Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
Seguimos dispuestos a construir sobre las ruinas de otro pueblo destruido; somos una nueva generación combativa posterior a Oslo que ha aprendido las lecciones del pasado. No será fácil pero Israel no nos deja otra opción. Nuestra gente ha demostrado que la constancia -sumud- nace de nuevo todos los días en Palestina.
Un tribunal israelí ha condenado a la comunidad beduina palestina de Jan al Ahmar (al este de Jerusalén) a ser destruida.
Después de haber sido expulsados de sus hogares hace décadas en el curso de la Nakba, la limpieza étnica generalizada sobre la que se creó el Estado de Israel, los beduinos de Jan al Ahmar vuelven a ser desplazados. Y esta es solo una de las 20 comunidades de la zona que Israel tiene previsto eliminar.
No es que el mantenimiento de la limpieza étnica revele el fracaso del proceso iniciado con la firma de los Acuerdos de Oslo hace un cuarto de siglo; más bien pone de manifiesto las consecuencias para las que se planificó el propio acuerdo.
Estratagema para la opresión
Los Acuerdos de Oslo representan una perversa estratagema para la opresión, la des-posesión y la fragmentación de nuestro pueblo. Con la experiencia de la Primera Intifada Israel entendió que sus principales objetivos eran colonizar la tierra y reforzar su control sobre la población ocupada.
Jan al Ahmar se prepara para hacer frente a los bulldozers y este es un momento crucial para revisar los dos medios de dominación que se ocultaban tras el histórico apretón de manos de 1993 en el césped de la Casa Blanca.
1. En esencia, los Acuerdos de Oslo fueron el anteproyecto de la «solución Bantustan» para el problema palestino. Israel consideró que clasificar la división del territorio de Cisjordania, tal como recogía el acuerdo, en Áreas A, B y C era una herramienta para una anexión gradual. Las áreas B y C, que comprenden la mayor parte de Cisjordania, debían llenarse de colonias y finalmente anexarse.
En 1993 vivían en Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental), la Franja de Gaza y los Altos del Golán, menos de 300.000 colonos israelíes. En la actualidad son más del doble los que pueblan decenas de asentamientos, y siguen aumentando. En los primeros seis meses de 2018 se aprobaron unidades de vivienda para más de 27.000 colonos en los territorios palestinos ocupados.
Desde Oslo, Israel ha incentivado considerablemente la construcción de infraestructuras de asentamientos, que incluyen áreas industriales, hospitales, universidades, agro negocios, etc. El objetivo es hacer que el mapa geopolítico de Cisjordania se parezca a cualquier otro territorio bajo control israelí: áreas israelíes residenciales, industriales y altamente desarrolladas rodeadas de comunidades palestinas desposeídas y privadas de servicios básicos.
Política de expulsión
En 2002 Israel comenzó a construir el Muro de Apartheid que rodea ciudades y pueblos palestinos de Cisjordania aislándolos de sus tierras y de sus reservas de agua así como de Jerusalén. Gaza, por su parte, lleva desde 1994 rodeada por una valla cuya función se materializa en el brutal asedio actual.
El proyecto israelí de Oslo se completa con una política sistemática de expulsión de ciudadanos palestinos de áreas residenciales restringidas solo para israelíes -a pesar de estar dentro de la Línea Verde-, y en la anexión de Cisjordania donde se aplica de manera gradual la legislación israelí a los colonos mientras se restringe la administración militar a los guetos que se encuentran dentro del Muro.
2. La segunda dimensión de la trampa de Oslo es aquella por la cual la dirección palestina se transformó en administradora del gueto. Primero, los Acuerdos de Oslo establecieron la Autoridad Palestina (AP), un organismo supuestamente destinado a supervisar la transición hacia un Estado palestino pero dependiente en realidad, y en muchas facetas, de las fuerzas de ocupación.
Más tarde, Yaser Arafat transfirió a la AP muchos poderes, como por ejemplo las relaciones internacionales y la supervisión del Fondo Nacional Palestino, la tesorería de la Organización de Liberación de Palestina (OLP) que financia los partidos políticos. Esto sometió a los partidos políticos palestinos y a las instituciones de gobierno a los objetivos de las fuerzas de ocupación.
Para empeorar las cosas, hace una década la AP accedió a que cinco organismos internacionales, incluyendo el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, controlaran y supervisaran los gastos y las políticas palestinas. Esto puso fin a toda toma de decisiones independiente e impuso eficazmente el neoliberalismo como política de Estado.
Rehén del pago de la deuda
Mientras el Estado [la AP] destina el dinero principalmente a las fuerzas de seguridad entrenadas por Estados Unidos e Israel, y a falsos proyectos de desarrollo que han generado una élite minoritaria pero enriquecida que se aviene a coexistir con la ocupación, la gran mayoría de la población se ahoga cada vez más en la pobreza.
El apoyo de la AP a los agricultores palestinos, verdaderos protagonistas de nuestra resistencia y constancia, es casi inexistente. En cambio, se alienta a los bancos a dar préstamos fáciles a personas que han perdido sus medios de vida a causa de la ocupación israelí convirtiéndolos en rehenes del pago de una deuda que les incapacita para hacer frente a la ocupación.
La actual división entre Hamas y Fatah ha fragmentado aún más al pueblo palestino y ha transformado la cuestión de cómo construir un liderazgo eficaz para la liberación a otra sobre quién administrará los bantustanes.
Hemos alcanzado uno de los puntos más críticos en la historia de nuestra lucha por la justicia. La ideología racista de Israel -basada en el principio de un grupo etno-religioso que domina un Estado construido en la tierra de otro pueblo y que defiende mediante guerras y muros infinitos- cuenta con partidarios fanáticos en todo el mundo, desde el presidente estadounidense Donald Trump hasta el primer ministro indio Narendra Modi, pasando por la derecha que re-emerge en Europa.
Deber colectivo
Israel y la Administración Trump se sienten fuertes para ir más allá de Oslo y cepillarse unilateralmente las cuestiones medulares de la lucha palestina. Ignorando el derecho internacional y el consenso, la Casa Blanca ha reconocido a Jerusalén como la capital de Israel; asimismo puede reducir arbitrariamente hasta nueve décimas el número de refugiados palestinos a los que otorgue reconocimiento. De momento, ya ha dejado sin financiación a la agencia de ayuda de la ONU para los refugiados palestinos, la UNRWA.
Está claro que nuestra dirección no está en condiciones de responder a esta ofensiva ni a las necesidades de su pueblo ni a nuestra lucha. Por lo tanto, nos corresponde a todos y todas asumir la responsabilidad colectiva de garantizar la supervivencia del pueblo palestino.
Tenemos que enterrar el nefasto legado del proceso de Oslo y hacer espacio para nuevas alternativas. Necesitamos un liderazgo responsable y democrático, y estructuras de toma de decisiones que puedan traducir la disposición de nuestro pueblo para el sacrificio y la acción colectiva en un programa y una visión común que rechace la «construcción del Estado» bajo la ocupación.
La nuestra es una lucha de liberación. En lugar de elogiar la «cooperación en materia de seguridad» con la potencia ocupante y regatear sobre fronteras, tenemos que volver a oponernos radicalmente el proyecto supremacista del sionismo basado en la exclusividad étnica. Las reivindicaciones de justicia social deben tener prioridad desde una plataforma igualitaria y democrática, lejos de las disputas y los enfrentamientos de los partidos políticos.
Ir más allá de Oslo
Tenemos que seguir desligando nuestras relaciones internacionales del marco de los Acuerdos de Oslo. Después de 1993, muchos países pusieron fin al boicot a Israel sin que este hubiera cumplido previamente la exigencia de acabar con las violaciones israelíes de los derechos palestinos. Lo que debemos exigir hoy en día es que la rendición de cuentas y la justicia precedan a cualquier compromiso.
La campaña internacional de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) que lideran los palestinos es un paso en la dirección correcta. El «compromiso constructivo» con un Estado que practica el apartheid y con empresas y organismos que lo apoyan significa recompensarlos por violar los derechos humanos.
Mientras Israel prepara sus bulldozers para destrozar las vidas y los hogares de los residentes de Jan al Ahmar, hacemos un llamamiento a nuestra propia gente y a la comunidad internacional para que sancionen y boicoteen a Israel y a las corporaciones que le proporcionan la maquinaria que utiliza para nuestra limpieza étnica.
Seguimos dispuestos a construir sobre las ruinas de otro pueblo destruido; somos una nueva generación combativa posterior a Oslo que ha aprendido las lecciones del pasado. No será fácil pero Israel no nos deja otra opción. Nuestra gente ha demostrado que la constancia –sumud– nace de nuevo todos los días en Palestina.
*Yamal Yuma nació en Jerusalén y cursó estudios en la Universidad de Birzeit donde se inició en el activismo político. Desde la Primera Intifada se ha centrado en el activismo de base. Yuma ha sido desde 2002 coordinador de la Campaña Palestina de Lucha Popular contra el Muro del Apartheid, y desde 2012, coordinador de la Coalición por la Defensa de la Tierra, una red palestina de movimientos de base.
Fuente: https://www.middleeasteye.net/columns/problem-oslo-its-still-alive-1380989227