicio activo en unidades militares de élite y cursos diseñados específicamente para agencias de seguridad. La Universidad Hebrea ofrecía un programa de licenciatura en Estudios sobre Oriente Medio para el Servicio de Seguridad General (Shin Bet) como parte de la formación de su personal.
Por tanto, las disciplinas israelíes en humanidades y ciencias sociales se movilizaron para apoyar el colonialismo israelí. La arqueología, los estudios jurídicos y los estudios sobre Oriente Medio se desarrollaron simultáneamente con la ocupación militar israelí y a través de ella.
A continuación, la autora pasó a estudiar varias universidades israelíes, considerando que las «universidades: puestos avanzados de los asentamientos» se fundaron y diseñaron para servir como puestos avanzados estratégicos para el proyecto estatal israelí. La Universidad Hebrea en la Jerusalén Oriental ocupada; la Universidad de Haifa en Galilea; la Universidad Ben-Gurión en el Negev; la Universidad Ariel en Cisjordania: todas estas instituciones constituyen motores fundamentales para los proyectos de «judaización» en sus respectivas zonas.
La autora afirma, por ejemplo, que en el período previo y durante la guerra de 1948, los estudiantes, el profesorado y los administradores de la Universidad Hebrea de Jerusalén apoyaron activamente a la organización militar Haganah y utilizaron el campus como base, llevando a cabo entrenamientos militares e incluso almacenando armas en los edificios de la universidad.
La autora sostiene también que, durante más de un siglo, las universidades israelíes han trabajado de forma constante para ampliar y afianzar las fronteras del Estado judío, la «soberanía judía» sobre toda la Palestina histórica.
Estas universidades siguen desempeñando de forma activa e intensa un papel central en la expansión de los asentamientos en tierras palestinas, y sus bibliotecas son depósitos de los libros palestinos saqueados, como es el caso de la biblioteca de la Universidad Hebrea, que contiene muchos libros árabes robados a los palestinos.
La investigadora pasó al concepto de «el estado de seguridad académica», mostrando cómo el desarrollo de las universidades israelíes estaba vinculado al auge de las industrias militares israelíes. Estas universidades fueron diseñadas como instituciones para la construcción del Estado y, poco después de su creación, se movilizaron para apoyar los aparatos de violencia de Israel.
Tras la creación de la Universidad Hebrea de Jerusalén en 1918, el movimiento sionista fundó otras dos instituciones de educación superior en Palestina: el Instituto Technion en Haifa en 1925 y el Instituto Weizmann de Ciencias en Rehovot en 1934.
La Universidad Hebrea fue la primera universidad integral del movimiento sionista dedicada a la investigación y la enseñanza en todas las disciplinas; el Technion fue diseñado para ser un centro de ingeniería; mientras que el Instituto Weizmann se dedicó a la investigación científica para la construcción del Estado (página 88).
La investigadora muestra cómo las universidades y los centros de investigación israelíes sirven como brazo académico del Estado de seguridad israelí. Los institutos y las universidades sirven al Estado mediante investigaciones y recomendaciones políticas que tienen como objetivo no sólo mantener el dominio militar israelí, sino también socavar el movimiento por los derechos palestinos en la escena internacional.
Por ejemplo, el trabajo diario de los soldados de la Inteligencia Militar israelí viola los derechos humanos palestinos, tal y como se estipula en el derecho internacional y los Convenios de Ginebra. Muchos soldados que se graduaron en programas de posgrado especialmente diseñados en la Universidad Hebrea sirven en la Unidad 8200, la unidad más grande y central de la Inteligencia Militar.
La Unidad 8.200 es la unidad central de recopilación del ejército, responsable de recopilar todas las comunicaciones de inteligencia, incluidas las llamadas telefónicas, los mensajes de texto y los correos electrónicos. La autora concluye el capítulo subrayando que, lejos de esforzarse por convertirse en instituciones civiles, las universidades israelíes siguen ampliando sus operaciones no sólo como bases de entrenamiento militar, sino también como laboratorios de armas para el Estado.
La segunda parte del libro, titulada «Represión», comienza con la autora abordando la idea de la «ocupación epistémica» y explicando cómo las universidades israelíes impiden sistemáticamente la investigación académica crítica, la enseñanza y el debate sobre el colonialismo israelí, la ocupación militar y el apartheid.
La autora menciona la creciente lista de temas prohibidos en las universidades israelíes con el aumento de la influencia y el poder político de la extrema derecha en las últimas dos décadas. Recientemente, cualquier crítica al ejército o a los soldados israelíes se ha convertido en tabú en las universidades israelíes.
Por ejemplo, Maya Wind explica que la Universidad de Haifa tiene dos tradiciones profundamente arraigadas en el mundo académico israelí: borrar la producción de conocimiento académico palestino y socavar la investigación basada en pruebas que revela los crímenes del Estado israelí (página 119).
Las universidades israelíes se han aliado con grupos de extrema derecha y con el Gobierno israelí para restringir y controlar la investigación y el discurso relacionados con la Nakba, por ejemplo. Por extensión, el estudio crítico de la ocupación israelí, el apartheid y el colonialismo de asentamiento se describe como prohibido.
En consecuencia, los debates críticos fundamentales han sido excluidos del mundo académico israelí, ya que las universidades israelíes definen como «ilegítimas» la investigación y el debate sobre la violencia histórica y actual del Estado israelí. De este modo, privan al profesorado y al alumnado no sólo de la libertad académica, sino también de la oportunidad de debatir e intervenir en las injusticias actuales y futuras.
A continuación, la autora pasa al tema del asedio impuesto a los estudiantes palestinos y revela las restricciones impuestas a los derechos de los estudiantes palestinos a estudiar, expresarse y protestar en las universidades israelíes.
Revela cómo las administraciones universitarias restringen constantemente la presencia de estudiantes palestinos en sus campus y cómo cooperan con el Gobierno israelí para privar a los estudiantes palestinos, especialmente a los más activos, de las libertades académicas básicas. La autora afirma que, desde que se matricularon en la educación superior israelí, los estudiantes palestinos han sido objeto de criminalización, vigilancia y persecución por parte de sus universidades, en connivencia con el Estado.
La libertad académica en la educación superior israelí no se aplica a los estudiantes palestinos. Las administraciones universitarias han demostrado desde hace tiempo su subordinación al Estado, cooperando con él para protegerlo de las críticas y la rendición de cuentas por su ocupación militar y su régimen de apartheid. El Gobierno impone una censura cada vez mayor sobre cualquier debate en relación a la Nakba y la injusticia radical practicada por el Estado de Israel, ya sea contra los palestinos sometidos al régimen militar en los territorios palestinos ocupados o contra aquellos a los que considera sus ciudadanos.
Al final, la autora aclara la complicidad académica con el Estado contra los palestinos, y que actualmente no existe ningún movimiento en las universidades israelíes que pida romper los lazos con el ejército israelí y el Estado de seguridad israelí debido a sus repetidas violaciones del derecho inalienable de los palestinos a la educación y otros derechos humanos.
Incluso las organizaciones progresistas que trabajan en las universidades israelíes, como «Iniciativa Democrática Conjunta» o «Academia para la Igualdad», que incluye a profesores y estudiantes judíos israelíes y palestinos (ciudadanos), no satisfacen en gran medida las demandas de las universidades palestinas. Estos grupos activistas se han negado hasta ahora a respaldar los llamamientos palestinos para que las universidades israelíes rindan cuentas por su complicidad en las violaciones del derecho internacional por parte de Israel.
Israel considera una amenaza a los palestinos que se arman con la educación para desafiar sin vacilar el régimen de apartheid. Por lo tanto, los estudiantes palestinos son sometidos a audiencias disciplinarias, interrogatorios y detenciones en las universidades israelíes, además de secuestros, torturas, detenciones militares e incluso asesinatos en las universidades palestinas. Las universidades israelíes son pilares fundamentales de este sistema.
No sólo realizan investigaciones, forman y colaboran con las fuerzas de seguridad israelíes que mantienen la ocupación militar, sino que también trabajan junto al Gobierno israelí para reprimir a los estudiantes palestinos en sus universidades.
En última instancia, las universidades israelíes han desempeñado un papel directo en la represión por parte del Estado israelí de los movimientos estudiantiles palestinos por la liberación, y en la privación de la libertad académica de los palestinos, durante más de setenta y cinco años.
En la conclusión del libro, la autora destaca que Israel estableció y construyó instituciones de educación superior israelíes en territorio palestino y diseñó estas instituciones para que fueran herramientas para la expansión de los asentamientos judíos y el desplazamiento de los palestinos, basándose en el enfoque de las universidades que se apropian de tierras.
Las universidades israelíes no sólo participan activamente en la violencia del Estado israelí contra los palestinos, sino que también contribuyen con sus recursos, investigaciones y becas para mantener, defender y justificar esta opresión. Al final, la autora hace un llamamiento al boicot de las universidades israelíes e insiste en que no habrá libertad académica hasta que esta se aplique a todos.
En sus observaciones finales, el profesor Robin D.G. Kelley, de la Universidad de California, afirma que el objetivo del boicot es poner fin a la ocupación, desmantelar el régimen de apartheid, respetar los derechos de los refugiados palestinos estipulados por las Naciones Unidas, ampliar los derechos civiles para incluir a todos, poner fin a las detenciones militares, las incursiones repetidas, la vigilancia de las instituciones palestinas y la interrupción deliberada del proceso educativo.
El régimen de apartheid israelí no habría durado sin el enorme apoyo financiero, la legitimidad política y la protección jurídica proporcionados por Estados Unidos. La financiación militar anual de 3.800 millones de dólares (Israel es el mayor receptor de ayuda militar estadounidense de la historia) contribuye a financiar la violencia estatal, la represión y la desigualdad sin la más mínima rendición de cuentas (página 189).
Así, el profesor Kelley menciona que el régimen de apartheid israelí no habría podido persistir sin el silencio liberal en Estados Unidos. Afirma con acierto que «La verdad es que nunca habrá una verdadera libertad académica en la región sin una Palestina libre, y no puede haber una Palestina libre mientras las universidades estén bajo ocupación o sigan siendo bastiones del sionismo y el colonialismo de asentamiento. Y mientras la mayoría de los intelectuales israelíes permanezcan en silencio o no comprendan que su propia libertad está ligada a la libertad de Palestina, continuaremos boicoteando las instituciones israelíes. Silencio = Complicidad» (página 192).
Este libro es magnífico, muy informativo y bien argumentado, una documentación histórica detallada de la complicidad de todas las universidades y centros de investigación israelíes, sin excepción, en el sistema de apartheid israelí. De hecho, son uno de los brazos más importantes del Estado para justificar sus políticas que violan las normas y leyes internacionales.
Fadi Zatari es profesor adjunto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales en la Universidad Sabahattin Zaim de Estambul.
Texto en inglés: The Palestine Chronicle, traducido por Sinfo Fernández.