Diego Díaz (Oviedo, 1981) es doctor en historia y autor de Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (1921 – 1982), una extensa monografía editada por Trea y prologada por el historiador Juan Andrade. Díaz reflexiona en este libro, basado en su tesis doctoral, sobre las complejas relaciones entre las izquierdas y […]
Diego Díaz (Oviedo, 1981) es doctor en historia y autor de Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (1921 – 1982), una extensa monografía editada por Trea y prologada por el historiador Juan Andrade. Díaz reflexiona en este libro, basado en su tesis doctoral, sobre las complejas relaciones entre las izquierdas y las identidades nacionales en España. Aunque centrado en el caso de los comunistas, el libro abre el campo para abordar cuestiones como la definición de la plurinacionalidad entre la dictadura de Primo de Rivera y la transición, la formación de las izquierdas nacionalistas y la difícil relación de las izquierdas españolas con su propia identidad nacional, algo que Díaz condensa con la expresión «disconfort nacional». Con él hablamos del pasado, del presente y de los posibles escenarios futuros de las cuestiones nacionales.
En su libro aborda una cuestión de acuciante actualidad. La cuestión nacional y las izquierdas españolas. Empecemos por la historia. ¿Cómo ha abordado esta cuestión el PCE?
El movimiento comunista en España, del cual el PCE forma parte, pero que abarca a más organizaciones, supone quizá la familia política dentro de la izquierda española que más en serio se tomó la cuestión de la plurinacionalidad. Si bien inicialmente el PCE miró con cierto desdén obrerista las reivindicaciones nacionalistas, a partir de 1935 el partido se fue tomando cada vez más en serio la cuestión de las nacionalidades pasando de una reivindicación muy maximalista como era la defensa de la Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, a un proyecto más realista, la defensa de una República española y plurinacional a partir del desarrollo de los estatutos de autonomía de aquellos territorios donde más clara se mostraba una voluntad de autogobierno. Esta va a ser la apuesta tanto del PCE como del PSUC, y de los comunistas vascos y gallegos durante la Guerra Civil y el franquismo: ligar la lucha por la democracia en España a la lucha por el reconocimiento de la plurinacionalidad. Al menos en la teoría, esta va a ser la posición del partido, si bien en determinados momentos van a darse importantes tensiones entre la posición de la dirección del PCE y la del PSUC o el Partido Comunista de Euskadi.
¿Cuándo se dieron estas tensiones y por qué razones?
La primera tensión se produce en la guerra con el dirigente de los comunistas vascos, Juan Astigarrabía, y el de los catalanes, Joan Comorera. El PCE llega muy pronto a la conclusión de que para ganar a una máquina de guerra bien engrasada como era la franquista, era necesario recentralizar el poder político y la dirección de la guerra, que estaban muy fragmentadas desde el verano de 1936, cuando la España republicana había estallado en mil pedazos. Esto suponía unificar las milicias y reducir el poder del Gobierno vasco y de la Generalitat catalana en favor del Gobierno de la República y del nuevo Ejército popular. Los comunistas vascos y el PSUC, que no era el PCE de Catalunya, sino una organización muy compleja, producto de la fusión acelerada de cuatro partidos marxistas catalanes, coincidían en el análisis del PCE y su política militar, pero discrepaban en los ritmos y las formas. En general tratarían de hacer lo que defendía el PCE pero buscando pactos con los nacionalistas vascos y catalanes. El PCE y el delegado de la IC en España, Palmiro Togliatti, muy antinacionalista, los consideraba sin embargo poco menos que satélites del lehendakari Aguirre y del president Companys. Astigarrabía va a ser purgado después de la caída del Frente Norte, acusado de desarrollar una política completamente subalterna del PNV, y entre Comorera y la dirección del PCE hubo una convivencia difícil, con altibajos, hasta su expulsión, en 1949, bajo todo tipo de acusaciones y calumnias. La segunda gran tensión va a tener lugar al final de la transición, entre 1980 y 1981, cuando los críticos con Carrillo ganan la dirección del PSUC y critican la línea oficial del PCE. En Euskadi el líder de los comunistas vascos, Roberto Lertxundi, apuesta por una convergencia del PC de Euskadi con Euskadiko Ezkerra para formar una especie de «PSUC vasco». En ambos casos, Carrillo y su equipo reaccionan con métodos expeditivos ante el temor a lo que consideran una especie de rebelión de las periferias contra su liderazgo.
En esta última tensión, que además se enmarca en la crisis del PCE, ¿cuánto pesó lo que Gregorio Morán llamó el «precio de la transición»?
El PCE sale derrotado y dividido de la transición. La gran apuesta de Carrillo por la política del consenso permite una transición relativamente pacífica y algunos avances sociales recogidos en los Pactos de la Moncloa y en la Constitución, pero a costa de que el partido desdibuje su perfil y termine cediendo todo el liderazgo de la oposición a la UCD a Felipe González y el PSOE. Además para lograr su legalización el PCE tiene que sacrificar su idea de España, que era la República federal. Los intentos de Carrillo por hacer de una especie de patriotismo constitucional el nuevo imaginario nacional del partido fracasan. La Constitución de 1978 contiene avances democráticos y sociales, pero no es algo que emocione lo suficiente como para convertirse en la base de un nuevo imaginario patriótico de izquierdas. La izquierda sale de la transición sin una idea de España afectiva, y tiene que aceptar como mal menor unos símbolos nacionales que no son los suyos. La expresión «Estado español» refleja bien esa relación incómoda con una imagen de España que está muy patrimonializada por las derechas y que sigue costando democratizar y hacer propia.
¿Cuál fue la posición de IU en las décadas siguientes? ¿Se dieron las mismas tensiones?
IU fue un actor político mucho más secundario y en general su posición con respecto a la cuestión nacional fue poco relevante, exceptuando quizá en Euskadi, donde durante un breve tiempo, una vez desaparecida Euskadiko Ezkerra, Ezker Batua logró jugar ese mismo papel de bisagra federalista entre abertzales y no abertzales. Julio Anguita además tuvo una posición muy valiente sobre el tema vasco, apoyando a la federación vasca de IU en un momento en el que discrepar del relato oficial sobre el conflicto salía caro. Uno de los problemas de IU es que su desarrollo en los años ochenta y noventa coincide con un momento de expansión y desarrollo de las izquierdas nacionalistas, que en lugares como Galicia monopolizan casi completamente ese espacio de izquierda alternativa al PSOE.
Algunos sectores han tachado a Julio Anguita de españolista o, directamente, de nacionalista español. ¿Tienen un fondo de verdad estas acusaciones?
Creo que es una acusación sin demasiado fundamento, pero ya se sabe que para algunos nacionalistas todo lo que no sea darles la razón te convierte en un españolista. Supongo que ahora también Ada Colau será una españolista por querer algo tan normal como ser alcaldesa de Barcelona, que es para lo que se presentó a las elecciones. Es cierto que los desacuerdos de Anguita con ICV y con parte de la IU gallega le llevan a adoptar posiciones muy duras en estos territorios, quizá cuestionables en las formas, pero creo que el origen de estos conflictos está más en las relaciones con el PSOE que en la posición sobre la cuestión nacional. Anguita por ejemplo defendió la presencia de Ezker Batua con el PNV y la izquierda abertzale en el Pacto de Lizarra. Invitó al lehendakari Ibarretxe a explicar su plan a Córdoba. Mantuvo una excelente relación con Xavier Arzalluz, una de las bestias negras de la prensa madrileña… Es un republicano español convencido, pero siempre ha defendido avanzar hacia un modelo federal y de reconocimiento de la plurinacionalidad. Además el hecho de ser un político periférico y de una comunidad con un gran sentimiento de identidad, como la andaluza, creo que le ha hecho más sensible ante la problemática territorial, que va mucho más allá de la cuestión catalana, y que supondría hablar por ejemplo de la desigualdad territorial o de lo que ahora se llama la España vaciada.
Hablemos de Podemos. ¿Qué cambia con la irrupción de la formación liderada por Iglesias?
Podemos supone, al menos sobre el papel, un intento de construir una fuerza política orgullosamente española y decididamente plurinacional. No creo que Podemos haya logrado plenamente ninguno de los dos objetivos, pero tampoco diría que ha fracasado, y sobre todo creo que en estos cinco años ha hecho mucha pedagogía entre la izquierda sociológica española, por un lado para que pierda el prejuicio hacia la palabra patria y se atreva a disputarla a la derecha, y por otro para que entienda la necesidad de reconocer la plurinacionalidad de nuestro país y la necesidad de avanzar hacia una solución no represiva de la cuestión catalana y del resto de problemáticas nacionales. En ese sentido las confluencias creo que son de lo mejor que le ha pasado a la izquierda de este país en muchos años, y son el fruto de la voluntad de entendimiento de una parte de la izquierda española con una parte de las izquierdas nacionalistas, que después del 15M entienden que, para lograr un cambio, hay que perder prejuicios y buscar aliados en el resto de España. Tanto un repliegue centralista de Podemos como un repliegue nacionalista de parte de las confluencias haría mucho daño al proyecto transformador en España, que necesariamente es federalista. Necesitamos más figuras que sean puente, como Ada Colau, Xulio Ferreiro, Yolanda Díaz, Martiño Noriega, Mónica Oltra o Xavier Doménech.
Sin embargo, aparte de algunas excepciones, los resultados de las recientes elecciones municipales y autonómicas no han sido muy favorables a las confluencias…
Ni a las confluencias ni a casi nadie.
Al PSOE sí.
El PSOE vuelve a ser el partido que más se parece a España, y que cerrada la crisis económica y agotado el ciclo político del post 15M, ocupa otra vez la centralidad del tablero político.
¿No influye en esto también su postura respecto a la cuestión nacional? El PSC ha recuperado muchos votos perdidos en Cataluña.
Iceta es un personaje que me fascina. Cataluña es el lugar donde la hipótesis de la pasokización del PSOE, que se manejaba durante el post 15M, tuvo alguna vez posibilidades serias de llegar a producirse. Iceta tomó las riendas de un partido en ruinas y logró reconstruirlo hasta convertirlo en algo que, claro está, no es el PSC de hace 20 o 30 años, pero que vuelve a ser un actor central en la política catalana e incluso española. Es un tipo con mucho talento, pero que lo disimula muy bien.
Hablemos de la crisis catalana. ¿Qué ha hecho mal la izquierda? ¿O no ha hecho nada mal? Y si es así, ¿qué hubiese debido hacer?
Creo que el espacio de los Comunes lo ha tenido especialmente difícil estos últimos años de procés, sobre todo a partir de que el Estado desplegara toda su artillería contra el independentismo. Defender una posición serena y templada como la suya es complicado cuando la televisión te golpea con imágenes de señoras de la tercera edad molidas a palos por antidisturbios en la jornada del 1 de octubre. Al margen de errores en la selección de candidatos que a la primera de cambio se han ido a otros partidos y plataformas, el clima emocional que se vive en Cataluña juega en su contra. Coincido con los Comunes en que el horizonte de la izquierda catalana pasa por lograr algún tipo de acuerdo progresista y federalista con ERC y con el PSC, pero desgraciadamente creo que eso va a ser complicado mientras haya presos. Por otro lado, la retirada de Xavier Doménech me pareció una pérdida muy grande, no sólo para la política catalana, sino también para la española. No es fácil encontrar recambio para figuras así, capaces de generar cohesión y conectar con muchas sensibilidades en un tema tan delicado como el nacional.
En los últimos años se ha impuesto en el mundo académico, y no solamente, la tesis del nacionalismo banal de Michael Billig. ¿Qué opina al respecto?
La idea del nacionalismo banal me parece interesante, pero corre el peligro de terminar siendo banalizada también. Es verdad que el término «no nacionalista» para oponer al nacionalista es bastante flojo conceptualmente, pero también corremos el riesgo de terminar asumiendo esa tesis de que lo contrario al nacionalismo es otro nacionalismo. Por otro lado, también pienso que tener unos determinados sentimientos nacionales de pertenencia no puede ser automáticamente calificado de nacionalismo. No creo que todas las personas que se emocionan con un gol de la selección española sean por ello nacionalistas.
Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.