El Estado egipcio está utilizando un nivel de fuerza letal que no se había atrevido aún a emplear en ningún momento de la Revolución Egipcia. El resultado ha sido una masacre horrorosa en todo el país, que ha puesto en cuestión la totalidad del proceso revolucionario. Cientos de muertos, y cientos más que están heridos, […]
El Estado egipcio está utilizando un nivel de fuerza letal que no se había atrevido aún a emplear en ningún momento de la Revolución Egipcia. El resultado ha sido una masacre horrorosa en todo el país, que ha puesto en cuestión la totalidad del proceso revolucionario.
Cientos de muertos, y cientos más que están heridos, y la matanza aún no termina. Los militares establecieron un toque de queda que ya lleva un mes.
No nos equivoquemos: el General El Sisi y el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF, en inglés) representan el núcleo de la clase dominante egipcia y su Estado.
El Ejército Egipcio permaneció de forma exclusiva en el poder político, desde el Golpe de Estado de Gamal Abdul Nasser, en 1952, hasta la revolución de Enero del 2011. Después de la caída del presidente Mubarak, [el Ejército] mantuvo buena parte de su poder durante el período de regímenes de recambio respaldados militarmente, aunque no pudo utilizarlo de forma efectiva, dado el poder de las movilizaciones callejeras y porque el impulso revolucionario paralizó el funcionamiento normal del Estado. La policía y las Fuerzas Centrales de Seguridad prácticamente disolvieron las sedes de seguridad que fueron saqueadas por los revolucionarios.
El hijo elegido del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, Ahmed Shafiq, perdió las elecciones presidenciales frente al candidato de la Hermandad Musulmana, Morsi, hace más de un año. Morsi fue formalmente Presidente pero, como sostuvimos en su momento, nunca tuvo el poder. O bien Morsi rompía el poder del ejército y del Estado liderando otra fase de movilización revolucionaria, o bien el ejército recuperaba su fuerza y acababa con el equilibrio desigual a su favor.
Eso es lo que estamos presenciando ahora: la reimposición sangrienta de lo que el SCAF cree que es su derecho a tratar a los egipcios a la manera de los faraones.
¿Cómo ocurrió esto?
El Baradei: el idiota útil del SCAF
Para el golpe militar fue crucial la reacción que tuvieron los liberales y parte de la izquierda en relación a las movilizaciones contra Morsi del 30 de Junio y de principios de Julio, la última de las cuales fue una manifestación convocada, por el mismo SCAF, «contra el terrorismo».
No hay duda de que el gobierno de Morsi era impopular. Falló en liderar una segunda ola de movilizaciones contra la clase dominante egipcia. En vez de eso, intentó aplacar a la policía y a las fuerzas armadas. Morsi elogió a la policía como defensores de la revolución, cuando cada egipcio sabe que han sido sus enemigos más mortíferos. Morsi designó a su propio carcelero, el general El Sisi, para reemplazar a la anterior cabeza del SCAF, el general Tantawi. Cuando el ejército asesinó manifestantes, Morsi justificó sus actos. El actual Ministro del Interior, que encabezó la masacre de los partidarios de la Hermandad Musulmana, es el mismo hombre que Morsi nombró en el mismo cargo. La mayor parte de la política económica de libre mercado de los Hermanos Musulmanes impidió cualquier acción significativa para aliviar las condiciones de vida de los trabajadores y pobres de Egipto.
Esto es lo que alejó a las masas revolucionarias y a amplios sectores de la sociedad egipcia de la presidencia de Morsi, y lo que lo dejó en posición vulnerable ante las protestas masivas en su contra. Tal como dijera Antoine Saint-Just durante la revolución francesa: «aquellos que hacen una revolución a medias cavan su propia tumba».
Pero hacer una revolución a medias no es lo mismo que hacer una contra-revolución entera. Y eso es lo que el SCAF está intentando hacer ahora. Han sido asistidos, masivamente, por un sector de la clase política egipcia, que pensó que podían utilizar la situación política post-30 de Junio a favor de sus propios intereses.
Mohamed El Baradei, aquí, es una figura totémica. No fue capaz de reunir suficiente apoyo para competir en las elecciones presidenciales, pero se mantuvo como un ícono para las capas medias seculares de Egipto.
Él, Amr Moussa, un antiguo Ministro de Relaciones Exteriores de Mubarak, y el nasserista de izquierda Hamdeen Sabahey, formaron el Frente de Salvación Nacional, para desafiar al gobierno de la Hermandad. Este frente popular entre los burócratas descontentos de Mubarak y el ala liberal de la revolución estuvo siempre cargado con el peligro de que sólo podría derrotar a la Hermandad, liderando una restauración de la antigua maquinaria estatal a su máxima potencia.
El Baradei se convirtió en el viceprimer ministro del SCAF. A su izquierda, Kamal Abu Eita, el líder de la federación sindical independiente, se convirtió en Ministro del Trabajo. Esto fue un desastre, como dijo Fatma Ramadan, miembro ejecutivo del sindicato, al liderar a una minoría en contra de la idea de aceptar el nombramiento.
El Baradei creyó que podía utilizar la toma del poder del SCAF para pavimentar el camino para que su propia camarilla se convirtiera en una administración secular, occidental y democrática ‘normal’. En términos sociales y políticos, el contenido de este régimen no habría sido diferente al gobierno de la Hermandad Musulmana: neoliberal en cuanto a su política económica, no habría desafiado el aparato estatal al que, después de todo, debía su existencia.
Pero todo lo que hizo El Baradei, como advertimos que haría, fue proveer una fachada civil para los militares, mientras se preparaban para hacer realidad un verdadero golpe de Estado. El Baradei pavimentó el camino para la represión, y ahora, en un reconocimiento de lo completamente inútil de su propia posición, dimite en protesta por la masacre.
La lección de este triste catálogo de fracasos es que, hasta que la revolución no genere sus propios órganos democráticos de poder popular, insistirá constantemente en enormes estallidos revolucionarios de energía, que derivarán en administraciones inadecuadas o reaccionarias, que sólo serán capaces de arruinar la revolución.
El SCAF y la Hermandad Musulmana no son lo mismo
Algunos sectores de la izquierda, en Egipto y en otros lugares, se ven ahora tentados a argumentar que la Hermandad Musulmana y el SCAF son fuerzas políticas igualmente reaccionarias. En las circunstancias actuales, esto es peligroso por tres razones.
En primer lugar, porque no es cierto. El SCAF tiene tanques, carros y bulldozers blindados, gas CS, armas automáticas, chalecos anti-balas y prisiones. De hecho, tienen lo mejor de lo que la ayuda militar estadounidense, de $ 1.3 millones de millones de dólares al año, les puede comprar. La Hermandad Musulmana, si algunos de los reportes son verdaderos, cuenta con unas cuantas pistolas y rifles. La cifra de muertes en ambos lados lo refleja: cientos de manifestantes de la Hermandad Musulmana están muertos, contra el puñado de policías que fueron asesinados.
Además de tener el monopolio del poder estatal, el SCAF es propietario de entre el 15 y el 40% de la economía egipcia, dependiendo de si el cálculo se realiza sobre la propiedad directa o indirecta. Incluso aquellos miembros de la Hermandad Musulmana que son empresarios, y el mayor número de partidarios no lo es, sencillamente no forman parte, en esta manera, del núcleo de la clase capitalista egipcia.
El SCAF es el núcleo profundo del tiránico Estado egipcio, y lo ha sido a lo largo de 60 años. Después de décadas de oponerse al régimen de Mubarak, la Hermandad Musulmana mantuvo la presidencia electa por un año.
Aquí no hay ninguna equivalencia.
En segundo lugar, a pesar de que nadie puede imaginar que los líderes de la Hermandad Musulmana puedan volver al poder, es la cima de la estupidez sostener que el SCAF y la Hermandad son amenazas del mismo calibre en las circunstancias actuales. La masacre de los partidarios de Morsi es, de hecho, parte de una deliberada política de ‘divide y vencerás’. Después de la Hermandad, las fuerzas revolucionarias más amplias serán el próximo objetivo.
Ciertamente, los revolucionarios necesitan atraer a los partidarios de la Hermandad Musulmana de vuelta a la acción conjunta para poder derrotar al SCAF. Si esto no ocurre, si continúa la división entre las fuerzas seculares y los partidarios de la Hermandad, habrá más violencia sectaria. Esto, a su vez, será utilizado por el SCAF para justificar mayores niveles de represión.
En tercer lugar, es el SCAF el que tiene el poder para acabar con la Revolución Egipcia. Es el SCAF el que está segando a los manifestantes en la calle. Es el SCAF el principal enemigo del pueblo egipcio.
Ahora es una carrera contra el tiempo, para ver si las fuerzas de la Revolución Egipcia pueden movilizarse para detener la ofensiva del SCAF, antes de que utilicen su victoria sobre la Hermandad para volverse contra sus principales enemigos: los trabajadores, los sindicatos y los manifestantes de Tahrir, quienes han sostenido la revolución durante dos años y medio.
Cuando la actual crisis estalló, escribimos que la revolución estaba en peligro. Hoy, ese peligro es claro y actual. Su único nombre es SCAF.
Notas:
[1] Título original: «The return of the military Pharaohs», disponible en: http://www.counterfire.org/index.php/articles/international/16597-the-return-of-the-military-pharaohs
[2] Traducción de Carlos Wagner, miembro del Grupo de Estudios Marxistas.