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El régimen sirio ha caído, ¿cuándo se marchará?

Fuentes: Al-Quds al-Arabi

La reunión de Ginebra ha anunciado la caída del régimen aunque parezca que no ha dado ningún resultado determinante y que ha dejado que su ambiguo texto sea pasto para las diversas interpretaciones cuyos rasgos definitivos aún no se han perfilado más que en la tierra de la continua lucha siria. Incluso el Padrino ruso […]

La reunión de Ginebra ha anunciado la caída del régimen aunque parezca que no ha dado ningún resultado determinante y que ha dejado que su ambiguo texto sea pasto para las diversas interpretaciones cuyos rasgos definitivos aún no se han perfilado más que en la tierra de la continua lucha siria. Incluso el Padrino ruso no ha podido recurrir más que a los trucos verbales para cubrir con expresiones fluidas lo que ya está claro: Bashar al-Asad ha perdido sus prerrogativas y hoy se ha convertido en una carga para sus aliados y señores. El juego internacional ha entrado en una nueva etapa tras la reunión de Ginebra, pero ha anunciado de la forma más clara cómo viven las potencias internacionales o lo que llamábamos las potencias coloniales, y cómo lo utilizan como un instrumento para extender su influencia o defender sus intereses, sin tener en cuenta ni a las víctimas y ni el sufrimiento, haciendo caso omiso a los valores humanos.

Los estadounidenses y sus aliados han presentado a lo largo de la historia de su trato con nuestra región una prueba tras otra de que lo que decimos es cierto, desde el bloqueo salvaje que fue impuesto en Iraq hasta la destrucción mogol que los EEUU llevaron cabo allí. Eso sin olvidar las desafortunadas posturas occidentales y estadounidenses en lo referente a la ocupación y la represión que vive a su sombra el pueblo palestino.

Hoy le toca a Rusia, porque Rusia, que regresa a la palestra colonial tras años de coma posteriores a la caída de la Unión Soviética no ha encontrado otro medio para proteger su ascenso que apoyar al régimen asadiano. Parece que, desde el famoso veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, avergonzar a los estadounidenses y sus aliados se ha convertido en una ganancia para Rusia. A Al-Asad se le han dado varias teguas y todo el apoyo político y militar para lograr acabar con la revolución. Las cuentas de los rusos se basaban en equilibrar la fuerza del ejército leal a Al-Asad en contra de la revolución, y ha jugado sobre la cuerda de todas las contradicciones desde la protección de las minorías hasta el asustar con los islamistas yihadistas. Pero el régimen sirio ha suspendido el examen que ha demostrado que un pueblo determinado a lograr la libertad no puede ser reprimido. A pesar de las dudas de los llamados «amigos de Siria» en apoyar a la revolución, a pesar de la escasez de las ayudas, los sirios han logrado en medio de los ingentes sacrificios, contener todos los intentos del régimen de abortar la revolución. De hecho, la revolución popular y su homólogo armado (el Ejército Sirio Libre) han demostrado su gran capacidad de resistencia, hasta el punto de que la destrucción de Baba Amro no logró aplastar Homs, que sigue liberada y resistiendo.

La trampa en la que han caído los rusos no ha sido solo por su gélida indiferencia hacia el intenso dolor sirio, pues las otras potencias coloniales participan junto a ellos de forma distinta en esta indiferencia, sino también porque lo han apostado todo a un número, creyendo con demasiada ingenuidad que podían protegerlo y acabar con él cuando llegara el momento. Con ello se granjearon la enemistad del pueblo sirio y aparecieron como un Estado colonial que no tiene interés en las aspiraciones de los pueblos, y solo intenta conservar lo que le queda de su imperio que se desmorona sobre las calaveras de los sirios y sus cadáveres.

El juego cargado de cinismo y de imprudencia parecía al principio como si fuera capaz de lograr encubrir los crímenes y legitimarlos, especialmente cuando el pueblo sirio ha emprendido su revolución solo y sin ningún apoyo, excepto mucha palabrería, mucho ruido mediático y mucha nada.

En cambio, EEUU ha jugado al enfrentamiento con tranquilidad porque tampoco les importa una Siria democrática y libre, y su apoyo a la revolución se ha limitado a montar trampas para los rusos, para que se impliquen aún más. El mejor ejemplo de ello es la sorprendente respuesta al derribo del avión turco, cuando se tragaron la humillación para que las negociaciones en Ginebra no giraran en torno a la posibilidad de una guerra regional que habría dado a los rusos una carta de negociación extra.

Los rusos están implicados ahora en un régimen que se desploma y descubren que Al-Asad hijo no les hace el caso necesario para empujarle a aceptar un gobierno de transición que anuncie su fin. El hombre hizo uso de la última reserva que le quedaba cuando fue a concederles a los iraníes una entrevista televisiva antes de la reunión de Ginebra en la que anunció su rechazo previo a las decisiones internacionales relacionadas con Siria.

Al-Asad hijo entrará en la batalla hasta el final, cueste lo que cueste y el final, según la costumbre del régimen, es el final de Siria, que lleva implícito también el fin de la influencia rusa en ella. Lo que quiere el régimen es llegar a una guerra civil total, que es precisamente lo que ha anunciado tras conformar su nuevo gobierno y lo que ha puesto en marcha sin descanso. Es aquí donde comienza el dilema ruso a perfilarse de forma clara: ¿Qué harán los rusos con su aliado que se resquebraja? La política rusa está ante dos opciones, cada cual peor:

-La primera es anunciar que se desentiende del régimen, lo que significaría el comienzo de su total desintegración y el desplome de su institución militar, único centro de su influencia en el país.

-La segunda es seguir apoyando su opción desvariada, lo que significa que la guerra se alargará, pero que llevará tarde o temprano a la derrota del régimen y la desintegración de su aparato militar, golpeando también la estructura del Estado sirio, lo que significa que los rusos perderán su último asentamiento en Siria.

Esta es la trampa en la que EEUU teme, a día de hoy, caer en Egipto, desde que interfirieron por la fuerza para impedir a la Cúpula militar que falsease los resultados de las elecciones presidenciales en Egipto, fundando un nuevo equilibrio de fuerzas en el país, que conservase temporalmente tal vez la influencia estadounidense en el ejército, al tiempo que se acerca a los Hermanos, si bien con mayor cautela.

Los rusos son incapaces ahora de conseguir una solución siria parecida, y ello es resultado de la naturaleza mafioso-militar-económica-política del régimen que Al-Asad padre ingenió por un lado y, por otro, de la locura del hijo, su ingenuidad y la insistencia de la familia gobernante en acercarse a un comportamiento al estilo gadafista.

La solución egipcia o yemení supone una liberación para los rusos y los estadounidenses de lo desconocido, pero no es posible y el precio de ello no lo pagará más que el bolsillo ruso, porque cualquier desafío al aparato del Estado sirio supondrá el fin total de la influencia rusa, mientras que EEUU posee la reserva islamista moderada que va desde los Hermanos hasta los turcos, de forma que la caída del régimen sirio tome un cariz afgano.

La pelota, por tanto, está en el campo ruso, y la única pregunta hoy es si los rusos tienen la influencia suficiente y la capacidad para convencer a Al-Asad hijo de que debe marcharse y/o poner fin a los elementos del régimen mismo como preludio a la entrada en una situación de pacto que mantenga un mínimo de su influencia, o si, por el contrario han caído en una trampa sin salida.

Pero lo que nos interesa principalmente, es decir la gloriosa revolución siria con su heroísmo legendario, es que esta continúa independientemente de las maniobras internacionales, y vive hoy una etapa de transición desde la resistencia al perfilamiento de los rasgos de la victoria. Será ella quien anuncie la marcha del régimen tras haber anunciado ya su caída.

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