Para Luis Martín-Cabrera, profesor, escritor, rebelde republicano, coordinador del proyecto y de la biblioteca visual sobre la Guerra Civil española de la Universidad de California en San Diego.
Estábamos en el primer capítulo de tu libro. Lo abres con dos citas. Una es de Luis Martín-Cabrera, del libro al que has hecho referencia anteriormente: Radical Justice. Le cito: «Las heridas, en vez de desaparecer con el tiempo, crecen y habitan el presente». Es casi lo contrario de lo que yo he oído mil veces en mi vida. En mi pueblo, un pueblecito pegado a Los Monegros, suelen decir lo contrario. «El tiempo lo cura todo. Al cabo de los años nadie recuerda. Es mejor dejarlo así. Si no las heridas, nunca cicatrizan». ¿No te parece razonable esta posición de silencio y olvido?
Razonable, no. Comprensible, sí. A los seres humanos nos gustaría que negando el dolor, desapareciera. Pero es al revés. Como dice Franciso A. Ortega: «Olvidado como una pesadilla».
Una enfermera de Zaragoza que trabaja en cuidados paliativos, dijo el otro día en la presentación del libro en Zaragoza, que muy a menudo, cuando alguien muy mayor se está muriendo, le entra angustia y se pone a gritar sobre la guerra civil. No lo hablaron antes y sale de golpe ante la muerte de forma muy angustiosa. ¡Vaya manera de morir!
El problema con las heridas, es que si no se limpian antes de cerrarlas, se pudren y causan infecciones de sangre y hasta muertes.
El tiempo, desgraciadamente, no cura nada.
La segunda cita es de Dan Bar-On: «Los descendientes de los supervivientes inicialmente dicen que no tienen una historia interesante que contar.». ¿Por qué los supervivientes? ¿Por qué creen que su historia no tiene mucho interés?
Porque nos han enseñado que la historia es eso en los libros escritos por los historiadores. Cuando en realidad, la historia son las historias de la gente.
Y también la gente dice eso porque no han tenido, o no se han dado la oportunidad, de reflexionar sobre su historia y la de sus antepasados.
Lo que decía Dan Bar-On yo lo he comprobado. No tanto en talleres sobre la transmisión generacional de la violencia política a los cuales la gente ya viene con ganas de hablar de todo esto, pero sí en conversaciones informales, cuando pregunto a la gente cuál fue la situación de su familia en la Guerra Civil. La mayoría contestan que no tienen nada importante que contar. Pero siempre, al cabo de unos días, esa persona me contacta y me dice: «Sobre aquello que me preguntaste, he estado pensando…» y me cuentan historias conmovedoras, desgarradoras.
Citas en el cuerpo del texto a Gerard Fromm. ¿Alguna relación con el Fromm de El arte de amar? El fragmento: «La sensación simultánea de saber y no saber… esto es un aspecto importante del trauma transgeneracional.» ¿Nos explicas un poco esa sensación simultánea contradictoria? ¿Saber y no saber qué?
Sí, el ser humano está lleno de contradicciones. Es parte de ser un ser humano y no un robot. Yo creo que esto de querer saber y no querer saber es bastante comprensible. Por un lado, por ejemplo, quiero saber si mi padre sufrió pero por otro prefiero no saberlo por los sentimientos que provocaría en mí.
Hay gente que dicen que quieren saber si su abuelo mató en la guerra o no, pero que no lo preguntaron porque no están seguros de que lo quieran saber.
El saber algo nos da más información para entender lo no verbal y lo social que hemos vivido. Al tener más información, uno puede tener más insights, que dicen los psicólogos, más momentos «ajá! Ahora entiendo aquello, ahora entiendo tal cosa de mí…»
Creo que Gerard Fromm es sobrino de Erich Fromm, pero no estoy segura… Si lo es, no lo pone en su curriculum.
Hablas en este capítulo del lenguaje corporal de los padres, del lenguaje corporal de las generaciones implicadas en guerras y sufrimientos. ¿Qué lenguaje es ese? ¿En qué se detecta?
Decimos más con gestos, posturas y miradas que con palabras. Hay teóricos que dicen que lo que de verdad decimos es por lo no verbal.
Creo que todos hemos observado eso: oyes a alguien hablar pero su cara, sus gestos y su cuerpo dicen algo muy diferente que sus palabras.
En nuestras familias hemos visto miradas, miradas que evitan, distancia física, maneras de tocarse, reacciones faciales cuando se oye en las noticias un cierto tema o alguien hace preguntas sobre el pasado o las relaciones familiares.
Los ojos dicen mucho por sí solos. A la gente que tienen una pena profunda o duelos congelados, se les ve en los ojos por muy animadamente que hablen.
Cuando llegué a España hace 20 años y empecé a dar clases a enfermeras en varios hospitales, la emoción que más transmitían cuando hablaban era la rabia. Rabia por sus condiciones de trabajo, por la frustración de lo difícil que es ayudar a alguien que se está muriendo, etc. Pero en sus ojos veía miedo. No había rabia. Había miedo. Y eso me dio mucho que pensar.
Luego, con los años y dando clases sobre dinámica familiar, conseguí que pusieran palabras en esos miedos, muchos de los cuales no eran realmente suyos, si no heredados.
Hubo silencio en muchas familias, se te reconocerá, confusiones también. Palabras a medias o medias palabras. Pero, en otras, en cambio, se habló, con tensión, con miedo por el entorno nada favorable, pero se habló. ¿No ha habido de todo en las generaciones que nos han antecedido?
Sí, ha habido de todo. Pero sobre todo han habido emociones sin palabras y palabras sin emociones, palabras confusas, o a veces palabras con emociones claras que el que escuchaba no quería o podía oír.
Este año hace 75 años que acabó la Guerra Civil y aún no tenemos comisiones de verdad y reconciliación. ¿No es impresionante eso? Es que solo decir las palabras «verdad» y «reconciliación» causa un revuelo en este país. Si uno ha podido participar en procesos de elaboración, reconciliación, verdad, etc, en algún país, uno ve lo lejos estamos aquí aún.
El torturador, «Billy el Niño», está en la calle sentado tomando un café en la mesa de al lado de sus víctimas. Y no pasa nada. Veinte personas se manifiestan delante de la Fiscalía y ya está.
Mira, en mi familia (padres y hermanos) que éramos y somos todos de izquierdas, cuando mis padres vivían aún, no se habló de casi nada de esto. No por razones políticas, sino por la carga emocional que conlleva.
¿En tu familia se habló de todo ello?
Llevo unos años dando talleres, clases y conferencias sobre esto, escuchando, preguntando, y sobre el tema del dolor, del impacto, de la huella que nos ha dejado ese pasado, no conozco a casi ninguna familia que lo haya hablado.
Hay gente que están empezando a hacerlo ahora. Los documentales de Montse Armengou han ayudado a algunas familias a empezar a hablar de lo escondido o de lo «olvidado como una pesadilla».
Aparecen en el capítulo reflexiones de personas a las que aludes por sus siglas. Por ejemplo: CTJ, mujer, 55 años. ¿Por qué de esa forma? ¿Quiénes son? ¿Amigas, amigos tuyos? ¿Por qué indicas siempre si son mujeres y hombres? ¿Importa?
Las citas personales en este libro son de personas que han rellenado un cuestionario en los talleres que hicimos en Euskadi y Catalunya sobre el tema de la transmisión generacional del impacto de la violencia política. También han rellenado el cuestionario algunas enfermeras que han hecho nuestros cursos de Enfermería y Dinámica Familiar. Y también algunos conocidos míos.
Las siglas son las iniciales que la persona decidió poner para identificarse, que son sus propias iniciales o unas inventadas.
La edad pensamos que era importante para poder situar el relato en la historia. Y lo del género, creo que puede ser importante. Se está empezando a investigar en algunos países, el tema del género en la transmisión generacional de la violencia política. Aún hay mucho por investigar. Por ahora, decidimos hacerlo así.
Citas a A. Damasio: «Los niños detectan muy rápidamente las zonas de petrificación de los que les cuidan. Lo expresan en preguntas un poco raras, pero tienen una percepción acertada de los vacíos.» ¿Qué zonas de petrificación son esas? ¿Por qué los niños captan tan rápidamente? ¿Tienen antenas especiales?
Los niños son como esponjitas, captan muchísimo. No tienen la razón desarrollada con lo cual no pueden intelectualizar lo que observan en sus cuidadores. Absorben esos gestos, ese inconsciente de los padres, y luego lo van interpretando como pueden.
Por eso lo vivido los primeros años de la vida es de gran importancia.
Digamos que los niños son como arcilla mojada: las cosas dejan una huella en ellos fácilmente. De mayores la arcilla ya está más dura y, aunque las cosas nos afectan, no dejan la misma huella.
Los niños captan el dolor, el miedo, la rabia, y las otras emociones que sus mayores no quieren que el niño vea.
Imagínate que alguien te dice: de acuerdo, usted habla de la importancia nada secundaria de conocer lo sucedido, de romper silencios y medios verdades. Que sea así en general. Pero no es mi caso. Yo prefiero, elijo si lo prefiere, no saber. Es igual o no es esencial lo que pasó hace 75 o 40 años. Vivo, estoy aquí en un mundo grande y terrible, tengo otras preocupaciones, me sabe muy mal lo sucedido, lo lamento, pero tengo que seguir, no quiero indagar. Hay que enterrar con respeto a los fallecidos. La vida me exige mirar hacia delante, no hacia atrás. ¿Qué le dirías?
No le «diría», le escucharía, escucharía sus palabras y sus emociones, lo verbal y no lo verbal. Le diría que entiendo que no quiera saber y que es una opción respetable y a respetar. Le diría que le oigo y le entiendo. Le mostraría empatía y le comunicaría que me importa lo que me dice. Hay que respetar que hay personas que no quieren indagar.
En la misma línea: ¿no obraron bien los abuelos, nuestros padres, cuando no nos hablaron de situaciones que, en algunos casos, ellos tampoco conocían con detalle?
Bueno, si no te importa, los conceptos de «bien» y de «mal» se los dejamos a los religiosos. Nuestros padres y abuelos no lo hicieron ni bien ni mal: hicieron lo que pudieron. Manejaron lo que les tocó con los recursos que tenían. En muchos casos, sobrevivieron, que no es poco. Y como dices tú, acertadamente, hay muchos detalles que no sabían y que no preguntaron.
No es cuestión de culpabilizar a nadie. Pero sí es cuestión de que nosotros tomemos la oportunidad de indagar en el impacto que ha tenido en nosotros, en cómo somos nosotros por el hecho de que nuestros padres y abuelos vivieron traumas políticos y colectivos.
Tampoco hay emociones coherentes, afirmas, cuando no se ha podido realizar el duelo de una pérdida. ¿Nunca, en ningún caso?
«Nunca» y «siempre» no son palabras reales. Son metáforas. A veces hay emociones coherentes pero digamos que la investigación, cientos de investigaciones, demuestran que hay mucha confusión en los duelos congelados. Pero claro, hay excepciones.
Citando a Schwab, hablas de la información desconectada de las emociones. ¿Por qué es tan importante la información conectada con nuestras emociones? ¿No es mejor el control, ser más racionales y asépticos?
El intentar ser racional todo el rato, aséptico y controlar las emociones es una opción, pero una por la cual se paga un alto precio.
Y no habría poesía ni amor ni arte si todo fuera racional y controlado.
Somos seres humanos. La vida no es racional. La vida no se puede controlar. Tenemos emociones. A lo mejor eso es lo mejor y lo peor de ser un ser humano, ¿no?
De hecho, se te puede decir también, muchas personas de nuestro país han tenido vidas largas, están con nosotros o ya han fallecido, no han tenido vidas infelices y apenas saben de lo ocurrido. No han podido o no han querido, o incluso prefieren dejarlo está. A lo pasado, pasado.
Eso es lo que quieren los gobiernos que tenemos. Que dejemos el pasado. Que no intentemos hacer justicia. Que no molestemos con querellas como la argentina. A callar y a morir.
Pero es que es imposible. No solo porque algunos conscientemente queremos que se hable, que se lleven a cabo procesos de verdad y reparación.
Es que aunque no queramos, en los nietos de cualquier trauma de violencia política, ocurre el «retorno de lo reprimido», sale, no se puede evitar. Dos generaciones heridas que han tenido que aguantar y olvidar, sus inconscientes salen en los nietos. Y salen en comportamientos sutiles o en locura. O cualquier cosa entre medio.
¿Qué no han tenido vidas infelices? ¿Cómo se mide la felicidad? Nos acostumbramos a malestares, a precariedades y a malos tratos de los poderosos. Si esas personas hubieran tenido las vidas que merecían, con libertad, con democracia, con igualdad de género, sin tener que trabajar como animales, con los valores que se estaban promoviendo en la Segunda República, creo que hubieran tenido unas vidas mucho más felices.
Un sábado del año 2000, lo cuentas al finalizar el capítulo, paseando por la Plaça Sant Jaume, la antigua plaza de la República, viste a un grupo de personas mayores que llevaban «pancartas con reproducciones de fotos antiguas de personas y debajo de cada una ponía: ¿dónde está?». ¿Qué grupo es? ¿De quienes hablaban?
Yo pasaba corriendo porque iba a hacer supervisión en un centro de drogodependencias que hay al lado de la Plaça Sant Jaume. No sé si era un grupo con nombre, pero eran gente mayor y las fotos que llevaban agrandadas en carteles eran fotos muy viejas. Cuando les pregunté que a quién estaban buscando, me dijeron que a los parientes desaparecidos durante y después de la Guerra.
Yo seguí corriendo a mi tarea pendiente pensando: «Y ¿por qué no han preguntado dónde están sus parientes antes?»
El siguiente capítulo está escrito al alimón por ti y Elena Álvarez Girón: «¿Qué es la transmisión generacional?». Te pregunto por ello a continuación. ¿De acuerdo?
Muy bien.
[*] La primera y segunda parte de esta conversación puede leerse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184575 y en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=184931
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