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El «silencio afgano» de la progresía socialdemócrata

Fuentes: Canarias-semanal.com

El pasado 9 de septiembre la ministra de Defensa del Ejecutivo Zapatero, Carme Chacón, adelantaba la información sobre el número de soldados que marcharán próximamente hacia Afganistán, para reforzar el contingente español integrado en la fuerza internacional de la OTAN que participa en la ocupación de este país asiático. Dos días después, el Consejo de […]

El pasado 9 de septiembre la ministra de Defensa del Ejecutivo Zapatero, Carme Chacón, adelantaba la información sobre el número de soldados que marcharán próximamente hacia Afganistán, para reforzar el contingente español integrado en la fuerza internacional de la OTAN que participa en la ocupación de este país asiático. Dos días después, el Consejo de Ministros aprobaba el envío de 220 militares, que se sumarán a los 1250 uniformados españoles que ya intervienen en esta guerra, de los cuales 450 forman parte del denominado «batallón electoral» que participó en el simulacro de elecciones celebrado el pasado 20 de agosto.

La coartada oficial para justificar el nuevo envío de tropas esgrimida por un gobierno con ínfulas pacifistas no es original. De acuerdo a la misma, el refuerzo sería imprescindible para garantizar la seguridad de los soldados españoles que -según declaró la ministra Chacón en una entrevista concedida a la Cadena Ser– «trabajan por la estabilización, desarrollo y reconstrucción del país», buscando -junto con el resto de sus socios occidentales- «una paz que tiene que ver con la amenaza de Al Qaeda, cuyo santuario era Afganistán y que tuvo su culmen en el atroz atentado del 11-S». Efectivamente, se trata de la excusa fabricada por la Administración Bush para bombardear e invadir este país, en el primer episodio de la campaña que los publicistas neocons bautizaron como «Guerra Global contra el Terrorismo». La brutal agresión comenzó el 7 de octubre de 2001 y fue secundada inmediata e incondicionalmente por el resto de potencias occidentales, la ONU y la prensa pro institucional. Tal y como recordaba hace tan solo unos días José Luís Rodríguez Zapatero, «las tropas españolas fueron enviadas inicialmente a Afganistán por el ex presidente José María Aznar, pero con mi apoyo y el de la comunidad internacional». (1)   La mayoría de los medios, «personalidades» y fuerzas políticas que denunciarían -apenas dos años después- la invasión de Irak, se convirtieron entonces en cómplices de una destrucción de similar magnitud a la cometida en Oriente Medio. El manto de la legalidad internacional -utilizado recurrentemente para justificar las mayores injusticias- sirve aún hoy a esta «progresía» para velar su contradicción vergonzante.

El ataque contra Afganistán, en cualquier caso, no fue una reacción a los atentados del 11 de septiembre, como prueba el hecho de que estuviera planeado meses antes de que éstos se produjeran. Niaz Naik, ex secretario de Asuntos Exteriores paquistaní reconoció -en declaraciones públicas que no fueron desmentidas por ningún responsable de la Casa Blanca- que autoridades norteamericanas le informaron en julio de 2001 «de que el ataque tendría lugar a mediados de octubre y que su objetivo era instalar un nuevo gobierno». (2) Por supuesto, la ocupación del país asiático tampoco estuvo relacionada con el deseo de «democratizarlo» o de liberar a la población del yugo talibán. Las verdaderas causas deben buscarse -como en el caso de Irak- en los intereses geoestratégicos y económicos de los Estados Unidos. Y, concretamente, en su deseo de controlar las importantísimas reservas de petróleo y gas natural existentes en el Mar Caspio y otras regiones de Asia Central. Si es de sobras conocido que, desde finales de los años 70, los EE.UU. financiaron y entrenaron militarmente a los talibán, tampoco constituye un secreto de Estado que aún en la década de los 90 Washington continuó apoyándolos, con la intención de que éstos le facilitaran a la empresa petrolera UNOCAL la construcción de un oleoducto que pasaría por Afganistán y Pakistán, llevando el petróleo hasta el golfo de Omán. Con motivo de ese proyecto, una delegación talibán viajó a Texas, durante el mandato como gobernador de George W. Bush, para reunirse con los directivos de UNOCAL en su central de Houston. (3) Pero finalmente no hubo acuerdo, y los que un día fueron calificados por el Gobierno de EE.UU. como «luchadores por la libertad» se convirtieron en la nueva «amenaza global» que justificaría sus planes expansionistas. Nada nuevo bajo el Sol. Con la llegada de Obama a la Casa Blanca los esfuerzos bélicos de Washington se han reconducido hacia esta zona de Eurasia, región que -según las teorizaciones de su asesor Zbigniew Brzezinski (4)– debe dominar EE.UU. para garantizar su supremacía mundial.   La de Afganistán, en suma, es una más de las guerras imperialistas iniciadas por la potencia a la que corresponde garantizar con su poderío militar un orden mundial incapaz de sostenerse sin el uso de esta fuerza. Y si las tropas españolas continúan allí es para colaborar al sometimiento de «los bárbaros», cumpliendo con el compromiso adquirido por Rodríguez Zapatero con Barack Obama.

En Afganistán -hay que decirlo bien alto- se mata, tortura y viola del mismo modo que en Irak o Palestina y con unos propósitos bien definidos. Por ello, en una época caracterizada por la más espantosa confusión ideológica, la participación española en esta guerra de conquista ha convertido al país asiático en una ineludible piedra de toque para contrastar la autenticidad de los discursos de izquierda. En una línea de demarcación, que tiene la virtud de poner de manifiesto el cinismo de no pocos «progresistas», capaces de clamar contra el Sistema al tiempo que contemporizan u otorgan su apoyo a un partido que no duda en protegerlo haciendo uso de los medios más abominables.

Pero la gravedad de lo que sucede cada día en Afganistán es tal que no basta, siquiera, con solicitar la retirada de las tropas españolas por las bajas que éstas pueden sufrir o por el supuesto carácter «inconstitucional» de su presencia en Afganistán, tal y como hacía en Los Desayunos de TVE el Coordinador General de IU Cayo Lara, el pasado 4 de septiembre (5). La izquierda no puede renunciar a su deber de explicar a la población, engañada por la propaganda institucional, cuál es el verdadero carácter de la misión que allí desempeñan estos militares y las razones del Partido Socialista para sostenerla. Para dar prueba de su coherencia está obligada a denunciar constantemente la barbarie y a los victimarios, sin edulcorar la cruda realidad ni un ápice por cálculos electorales o de cualquier otra índole. Debe ser capaz de resistir los múltiples mecanismos de presión con los que en nuestra sociedad se intenta domesticar la disidencia, especialmente si aspira a sacar a la luz pública la raíz de los conflictos. Porque Afganistán es hoy, para todos, una de esas fronteras que no se pueden cruzar sin convertirse en un engranaje más de la rueda que ha venido dejando la cuneta de la historia plagada de cadáveres. 

Notas y referencias bibliográficas:

(1) «Zapatero considera probable el envío de 200 soldados a Afganistán». Europa Press. 5/9/2009.

(2) Ver informes de la BBC. Rahul Bedi. India Joined US led plan against Afghanistan in March 2001.»India joins anti-Taliban coalition». American government told other governments about Afghan invasion in julio 2001. US ‘planned attack o­n Taleban’. The wider objective was to oust the Taleban. BBC’s George Arney. www.uruknet.info?p=33641

(3) El 12 de febrero de 1998 John J. Maresca, vicepresidente de UNOCAL, declaró ante un comité de la Cámara de Representantes de EE.UU.: «La región del Caspio contiene enormes reservas de hidrocarburos sin explotar, una gran parte situadas en la cuenca del propio Mar Caspio. Las reservas totales de petróleo de la región podrían llegar a alcanzar una cifra superior a los 60 mil millones de barriles de petróleo, aunque algunas estimaciones hablan de 200.000 millones…Una opción sería construir un oleoducto hacia el sur, desde Asia Central hasta el Océano Índico (…) La única opción posible es cruzar Afganistán…».

(4) «El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos». Zbigniew Brzezinski. Ediciones Paidós Ibérica, S.A.

(5) En declaraciones efectuadas en Los desayunos de TVE el pasado 4 de septiembre Cayo Lara pedía la retirada de las tropas de Afganistán «por el bien de nuestros soldados allí» y para que cumplan la misión que tienen las Fuerzas Armadas en nuestra Constitución… garantizar la soberanía, la independencia y la soberanía territorial de España». El Coordinador General de IU manifestó también su «tristeza por las posibles bajas de soldados españoles y el drama de sus familias», sin acordarse de mencionar el drama de los afganos asesinados por las fuerzas de ocupación. Tres días más tarde, el diputado de IU y ex Coordinador General Gaspar Llamazares aseguraba que «elevar la presencia militar española en Afganistán equivale a ahondar en la lógica de la militarización en vez de en la lógica de la reconstrucción del territorio». Dando por buena la idea de que esta última labor es la que justifica hoy la presencia militar española, al añadir que «esto supondría un cambio sustancial de la misión acordada por el Consejo de Ministros». (7/9/2009. Agencia EFE). El jueves 10 de septiembre, en cambio, Cayo Lara se mostraba mucho más contundente y directo que en TVE, manifestando que «en Afganistán, lo que se está jugando son los intereses de Estados Unidos, como ocurría cuando las tropas españolas se encontraban en Irak» y recordando a 120 civiles asesinados en este país por los pilotos de la OTAN.

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