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El periodismo revolucionario cubano

Fuentes: Rebelión

Si se admite que, asociado a la actualidad, se puede distinguir una suerte de «cuerpo de enseñanza básico» que recoge conocimientos sustentados por las ciencias y aceptados hoy por las diferentes culturas, habría que convenir -sobre la base de datos brindados por organismos internacionales- que la población cubana ha alcanzado, dentro de las márgenes de […]

Si se admite que, asociado a la actualidad, se puede distinguir una suerte de «cuerpo de enseñanza básico» que recoge conocimientos sustentados por las ciencias y aceptados hoy por las diferentes culturas, habría que convenir -sobre la base de datos brindados por organismos internacionales- que la población cubana ha alcanzado, dentro de las márgenes de ese «cuerpo de enseñanza básico», un nivel universal de instrucción que no es menor al de la media mundial…

Y en Cuba, como en la mayoría de los países que cumplen ese requisito, existe periodismo cultural (con la particularidad de que solo un pequeño segmento del cual está dedicado a reflejar respetuosamente noticias del mundo del entretenimiento y de sus principales gestores), periodismo económico, deportivo, de asuntos internacionales, de noticias nacionales y provinciales, así como otras especialidades periodísticas, para reflejar temáticas específicas: ciencia, ecología, agricultura… También hay periodismo de opinión y de análisis político.

En Cuba, además, la tradición del ejercicio periodístico culto, incisivo, abarcador e irreverente cuenta con autores tan destacados como José A. Caballero, José Martí, Julián del Casal, Enrique José Varona, José M. Heredia, José Á. Quevedo, José A. Fernández de Castro, Manuel Sanguily, Fernando Ortiz, Jorge Mañach, Raúl Roa, Pablo de la Torriente Brau, Julio A. Mella, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, Carlos R. Rodríguez, Blas Roca, Enrique de la Osa, Mario Kuchilán, Luis Gómez-Wangüermert, José Zacarías Tallet, Gastón Baquero, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Eduardo Chibás, Rine Leal, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera, Graziella Pogolotti, Fidel Castro, Ernesto Guevara, Mirtha Aguirre, Marta Rojas y Jorge E. Mendoza por solo relacionar algunos cuya huella, desde diferentes credos y posturas ideológicas, es imposible de ignorar.

(Gracias a ese legado, de siempre ha existido la postura consensual entre los intelectuales cubanos y los sectores más cultos de su población de acercarse con grandes reservas, incluso animadversión, a la llamada «crónica roja», a la «prensa del corazón», a la «amarillista chismográfica», a la «sensacionalista» y a la propaganda mercantil pura. Esta sempiterna «instruida predisposición» explica la facilidad relativa con que estos «sectores informativos» fueron eliminados de la prensa nacional desde los primeros tiempos de la Revolución, mientras que la propia exclusión total que ellos sufrieron ha ido generando una curiosidad insatisfecha, un culto de lo prohibido que justifica -a su vez- el numeroso público con que en Cuba cuentan hoy los reality shows , las revistas Cosmopolitan , Muy Interesante y el show de Francisco … Esta realidad sirve de prueba indirecta a tres hipótesis: a) ninguna acción humana es inconsecuente; b) en toda consecuencia han de distinguirse siempre elementos positivos y negativos respecto de determinado referente, cualquiera que este sea; c) nadie está en condiciones de crear juicios de valor acerca de diversos modelos si carece de la posibilidad de constatarlos: a diferencia de las nuevas generaciones que han crecido en ambientes ideológicos relativamente aislados y asépticos, los combatientes de nuestras recientes gestas antiimperialistas lo hicieron leyendo Superman y Vanidades .)

También es cierto que, en oposición radical a la conducta observada ante la sangrienta tiranía del general golpista Fulgencio Batista, la reacción paranoica de las fuerzas imperialistas de los Estados Unidos ante la Revolución Cubana fue declarar oficialmente a Cuba «fuera de la ley», para los efectos conductuales futuros del gobierno de los propios Estados Unidos (sea esta verdad tangencialmente apuntada). Por esta razón, desde entonces, las diferentes administraciones de este poderoso mega-país han destinado ingentes recursos a la subversión, acoso económico y guerra ideológica contra el estado cubano. Se trata sin dudas de una guerra cabal muy dispareja, probablemente la más dispar que se haya visto nunca en la historia de las naciones y con seguridad la única que se ha librado por tanto tiempo sin que Goliat haya podido doblegar a David.

En estas peculiarísimas circunstancias, durante los convulsos años ’60 del pasado siglo, en busca de un cauce propio de crecimiento ulterior, Cuba se convirtió en escenario de una extremadamente intensa batalla de ideas, tan prolija como apasionada: de un lado se atrincheraban los marxistas de antigua marca, dotados de la visión ortodoxa a la que el estalinismo redujo el marxismo para presentarlo como sumun de la verdad social absoluta e incontrovertible acerca de los problemas de las sociedades humanas; en el otro lado se agrupaban los intelectuales que exigían una visión menos sectaria.

En medio del fragor de esa lucha entre dogmáticos y flexibles, el hostigamiento exterior, la inexperiencia gubernamental de los revolucionarios y la inmadurez (incluso prematuridad) de las nuevas ideas, impusieron al país, respecto al tratamiento de la información difundida, las prerrogativas derivadas de la «condición de plaza sitiada»… Como bien se comprende, en una guerra los contendientes procuran no ofrecer datos a su oponente y, dada la inequidad material de las partes beligerantes, los gobernantes cubanos han hecho del secreto -las más de las veces con toda justificación y bastante éxito- un arma de guerra.

Debido a su enorme experiencia en las técnicas de «manipulación social», uno de los métodos dilectos que ha empleado el enemigo es la construcción y propagación de bulos y «realidades vero-símiles». (La llamada «Operación Peter Pan», de la cual ha sido editada profusa y documentada información, fue una de sus maniobras de distorsión de la realidad más exitosa de las que ejecutaron en esos primeros meses de la Revolución Cubana, con toda la carga de pesar que ella todavía importa para muchas de las víctimas.)

De esta manera, una de las primeras medidas que tomó la dirección revolucionaria en defensa del proceso, y por su intermedio de la ciudanía, fue la de impedir que los medios del país dieran voz a los infundios de la contrarrevolución…

Pronto, la mayoría de la población, completamente imbuida del espíritu derivado del «consenso automático» (cuanto fuera expresado por los líderes revolucionarios era digno de crédito), comenzó a distinguir los hechos de entre las más refinadas mentiras. Esta situación sirvió en sí misma de ayuda en la lucha ideológica, pero puso en riesgo la credibilidad de numerosos partidarios de la Revolución «más críticos» (en el entendido de que estaban culturalmente atribuidos de una mayor cantidad de criterios sólidos), razón por la cual -ante el temor de expresar sus dudas y con ellas ayudar involuntariamente la labor quintacolumnista enemiga o, peor aún, ser acusados de actuar así conscientemente, condiciones ambas que a menudo significaban puniciones- se apropió de algunos representantes de las filas de la intelectualidad el espíritu de la «permisividad discursiva» y la indolencia mental…

Quienes afirman que en Cuba ha existido estalinismo o bien actúan de mala fe (los enemigos), o bien (los amigos ignaros) no tienen la menor idea de qué fue en realidad el estalinismo… En Cuba, probablemente como en las restantes naciones oficialmente socialistas y en las del locus soviético, el principal problema no ha consistido en suponer que los soviéticos sabían cómo se construye el socialismo (comunismo), sino en castigar a los que dudaron de ese conocimiento… Aquí, ciertamente, a diferencia de lo que haya ocurrido en otros lares ideológicamente afines, la vida de los «criticones» nunca se ha visto en peligro, ni han sido ellos sometidos a torturas físicas, pero el enclaustramiento, las medidas cautelares, el aislamiento ciudadano y las condenas de silencio han sido para muchos valladares demasiado pesados: los comprometidos raigalmente con la idea, han intentado recomponer su existencia social de la mejor manera posible (algunos lo han logrado con éxito notable); otros, los más pusilánimes, terminaron confundiéndose en las filas de sus antiguos enemigos.

Probablemente desde los años ’70 del siglo pasado, para evitar una «deriva cognitiva profunda» de la sociedad (es de suponer), la dirección política del país tomó dos decisiones de cierta trascendencia: a) crear un cuerpo informativo, compuesto por personas procedentes de las más disímiles ocupaciones y estratos sociales, a las que se les pidió recoger a diario, de manera voluntaria y no profesional, las ideas y habladurías circulantes en las calles (conocidas como «estado de opinión»), y hacerlas llegar a un centro colector que las pondría en manos de la máxima dirección de la Revolución; b) editar, para uso de un número exclusivo de personas autorizadas, un boletín de noticias provenientes de las cadenas y fuentes informativas internacionales más poderosas… Surgió en el país una especie de «prensa paralela» bicípite: una de esos apéndices reflejaba noticias nacionales que no aparecían en los diarios; el otro recogía los «eventos internacionales que nunca acontecieron».

Si bien la primera medida mencionada -prueba de la cual la regalan las comparecencias periódicas que celebraba Fidel con sus invitados en el Palacio de Convenciones, durante la primera mitad de la década pasada, pues en ellas apelaba repetidamente a los papeles que resumían esta información, mientras anunciaba lo que hacía- sirvió para fortalecer la centralización del poder, también ayudó contraproducentemente a expandir en algunos el temor a exponer sus ideas y la desconfianza de ser escuchados.

La segunda medida, por su parte, ha sido particularmente traumática para muchas personas, en tanto homo sapiens (seres ávidos de saber), no solo por crear de sí un apartheid informativo (en el que unos tenían derecho a conocer y otros, no), sino por el vacío existencial que para los excluidos suponen las interrogantes: «¿qué se dice en esos boletines que yo, precisamente yo, no puedo saber?, ¿por qué, a pesar de mi entrega y pasión social, no soy digno de ‘conocer’, en satisfacción de nada más y nada menos que una exigencia de la esencia humana?».

Así, desde finales de la mencionada década de los ’60, la opinión de cuantiosos lectores coincide en que, a espaldas de un segmento substancial de la realidad circundante, los periódicos de mayor tirada en Cuba fueron portadores de una gran cantidad de informaciones sin referentes ni seguimiento, de noticias triunfalistas, de avisos apologéticos, de anunciamientos de ostentosas premiaciones a las mismas personalidades, de afirmaciones categóricas carentes de contraposiciones internas, de indicaciones de acción sin análisis, de crónicas sesgadas, de declaraciones admonitorias, de reseñas ingenuas y planas, nada de lo cual invita a la reflexión, la investigación y la polémica…

Como se descubre en las páginas de numerosas investigaciones dedicadas al estudio de la política y crítica cultural, fue en esa misma época cuando comenzó la ruptura -aún visible- del periodismo cultural con su honrosa precedencia (sin excluir los medios radio televisivos), cuya trascendencia educativa es imposible de minimizar, tanto menos si se libra una incruenta batalla ideológica. De esta suerte, esos recursos masivos se han visto convertidos, por lo general, en anunciantes acríticos de «actividades culturales», algo que no contribuye al mejoramiento de la cultura del pueblo en la medida en que las circunstancias lo exigen.

(Sirva de corroboración puntual a lo dicho, la entrevista realizada por Orestes Martí, de Martianos, a Manuel David Orrio, conocido combatiente de la Seguridad del Estado que permaneció infiltrado por años como «periodista independiente» en las filas de organizaciones contrarrevolucionarias cubanas, publicada en Rebelión el 25 de septiembre de 2012, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=156621).

Preciso es reconocer que en las revistas cubanas de la época, en particular las del ámbito cultural destinadas a la difusión de la discusión crítica y otras corrientes vivas de pensamiento, una buena parte de los artículos -sin alcanzar siempre los niveles de promoción, profundidad y amplitud deseados- son, por su forma y contenido, incomparablemente más agudos, controversiales e interesantes de los recogidos en la prensa periódica.

Sin embargo, en Cuba, en los últimos años, la prensa ha cambiado.

Debido a la falta de estadísticas, o de vías expeditas de acceso a ellas, estas últimas afirmaciones constituyen «apreciaciones subjetivas», pues no es posible aducir datos tales como nivel de aceptación de la prensa en el público por título editorial, evaluación que hacen los lectores de la fidelidad con que los diarios reflejan la cotidianidad del país, insatisfacciones más frecuentes de los lectores, temas más solicitados por ellos, y otros índices similares… Consecuentemente, el autor de estas tesis debería ofrecer disculpas a los presuntos lectores por apelar a su fe o contar con que estos compartan su visión… Por ahora, desafortunadamente, es poco cuanto se puede hacer con los descreídos y con los que se opongan a ellas, salvo invitarlos a que cotejen con la mayor objetividad posible los números de los periódicos nacionales cubanos publicados hace 5-10 años con los de la actualidad.

Pongamos un ejemplo sintomático e instructivo.

El 23 de diciembre de 2003, Osvaldo Martínez, Presidente de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento cubano y director del Centro de Estudios de la Economía Mundial expuso públicamente:

«En este año 2003 algunos factores externos resultaron menos desfavorables y de inmediato la economía demostró que sus signos vitales continúan fuertes y elevó su crecimiento incluso en la inexacta expresión del Producto Interno Bruto tradiciona l, y creció en mayor grado, según el recálculo de este indicador elaborado por el Ministerio de Economía y Planificación, que se encamina a disminuir la subvaloración de nuestros servicios sociales.»

(http://www.cubadebate.cu/opinion/2003/12/23/la-economia -cubana-en-el-2003-nuestras-esperanzas-se-fundan-en-solidas-razones/)

En su intervención ante el Segundo Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en la VI Legislatura, correspondiente al 27 de diciembre de 2004, Martínez afir mó:

«[…] , algún observador externo creería que el año 2004 fue un mal año para Cuba […]. Pero, no necesitamos disculparnos alegando la hostil coyuntura del 2004, porque aún con la huella de las adversidades, este año ha sido fecundo en realizaciones. […] En este año la economía creció 5%, […] ese buen crecimiento no es lo único destacable en el año 2004, pues fue acompañado de acontecimientos más transcendentes que no pueden ser omitidos en el balance de lo ocurrido.»

(http://www.cubadebate.cu/especiales/20 04/12/27/osvaldo-martinez-cuba-crece-economica-y-socialmente/)

Y el 23 de diciembre de 2005, en sus palabras a la población encontramos estas afirmaciones:

» Recordaremos al 2005 como un año de impresionantes resultados obtenido frente a formidables desafíos planteados por el gobierno de Estados Unidos, por la naturaleza y por la permanente necesidad de desarrollar un pensamiento creativo para romper los esquemas que en economía, pretenden presentar la construcción del socialismo como una ciencia exacta e inmutable. […] No obstante, los resultados económicos y sociales han sido de alto calibre y podrían sintetizarse -con los riesgos que implica la síntesis- en la terminación de unas 700 obras de la Batalla de Ideas, en una profundización de la justicia social mediante la elevación del salario mínimo, de las pensiones y prestaciones de la asistencia social que beneficiaron directamente a 5 millones 111 mil 267 compatriotas; en la rápida puesta en práctica de nuevas concepciones sobre el desarrollo del sistema electroenergético basadas en el ahorro y la eficiencia; en una batida frontal contra la corrupción y el delito apoyada en los valores éticos y morales sembrados por la Revolución; en un crecimiento económico de 11,8% del PIB que, tratándose de Cuba y medido en la forma adecuada a nuestra realidad, expresa verdadero desarrollo volcado hacia el pueblo y no un simple crecimiento de cualquier tipo de transacciones mercantiles.»

(http://www.cubadebate.cu/opinion/2005/12/23/crecimiento-economico-para-todos/)

Uno s e pregunta, con la mayor buena fe del mundo, ¿qué se suponía que debía opinar la población del país acerca del estado de la economía, al ser consultada sobre este tema, a partir del 2010? ¿De dónde podrían los consultados obtener datos fiables? Ciertamente, las personas fueron instadas a emitir sus criterios en torno al proyecto de los Lineamientos que serían eventualmente discutidos en el congreso del PCC convocado para el 2011, por lo que contaban con una plataforma discursiva, pero ¿cómo hacer proposiciones de largo calado sin datos primarios de análisis?, ¿a partir acaso de experiencias personales o de escuchas y habladurías?…

Quienes nos preguntamos por qué el flujo de datos al alcance de la ciudadanía es tan magro en Cuba, descubrimos -tras un ejercicio de razonamiento profundo y muy pocas fuentes de información fidedigna publicada- varias causas.

En primer lugar está la mencionada «Condición de Plaza Sitiada».

Podría apuntarse, además, que como todo país de escasos recursos materiales, Cuba ha hecho mayor énfasis en el desarrollo de las ciencias y técnicas utilitarias y de inmediata aplicación, así como en sus instituciones, en detrimento de los saberes humanísticos y las entidades correspondientes, todo lo cual explica la insuficiencia de instituciones de producción y procesamiento de estadísticas, de estudios sociológicos, de sociólogos y de otros especialistas competentes. A esto habría que agregar el esfuerzo que ha importado, en el plano de los bienes, la defensa del país.

Por otra parte, la ubicación «periférica» de Cuba, respeto a las naciones «centrales» (incluyendo las «umbilicales»), que impone la jerarquía de naciones en vigor, se refleja en la dirección que habitualmente sigue el movimiento expansivo de los cuerpos de conocimientos: aun si algunas de las tesis sociales más avanzadas del último siglo han surgido en las mentes de tercermundistas muy reputados (desde Gandhi hasta Guevara y Fidel Castro), reflejo de las situaciones extremas que confrontan en su entorno inmediato, las disciplinas, en tanto estructuras académicas con derivaciones de aplicación, primero se conforman -después de ser sometidas a una rigurosa criba de criterios mercantiles- en los centros docentes y de investigación «centrales» y «umbilicales», por disponer ellos de cuantiosos recursos, para verse luego difundidos paulatinamente hacia la «periferia», a conveniencia de los verdaderos administradores de los resortes del poder mundial.

Por tal motivo, algunos procedimientos (como las encuestas y las «aproximaciones consensuales», por ejemplo), y sus apoyaturas conceptuales correspondientes («universo muestral», «fiabilidad de resultados», «métodos evaluativos» y otros, para el ejemplo aducido) alcanzan con retardo relativo las entidades pedagógico-investigativo de sus «pares» (nominales) de la «periferia».

No se puede soslayar que durante la (llamada) Guerra Fría, la lucha ideológica generó de sí condiciones propicias para el surgimiento de una desconfianza -no siempre injustificada- hacia cualquier pensamiento tipificado como «Occidental». Esta aproximación dicotómica condujo, con no poca frecuencia, a «botar el niño con el agua sucia de la palangana». Aquí, por ejemplo, a finales de la década de los ’60, cuando el pueblo cubano había sido llamado por la dirección del país a prepararse para la «Zafra de los 10 Millones», se impuso desafortunadamente la tesis de la superfluidad de los estudios sociológicos en esa etapa del proceso revolucionario.

Con todo, la capacidad de realizar, con celeridad y calidad, tantos estudios sociológicos de campo como fueran coyunturalmente demandados, sería solo condición necesaria, pero insuficiente, para que las personas accedieran a estos resultados oportunamente.

En efecto, sin considerar el obstáculo que supone la censura oficialista derivada del secretismo que imponen la condición de «plaza sitiada» y la inercia mental de los burócratas, ni el exiguo fondo de equipos de procesamiento de información en manos de la población, habría que concluir que el total de 838 713 líneas de la red telefónica fija del sector residencial (de la cual una parte es incapaz de soportar un elevado ancho de banda para la transmisión de datos), para una densidad telefónica de 10,4 por cada 100 habitantes (según los datos actualizados hasta el 2010 que ofrece la Oficina Nacional de Estadísticas en www.one.cu), es una cifra claramente nimia para las necesidades ciudadanas de una población de más de 11 millones de habitantes, en cuanto a la obtención expedita de datos se refiere.

En la respuesta que da en su blog a las espontáneas reflexiones, carentes de aspiraciones analíticas profundas (según se colige al leerlas), que Esteban Morales ha hecho circular recientemente en la red («Algunos Retos de la Prensa Cubana»), Luis Sexto (http://luisexto.blogia.com/2012/091701-el-cascabel-del-gato.php), profesor y habitual editorialista de Juventud Rebelde, revela que la situación de los periodistas cubanos, respecto del acceso a las fuentes primarias de información, no es mucho mejor que la del ciudadano común, y -en cierto sentido- es peor: la mayoría de ellos son profesionales muy serios, capaces y deseosos.

El principal reto que enfrenta la prensa en un estado del pueblo y para el pueblo, que persigue la participación activa de la ciudadanía en todos los asuntos que le compete y la instrumentación definitiva de una democracia participativa real, como es el nuestro, no radica en ofrecer noticias con los resultados deportivos más significativos, ni el estado del tiempo, ni informaciones que solo reflejen el aspecto positivo (o negativo) de un producto mercadeable o un fenómeno social, por importantes que sean puntualmente estos eventos…

Ni siquiera se trata de expresar siempre la verdad ni de evitar en todo momento las falacias lógicas (infortunadamente comunes en algunos de nuestros periodistas), a fin de hacer creíble la palabra impresa.

El reto principal de la prensa revolucionaria -tanto más en Cuba, donde hay un proceso revolucionario en el poder- es doble. Por una parte ha de servir a la ciudadanía de vehículo de información certera, veraz y oportuna para que esta pueda ejercer el poder que le pertenece. Por otra, tiene el deber de crear hegemonía en torno a la idea comunista, en apoyo a la construcción del sistema social pretendido, en las condiciones adversas que supone y constituye la ideología epocal dominante: la ideología burguesa.

Salta a la vista en este enunciado sintético que para crear hegemonía en torno a la idea comunista preciso es definir qué es la idea comunista, y -justo es reconocerlo-, después del descrédito que le ocasionó la debacle del socialismo irreal de Eurasia Central, conceptualizar esta idea ha devenido una tarea sumamente engorrosa, acaso irresoluble, para gran parte de la izquierda.

Conviene apuntar un hecho frecuentemente inadvertido: la vigencia y sugestión que ejerce sobre amplias masas la ideología de la burguesía no radica en su racionalidad, pues carece de ella, sino en el hecho de que tiene un «sujeto portador»: la burguesía. En torno a la forma de vida de la burguesía, muchas personas de este mundo hacen girar sus sueños y proyectos, porque la mayoría de las personas no ha alcanzado el nivel suficiente de desarrollo individual para «desprogramarse».

La idea comunista, por el contrario, goza de una racionalidad difícilmente cuestionable, pero carece de suficientes «individuos paradigmáticos» vivos. Y mientras los medios se ven desvergonzadamente atiborrados con imágenes y recuentos de la vida licenciosa y dilapidadora que regala el exceso alcanzado a costa de los bienes incautados a las mayorías, se ignora con desdén la sencilla forma de vida de esos comunistas verdaderamente modélicos, quienes tienen en el vencimiento de dificultades en pos del cumplimiento de sus proyectos la causa primera de felicidad, y no aplican sus cualidades volitivas a los demás para que actúen según sus prescripciones, sino a sí mismos para obstar sus humanas tendencias egocéntricas y mejor servir así a sus conciudadanos, pues está convencido de que, salvo en los casos clasificados como patológicos, la conducta de los humanos, seres esencialmente idénticos entre sí, está fuertemente regida por las circunstancias de cada cual.

En Cuba, la arquitectura del poder ha sido diseñada cuidadosamente para facilitar la construcción de la sociedad socialista. En primer lugar está el Partido Comunista, cuya principal misión -además de establecer las líneas generales de desarrollo del país que presuntamente lo acerquen a la meta propuesta-, es luchar por que cada uno de sus militantes, empezando por sus líderes, se convierta en la encarnación del paradigma comunista, para poder enseñar y predicar con el ejemplo entre los restantes miembros de la población. A continuación aparecen las estructuras gubernamentales, destinadas a administrar las entidades productivas, mercantiles y financieras de la nación. Finalmente está el Estado, constituido por la totalidad de los ciudadanos, representados nominalmente por las diferentes instancias del Poder Popular, cuyo único derecho y obligación es el de fiscalizar cómo el aparato gubernamental da cumplimiento a las tareas que le han sido asignadas.

Comoquiera que los ciudadanos comunes tienen muchos menos potestades fácticas ante las instancias gubernamentales de las que le otorga la arquitectura de poder descrita, razón por la cual muchos sustentan que su carácter es más formal que real, cabe preguntarse -dado el papel que le corresponde a los medios en la imposición de información a la población- cuánto se corresponde con esa configuración la «armazón periodística» del país.

Hay que concluir que esa correspondencia no es muy grande, pues de los tres periódicos nacionales (el Granma, el Juventud Rebelde y Trabajadores), solo el primero se aviene coherentemente a ella por ser el órgano oficial del Comité Central del PCC. (El segundo es el diario de la juventud cubana y el tercero constituye la voz de los sindicatos.)

Como vemos, el Poder Popular (esto es, el Estado, la totalidad de la ciudadanía) carece de un órgano periodístico, situación que probablemente ayude a la confusión existente entre «gobierno» y «estado» que impúdicamente exhiben tanto funcionarios como profanos.

Consecuentemente, es difícil contradecir la opinión de que la carencia de un medio cuyos periodistas: a) recorrieran la ciudad para informar de las labores de los delegados y diputados, legos y profesionales; b) escucharan y reflejaran públicamente los criterios de los electores; c) realizaran periodismo de investigación ayudados por vecinos y expertos; d) sirvieran de vehículo informativo a los órganos de la Controlaría, la Fiscalía y los Tribunales, para poder realizar cabalmente la imprescindible educación jurídica que tanto exige la población; resulta un obstáculo muy serio para que los ciudadanos, en su condición de Estado constituido, puedan supervisar el cumplimiento de las tareas de los órganos del gobierno y el desempeño y conducta de su empleomanía, desde los ministros hasta el último trabajador.

En Cuba la prensa ha cambiado, a pesar de las evaluaciones adversas que aún recibe de parte de la población. Esos cambios probablemente se deban, en lo fundamental, a tres factores: a) el aumento sostenido del nivel de instrucción del país; b) el incremento de las fuentes informativas foráneas a las que, gracias al papel creciente de las nuevas tecnologías en el mundo, tienen cada vez mayor acceso los lectores; c) la interactividad que esas tecnologías permiten entre los periodistas y los lectores. Sirva de muestra de este último factor el hecho de que, además de los órganos de prensa provinciales, las ediciones electrónicas de los diarios Juventud Rebelde y Trabajadores (al igual que Cubadebate, órgano exclusivamente virtual) ofrecen espacio a las opiniones de los lectores. Granma, por su parte, cuenta con una sección semanal (Cartas de los Lectores) en la que edita las apreciaciones de sus lectores.

Uno se siente tentado a suponer, con bastante fundamento, que la mencionada interactividad ha contribuido a perfeccionar las virtudes escriturales de los periodistas, a acercarlos a las inquietudes de sus lectores, y a que expongan con profundidad los problemas abordados… Definitivamente no es lo mismo escribir por un salario, como si de un monólogo se tratara, que argumentar como parte de una discusión plural viva.

Y cuando uno analiza las opiniones vertidas por los lectores, tiene la sensación de que una parte de ellos ha pasado del «consenso automático» a la «suspicacia automática»: carentes de canales efectivos de incidencia y control sobre las instancias gubernamentales, que debían servirles, y de vías expeditas para exponer sus reclamos, los lectores se expresan como parte de un bando, el «pueblo», frente al cual se encuentra el bando de «los burócratas»…

No parece difícil concluir que, dada la avidez de la sociedad cubana actual por disponer de información que le permita aumentar su partic ipación en la gestión administrativa de su vida, se impone la promulgación de una ley estricta de definición del secreto, que excluya de esta categoría los datos asociados al empleo que hacen las instancias gubernamentales de los recursos destinados a la satisfacción de sus necesidades básicas.

Ante esa realidad , uno lamenta la inexistencia de un órgano de prensa del Poder Popular, aun si de naturaleza exclusivamente virtual (a causa de los costes), en el que los delegados, esos ciudadanos a las que sus vecinos delegaron previamente una cuota de sus potestades civiles para que los representara, pudieran exponer ante sus conciudadanos, tras agotar todas las gestiones a su alcance, las trabas administrativas y burocráticas que le colocan instancias gubernamentales para la solución de las dificultades que encuentran sus representados en la vida diaria, los entuertos y absurdos que ha enfrentado, las soluciones que propone, las conductas perniciosas (o virtuosas) que han seguido los funcionarios, a fin de recabar el apoyo de la inteligencia colectiva, la acción solidaria de todos los cubanos, y para que el caso quede como lección para el futuro…

La prensa cubana ha cambiado para bien, pero requiere hacerlo mejor porque, al andar por las calles e intercambiar con los más jóvenes, uno percibe la latencia de interrogantes parcialmente insatisfechas, como las siguientes: ¿Fue inevitable la Revolución Cubana?, ¿en general ha actuado correctamente el liderazgo histórico?, ¿considera que los errores que se han cometido han sido evitables, inevitables o ha habido de ambas categorías?, ¿pudo seguir otro camino la Revolución Cubana sin perder sus rasgos básicos?, ¿las carencias económicas de Cuba son más el resultado de la voluntad política de los dirigentes que de condiciones objetivas externas?, ¿encuentra paradigmáticamente aceptable una «sociedad» como la miamense?, ¿piensa que los males que ve en la «sociedad miamense» son enmendables?, ¿qué entiende por «vivir bien»?, ¿cree que todo los ciudadanos del Primer Mundo viven «bien?, ¿piensa que el pueblo cubano radicado en la isla necesita una bonanza económica como la que disfruta la clase media del Primer Mundo?, ¿encontraría aceptable perder los logros de la Revolución Cubana en materia de salud y educación en aras de vivir como la clase media del mundo (tecnológicamente) desarrollado?, ¿aceptaría que parte de las ganancias obtenidas de su trabajo se empleara en actividades que usted desaprobaría (explotación a otras naciones, guerras, lujo de minorías, etc.), si su propio salario le permitiera vivir como la clase media primermundista?, ¿piensa que los cambios que Cuba necesita tienen que acercarla a las bonanzas económicas del mundo (tecnológicamente) desarrollado, o piensa que los cambios deben encaminarse a profundizar el socialismo cubano, en el sentido de mejorar las condiciones materiales y espirituales del pueblo en un modelo diferente al propugnado por los Países «Centrales» y «Umbilicales»?, ¿conoce con precisión a qué se llama «batalla de ideas»?, ¿podría describir cuáles serán los resultados de los planes y cambios en que se encuentra Cuba inmersa?, ¿considera que los cambios que se producirán en Cuba hará mayor la diferencia entre los más y menos favorecidos?, ¿aceptaría una mayor jerarquización de la sociedad cubana en aras de aumentar el bienestar económico del pueblo, o cree que es posible realizar cambios en Cuba que garanticen una mayor eficiencia económica sin que se profundicen las diferencias sociales?, ¿cuál es la causa principal de la pobreza del Tercer Mundo: la explotación a que la somete el Primer Mundo, o peculiaridades de los pueblos tercermundistas y políticas equivocadas de sus gobiernos?

(Estas ni son LAS PREGUNTAS, ni pretenden serlo; son solo una muestra de las dudas que surgen en uno acerca de la sustentación ideológica de algunas opiniones que encontramos a diario en las calles.)

Y los lectores no solo esperan encontrar en la prensa la exposición de datos con la revelación de las fuentes, valoraciones con sus referentes, notas acerca de procesos y productos en las que se enuncien ventajas y desventajas, opiniones acompañadas de una descripción del universo de validación, sino textos que eviten a toda costa las falacias lógicas, pues un hecho no es verdadero o virtuoso porque no existan pruebas que lo afirmen o refuten, ni por ser novedoso o provenir -contrariamente- de las costumbres, ni porque «así actúen otros», ni porque otros hechos (o soluciones) alternativos podrían considerse negativos, ni por haber sido anteriormente discutida muchas veces su veracidad (o falsedad), ni lo hace admisible la opinión aprobatoria de una autoridad ni descartable la de una personalidad negativa, ni la ocurrencia afortunada (o infeliz) de un evento aleatorio depende de su ocurrencia anterior, ni es posible establecer la relación causal de dos sucesos por el hecho de que ocurran simultáneamente o en momentos cercanos entre sí… Ni siquiera una opinión mayoritaria da veracidad a un argumento, tanto menos el hecho de ser apoyado por los más pobres o los más ricos (por solo mencionar los lapsus mente más frecuentes).

Todo esto deben hacerlo los periodistas revolucionarios cubanos, al tiempo que develan las mentiras y flaquezas argumentales de nuestros enemigos.

Si consideramos el poder del imperialismo mundial, la tarea es inmensa, pero de su ejecutoria exitosa depende el futuro del país y, con seguridad, dada la inviabilidad del proyecto social que acarrea y sustenta la ideología epocal dominante, la sobrevivencia de la humanidad. Por esa sola razón, ese reto, certeramente conocido y popularizado como Batalla de Ideas , la prensa revolucionaria, en pos del éxito, tiene que enfrentarlo muy bien, esto es, utilizando a su favor la principal arma con que cuenta el proyecto comunista: las ciencias, quienes constituyen la mejor opción de que disponemos los humanos para dirimir la verdad…

Solo que, para dominarlas, hay que estudiar sin descanso.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.