Cualquier actividad colectiva en la que todos los participantes son conscientes de que no se van a alcanzar los objetivos es un fracaso planificado, excepto en el caso de que los verdaderos objetivos sean diferentes de los que se declaran abiertamente. En este sentido, el «renovado proceso de paz israelo-palestino» ya parece un éxito para […]
Cualquier actividad colectiva en la que todos los participantes son conscientes de que no se van a alcanzar los objetivos es un fracaso planificado, excepto en el caso de que los verdaderos objetivos sean diferentes de los que se declaran abiertamente. En este sentido, el «renovado proceso de paz israelo-palestino» ya parece un éxito para el proyecto de las colonias ilegales de Israel y para el imperialismo de EE.UU.
El proceso de negociaciones, que comenzó en 1991 con la Conferencia de Madrid y condujo a los Acuerdos de Oslo, debería haber asegurado la creación de un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 y un acuerdo sobre otras «cuestiones de estatuto final», incluido el derecho al retorno de los refugiados palestinos, antes de 2000. Las negociaciones se habían iniciado bajo el liderazgo de EE.UU. en un momento en que su postura diplomática con respecto a Oriente Medio había llegado a unas alturas vertiginosas, impulsada, entre otras cosas, por la generalmente aplaudida victoria militar sobre Saddam Hussein en Irak. Washington ganó el apoyo multilateral a su papel de liderazgo en las negociaciones palestino-israelíes y el gobierno de Bush padre incluso tuvo el valor de bloquear diez mil millones de dólares en garantías de préstamos a Israel debido a la preocupación de que las garantías anteriores hubieran sido utilizadas para financiar la expansión de las colonias ilegales en los territorios palestinos ocupados.
Veinte años después de la firma de los Acuerdos de Oslo tanto los observadores internacionales como los palestinos consideran que el proceso es un fracaso. El Estado palestino y la autodeterminación del pueblo palestino se ha derrumbado debido a la construcción israelí del Muro y las colonias ilegales y sus políticas de apartheid. Oslo no impidió las masacres israelíes como la que destruyó Gaza en 2008 y 2009, y mucho menos contribuyó a lograr justicia para los palestinos.
La Casa Blanca ha iniciado esta ronda de negociaciones en unas condiciones completamente diferentes. Hace décadas que EE.UU. no es tan débil en Oriente Medio. Las guerras perdidas en Irak y Afganistán, y la crisis económica conforman una imagen de EE.UU. que muestra claros síntomas de una sobreextensión imperial. La inestabilidad en el mundo árabe complica el escenario. Sin embargo, el secretario de Estado John Kerry quería actuar solo y a su manera: mantuvo a la ONU, a sus Estados miembros y a la propia Unión Europea al margen del nuevo proceso de negociación. Solo se ha consultado marginalmente a los países árabes. Peor aún, el gobierno Obama nombró como intermediario en las negociaciones a Martin Indyk, un veterano agente del poderoso lobby pro-israelí AIPAC y un hombre que había sido acusado por el FBI de haber participado en el robo de secretos comerciales en EE.UU. para Israel, que se calcula que ha ocasionado daños por valor de hasta cien mil millones de dólares.
Otra gran diferencia es que esta vez el primer ministro israelí Netanyahu parece más preocupado por mantener su coalición feliz que por la presión de EE.UU. o el mundo árabe. Entre los palestinos hace tiempo que se evaporaron la confianza y la esperanza en las negociaciones mediadas por EE.UU. Mientras la calle se debatía entre la ira, el cinismo y la indiferencia ante las negociaciones, la OLP adoptó la propuesta de Abu Mazen de abandonar la petición de un congelamiento de las colonias como condición previa para las negociaciones, aunque sólo una minoría la apoya. Muy pocas personas dentro de la OLP parecen dispuestas a hablar abiertamente en apoyo de las negociaciones. Incluso Fatah está dividida. Los periodistas se quejan de que los funcionarios palestinos responden de manera evasiva o agresiva a sus preguntas de por qué se ha decidido volver a las negociaciones.
Así que no es sorprendente que sea poco probable que la nueva ronda de negociaciones logre una solución duradera, por no hablar de una paz justa que garantice los derechos de todos los palestinos, incluidos los refugiados. Parece casi imposible creer en serio que Washington espere realmente alcanzar una solución de estatus final dentro de nueve meses. ¿Cuáles son los objetivos reales de EE.UU. e Israel?
La reanudación de las negociaciones ha logrado un objetivo fundamental: el debilitamiento de los logros fundamentales de la iniciativa para el reconocimiento de un Estado palestino en la ONU. Si bien el reconocimiento de la ONU no supone cambios tangibles si no se acompaña con la presión internacional sobre Israel para que ponga fin a su régimen de ocupación, apartheid y colonialismo, la iniciativa del Estado palestino supuso un importante avance político de los palestinos en el plano estratégico. Por lo tanto, ganó el apoyo de una alianza internacional impulsada por el Sur global, sacó la cuestión de Palestina de las manos de EE.UU. y del Consejo de Seguridad, y la llevó de nuevo a la Asamblea General de la ONU, en la que Palestina cuenta con un apoyo abrumador. Por último, se volvió a introducir el tema del derecho internacional y el derecho a la autodeterminación como uno de los pilares para la solución de la cuestión palestina.
Dada la creciente percepción de que está perdiendo su papel de magnate y de árbitro, la Casa Blanca se vio obligada a presentar una contrainiciativa en Oriente Medio. Rusia está bloqueando en Siria una solución dominada por EE.UU. y en Egipto, Irán y Oriente Medio en general el gobierno Obama ha demostrado una falta de visión o de capacidad de ir más allá de la reacción errática ante los acontecimientos. Probablemente esta fue la razón por la que los dirigentes de la política exterior de EE.UU. eligieron la opción de reserva, Palestina, para restablecer su dominio en Oriente Medio.
Para Israel las nuevas negociaciones constituyen una importante victoria para su proyecto de colonización. No sólo EE.UU. presionó con éxito a los negociadores palestinos para que abandonaran su condición previa de que se congelara la construcción de colonias, sino que las negociaciones se llevan a cabo a pesar de una aceleración sin precedentes de las colonias israelíes: ya el 1 de agosto Israel anunció sus planes de construir cerca de 3.000 nuevas unidades de colonia y dejó clara su intención de continuar con la limpieza étnica de los 50.000 palestinos en el desierto del Naqab / Negev y el desplazamiento forzado de 1.300 palestinos en Cisjordania para dar cabida a un campo de entrenamiento militar. Además, Israel se niega a discutir una solución de dos Estados basada en las fronteras de 1967. Miembros del gobierno, entre ellos el ministro de Economía Naftali Bennett, dejaron en claro que los palestinos «pueden olvidarse» de un Estado.
Parece que la diplomacia EE.UU. no comprende la ironía de que Israel comenzara las negociaciones para una solución de dos Estados negando y socavando la posibilidad de un Estado palestino. En lugar de tener que enfrentarse a una acción colectiva en contra de las iniciativas de colonización en Cisjordania y su política de limpieza étnica, Israel se ha visto recompensado por EE.UU. con la creación de un comité especial formado por militares estadounidenses e israelíes para discutir «las necesidades de seguridad de Israel». Este representa nada más que un esfuerzo que socava los derechos palestinos a la soberanía efectiva e incluye debates sobre «intercambio de tierras», control de fronteras, control sobre el espacio aéreo y territorial, la no injerencia y mucho más.
Mientras que hoy EE.UU. e Israel pueden considerar estos resultados una victoria, una vez que las conversaciones se colapsen de nuevo las posibles consecuencias a largo plazo pueden hacer que estos logros a corto plazo parezcan caros.
En primer lugar, la necesidad de EE.UU. de liderar por cuenta propia la iniciativa implica que difícilmente podrán librarse de la culpa del predecible fracaso de las negociaciones. Al cerrar el espacio político a corto plazo, esto implica invitar a aparecer en escena a otros actores, que tienen menos prejuicios e ideas nuevas. En segundo lugar, Israel parece convencer a EE.UU. de que ignore la continua expansión de las colonias, pero la Unión Europea acaba de añadir acciones concretas a la condena de los asentamientos, como la introducción de directrices que prohíben destinar fondos públicos de la UE a las colonias. El posible fracaso de las negociaciones probablemente empujará a algunos gobiernos de la UE para ir más allá, tal vez incluso a prohibir el comercio con las ilegales colonias israelíes.
Por último, esta ronda de negociaciones ya ha ahondado gravemente la crisis de legitimidad a la que se enfrenta la Autoridad Palestina. Aumentar la división y la creciente inestabilidad es aún más perjudicial para los intereses de Israel y de EE.UU. que para el pueblo palestino. Sin lugar a dudas resulta difícil imaginar que cualquier estructura después de la Autoridad Palestina sea tan maleable como la actual estructura política palestina.
En conclusión, aunque el salvaje oeste estadounidense está de vuelta en Palestina por el momento, parece incapaz de crear un cambio duradero. Lo que realmente se necesita es la creación de una coyuntura política que se base en el apoyo global a los derechos palestinos a la autodeterminación, en el derecho internacional y en los derechos humanos, capaz de construir medios eficaces para presionar a Israel para que los implemente. Las conversaciones más urgentes para Palestina en este momento son un proceso de negociación multilateral sobre cómo forjar estas alianzas y herramientas.
*Jamal Juma es coordinador general de la Campaña Stop the Wall y Maren Mantovani se encarga de las relaciones internacionales de la Campaña Stop the Wall.
Traducido del portugués por Maren Mantovani.
Fuente original: http://cartamaior.com.br/templates/materiaMostrar.cfm?materia_id=22526