El problema de la cubanología, vista como una especificidad de la literatura, el periodismo, la historia, la economía y otras cuantas especialidades que se han formado y crecido en Estados Unidos -con muchas variantes y perfiles- desde la década de 1960 hasta la actualidad, es que la actualidad cubana en esta época no puede ser […]
El problema de la cubanología, vista como una especificidad de la literatura, el periodismo, la historia, la economía y otras cuantas especialidades que se han formado y crecido en Estados Unidos -con muchas variantes y perfiles- desde la década de 1960 hasta la actualidad, es que la actualidad cubana en esta época no puede ser verdaderamente entendida desde el exterior de la isla sin vivir el heroísmo del pueblo en el proceso revolucionario ni la intensidad, amplitud y crueldad del bloqueo estadounidense en su contra.
Si bien esto podría considerarse válido para los juicios que se formulen acerca de la realidad de cualquiera otra nación fuera de fronteras propias, en este caso particular hay que agregar que durante todo el tiempo transcurrido desde el triunfo de la revolución popular en Cuba hasta hoy, el «establishment» estadounidense ha sometido a su propia población a una colosal campaña de hostilidad contra la Isla vecina que ha calado profundamente en diversos sectores del pueblo norteamericano.
Este maléfico empeño, por su extensión e intensidad, ha trascendido a la educación y la formación intelectual de los propios ciudadanos de la superpotencia norteamericana. Pocos ciudadanos estadounidenses de hoy han escuchado alguna vez, desde la cuna, otra referencia a Cuba que aquella que califica a su «régimen» como «dictadura» y sus dirigentes como aviesos «comunistas», hasta en las más inocuas y triviales noticias o comentarios en los medios.
La propaganda del capitalismo y la contraria a toda forma de disidencia respecto al sistema político y económico ha consumido en Norteamérica fabulosos recursos en aras de la demonización de ciertos calificativos que, a largo plazo, ahorran vituperios contra los nuevos objetivos de sus diatribas.
Por efecto de este fenómeno, es difícil que exista un ciudadano estadounidense que haya escapado a tal deformación y ello hace innecesario que el «establishment» fundamente con argumentos reales las difamaciones y falsedades en las nuevas campañas.
Es lamentable, así mismo, constatar que hasta en los más preclaros exponentes de la cultura, las ciencias y el periodismo estadounidenses se advierten ciertas huellas que denotan que el sujeto ha tenido que superar esta percepción subliminal.
Es de notar la sistemática frecuencia con que el establishment estadounidense recurre al miedo para hacer efectivo su control del comportamiento de la ciudadanía, incluyendo en los sectores más adelantados o influyentes de la sociedad.
Aunque generalmente las campañas que se llevan a cabo son cuidadosamente preparadas sobre bases científicas, es frecuente que el establishment acuda a deliberadas imprecisiones, verdades a medias, vaguedades y leyes que siembran dudas o amedrentan a la ciudadanía o a un sector determinado de ésta sin que exista aún la decisión precisa de ejecutar alguna acción capaz de provocar un perjuicio a algún sector poblacional susceptible de reaccionar de manera indeseada por el sistema.
La cubanología oficial estadounidense, por supuesto, ha estado siempre encaminada a pronosticar el derrocamiento de todos los gobiernos continuadores de la revolución popular triunfante el 1º de enero de 1959, pero nunca han faltado ilustres estadounidenses que no han escatimado riesgos ni sacrificios por reconocer la realidad cubana. Intelectuales de la altura de Charles W.Mills, Saul Landau, Tom Hayden, Carleton Beals, James Baldwin, Truman Capote y otros que en 1960 crearon el Comité de Trato Justo para Cuba, han tenido siempre dignos continuadores.
Aunque el criminal boqueo -que Washington llama embargo para disimular su naturaleza unilateral y global- no ha logrado el derrumbe del gobierno socialista en la isla, si ha impedido al pueblo cubano alcanzar el pleno desarrollo del programa económico y social de su revolución.
Cuánto se ha escrito o dicho en Estados Unidos sobre Cuba en los últimos 60 años, está necesariamente permeado por el ambiente hostil contra la isla que ha existido en Norteamérica, promovido y financiado por Washington.
Los avances que se habían logrado durante la Administración de Barack Obama hacia la normalización de las relaciones de Estados Unidos con Cuba han obedecido al reconocimiento por parte de Washington de que la batalla secular contra Cuba desde posiciones de fuerza les ha resultado inútil o contraproducente.
Los cambios que de manera sistemática lleva a cabo la nación cubana con vistas al perfeccionamiento de su sistema de gobierno orientado al socialismo responden a la voluntad de los cubanos de adaptar su programa revolucionario a las realidades de la situación interna y global, aunque los medios estadounidenses y los de otros países que se orientan por la brújula estadounidense, le atribuyan como motivación de tales reajustes la obediencia o desobediencia de las disposiciones y conveniencias de Washington.
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