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El régimen sirio entra a sangre y fuego en los bastiones de la revuelta

Fuentes: Gara

El régimen sirio parece decidido a no escatimar medios militares para acabar con la revuelta atacando a sangre y fuego sus principales bastiones. Un día después de que enviara sus tanques a Deraa, donde la detención de unos adolescentes por hacer pintadas y el posterior apaleamiento de sus madres fue la mecha que encendió las […]

El régimen sirio parece decidido a no escatimar medios militares para acabar con la revuelta atacando a sangre y fuego sus principales bastiones.

Un día después de que enviara sus tanques a Deraa, donde la detención de unos adolescentes por hacer pintadas y el posterior apaleamiento de sus madres fue la mecha que encendió las protestas, a mediados de marzo, el Ejército sirio envió refuerzos a la ciudad, de 300.000 habitantes y situada junto a la frontera con Jordania.

Abdallah Abazid, que se identifió como militante por los derechos humanos, señaló telefónicamente a la agencia AFP que varias mezquitas eran objetivo de los ataques de la V División, dirigida por Maher al-Assad, hermano del presidente sirio, Bashar al-Assad.

El régimen justificó el asalto «a petición de los habitantes de la ciudad para poner fin a los actos de sabotaje y asesinatos cometidos por grupos terroristas extremistas» y anunció haber detenido «a muchos terroristas y requisado importantes cantidades de armas y munición».

Por contra, asirios bloqueados en la frontera jordana denunciaban una masacre en toda regla en Deraa. Massalmeh logró contactar con su familia en el interior de la villa. «Me han dicho que hay más de 200 muertos, entre ellos varios miembros de nuestra familia. Es una masacre, una verdadera masacre».

«Los disparos y las explosiones no han cesado desde el amanecer del lunes. Los tanques circulan por el centro de la ciudad, hombres armados entran a las casas y matan a los hombres. El mundo nos tiene que ayudar», declaraba otro sirio que no quería revelar su identidad.

Al margen de versiones, no parece haber duda de que Bashar al-Assad ha decidido intentar cortar la rebelión en su origen. Junto con Deraa, la localidad costera de Banias ha sido otro de los escenarios de la revuelta. Anas al Shaghri, líder local de las protestas, aseguró a la agencia Reuters que las fuerzas de seguridad sirias se habrían desplegado ayer en las colinas que rodean la ciudad, en la costa mediterránea. «Vehículos blindados de transporte han pasado por la carretera próxima a Banias durante la noche», aseguró, para añadir que «les recibiremos en las puertas de la ciudad con nuestros pechos desnudos».

Hama, en 1982

Esta ofensiva militar en toda regla ha traido a la memoria la sangrienta represión en febrero de 1982 de un levantamiento islamista en la localidad de Hama, que se saldó con la muerte de 20.000 personas.

Todo comenzó el 2 de febrero de aquel año, con la muerte de 20 líderes locales del Baath, partido en el poder, a manos de los Hermanos Musulmanes. Pero no surgió de la nada.

En 1979, un atentado organizado por un oficial suní, Ibrahim Yussef, se saldó con la muerte de 80 cadetes, todos ellos de la minoría alauí -a la que pertenece la familia al-Assad- en la academia militar de Alepo. La represión subsiguiente provocó cientos de ejecuciones y miles de detenciones en esa ciudad además de en Palmira y en Hama, 200 kilómetros al norte de Damasco.

El linchamiento de los líderes locales del Baath fue justificado como respuesta a esa represión. El régimen dio entonces un salto adelante y, en una ofensiva que duró tres semanas y que contó con fuego artillero y blindados, el Ejército sirio acabó con la rebelión, refugiada en las mezquitas de la ciudad, sin contemplación alguna. Se da la paradoja de que la cruenta operación fue dirigida por Rifaat al-Assad, hermano del actual presidente pero actualmente en el exilio, desde donde critica al régimen y recibe los parabienes de Occidente.

Varias varas de medir

Occidente no reaccionó entonces a la masacre de Hama. Y lo ha hecho muy tímidamente hasta ahora con respecto a la revuelta siria, lo que contrasta con la celeridad y contundencia con lo que lo hizo en relación a la negativa del líder libio, Gadafi, a abandonar el poder.

La utilización por parte del régimen sirio de armamento pesado para reprimir la revuelta está ya dejando en evidencia a los que, desde las principales cancillerías europeas, insistían en destacar la supuesta especificidad libia. Este argumento está por los suelos desde prácticamente el inicio de los bombardeos aliados contra Trípoli.

Yemen y Bahrein, por poner dos ejemplos, no han dudado en utilizar todos sus arsenales -incluso los de los aliados en el caso del archipiélago del Golfo- para acallar las protestas. Y eso que en ambos casos han tenido un cariz pacifista muchísimo más nítido que en los más confusos escenarios libio y sirio.

En estos últimos casos, las protestas se han iniciado y han tomado cuerpo en zonas fronterizas o lejos del control del centro político. Es el caso de Bengasi, en Libia, y de Deraa, en Siria. En este último país, otro de los focos de la revuelta es Homs, cerca de la frontera con Líbano, donde los guardafronteras sirios registran sin cesar camiones en busca de supuestos arsenales de armas procedentes del vecino e inestable país.

Al igual que hizo Gadafi, el régimen de Damasco está aireando el fantasma islamista, concretamente de los Hermanos Musulmanes, para justificar su represión de una revuelta que insiste en asegurar estaría crecientemente armada.

No es fácil dilucidar si el componente armado de la rebelión está en su origen -interno o externo- o es simplemente una respuesta a la represión y al enroque del régimen. Probablemente estemos ante una mezcla de ambas cosas.

Por de pronto, y al margen de los tiempos, parece que el guión se repite. La llamada «comunidad internacional» está comenzando a reaccionar con duras palabras, capitaneado otra vez por el francés Sarkozy, quien calificó la situación de «inaceptable» e instó a tomar «medidas fuertes». Medidas que podrían pasar por «sanciones» en palabras de Washington.

Ya ha empezado a circular un proyecto de resolución de condena del régimen sirio en los pasillos del Consejo de Seguridad. No obstante, no son pocas las cancillerías que se tientan la ropa. Hay quien habla abiertamente de que las potencias occidentales estarían traumatizadas «por los síndromes de Irak y de Libia». No ha tardado la aventura libia ni dos meses en convertirse en síndrome.

Pesaría, sin duda, mucho más en la renuencia occidental para atacar al régimen de al-Assad el papel clave de Damasco en Oriente Medio.

Los EEUU de Obama acababan de restablecer relaciones diplomáticas con Siria y contaban con su concurso para iniciar una nueva ofensiva diplomática en la convulsa región.

Pero son las dudas, sobre todo de Israel, las que explican la timidez de Washington. El derrocamiento del régimen de al-Assad beneficiaría a corto plazo a Tel Aviv, ya que supondría un golpe para su aliado iraní y para Hizbulah. No obstante, Israel tiene serias dudas de que, en el reverso de la medalla, una caída de al-Assad no supondría, a la postre, una radicalización de Siria y un apoyo más abierto aún a la opción de Hamas en Gaza. Israel parece seguir, en estas crisis, la máxima de «más vale malo conocido…»