Albert Corominas, que actualmente es catedrático emérito de la UPC, inició en la universidad su militancia en formaciones políticas de izquierdas, primero en la AUE y después en el PSUC, al que se incorporó en 1964 y a cuyo comité universitario pertenecía en el momento de constituirse el SDEUB. Ha contribuido a la fundación de […]
Albert Corominas, que actualmente es catedrático emérito de la UPC, inició en la universidad su militancia en formaciones políticas de izquierdas, primero en la AUE y después en el PSUC, al que se incorporó en 1964 y a cuyo comité universitario pertenecía en el momento de constituirse el SDEUB. Ha contribuido a la fundación de numerosas organizaciones e instituciones políticas y culturales y ha publicado artículos en revistas de izquierdas, especialmente sobre política universitaria, en defensa de la universidad pública y contra su mercantilización.
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Estábamos en la entrada de la policía. ¿Detuvieron a mucha gente? ¿Os encarcelaron? ¿Os llegaron a torturar?
Los intelectuales y profesores que no pudieron escapar o esconderse fueron llevados a la Jefatura de Policía, donde permanecieron las setenta y dos horas que la ley permitía (con las excepciones de Espriu y Rubió, que fueron liberados antes por motivos de salud). Después, les fueron impuestas multas de hasta 200.000 pesetas, lo que entonces era una cantidad muy considerable. Los profesores presentes y los que con ellos se solidarizaron fueron después expulsados de la universidad.
Los estudiantes, inmediatamente, parecieron salir prácticamente indemnes. Al salir del convento tuvieron que entregar el DNI a la policía y después lo recuperaron en Jefatura, generalmente sin problemas. Pero la represión se intensificó y se hizo aparente muy poco después y ya no tuvo solución de continuidad. La policía detuvo a los miembros de la Junta de Delegados, que serían juzgados y condenados el 30 de mayo del año siguiente por el Tribunal de Orden Público, que de paso sentenció la ilegalidad del SDEUB. En el curso de dicha detención fue torturado el delegado de Industriales de Barcelona, Joaquim Boix, lo que dio lugar a una manifestación solidaria de sacerdotes y religiosos el 11 de mayo, frente a la misma Jefatura, con la consiguiente represión. La mayoría de los miembros de la Junta de Delegados fueron expulsados por tres años de la universidad española.
¡Tres años, qué barbaridad!
Otros, por períodos de duración variada, incluyendo la expulsión perpetua de un centro. Por otra parte, muchos estudiantes perdieron el privilegio de hacer el servicio militar en las llamadas Milicias Universitarias (una recompensa franquista por el apoyo de la mayoría de estudiantes a la sublevación militar; incidentalmente, el escudo de las Milicias integraba elementos diversos del escudo del SEU y, por consiguiente, del de la Falange) o les fue anulado el tiempo pasado en las Milicias y tuvieron que hacer todo el servicio militar empezándolo de nuevo y sin reducción alguna, muchas veces en los peores destinos, como las colonias africanas.
Los estudiantes convocados a aquel encuentro, ¿perdisteis fuerza, energía y organización tras la represión sufrida? ¿No tuvisteis miedo o más miedo a partir de entonces?
Pese a la represión descrita en la respuesta a la pregunta anterior y a todas las acciones represivas que la sucedieron, tales como detenciones repetidas, el SDEUB siguió organizando acciones que unían reivindicación y propuesta, como la III Semana de Renovación Universitaria, y aún tuvo fuerza para detener la ofensiva de las AE (Asociaciones de Estudiantes, nuevo nombre de las APE) a comienzos del curso siguiente, 1966-67, a costa de grandes esfuerzos políticos y, en algún caso, personales. El fracaso de las AE supone el de la política gubernamental que combinaba lo que podría llamarse reformismo tecnocrático, ajeno a cualquier modificación de los pilares del régimen, con una represión que, en el franquismo, podía considerarse moderada. Ya sólo le quedaba la represión sin más.
El SDEUB no pudo pasar de 1968: la represión, con la consiguiente pérdida de dirigentes capaces y experimentados, las divisiones internas en el movimiento y en el propio PSUC (que culminaron con una escisión de gran alcance en la organización universitaria del Partido) y, finalmente, el verbalismo escolástico, como lo calificó Sacristán, derivado de una mala digestión del sesentayochismo francés, terminaron con aquella experiencia singular. El estado de excepción de principios de 1969 cierra definitivamente aquella etapa y abre otra que ya sólo concluye con la muerte del dictador.
Sería interesante analizar con mayor detalle el proceso de deterioro y liquidación del SDEUB, en el que seguramente hubo lo que en el juego del tenis se llama errores no forzados, derivados tal vez en muchos casos de una sobrevaloración de las expectativas y del consiguiente desengaño, que algunas veces conduce a la pasividad y algunas otras a la crispación. Pero creo que esto no cabe en ni corresponde a esta entrevista.
De acuerdo, de acuerdo.
¿Tuvimos miedo? Claro. Salvo las personas adictas al régimen (que eran muchísimas, por supuesto; si no, el régimen no hubiera durado lo que duró) todo el mundo tenía miedo. Entre los estudiantes activamente demócratas sin más, miedo a ser aporreados en una manifestación, a ser expedientados y expulsados de la universidad, a tener que hacer (los hombres) el servicio militar en las peores condiciones posibles y con el estigma de ser desafectos al régimen. Entre los más comprometidos, miedo a sanciones más fuertes, a ser detenidos y condenados a prisión y miedo a ser torturados y, aún más, a no resistir la tortura y dar información a los esbirros de la Brigada Social. Pero estos miedos no podían compararse con el que podían tener los líderes del movimiento obrero ni con el de los perdedores de la guerra en los años siguientes a la victoria franquista. En todo caso, el miedo formaba parte del medio ambiente y, acostumbrados a vivir con él, todos hacíamos lo que podíamos y, en cada circunstancia, lo que debíamos.
¿Sólo hubo estos intentos en la Universidad de Barcelona? Pienso en Madrid, Zaragoza, Sevilla, Valencia u otras ciudades.
El 26 de abril de 1967 se constituyó en Madrid el SDEUM, el mismo día en que la dimisión del Consejo Nacional de las APE certificaba el fracaso de aquel intento tecnocrático-reformista en el marco del régimen. En otras universidades, como las de Sevilla y Valencia, hubo también en aquellos años un movimiento estudiantil potente. En todas hubo huelgas y movilizaciones, a veces coordinadas, como la huelga general universitaria del 7 de febrero de 1967.
¿Qué crees que significó aquel intento democrático en la historia del movimiento antifranquista? ¿Valió la pena? ¿Obtuvisteis algún éxito?
El proceso que condujo a la constitución del SDEUB, en paralelo con las luchas en otras universidades españolas y, en particular, la propia asamblea constituyente a la que dio proyección nacional e internacional el asedio policial consiguiente, fueron elementos significativos de la lucha antifranquista.
El hecho dio lugar a una masiva huelga de los estudiantes de la Universidad de Barcelona, que demostró la representatividad del SDEUB y de sus propuestas, y a diversas acciones ciudadanas de apoyo.
En este contexto, que la hizo posible, se produjo la creación de la Taula Rodona de partidos, el primer organismo unitario de este tipo desde la guerra civil, que inmediatamente contribuyó con iniciativas políticas y de asistencia jurídica a la defensa del movimiento y que se encuentra en el origen de lo que fue, siete años después, la Assemblea de Catalunya.
Ni el SDEUB ni la lucha antifranquista alcanzaron sus objetivos. El dictador murió en la cama, casi diez años más tarde, y, lo que es peor, murió matando y en el poder. Pero las luchas antifranquistas no fueron inútiles. En primer lugar, porque luchar contra el franquismo, plantarle cara, era una cuestión de dignidad: nosaltres sabíem d’un únic senyor i vèiem com esdevenia gos, dice un poema de Salvador Espriu, que dedicó a Jordi Rubió y al que Raimon puso música.
Lo recuerdo, lo recuerdo muy bien.
También, porque se puede discutir todo lo que se quiera sobre la Transición, pero peor hubiera sido si no hubieran existido un movimiento obrero, un movimiento vecinal, un movimiento universitario.
¿Y por qué has dicho hace un momento que el dictador golpista murió matando? ¿A qué te has querido referir?
A las cinco ejecuciones por fusilamiento del 27 de setiembre de 1975, cuando al dictador le quedaban menos de dos meses de vida. El día antes, haciendo caso omiso de todos los intentos por salvar la vida de los condenados, el Consejo de Ministros había confirmado cinco de las once sentencias de muerte que tenía en su orden del día. Por cierto, el hecho de que conmutara seis de las once penas fue loado por los medios de comunicación españoles como una muestra de la magnanimidad el Caudillo. Sin haberlo vivido, debe de costar mucho hacerse cargo de lo que era aquel sistema de terror y la degradación moral que inducía.
Volvamos al SDEUB…
El impacto del SDEUB no terminó con su extinción. El SDEUB fue una escuela de democracia para miles de estudiantes y del SDEUB surgieron numerosos dirigentes del movimiento de profesores no numerarios.
Sobre todo, la constitución del SDEUB marca la ruptura definitiva con el franquismo de la universidad en Cataluña. El SDEUB no sobrevivió a la represión, pero la represión no pudo imponer ni en la de Barcelona ni en ninguna otra universidad española las organizaciones con que el régimen pretendía substituir al fenecido SEU. Entre 1965 y 1967 la universidad española rompe con el franquismo y este ya no conseguirá recuperarla.
Un texto central de Sacristán, de algunos años después, «La Universidad y la división del trabajo», ¿está relacionado de algún modo con todo aquello?
La relación es muy indirecta. Este documento también se incluye en el citado volumen de Intervenciones políticas y en él el propio Sacristán explica su origen (él mismo no recordaba con precisión si la primera versión era de 1969 0 1970) y las circunstancias políticas universitarias a que respondía: «En su última fase, el sesentayochismo español fue una escolástica congestionada, falsamente marxista, que hablaba constantemente de abolir allí mismo la Universidad y la división del trabajo». Y a estas posiciones de «aquella vanguardia desaforada» combatía el documento.
No había pasado mucho tiempo desde la constitución del SDEUB, pero, como se ve, el panorama había cambiado radicalmente.
En cualquier caso, más allá de su origen coyuntural, se trata de un documento magnífico que toda persona interesada en la política universitaria debería leer y releer.
Algunos de los organizadores se convirtieron años después en mandatarios políticos de mucha importancia y no sé si actuaron en la universidad con el mismo criterio que ellos entonces defendían de jóvenes. ¿Qué piensas de este tipo de evoluciones?
Contra lo que tal vez cabría imaginar, de los asistentes a la constitución del SDEUB salieron pocos políticos en el sentido actual de este término. Algunos fueron dirigentes de organizaciones clandestinas o tuvieron responsabilidades en partidos ya legalizados después de la reforma política de 1977. Pero son minoría los que accedieron a cargos institucionales (como los de alcalde, diputado o consejero de la Generalitat, pongamos por caso), pese a que en aquel colectivo había muchos hombres y muchas mujeres con capacidad y preparación para ello. Lo que se explica, sobre todo, porque las personas que se reunieron en el convento no tenían otra vocación específica que la de contribuir al fin del franquismo y, en muchos casos, avanzar hacia una sociedad más justa, una sociedad socialista, pero sin hacer de la política su profesión. Personalmente, recuerdo que una de las personas más significativas en la gestación del SDEUB me dijo, hace ya muchos años, que no quería ser un político, sino un profesional comprometido. Y supongo que este estado de ánimo era muy mayoritario entre el colectivo.
En el seno del cual convivían, desde luego, personas con posiciones muy distintas sobre como deseaban que fuera, en un futuro marco democrático, la sociedad en que vivían. Algunas, han pasado de la izquierda o la extrema izquierda a la derecha neoliberal, pero me atrevería a afirmar, pese a que no dispongo de información cualitativa, que este fenómeno ha sido minoritario. La mayoría de personas que traté en aquella época, en el marco de la lucha estudiantil, han sido más o menos activas políticamente, pero en general han permanecido fieles a las ideas que defendían entonces.
Es decir, no estoy de acuerdo con el tópico de que los jóvenes de izquierdas se pasan a la derecha al hacerse mayores, que se utiliza como argumento, como hacían el abuelito y el papá del poema que José Agustín Goytisolo escribió y Paco Ibáñez sigue cantando, para que se hagan de derechas cuanto antes, ya que de todos modos acabarán así. Pero, lamentablemente, he de reconocer que, con la edad, el flujo de izquierda a derecha es mucho mayor que el de derecha a izquierda, si es que este último llega a producirse. Y es que a veces, como Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó, deciden poner a dios por testigo de que jamás volverán a pasar hambre. Porque, como saben los fans del serial de la guerra de las galaxias, la atracción del Lado Oscuro de la Fuerza es tan poderosa que Annakin Skywalker renunció a una virtuosa carrera como jedi para ponerse, transfigurado en Lord Darth Vader, al servicio incondicional del Emperador [1].
Me dicen antes de empezar esta conversación que tú vas a hacer referencia al lado oscuro de la fuerza y no me lo creo, imposible. Por cierto, ¿qué es eso de un profesional comprometido? ¿Comprometido con qué?
Quizá se ha ido perdiendo la acepción del término «comprometido», utilizado como una especie de eufemismo, casi sinónimo de implicado políticamente o incluso organizado políticamente. Este sentido tiene, por ejemplo, en la canción Què volen aquesta gent?: «La mare ben poc en sap, de totes les esperances del seu fill estudiant, que ben compromès n’estava«. El profesional comprometido no sería un profesional de la política, sino una persona que ejercería la profesión correspondiente a su título universitario y, además, en tanto que ciudadana, desarrollaría una actividad política.
¿Qué actos se celebran para recordar aquel combate? ¿Preparan algo las instituciones para este próximo marzo? ¿Te han convocado?
El grupo de investigación GREF-CEFID, de la UAB, ha anunciado el inicio del ciclo «La Caputxinada i el moviment estudiantil antifranquista», el 4 de marzo, con una conferencia sobre «El moviment estudiantil: efervescències político-culturals i ruptura generacional».
Tengo noticias de otros muchos actos conmemorativos de índole diversa, en otros centros universitarios, en el Ateneu Barcelonès e incluso en la Sorbona, en el marco de un ciclo sobre Barcelona en los 60 («Entre caputxinada & gauche divine») en el que sorprendentemente se califica a la asamblea constituyente de «conspiración» y «encierro». Algunas de las actividades programadas toman como punto de partida el aniversario para glosar el papel de algunos sectores de la iglesia católica en el antifranquismo o parece que quieren tender puentes imposibles entre pasado y presente («De la Caputxinada a la Assemblea, 1966-2016», organizado por la ANC de Sarrià – Sant Gervasi).
Un acuerdo de 1965 del Consell Executiu incluye «la caputxinada» en la relación de efemérides a conmemorar institucionalmente en 1966. En este marco, el Memorial Democràtic ha anunciado un acto (9 de marzo, 17 horas, en el propio convento de Sarriá) que plantea como un homenaje a las personas que participaron en el de 1966 y cuyo enfoque, lamentablemente, no comparto. Por otra parte, el rector de la Universitat de Barcelona ha convocado un acto «de conmemoración del 50º aniversario de la asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB)» que tanto por su título como por su contenido me parece, con mucho, el más apropiado de todos los que se han programado. Intervendrán un historiador, una delegada y un delegado del SDEUB y un representante de los estudiantes de ahora mismo. Tendrá lugar en el Paranimf de la UB el día 11 de marzo, a las 12.
¿Algún artículo o ensayo que nos quieras recomendar sobre todo aquello?
La descripción más completa y para mí políticamente satisfactoria del movimiento estudiantil bajo el franquismo se encuentra en los dos volúmenes de Els estudiants de Barcelona sota el franquisme, de J. M. Colomer (Curial, 1978). Dedicado específicamente a la asamblea de constitución del SDEUB, La Caputxinada, de J. Crexell (Edicions 62, 1987) no aporta mucha más información significativa, salvo la relación de mujeres asistentes al acto, que no figura en el libro de Colomer. En ambos libros se encuentran los documentos de la Asamblea (Estatutos y Manifiesto, básicamente). La versión original, en castellano, del Manifiesto, como ya he indicado, en Intervenciones políticas, de M. Sacristán.
Unas reflexiones personales y políticas de Francisco Fernández Buey en «Memoria personal de la fundación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (1965-1966)» y «La insólita experiencia de un sindicato democrático estudiantil bajo el fascismo [1965-1969]». Ambos textos se encuentran ahora en el libro Por una universidad democrática (El Viejo Topo, 2009).
Y, finalmente, un artículo mío, «Francisco Fernández Buey, dirigente estudiantil», en el número 119 de la revista mientras tanto (2013).
Gracias por las recomendaciones. ¿Quieres añadir algo más?
Agradeceros la oportunidad de transmitir datos y reflexiones sobre unos hechos relevantes en la lucha antifranquista y que ahora mismo creo que son muy poco conocidos y, a veces, voluntaria o involuntariamente, desvirtuados.
Soy yo quien debe agradecer tu amabilidad y tu generosa disponibilidad.
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Nota
[1] En The Shock Doctrine (1967) Naomi Klein describe algunos de los mecanismos del Imperio terrenal para atraer jóvenes talentos a su causa y cómo los ha aplicado en diversos países, generalmente con mucho éxito.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.