El 11 de septiembre de 2001, a quince cuadras de los edificios de las torres gemelas de New York se había terminado la jornada matutina de las clases y yo salía a recoger el pan de la merienda que con tanto esmero mi madre me había preparado. Del aula al lugar donde los niños guardábamos […]
El 11 de septiembre de 2001, a quince cuadras de los edificios de las torres gemelas de New York se había terminado la jornada matutina de las clases y yo salía a recoger el pan de la merienda que con tanto esmero mi madre me había preparado. Del aula al lugar donde los niños guardábamos las bolsas de comida había un televisor bastante grande y me detuve a mirar lo que parecía una de las mejores películas de acción que había visto nunca. De la primera de las torres salía humo y las imágenes no dejaban de proyectar como un avión se estrellaba contra la segunda. Ante la desesperación, los trabajadores de los pisos más altos, sabiendo que no podían utilizar ninguna de las vías de escape, decidían lanzarse al vacío cayendo estrepitosamente contra el pavimento.
En medio de la histeria y el pánico popular, el gobierno decide dar la información: se trataba de un ataque terrorista. Ana, al conocer la noticia, sale a un teléfono público y realiza la llamada para advertir que Cuba podría estar en peligro. Llamada que acabaría con su carrera y su libertad definitivamente. El 20 de septiembre de ese mismo año la apresan y en 2002 la condenan a 25 años de cárcel por «entregar a Cuba información que le permitiera conocer los planes de agresión de Estados Unidos contra la isla». Condena que nada tenía que ver con los ataques del 11 de septiembre, pero el FBI no podía «perder más tiempo» y arriesgarse a que una «espía de Castro» siguiera libre en Washington.
Ana Belén nació en Alemania en 1957 mientras su padre, el doctor puertorriqueño Alberto Montes, cumplía misión militar en aquel país. La chica, siempre inteligente y muy disciplinada, estudió en instituciones privadas y selectas que su familia dispuso para ella. Se graduó de la universidad de Virginia en 1979 y en 1985 comenzó a trabajar como analista para la Defence Intelligence Agency, más conocida como DIA, donde se especializó en asuntos cubanos. Durante su carrera dentro de la Inteligencia estadounidense recibió un sinnúmero de condecoraciones y reconocimientos por su trabajo que le llevaron a ganarse el apelativo de «La Reina de Cuba».
Lejos de «odiar al régimen de Castro» su labor como analista especializada en el tema Cuba, la llevó a enamorarse de la pequeña isla del Caribe que lo único que pretendía era mantener su soberanía y ayudar a los pueblos desposeídos del tercer mundo. No entendía por qué Estados Unidos se empecinaba en perturbar el bienestar de aquel país y decidió apoyar su lucha de la mejor manera que creyó posible, pasando información al gobierno cubano de posibles ataques de que podía ser víctimas, por parte del gobierno norteamericano. Así se mantuvo durante casi quince años.
Bajo el número 25037-016 cumple condena en la cárcel de máxima seguridad de Carswell, situada dentro de las instalaciones militares de la Estación Aérea de la Marina estadounidense en Fort Worth, Texas. Estados Unidos no hace distinciones entre presos políticos y presos comunes; por ello, Ana Belén comparte prisión con otras mujeres que han cometido secuestro, asesinato, entre otros crímenes. La presa más famosa de esa cárcel le abrió la barriga a una muchacha embarazada para robarle a su bebé. En este entorno, el año pasado, Ana fue operada de cáncer de mama y se mantuvo ingresada durante varios días con extremo dolor, pues en ese país la primera opción ante la enfermedad siempre es quitar el seno a las pacientes. En su declaración ante el juez de un tribunal federal de Washington DC, el 16 de octubre de 2002, Ana Belén Montes expresó:
Existe un proverbio italiano que quizás sea el que describe de la mejor forma en lo que yo creo: Todo el Mundo es un solo país. En ese «país mundial» el principio de amar al prójimo tanto como se ama a uno mismo resulta una guía esencial para las relaciones armoniosas entre todos nuestros «países vecinos».
Este principio implica tolerancia y entendimiento para las diferentes formas de actuar de los otros. Él establece que nosotros tratemos a otras naciones en la forma en que deseamos ser tratados, con respeto y consideración. Es un principio que, desgraciadamente, yo considero nunca hemos aplicado a Cuba.
Honorable, yo me involucré en la actividad que me ha traído ante usted porque obedecí mi conciencia más que obedecer la ley. Yo considero que la política de nuestro gobierno hacia Cuba es cruel e injusta, profundamente inamistosa, me consideré moralmente obligada de ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos de imponer en ella nuestros valores y nuestro sistema político.
Nosotros hemos hecho gala de intolerancia y desprecio hacia Cuba durante cuatro décadas. Nosotros nunca hemos respetado el derecho de Cuba a definir su propio destino, sus propios ideales de igualdad y justicia. Yo no entiendo cómo nosotros continuamos tratando de dictar como Cuba debe seleccionar sus líderes, quienes no deben ser sus dirigentes y que leyes son las más adecuadas para dicha nación. ¿Por qué no los dejamos decidir la forma en que desean conducir sus asuntos internos, como Estados Unidos ha estado haciendo durante más de dos siglos? Mi mayor deseo sería ver que surja una relación amistosa entre Estados Unidos y Cuba. Espero que mi caso, en alguna manera, estimule a nuestro gobierno para que abandone su hostilidad en relación con Cuba y trabaje conjuntamente con La Habana, imbuido de un espíritu de tolerancia, respeto mutuo y entendimiento.
Hoy vemos más claro que nunca que la intolerancia y el odio -por individuos o gobiernos- lo único que disemina es dolor y sufrimiento. Yo espero que Estados Unidos desarrolle una política con Cuba fundamentada en el amor al vecino, una política que reconozca que Cuba, como cualquier otra nación quiere ser tratada con dignidad y no con desprecio. Una política como esa llevaría nuevamente a nuestro gobierno a estar en armonía con la compasión y la generosidad del pueblo estadounidense. Ella permitiría a los cubanos y estadounidenses el aprender cómo compartir unos con los otros. Esto permitiría que Cuba abandone sus medidas defensivas y experimente cambios más fácilmente. Y esto permitiría que los dos vecinos trabajen conjuntamente y con otras naciones para promover la amistad y cooperación en nuestro «país mundial» y en nuestra única «patria mundial».
Entonces hoy, en un contexto en que se despliega un proceso de restablecimiento de relaciones entre ambos países, que los Cinco cubanos ya están en casa, que el próximo 17 de mayo lo estará también Oscar López; ¿por qué ella sigue presa? Su condena ha expirado, su acusación no tiene ningún fundamento. Ana debe ser libre.
Fuente: http://www.contextolatinoamericano.com/site/article/el-poder-de-llamarse-ana