El autor analiza los recientes enfrentamientos entre diversasfuerzas palestinas en los territoriosocupados, llegando a la conclusion deque se trata de un «golpe de estado interno» que se produce en el seno de un pueblo maltratado cada dia por la ocupacion israeli Actualmente, la estructura de la ANP, Autoridad Nacional Palestina, es casi simbólica. Su jurisdicción […]
El autor analiza los recientes enfrentamientos entre diversasfuerzas palestinas en los territoriosocupados, llegando a la conclusion deque se trata de un «golpe de estado interno» que se produce en el seno de un pueblo maltratado cada dia por la ocupacion israeli
Actualmente, la estructura de la ANP, Autoridad Nacional Palestina, es casi simbólica. Su jurisdicción regula los tráficos internos, de todo tipo, que generan un mínimo de «hábitat» supervivencial para la población de los territorios ocupados (TTOO) en situación de sitio. Es un verdadero calco a las competencias que el Consejo de judíos de Varsovia tenía sobre los habitantes del ghetto de dicha ciudad instituido por los nazis, sólo que, en este caso, la teórica área bajo jurisdicción de la ANP está dividida entre diferentes zonas de Gaza y Cisjordania, según Israel, el próximo posible Estado palestino: una imposible realidad.
La ANP se estructura teóricamente, en función de las diferentes estructuras que la constituyen, en trece cuerpos de seguridad, entre otros. La división corporativa es uno de los ejes sobre los que se pueden interpretar los acontecimientos de la pasada semana. Diversos grupos cercanos al ex consejero de seguridad Mohamed Dahlan, el «hombre de la CIA» y antiguo miembro el gobierno de Abu Mazen, son los que han protagonizado los incidentes de Gaza, según fuentes cercanas a agencias norteamericanas, para llevar a Arafat a una situación de no retorno, además de para redefinir las estructuras corruptas que, bien asentadas en la ANP, siguen haciendo «el agosto» en plena y sangrienta Intifada. No hay duda de que en la ANP se mueven más peones que los que nos quieren hacer ver. Además de las reivindicaciones legítimas de la resistencia, en el más amplio sentido organizativo de la misma, de desterrar la corrupción e intentar aprovechar las escuálidas infraestructuras de la ANP para la misma lucha resistente, diferentes facciones clánicas institucionales luchan por el control efectivo de unas pseudoinstituciones apenas existentes. En resumen, se puede sin tapujos hablar de un intento de golpe de estado interno en la ANP, más aún desde el momento en que facciones de la seguridad rivalizan estratégicamente entre seguir fieles a una Autoridad títere de los «Acuerdos de Paz», que en la práctica legitiman las acciones terroristas del sionismo expansionista y racista, en contraposición con los grupos activos de la resistencia, infiltrados en la ANP, que procuran que las diferentes «secciones de la seguridad» sean cooperativas con la resistencia.
De ahí que los analistas se hayan contradicho en función de la poca información que ha relatado los vertiginosos acontecimientos que esta semana se han producido en Gaza: ¿golpe pro Arafat o aviso a Arafat?
El complejo mundo palestino se circunscribe a una realidad que es, por otra parte y para los occidentales, cotidiana. Sólo el balance de una semana entre junio y julio de 2004, demuestra que la sangría palestina es escandalosa, y que sólo al no enterarnos y al ser permanente y cotidiana, generara la sensación de que «¡es normal!»
Entre el 28 de junio y el 4 de julio de 2004, el terrorismo expansivo israelí ha producido más de 21 víctimas, en su gran mayoría civiles desarmados, entre ellos dos niños.
«La fuerza ocupante llevó a cabo esas agresiones mediante irrupciones e invasiones en ciudades y poblados palestinos, donde cometieron asesinatos premeditados, arrestos de decenas de jóvenes y bombardeos indiscriminados a barrios habitados» dicen las crónicas, hoy cotidianas y aburridas para los lectores occidentales.
Pero la cotidianeidad de los excesos ocupantes se ha visto alterada esta semana por la noticia de la condena de la Asamblea de la ONU al «muro del apartheid» que Israel construye en Cisjordania. Un dato curioso: allá por 1973, Ariel Sharon le decía a Winston S. Churchill III: «Haremos con ellos un sandwich de mortadela, insertaremos una franja de asentamientos judíos entre los palestinos y otra franja de asentamientos judíos justo a lo largo de Cisjordania, de manera que en 25 años, ni Naciones Unidas ni EEUU, nadie, podrá separarlo».
Hace más de un año, concretamente el 15 de abril de 2002, el primer ministro de Israel Ariel Sharon, el genocida de Sabra y Chatila, anunció que «aislaría a los palestinos de los israelíes erigiendo muros y ‘zonas colchón’ de acuerdo con un plan basado en la separación unilateral». La estrategia consistía «en expropiar tanta tierra palestina como fuera posible a la vez que el ejército enjaularía al mayor número de palestinos para poder seguir avanzando en la colonización de la tierra palestina y de sus recursos naturales». Al mismo tiempo, «Israel aislará efectivamente entre sí a los centros de población palestina».
Es lo que se conoce ya como «el Muro del Apartheid», que simboliza físicamente el régimen racista del Estado de Israel, y que representa la única vía de solución que el sionismo acepta para la cuestión palestina: la separación y el cerco físico progresivo de la población palestina, lo que combinado con la práctica del control militar y territorial a través del ejército y los asentamientos de colonos, pretende provocar un nuevo desalojo masivo de población (como los que se produjeron entre 1947 y 1948 y en junio de 1967) y/o el exterminio de los palestinos por la presión/represión, el subdesarrollo y el hambre.
La ONU ha condenado en su Asamblea General el Muro, «la valla» con la que el Estado israelí ghettiza a los palestinos de Cisjordania, pero no importa, es mera retórica. Es evidente que el Nuevo Orden instigador del actual despropósito iraquí es la cobertura absoluta para que Sharon y sus políticas sean efectivas, a pesar de que la gran mayoría de los estados mundiales hayan condenado las políticas racistas que Sharon hacía públicas allá por el 73 del pasado siglo.
He aquí la clave del conflicto: el laberinto palestino, huérfano de apoyos e inmerso en una inmensa lucha interna de carácter multivariable, es el mejor de los escenarios que las impunes políticas sharonianas pudieran nunca tener para acometer sus fines históricamente publicitados. La victoria del sionismo sobre los mapas de guerra es por ahora inapelable; sobre el papel, una clara incógnita; sobre una perspectiva racional del conflicto, resulta imposible, por lo menos si no se consuma el mayor genocidio de la Historia de la Humanidad, en el que los palestinos pasan a ser los «judíos» del siglo XX en el siglo XXI. –
(*) Gabirel Ezkurdia: Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)