Obama lograría el objetivo de su anunciado ataque: impedir nuevos ataques químicos y, en su caso, que cayeran en manos indeseadas. Rusia se evitaría a sí misma y a su aliado una intervención. Damasco ganaría tiempo y los rebeldes saldrían escaldados. Hace diez días (ver GARA del 1-9-2013), Barack Obama sorprendió a todos anunciando que […]
Obama lograría el objetivo de su anunciado ataque: impedir nuevos ataques químicos y, en su caso, que cayeran en manos indeseadas. Rusia se evitaría a sí misma y a su aliado una intervención. Damasco ganaría tiempo y los rebeldes saldrían escaldados.
Hace diez días (ver GARA del 1-9-2013), Barack Obama sorprendió a todos anunciando que pediría el permiso del Congreso para lanzar un ataque, que oficialmente dio por seguro, contra el Gobierno de Damasco.
En un aparentemente claro desafío a la lógica política, el presidente estadounidense parecía ponerse a hacer equilibrios en una cuerda floja, emulando al primer ministro británico, David Cameron, quien tras hacer un anuncio similar se había dado de bruces contra la oposición de los Comunes.
Confieso que desde entonces me he devanado los sesos intentando descubrir el plan B de Obama. Sin éxito. Lo reconozco.
Y hete ahí que, a preguntas de un «ingenuo» periodista, el secretario de Estado de EEUU, John Kerry, soltaba ayer en Londres, como sin darle importancia, que Damasco podría evitar un ataque si entregara en una semana sus arsenales de armas químicas.
«Casualmente», el ministro de Exteriores sirio, Walid Muallen, se hallaba en ese momento en Moscú y el Kremlin se apresuraba a presentarle la propuesta (que acogió positivamente) para que la trasladara inmediatamente a Damasco.
Como en una secuencia perfecta, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, mostraba su disposición a llevar la propuesta al Consejo de Segiridad y el propio Cameron saludaba el «cambio de postura del régimen sirio».
En espera de la eventual respuesta que dé Obama a la propuesta avanzada por su ministro de Exteriores (Kerry), un consejero del presidente mostraba la disposición de EEUU de «hablar con los rusos de armas químicas». Como si Obama y Putin no hubieran hecho otra cosa en sus encuentros en el G-20 de San Petersburgo, llegando a negociar, incluso esta posible salida a la crisis.
Porque, en caso de que finalmente se arbitre una salida de este tipo, Obama lograría el objetivo oficial de su anunciado ataque: «impedir que al-Assad vuelva a atacar con armas químicas». Y lo hace manteniendo su vitola de presidente que no inicia guerras, sino que las termina (otra cosa es cómo, en los casos de Irak y Afganistán).
Rusia evitaría, por su parte, el descrédito -o en su caso el riesgo- que le supondría quedarse de brazos cruzados o interponerse a una agresión a su aliado sirio. Y al-Assad sortearía el peligro de sufrir un debilitamiento, incluso un desenlace fatal, de su posición en la guerra con los grupos armados y en su lucha contra la revuelta inicial.
Ah, se me olvidaba. Con la neutralización de las armas químicas del Ejército sirio, EEUU conjura asimismo el peligro de que en su caso cayeran en manos indeseadas, léase las de los rebeldes, sobre todo -aunque no exclusivamente- la de los grupos yihadistas.
Semejante escenario beneficiaría además claramente a Israel, potencia nuclear que vería cómo un vecino (Siria) que se armó con arsenal químico (el arma de los países pobres) se queda sin él. No solo al-Assad, sino los que podrían, en su caso, sucederle, o derrocarle. El Estado sionista volvería, como siempre, a apuntarse un tanto en lo que es su objetivo fundacional y existencial: medrar en medio de la creciente debilidad de sus enemigos, los países árabes.
En esta tesitura, el famoso «qui prodest» del que tanto hemos oido hablar durante las últimas semanas en torno a la autoría del ataque con armas químicas cobra un giro totalmente distinto.
Damasco podría seguir con su ofensiva militar contra los rebeldes apoyándose en su indudable superioridad militar, sobre todo aérea. Librándose además del fardo de un armamento químico que, en las actuales circunstancias, es escasamente efectivo militarmente (más allá de eventuales, que no confirmadas, acciones de castigo o de terror) y políticamente resulta muy arriesgado.
Los verdaderos perdedores en toda esta trama serían los rebeldes, No me refiero a los grupos yihadistas que luchan contra al-Assad pero para los que Siria es un frente más en su objetivo de extender la guerra a toda la Umma (su guerra es otra). Hablo de esos rebeldes que, a tenor de otras denuncias, se gasearon a ellos mismos (teoría tampoco confirmada) por error o para provocar una intervención militar que se resolvería con un intercambio de cromos (químicos). Eso sin olvidar a los sirios que, sin armas y en uno u otro lado, seguirán muriendo bajo las balas y los obuses. Eso sí, «impolutos».
Fuente original: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130910/421716/es/El-plan-B-Obama